miércoles, 5 de marzo de 2014

Capítulo XIII


El teléfono sonó insistente sobre la mesa del espléndido despacho del Director Ejecutivo, en las oficinas de la influyente y poderosa sociedad ServiPiX, SA.

-¿Quién llama? -la voz resonó grave y potente en la estancia. Era el tono de alguien acostumbrado a mandar y a conseguir todo lo que se proponía, sin reparar en medios, obstáculos ni daños colaterales a segundas o terceras partes.

-Gracias, páselo -dijo, tras recibir de su secretaria la identidad del comunicante.

De nuevo el tono de su voz sonó cortante y frío. Aquel "gracias" no era una cortesía, sino el complemento de la orden. Quería decir: Corte el rollo y páseme la comunicación de una vez.

-Sí, soy yo -y continuó sin permitir articular palabra a su interlocutor- Mira Barral, estoy hasta las mismísimas narices de ti y de tu jodida agencia de mierda. Llevo una semana esperando noticias de Márgara Fuster y no puedo esperar más. Vente inmediatamente al despacho y hablamos.

Sin más palabras, cortó la comunicación, posando el aparato en su base con un violento golpe. Después de permanecer pensativo durante unos momentos, alzó de nuevo el teléfono y llamó a su secretaria para reclamar la presencia en su despacho de su ayudante en operaciones especiales.

Hecho esto, dejó su espectacular asiento, dio unos pasos y se plantó ante una de las amplias balconadas del despacho, tendidas sobre el Paseo de Gracia. Detrás de los cristales miraba sin ver el trafago del concurrido bulevar, absorto en la reflexión de aquel desgraciado negocio, que se resistía a tomar cauce y amenazaba con acabar metiéndole en un gran lío, con resultados catastróficos muy difíciles de prever y de evaluar.

-¿Da su permiso, patrón? -la pregunta detuvo sus negros pensamientos. Era su fiel ayudante en operaciones especiales que acudía a la cita. Lo de "especiales" era un eufemismo. En realidad, de "especiales" solo tenían el hecho de estar fuera de cualquier norma o ley, ya fuese esta autonómica, estatal o internacional.

-¡Ah, sí, Diego! Pasa y siéntate.

El hombre obedeció, acomodándose en el asiento con la familiaridad del cómplice, aunque sin olvidar el respeto debido a su poderoso jefe. Era un tipo fornido, de regular estatura, muy moreno de piel -seguramente hispano- de facciones redondeadas pero con una mirada fría e inquietante de hombre de quien conviene cuidarse. Vestía prendas caras aunque de dudoso gusto, que acababan por resultar vulgares en él.

-Me temo que estamos metidos en un gran lio -aseguró Carles Camp i Fulleda.

El tal Carles, todopoderoso Director Ejecutivo, era un hombre de mediana edad -rayaría los cincuenta-, de buena altura, que ofrecía un saludable aspecto deportivo, gracias a una figura proporcionada, sin gramo de grasa, y a un perfecto bronceado de su piel, allí donde no cubría la impecable vestimenta que portaba, adquirida, con toda seguridad, en algún establecimiento de alta exclusividad. Remataba su excelente planta una hermosa cabellera, clareada breve y elegantemente en sus sienes, donde se adivinaban los frecuentes cuidados de un peluquero de mucho nivel profesional y alta minuta.

-Sí, patrón -asintió su ayudante- Desde que en el Govern han entrado los del otro bando, nuestros amigos andan haciéndose los locos, como si no hubieran matado a una mosca en su vida. Creo, patrón, que vamos a tener que dar algún escarmiento a más de uno. Es mucho el dinero que les hemos hecho ganar para que ahora se hagan los inocentes.

-¡Bah, no te preocupes! Esos politiquillos son así. Ahora están temblando de miedo, temiendo que alguien levante alguna alfombra, y salga a relucir lo que no desean. No hay problema, pronto pasarán estos primeros días de desconcierto y todo volverá a ser como debe. Además, ya sabes que tenemos contactos en las dos partes. Actuaremos en uno u otro sentido, según nos convenga.

Carles hizo un gesto con su mano derecha como apartando algo fastidioso y continuó:

-Pero no era de esto de lo que te quería hablar. El asunto de los bonos diferenciales está a punto de estallarnos en las manos. La zorra de Márgara Fuster no contesta a mis llamadas y nos ha dejado con el culo al aire. Puse a trabajar a Barral para localizarla, pero llevo toda la semana sin noticias. Hace un rato le he citado aquí. Ya no puede tardar.  Espero su llegada de un momento a otro.

No se equivocaba. En ese preciso instante, apareció la sufrida secretaria anunciando la visita de Barral, propietario y director de la Agencia de Detectives Barral, SL.

-¡Vamos, Barral! ¡Qué collons pasa con la Fuster! ¡Te dije que era un asunto grave y urgente dar con ella, y llevo una semana sin noticias! ¡Digue´m d´una puta vegada qué cons passa!

-Lo siento, Carles, pero esa mujer ha desaparecido. Un agente mío la citó en unos almacenes para llevártela y desde entonces no se ha vuelto a saber nada de ella.

El detective captó un violento gesto de desagrado en su interlocutor y se apresuró a continuar:

-Hasta hoy no habíamos conseguido ninguna pista sobre su paradero, pero esta mañana hemos sabido, gracias al soplo de un contacto en la policía de Madrid, que allí tienen la sospecha de que ha viajado a Nueva York con nombre supuesto.

-¿Y tienes los huevos de venir a decirme esto a mi cara? ¿Cómo es posible que ese agente tuyo de mierda la pusiera sobre aviso, en vez de echarle mano y traérmela aquí a rastras? ¡Y... digue´m, collons! -explotó al fin Carles, furioso e indignado- Perquè dimonis no tens ja a un home buscant-la a Nova York!

-Eres injusto, Carles. Tú sabes que no reparamos en nada, con tal de servirte lo mejor posible en todos tus asuntos, pero no me pidas que vayamos a Nueva York. Allí no tenemos licencia ni corresponsalía. ¿Qué crees que haría en esa enorme ciudad un hombre de la agencia sin contactos, conocimientos ni apoyos? Nada.

Las voces, juramentos e improperios del poderoso hombre de negocios, Carles Camp i Fulleda, llenaron el lujoso e insonorizado despacho, para proclamar, con rabia y desesperación, la desgracia de tener que sufrir y soportar, a su alrededor, a tanta gente estúpida, necia e incompetente.

-Déjelo, patrón -intervino Diego, su siniestro esbirro, que hasta entonces no había abierto la boca- Yo me ocupo. Mañana estaré en Nueva York trabajando con nuestros socios. Si esa mujer está allí, yo la encontraré.   

 

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