-Bueno,
aquí está lo que buscamos -afirmó Bob Bryant, señalando el paquete de
documentación aportado por su antiguo equipo de agentes- Solo habrá que
investigar las operaciones más importantes que hizo Joe.
Transcurrieron
unos minutos mientras Margaret y Bob se dedicaban a revisar y clasificar aquel montón de
papeles, cuando de pronto, Margaret soltó una exclamación de sorpresa, al encontrar entre ellos
una gruesa y envejecida carpeta, cuyo original color había mutado en otro indefinible, con el paso del tiempo.
-¡Mira,
es la carpeta que William me dio a guardar el día de su muerte! No sabía que se
la había llevado Joe
-¿Qué
contiene? -preguntó intrigado Bob.
-No
lo sé. Nunca quise saberlo. Su visión me hacía recordar la muerte de mi marido,
así que la guardé y no volví a mirarla, hasta el punto de haberme olvidado por
completo de ella. Por lo visto Joe quiso tener un recuerdo de su padre y se la
trajo.
-Veamos
qué contiene -dijo Bob y se dispuso a abrirla.
Lo
que hallaron en su interior les dejó totalmente asombrados. Estaba escrito en
un idioma de signos ininteligibles con gran profusión de esquemas, fórmulas y
diseños a cual más extraño.
-Parece
estar escrito en clave -apuntó Margaret.
-Más
que eso. Los extraños signos que componen este escrito tienen toda la
apariencia de ser un idioma desconocido. Quizás estén redactados en clave
-concedió Bob- pero sobre un idioma rarísimo. Esos signos no se pueden cifrar y
mucho me temo que tampoco descifrar.
-Mira,
aquí en la solapa hay una inscripción legible -advirtió Margaret- A ver...dice:
B-GE278-52P12-110. ¿Te imaginas qué puede ser esto?
-Me
suena mucho...Déjame pensar. Creo que es una dirección -dijo Bob, después de
cavilar un rato- Vamos a ver. GE278 tiene que ser la Interestatal 278, que en
Brooklyn recibe el nombre de Gowanus Expy. Así pues tenemos la primera parte
resuelta.
-¡Ah,
claro! Eso está en la zona de los muelles de Greenwood Heights, y P12 debe
significar Pier -muelle- Nº 12 -Margaret terminó triunfante- ¡Está clarísimo! ¡Muelle
nº 12, almacén nº110 en la 52nd Street, la calle transversal a la GE278 que
conduce al muelle! ¡Fantástico! Tenemos que ir y ver que hay allí.
-Calma
Margaret. Después de 26 años, quién sabe que habrá en ese lugar.
-Esa
parte de N.Y. no ha cambiado mucho. Además mira en esta otra solapa de la
carpeta. Aquí está el documento de propiedad, el rescate de los adeudos en la
fecha en que Joe llegó aquí y los recibos del pago de los impuestos desde
entonces. Ese almacén, o lo que sea, subsiste hoy en día. Vayamos ahora mismo a
verlo.
Dicho
y hecho. Los dos amigos tomaron el potente coche de Bob y fueron hacia la
dirección indicada en la misteriosa carpeta.
Conforme
subían por la 52nd St. en dirección a los embarcaderos, fueron comprobando que
Margaret tenía razón. Se veían muy pocas nuevas construcciones. En realidad,
toda aquella zona se hallaba inmersa en un alto nivel de degradación, con
muchos edificios abandonados o ruinosos, las calles sucias y los muelles
dedicados al trasiego de chatarras, basuras y residuos industriales. Nada
parecido a los pintorescos, modernos y relucientes puertos de Manhattan, ni
siquiera a los de la parte norte de Brooklyn. En este reinaba la mugre, la
basura y la herrumbre.
