Margaret
durmió poco aquella noche. Eran muchas las emociones y demasiadas las
revelaciones acumuladas durante el día. ¿Qué era todo aquel lío que se traía
entre manos William, su marido, antes de ser asesinado? ¿Qué tramaba? ¿Qué
habría sido de sus dos ayudantes y por qué no habían dado señales de vida, si,
como parecía, habían logrado alcanzar un gran descubrimiento en aquel secreto
laboratorio? ¿Sería todo esto, en realidad, la causa de su muerte y la razón
por la que ella misma estuviera siendo buscada?
Por
otra parte, allí estaba ese policía español, metiendo las narices en sus
asuntos. ¿No habría pecado de incauta fiándose de él? Al fin y al cabo, ella
estaba metida hasta el cuello en infinidad de asuntos irregulares.
Y
por fin, por si su situación no fuese ya demasiado complicada, la revelación
del nombre del asesino de Joe había conseguido golpear su sólido ánimo
aportándole un profundo desaliento. ¿Qué podría hacer ella, aun con la ayuda de
Bob, ante un gánster como Franky Rossano, cuando toda la policía del Estado se
veía incapaz de ajustarle las cuentas?
Demasiadas
preguntas sin respuesta y demasiadas incógnitas por resolver. Material más que
suficiente para desvelar cualquier sueño.
De
todas formas, el día amaneció como de costumbre y, de nuevo, bien temprano,
apareció Bob con dos baterías de litio que un experto conocido suyo le había recomendado,
a la vista de la antigua batería de William.
En
contra del creciente escepticismo de Margaret por todo lo que rodeaba al
misterioso laboratorio, ya que consideraba que tenían cosas mucho más
importantes en qué ocuparse, Bob se hallaba encelado con él y estaba dispuesto
a llegar hasta el fin de aquel extraño asunto.
Volvieron
pues al secreto laboratorio. Bryant se colocó todos los artilugios, incluida la
nueva batería, se enfundó el extraño traje y pulsó el botón de puesta en
marcha.
-¡Dios
mío, Bob! ¡Dónde estás! -gritó Margaret, llevándose las manos a la cabeza.
Bob
había desaparecido.
-¡Ja,
ja, ja! -una divertida carcajada, surgida de la nada, resonó en la estancia-
¿Pero no me ves? Estoy aquí.
Margaret,
repuesta a medias de la sorpresa inicial, avanzó con precaución su brazo hacia
el lugar donde se encontraba Bob antes de desaparecer. Con infinito asombro,
observó cómo su mano desaparecía, de un modo tan sorprendente y misterioso, que parecía estar sumergiéndola
en la nada.
Tras
profundizar unos 25 centímetros, notó el cuerpo de Bob. Le palpó la cara y los
hombros y se dio cuenta de que no había desaparecido. Simplemente, no se le
veía: se había hecho invisible.
Tardaron
un tiempo en asimilar aquella insólita experiencia. No podían comprender los
principios de aquel extraordinario fenómeno, ni jamás llegarían a entenderlo,
salvo que consiguieran traducir el indescifrable legajo que les había llevado
hasta allí. Quizás, algún investigador de avanzada tecnología punta en
transmisiones y nuevos materiales podría darles alguna explicación de aquel
inexplicable fenómeno.
Y
sin embargo los principios que lo regían eran relativamente sencillos.
El equipo estaría formado
por una cámara con selectividad térmica y lumínica, de increíbles características para su época, que captaría las imágenes situadas en
la espalda de Bob, que su cuerpo no deja ver.
Estas imágenes serían
transmitidas a un emisor situado en la parte delantera del chaleco soporte. El
emisor produciría un holograma a unos 25 cm., con la resistencia propia del
aire como pantalla y con las imágenes situadas detrás de Bob, captadas por la cámara
de su espalda.
Esto mismo ocurriría en
sentido contrario. Otra cámara tomaría
las imágenes delanteras y otro emisor las proyectaría en la parte
trasera.
La funda que envuelve a todo
el conjunto, incluido el cuerpo de Bob, estaría construida con un tejido de
nano hilo de 0,2 micras y composición hierro-cobalto-tántalo-niobio, recubierto
de vidrio. La cantidad de hilo necesario para confeccionar dicha funda no
seria, quizás, menor de 10.000 km.
Este tejido tendría un papel
fundamental en el sistema de ocultación. Se fundaría en las propiedades
electromagnéticas que posee, capaces de captar los puntos de luz de los
hologramas y reflejarlos hacia el observador, de manera que el portador del
equipo quedaría invisible en la práctica, tanto por delante como por detrás de
su cuerpo.
-¡Esto
es increíble! -exclamó Margaret, todavía aturdida por aquella excitante
experiencia- Si no fuera porque lo estoy viendo y palpando, jamás lo hubiese
creído. ¿Te das cuenta qué significa esto?
-¡Ja,
ja, ja! -volvió a reír Bob, pleno de felicidad- ¡Claro que me doy cuenta!
Y
reuniendo toda la fuerza de sus pulmones, gritó tan alto como pudo:
-¡¡Qué
ahora somos los dueños del mundo!!
Margaret
corrió a colocarse el segundo equipo y lo activó con el mismo éxito que el
primero. Ambos amigos recorrieron el recinto haciendo pruebas con toda clase de
luces, posturas y movimientos, hasta comprobar que el sistema se mantenía
eficaz bajo cualquier condición.
-¿Cómo
me ves? ¿Hay algún detalle que hayas podido observar en el funcionamiento de
estos chismes? -preguntó Margaret- Cuando miro hacia donde se oye tu voz, noto
como un extraño desequilibrio de la imagen. Es como un leve temblor que me
produce una ligera y momentánea sensación de vértigo.
-Sí,
sí. Algo así noto yo también. Cuando pasas por delante de mí, percibo que se
produce una ligera quiebra, o quizás mejor, una ondulación de la imagen. Siento como si el halo de un ente
fantasmal cruzara ante mí.
Lo
que ellos sentían, más que veían, era un fenómeno natural del sistema. Este
funcionaba a la perfección en reposo, pero al caminar se producían algunas
superposiciones y desequilibrios de las imágenes, que daban lugar a las
sensaciones percibidas, a pesar de que las cámaras disponían de sensores de
movimiento para mantener precisa su orientación.
-He
oído que en el Pentágono están investigando sobre estas técnicas y ya tienen
algo sobre ocultación de aviones y drones, pero es increíble que tu marido lo hubiera conseguido hace ya 26
años.
-¿Cómo
no me diría nada de todo esto? -se preguntaba Margaret.
-No
le dieron tiempo. Le mataron cuando acababa de terminar su gran obra. Si te
entregó la documentación de sus trabajos, poco antes de morir, fue porque
estaba a punto de revelártelo.
Margaret,
después de calmar la excitación producida por aquel increíble descubrimiento,
consumió el resto del día en reunir la documentación acordada con el detective Rodríguez.
Estaba
ya anocheciendo cuando terminó de completar el detallado y complejo dosier
solicitado por el español. Decidió ir a entregárselo ella misma al hotel, que
no estaba demasiado lejos de su casa. Después de una corta conversación y tras
intercambiar ambos una amable despedida, regresó a su eventual domicilio,
deseando llegar a él para poder descansar de las fatigas acumuladas durante
aquel agitado día.
Apenas
había traspasado la puerta de su salón cuando una voz áspera sonó en español tras
ella:
-¡Hola,
Sra. Márgara! ¿Qué tal le va?
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