jueves, 27 de marzo de 2014

Capítulo XVIII


Margaret durmió poco aquella noche. Eran muchas las emociones y demasiadas las revelaciones acumuladas durante el día. ¿Qué era todo aquel lío que se traía entre manos William, su marido, antes de ser asesinado? ¿Qué tramaba? ¿Qué habría sido de sus dos ayudantes y por qué no habían dado señales de vida, si, como parecía, habían logrado alcanzar un gran descubrimiento en aquel secreto laboratorio? ¿Sería todo esto, en realidad, la causa de su muerte y la razón por la que ella misma estuviera siendo buscada?

Por otra parte, allí estaba ese policía español, metiendo las narices en sus asuntos. ¿No habría pecado de incauta fiándose de él? Al fin y al cabo, ella estaba metida hasta el cuello en infinidad de asuntos irregulares.

Y por fin, por si su situación no fuese ya demasiado complicada, la revelación del nombre del asesino de Joe había conseguido golpear su sólido ánimo aportándole un profundo desaliento. ¿Qué podría hacer ella, aun con la ayuda de Bob, ante un gánster como Franky Rossano, cuando toda la policía del Estado se veía incapaz de ajustarle las cuentas?

Demasiadas preguntas sin respuesta y demasiadas incógnitas por resolver. Material más que suficiente para desvelar cualquier sueño.

De todas formas, el día amaneció como de costumbre y, de nuevo, bien temprano, apareció Bob con dos baterías de litio que un experto conocido suyo le había recomendado, a la vista de la antigua batería de William.

En contra del creciente escepticismo de Margaret por todo lo que rodeaba al misterioso laboratorio, ya que consideraba que tenían cosas mucho más importantes en qué ocuparse, Bob se hallaba encelado con él y estaba dispuesto a llegar hasta el fin de aquel extraño asunto.

Volvieron pues al secreto laboratorio. Bryant se colocó todos los artilugios, incluida la nueva batería, se enfundó el extraño traje y pulsó el botón de puesta en marcha.

-¡Dios mío, Bob! ¡Dónde estás! -gritó Margaret, llevándose las manos a la cabeza.

Bob había desaparecido.

-¡Ja, ja, ja! -una divertida carcajada, surgida de la nada, resonó en la estancia- ¿Pero no me ves? Estoy aquí.

Margaret, repuesta a medias de la sorpresa inicial, avanzó con precaución su brazo hacia el lugar donde se encontraba Bob antes de desaparecer. Con infinito asombro, observó cómo su mano desaparecía, de un modo tan sorprendente y misterioso, que parecía estar sumergiéndola en la nada.

Tras profundizar unos 25 centímetros, notó el cuerpo de Bob. Le palpó la cara y los hombros y se dio cuenta de que no había desaparecido. Simplemente, no se le veía: se había hecho invisible.

Tardaron un tiempo en asimilar aquella insólita experiencia. No podían comprender los principios de aquel extraordinario fenómeno, ni jamás llegarían a entenderlo, salvo que consiguieran traducir el indescifrable legajo que les había llevado hasta allí. Quizás, algún investigador de avanzada tecnología punta en transmisiones y nuevos materiales podría darles alguna explicación de aquel inexplicable fenómeno.

Y sin embargo los principios que lo regían eran relativamente sencillos.

El equipo estaría formado por una cámara con selectividad térmica y lumínica, de increíbles características para su época, que captaría las imágenes situadas en la espalda de Bob, que su cuerpo no deja ver.

Estas imágenes serían transmitidas a un emisor situado en la parte delantera del chaleco soporte. El emisor produciría un holograma a unos 25 cm., con la resistencia propia del aire como pantalla y con las imágenes situadas detrás de Bob, captadas por la cámara de su espalda.

Esto mismo ocurriría en sentido contrario. Otra cámara tomaría  las imágenes delanteras y otro emisor las proyectaría en la parte trasera.

La funda que envuelve a todo el conjunto, incluido el cuerpo de Bob, estaría construida con un tejido de nano hilo de 0,2 micras y composición hierro-cobalto-tántalo-niobio, recubierto de vidrio. La cantidad de hilo necesario para confeccionar dicha funda no seria, quizás, menor de 10.000 km.

Este tejido tendría un papel fundamental en el sistema de ocultación. Se fundaría en las propiedades electromagnéticas que posee, capaces de captar los puntos de luz de los hologramas y reflejarlos hacia el observador, de manera que el portador del equipo quedaría invisible en la práctica, tanto por delante como por detrás de su cuerpo.

-¡Esto es increíble! -exclamó Margaret, todavía aturdida por aquella excitante experiencia- Si no fuera porque lo estoy viendo y palpando, jamás lo hubiese creído. ¿Te das cuenta qué significa esto?

-¡Ja, ja, ja! -volvió a reír Bob, pleno de felicidad- ¡Claro que me doy cuenta!

Y reuniendo toda la fuerza de sus pulmones, gritó tan alto como pudo:

-¡¡Qué ahora somos los dueños del mundo!!

Margaret corrió a colocarse el segundo equipo y lo activó con el mismo éxito que el primero. Ambos amigos recorrieron el recinto haciendo pruebas con toda clase de luces, posturas y movimientos, hasta comprobar que el sistema se mantenía eficaz bajo cualquier condición.

-¿Cómo me ves? ¿Hay algún detalle que hayas podido observar en el funcionamiento de estos chismes? -preguntó Margaret- Cuando miro hacia donde se oye tu voz, noto como un extraño desequilibrio de la imagen. Es como un leve temblor que me produce una ligera y momentánea sensación de vértigo.

-Sí, sí. Algo así noto yo también. Cuando pasas por delante de mí, percibo que se produce una ligera quiebra, o quizás mejor, una ondulación de la imagen. Siento como si el halo de un ente fantasmal cruzara ante mí.

Lo que ellos sentían, más que veían, era un fenómeno natural del sistema. Este funcionaba a la perfección en reposo, pero al caminar se producían algunas superposiciones y desequilibrios de las imágenes, que daban lugar a las sensaciones percibidas, a pesar de que las cámaras disponían de sensores de movimiento para mantener precisa su orientación.

-He oído que en el Pentágono están investigando sobre estas técnicas y ya tienen algo sobre ocultación de aviones y drones, pero es increíble que  tu marido lo hubiera conseguido hace ya 26 años.

-¿Cómo no me diría nada de todo esto? -se preguntaba Margaret.

-No le dieron tiempo. Le mataron cuando acababa de terminar su gran obra. Si te entregó la documentación de sus trabajos, poco antes de morir, fue porque estaba a punto de revelártelo.

Margaret, después de calmar la excitación producida por aquel increíble descubrimiento, consumió el resto del día en reunir la documentación acordada con el detective Rodríguez.

Estaba ya anocheciendo cuando terminó de completar el detallado y complejo dosier solicitado por el español. Decidió ir a entregárselo ella misma al hotel, que no estaba demasiado lejos de su casa. Después de una corta conversación y tras intercambiar ambos una amable despedida, regresó a su eventual domicilio, deseando llegar a él para poder descansar de las fatigas acumuladas durante aquel agitado día.

Apenas había traspasado la puerta de su salón cuando una voz áspera sonó en español tras ella:

-¡Hola, Sra. Márgara! ¿Qué tal le va?               

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