martes, 11 de marzo de 2014

Capítulo XVI


Cuando ambos amigos regresaron a la casa de Margaret, ninguno  de los dos podía imaginar la importancia de lo que habían visto en el antiguo laboratorio de William, ni del formidable descubrimiento que encerraba aquella extraña carpeta, que el azar había rescatado del olvido y puesto en sus manos, después de estar abandonada durante un cuarto de siglo.

No solo ellos. Nadie, ni la más calenturienta e imaginativa mente sería capaz de sospechar, ni en sueños, el enorme avance científico que se había producido en aquel modesto local, perdido entre las ruinas de una cultura industrial envejecida, desfasada y caduca.

Margaret y Bob dedicaron la tarde a trabajar en la identificación de todas las imágenes fotografiadas, comparándolas con las figuras que aparecían en la carpeta de William. Era una labor ardua. La imposibilidad de conocer el significado de los textos convertían su trabajo en un complejo rompecabezas enigmático y agotador.

Tras una pequeña pausa, destinada a consumir una ligera cena en frío, sin otra preparación que la de disponer de los alimentos almacenados en el frigorífico, y en la que hablaron más que comieron, reanudaron el trabajo.

Pero con el paso de las horas, el desánimo comenzó a hacer mella en el intenso interés inicial de ambos amigos, al no conseguir avances significativos en su investigación.

-Creo que deberíamos abandonar nuestra pretensión de entender estos  procesos tan oscuros y complicados. Tengo la impresión de que jamás llegaremos a comprender todo este lío -aseguró Margaret- Me parece que lo más práctico será centrarnos en el producto final.

-¿Quieres decir que volvamos a estudiar el asunto empezando por el final?

-Eso es. Veamos si toda esta literatura ininteligible ha servido para algo práctico. En caso contrario, lo mejor que podemos hacer es guardar esta dichosa carpeta y dejarla dormir en un rincón, como ha hecho hasta ahora. En cuanto al laboratorio ya veremos con calma qué se puede hacer con él.

El cambio de orientación en el estudio de la documentación produjo algunos avances. Lograron identificar un tipo de tejido, así como varios aparatos que parecían emisores y receptores de algún tipo de radiación.

Pero la noche estaba ya muy avanzada y había que dejarlo.

-Es muy tarde -dijo Margaret- será mejor que pases aquí esta noche.

-¡Ah, muy bien! Creí que no me lo pedirías nunca -aceptó Bob con una pícara sonrisa.

Margaret rió de buena gana la gracia de Bob. Le tenía un gran cariño, aunque siempre lo vio como el padre que apenas conoció, ya que murió cuando ella tenía solo cinco años de edad.

-Bueno, bueno, viejillo. Olvídate de flirteos que no te cuadran bien. Con los años que tienes encima ya no estás para esos trotes -dijo Margaret, al tiempo que daba una cariñosa palmadita en la cara de Bob.

-Lo dirás tú. No puedes ni imaginar lo que es capaz de hacer un viejo gallo como yo, con una tierna gallinita como tú.

Lo que no sabía, ni podía imaginar Margaret, era que Bob estaba enamorado de ella, desde el mismo instante en que la conoció, durante la ceremonia de su boda con William. Ella era una jovencita encantadora de 22 años, mientras que él era un hombre ya maduro que le llevaba 17 años. En cuanto la vio no pudo reprimir una exclamación: My God! ¡Qué suerte tiene este condenado de William!

-¡Venga, Bob! No lo estropees más y compórtate -volvió a reír Margaret la nueva salida de su amigo- si no, vas a tener que dormir en el jardín.

-¡Vaya por Dios! -exclamó Bob, componiendo en su rostro un cómico gesto de resignación- Definitivamente hoy no es mi día. Vamos, dime cual es mi sofá.

Ambos durmieron un agitado sueño. Peor el de Bob, que durante horas le mantuvo en vela la incomodidad del lecho, y aun más la amarga certidumbre de que Margaret jamás podría corresponder a su callado amor.

Al día siguiente, muy temprano, regresaron al laboratorio de William. Habían llegado a identificar los productos que, en su día, William y sus dos ayudantes fueron capaces de construir, gracias a aquellos complejos e indescifrables procesos y el empleo de las extrañas máquinas y aparatos del sofisticado laboratorio. Sin embargo, ignoraban para qué servían y cómo se empleaban.

-¡Caray! -exclamó Bob, risueño -Esto es como tener un mueble de Ikea sin el folleto de las instrucciones de montaje.

Sin embargo no había necesidad de discurrir demasiado. En un armario cerrado con llave, que hubo que descerrajar debido a lo complicado de la cerradura, encontraron un equipo completo, ya montado,..de lo que fuere. Nada en él hacía sospechar su naturaleza y utilidad.

-Es evidente que se trata de un equipo de uso personal -aventuró Bob- Me lo voy a colocar, a ver qué pasa.

-¿Estás seguro de no correr un riesgo innecesario? Ten mucho cuidado que podría ser peligroso.

Bob no hizo caso de la advertencia de Margaret. Se colocó una especie de grueso chaleco, ajustable en la cintura, con solo huecos para ella, la cabeza y los brazos. Las partes delantera y trasera eran de unos cinco centímetros de grueso, y en cada una de ellas estaban montados lo que aparentaban ser un receptor junto a un emisor de alguna clase de luminiscencia. Sobre este conjunto, había que enfundarse un extraño mono gris muy oscuro, de un tejido extremadamente elástico y una textura indefinible.

Este atuendo era, en realidad, una funda que cubría todo el cuerpo, incluida la cabeza y también los pies, y se ajustaba a él a la perfección. Contaba con una abertura en la espalda y un elemento de cierre parecido al velcro. El tejido abría su trama en la zona de la cara, permitiendo ver y respirar sin demasiada dificultad. Lo mismo ocurría en la parte del emisor y del receptor.

En la parte delantera derecha del chaleco había instalado un interruptor. Bob lo pulsó y... no ocurrió nada.

-Es lógico -dijo Bob- esto tiene que funcionar con alguna batería y por fuerza ha de estar descargada después de tanto tiempo.

-O no consiguieron hacer funcionar este invento -añadió Margaret.

Bob se quitó la funda y comprobó que en la parte izquierda del chaleco había un cajetín, dispuesto de arriba abajo, con una longitud de 40 centímetros. En él había un acumulador prácticamente deshecho.

-Tiene el aspecto de ser un acumulador de ion de litio, embebido en polímero. William y sus hombres tuvieron que fabricar este, porque en aquel tiempo todavía no existían. Me pregunto si lograremos encontrar uno con las características adecuadas para que esto funcione.

-Este asunto se está complicando demasiado ¿Por qué no lo dejamos?

-Ahora yo ya no puedo abandonar -dijo Bob- Tengo que saber qué demonios es esto. Este enredo ha logrado llevar mi curiosidad hasta el infinito. Ahora mismo vamos en busca de un batería que pueda servirnos.

Los dos amigos salieron del laboratorio y se dirigían al coche de Bob, cuando una voz sonó a sus espaldas.
-¡Hola Doña Márgara! O debo llamarla Muriel

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