Así
llegaron a la nave 112. Estaba situada a la vuelta del final de la calle y era
una antigua construcción de una planta, que presentaba un acusado aspecto de
abandono, con escasa actividad en los establecimientos próximos y nadie a la
vista. Una robusta puerta metálica, junto a una gruesa cadena, cerrada por un
voluminoso candado, todo ello bien cromatado con abundante óxido, habían
evitado, quizás, el pillaje o la habitual acción vandálica que recae sobre los edificios
abandonados.
No
disponían de llave y Bob, a pesar de su gran experiencia en la apertura de toda
clase de cerraduras, tuvo que luchar a brazo partido con el oxidado mecanismo
del candado, hasta lograr abrirlo.
Lo
que descubrieron en el interior de aquel almacén les dejó atónitos y
maravillados a la vez. Allí, cubierto todo por una gruesa capa de polvo, se
hallaba un laboratorio repleto de aparatos y dispositivos de lo más extraño y
sofisticado.
-Es
evidente que Joe no ha estado aquí. Y si estuvo fue hace mucho tiempo. Seguro
que ignoraba la utilidad de estos aparatos. ¿William no te dijo nunca nada
sobre esto?
-Nada
-contestó Margaret- Creo recordar que, en cierta ocasión, me habló de que
estaba trabajando en un proyecto importante con dos científicos. Me parece que eran
rusos... no sé. Ya te he dicho que no solía hablar conmigo de sus trabajos. Decía que así yo estaba más segura.
-Mira,
Margaret. Si no te parece mal, voy a fotografiar estas cosas y nos volvemos a tu
casa para estudiar las imágenes, junto a la documentación de la carpeta. A ver
si así conseguimos sacar algo en claro de todo esto.
Rodríguez
regresaba al hotel, cruzando bajo la desembocadura del East River por el Brooklyn
Battery Tunnel, con Helen conduciendo, cuando de pronto, al llegar a la
confluencia con la gran avenida que le acercaba a su alojamiento, dio un
respingo en el asiento, al tiempo que se daba con la palma de su mano en la frente.
-¿Te
pasa algo? -preguntó sobresaltada Helen, ante el brusco gesto de su compañero.
-No,
no. No es nada. Es que, de repente, me he acordado de algo. Pero no es nada
importante -respondió Rodríguez tranquilizándola.
Pero
en esos momentos la máquina de pensar del español estaba funcionando a presión.
Me cagüen la leche, se decía, si seré idiota. Lo tenía ante mis narices.
¡Tantas veces como lo había visto y sin enterarme!
En
efecto, allí, en un cartelón bien grande, estaba indicado el nombre de la
concurrida autovía de 6 carriles que iban a tomar: GE 278.
Llegó
al hotel y despidió a Helen con la advertencia de que no volviera a buscarle al
día siguiente, con la disculpa de dedicar la jornada a realizar algunas
compras. Inmediatamente después, tomó un plano turístico de la ciudad, que
había traído de Madrid, y se puso a estudiarlo con sumo cuidado.
Poco
tiempo tardó Rodríguez en descifrar la misteriosa inscripción. No del todo,
pues su falta de conocimiento del idioma inglés le impidió identificar la P de
Pier con la palabra Muelle. Pero sabía que era una dirección y que, fuera lo
que fuese aquello, se hallaba situado en la calle 52 a solo unos dos km de su
hotel.
Pensó
en acercarse hasta aquel lugar paseando, pero recordó que le habían advertido
que transitar a pie, fuera de las calles céntricas de cualquier ciudad americana,
le convertiría en sospechoso de algún delito y sería detenido e interrogado por la
policía, tan pronto le echaran la vista encima.
Se
decidió por alquilar un coche y marchó con él
a investigar qué tendría el buen Christopher Keane, el nombre falso de
Joe Foster, por aquellos andurriales. Ignoraba el significado de P12-110,
aunque no tenía duda de que se trataba de la identificación del inmueble.
¿Polígono
12, nave 110, quizás? Pronto lo sabría. Como Rodríguez solía decir: Preguntando
se va a Roma.
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