Cuando
ambos amigos regresaron a la casa de Margaret, ninguno de los dos podía imaginar la importancia de
lo que habían visto en el antiguo laboratorio de William, ni del formidable
descubrimiento que encerraba aquella extraña carpeta, que el azar había
rescatado del olvido y puesto en sus manos, después de estar abandonada durante
un cuarto de siglo.
No
solo ellos. Nadie, ni la más calenturienta e imaginativa mente sería capaz de
sospechar, ni en sueños, el enorme avance científico que se había producido en
aquel modesto local, perdido entre las ruinas de una cultura industrial
envejecida, desfasada y caduca.
Margaret
y Bob dedicaron la tarde a trabajar en la identificación de todas las imágenes
fotografiadas, comparándolas con las figuras que aparecían en la carpeta de
William. Era una labor ardua. La imposibilidad de conocer el significado de los
textos convertían su trabajo en un complejo rompecabezas enigmático y agotador.
Tras
una pequeña pausa, destinada a consumir una ligera cena en frío, sin otra
preparación que la de disponer de los alimentos almacenados en el frigorífico,
y en la que hablaron más que comieron, reanudaron el trabajo.
Pero
con el paso de las horas, el desánimo comenzó a hacer mella en el intenso
interés inicial de ambos amigos, al no conseguir avances significativos en su
investigación.
-Creo
que deberíamos abandonar nuestra pretensión de entender estos procesos tan oscuros y complicados. Tengo la
impresión de que jamás llegaremos a comprender todo este lío -aseguró Margaret-
Me parece que lo más práctico será centrarnos en el producto final.
-¿Quieres
decir que volvamos a estudiar el asunto empezando por el final?
-Eso
es. Veamos si toda esta literatura ininteligible ha servido para algo práctico.
En caso contrario, lo mejor que podemos hacer es guardar esta dichosa carpeta y
dejarla dormir en un rincón, como ha hecho hasta ahora. En cuanto al
laboratorio ya veremos con calma qué se puede hacer con él.
El
cambio de orientación en el estudio de la documentación produjo algunos
avances. Lograron identificar un tipo de tejido, así como varios aparatos que
parecían emisores y receptores de algún tipo de radiación.
Pero
la noche estaba ya muy avanzada y había que dejarlo.
-Es
muy tarde -dijo Margaret- será mejor que pases aquí esta noche.
-¡Ah,
muy bien! Creí que no me lo pedirías nunca -aceptó Bob con una pícara sonrisa.
Margaret
rió de buena gana la gracia de Bob. Le tenía un gran cariño, aunque siempre lo
vio como el padre que apenas conoció, ya que murió cuando ella tenía solo cinco
años de edad.
-Bueno,
bueno, viejillo. Olvídate de flirteos que no te cuadran bien. Con los años que
tienes encima ya no estás para esos trotes -dijo Margaret, al tiempo que daba
una cariñosa palmadita en la cara de Bob.
-Lo
dirás tú. No puedes ni imaginar lo que es capaz de hacer un viejo gallo como
yo, con una tierna gallinita como tú.
Lo
que no sabía, ni podía imaginar Margaret, era que Bob estaba enamorado de ella,
desde el mismo instante en que la conoció, durante la ceremonia de su boda con
William. Ella era una jovencita encantadora de 22 años, mientras que él era un
hombre ya maduro que le llevaba 17 años. En cuanto la vio no pudo reprimir una
exclamación: My God! ¡Qué suerte tiene
este condenado de William!
-¡Venga,
Bob! No lo estropees más y compórtate -volvió a reír Margaret la nueva salida
de su amigo- si no, vas a tener que dormir en el jardín.
-¡Vaya
por Dios! -exclamó Bob, componiendo en su rostro un cómico gesto de
resignación- Definitivamente hoy no es mi día. Vamos, dime cual es mi sofá.
Ambos
durmieron un agitado sueño. Peor el de Bob, que durante horas le mantuvo en
vela la incomodidad del lecho, y aun más la amarga certidumbre de que Margaret
jamás podría corresponder a su callado amor.
Al
día siguiente, muy temprano, regresaron al laboratorio de William. Habían
llegado a identificar los productos que, en su día, William y sus dos ayudantes
fueron capaces de construir, gracias a aquellos complejos e indescifrables
procesos y el empleo de las extrañas máquinas y aparatos del sofisticado
laboratorio. Sin embargo, ignoraban para qué servían y cómo se empleaban.
-¡Caray!
-exclamó Bob, risueño -Esto es como tener un mueble de Ikea sin el folleto de
las instrucciones de montaje.
Sin
embargo no había necesidad de discurrir demasiado. En un armario cerrado con
llave, que hubo que descerrajar debido a lo complicado de la cerradura,
encontraron un equipo completo, ya montado,..de lo que fuere. Nada en él hacía
sospechar su naturaleza y utilidad.
-Es
evidente que se trata de un equipo de uso personal -aventuró Bob- Me lo voy a
colocar, a ver qué pasa.
-¿Estás
seguro de no correr un riesgo innecesario? Ten mucho cuidado que podría ser
peligroso.
Bob
no hizo caso de la advertencia de Margaret. Se colocó una especie de grueso
chaleco, ajustable en la cintura, con solo huecos para ella, la cabeza y los
brazos. Las partes delantera y trasera eran de unos cinco centímetros de
grueso, y en cada una de ellas estaban montados lo que aparentaban ser un
receptor junto a un emisor de alguna clase de luminiscencia. Sobre este conjunto, había que
enfundarse un extraño mono gris muy oscuro, de un tejido extremadamente
elástico y una textura indefinible.
Este
atuendo era, en realidad, una funda que cubría todo el cuerpo, incluida la
cabeza y también los pies, y se ajustaba a él a la perfección. Contaba con una
abertura en la espalda y un elemento de cierre parecido al velcro. El tejido abría su trama en la zona de la cara, permitiendo
ver y respirar sin demasiada dificultad. Lo mismo ocurría en la parte del
emisor y del receptor.
En
la parte delantera derecha del chaleco había instalado un interruptor. Bob lo
pulsó y... no ocurrió nada.
-Es
lógico -dijo Bob- esto tiene que funcionar con alguna batería y por fuerza ha
de estar descargada después de tanto tiempo.
-O
no consiguieron hacer funcionar este invento -añadió Margaret.
Bob
se quitó la funda y comprobó que en la parte izquierda del chaleco había un
cajetín, dispuesto de arriba abajo, con una longitud de 40 centímetros. En él
había un acumulador prácticamente deshecho.
-Tiene
el aspecto de ser un acumulador de ion de litio, embebido en polímero. William
y sus hombres tuvieron que fabricar este, porque en aquel tiempo todavía no
existían. Me pregunto si lograremos encontrar uno con las características
adecuadas para que esto funcione.
-Este
asunto se está complicando demasiado ¿Por qué no lo dejamos?
-Ahora
yo ya no puedo abandonar -dijo Bob- Tengo que saber qué demonios es esto. Este
enredo ha logrado llevar mi curiosidad hasta el infinito. Ahora mismo vamos en
busca de un batería que pueda servirnos.
Los
dos amigos salieron del laboratorio y se dirigían al coche de Bob, cuando una
voz sonó a sus espaldas.
-¡Hola Doña Márgara! O debo llamarla Muriel
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