sábado, 29 de marzo de 2014

Capítulo XIX


Margaret se estremeció sobresaltada al escuchar aquella inquietante voz, al tiempo que una ahogada exclamación de sorpresa escapaba de su boca. Se volvió con rapidez hacia el intruso y lo reconoció al instante.

-¿Me recuerda, Sra. Márgara? -preguntó aquel hombre entre arrogante y burlón- Nos ha dado mucho trabajo hasta lograr encontrarla. Se preguntará cómo lo he conseguido. Se lo voy a contar: solo he tenido que seguir a un eficiente funcionario español para dar con Vd. Y -añadió con sorna- es que como la policía española no hay otra.

-¡Claro que le recuerdo! -contestó Margaret, que ya había recobrado el control de sus nervios- Imposible olvidar al intrigante asistente del todo poderoso Sr. Carles Camp i Fulleda. ¡Pero qué busca aquí! ¡Cómo se atreve a entrar en mi casa de esta forma!

-Alto, alto, querida señora. No se me enfade, que aquí solo nosotros tenemos motivos para estar enfadados. El Sr Camp espera noticias de los 600 millones invertidos por su agencia. Y, créame, no está dispuesto a esperar ni un minuto más.

-Pues ya lo siento, pero ese negocio lo traspasé a mi corresponsal Joan Cockoyster y, por lo que yo sé, ha fallecido recientemente.

-Vd. señora, debe pensar que somos idiotas. Sabemos que ese nombre  es el alias que utiliza su hijo en sus chanchullos por Europa. Si de verdad ha muerto le doy el pésame. De corazón, se lo aseguro, pero los 600 millones han de aparecer. De su bolsillo o de su piel. Elija Vd.

-Mire, dígale a su jefe que no insista. Los negocios son así: unas veces se gana, si eres listo o tienes suerte, y otras se pierde, si no se aprovechan las buenas ocasiones. El Sr Carles compró por 600 millones, valores que valían 1.200. Ese fue el negocio que le ofrecimos. Hoy no valen el papel en que están escritos, pero eso no es mi responsabilidad sino la suya, por falta de acierto en su gestión y no estar atento a las veleidades del mercado, que yo no controlo, ni puedo controlar.

-Bien, ya veo que elige su piel -replicó amenazador el tal Diego, el siniestro asistente de Carles Camp, mientras sacaba una centelleante daga- Vd. me va a decir, ahora mismo, dónde esconde su dinero y cómo vamos a recogerlo, porque no creo que quiera seguir viviendo el resto de su vida sin orejas ni nariz.

Margaret dio un grito y corrió hacia un armario donde guardaba la pistola que Bob le había dado en previsión de algún asalto, pero Diego la alcanzó antes de que abriera el cajón donde tenía el arma, la agarró por el cabello y, tras un breve forcejeo, la arrojó al suelo. Después saltó sobre ella y la inmovilizó, utilizando toda la fuerza de su robusta complexión.

-¡El dinero! ¡Dónde está el dinero! -gritó, blandiendo el afilado estilete.

De pronto, sonó un sordo estampido y el hombre cayó sobre ella, muerto.

Margaret apartó aquel cuerpo inanimado que la sofocaba y vio, con horror, su cabeza atravesada por un certero disparo, mientras su vestido se iba empapando con la abundante sangre que manaba de la herida. Alzó la mirada y descubrió ante ella a un desconocido que se mantenía de pie, empuñando una pistola con un extraño y largo cañón.

-No se alarme, soy amigo -dijo aquel hombre, al tiempo que guardaba su arma provista de un voluminoso silenciador y le ayudaba a levantarse.

-¿Quién es Vd.? -preguntó Margara, que se veía asaltada por encontrados sentimientos de alivio, temor y desconfianza.

-No tiene que preocuparse por mí -aseguró el desconocido, con voz calmada, tratando de transmitirle confianza- Le voy a relatar una antigua y extensa historia que le afecta de lleno. Pero antes, serénese, refrésquese en el baño y cámbiese de ropa. No hay ninguna prisa.

Así lo hizo Margaret, mientras su salvador esperaba, paciente, arrellenado en un buen sillón de la sala, después de servirse un excelente bourbon que halló en el pequeño bar de la estancia.

-Mi nombre es Pieterf, Ferdinand Pieterf -comenzó su relato aquel hombre, tan pronto apareció Margaret algo más tranquila y aseada- Vd. no me conoce, aunque yo a Vd. sí. Pertenezco, o mejor dicho, pertenecía a una agencia estatal, la SSD, dedicada a lavar los asuntos más sucios de la Administración Federal.

-¿Y qué tengo que ver yo con ella? -interrumpió Margaret- Jamás he tenido relación alguna con ningún órgano del gobierno ni me he mezclado nunca en política.

-Más de lo que Vd. cree. Su marido William Foster estaba a punto de tirar de la manta que encubría un enorme escándalo de ventas fraudulentas de armas, realizadas por agentes secretos a las órdenes de las más altas instancias de la nación. Aquellas armas acabaron en manos de nuestros enemigos y causaron la muerte a muchos de nuestros soldados.

Pieterf hizo una pausa para apurar, pensativo, el último sorbo de su vaso y continuó:

-Se cumplen ahora 26 años, desde que nuestro grupo recibió la orden de neutralizar a William y, de paso, a Vd. por si estaba al corriente de aquel feo asunto. No, no tema -se apresuró a decir Pieterf al notar un gesto de inquietud en Margaret- Aquello acabó para mí. Ya no pertenezco a la SSD.

-Yo fui designado para acabar con Vd., pero cuando me disponía a realizar mi servicio, Vd. y su hijo habían desaparecido sin dejar rastro. Durante todo este tiempo, la agencia la ha buscando por todo el mundo, pero, por suerte para Vd., sin ningún éxito. Mientras, estuve embarcado en numerosas misiones, siempre por cuenta de la agencia y siempre metido en asuntos a cual más deshonesto y perverso.

-No puedo entender la frialdad con que me está dando a conocer estas revelaciones tan dolorosas para mí ¿Se da cuenta del daño que nos hicieron? ¿Es que no teme que le escupa a la cara tanto miedo, dolor y sufrimiento como me hicieron pasar? -la indignación de Margaret subía de tono, al avanzar Pieterf en su relato.

-Lo sé. Pero si hoy estoy aquí es debido al deseo de obtener su perdón y, al mismo tiempo, ofrecerle mi ayuda, porque la va a necesitar. Puede tomar lo sucedido esta noche como una prueba de la sinceridad de mi ofrecimiento. Si yo no hubiera actuado, ese hombre le hubiera hecho pasar un mal rato.

-¡Dios mío, es cierto! Llegó Vd. a punto. ¿Cómo lo hizo?

-Llevaba dos días vigilando la casa, esperando que su amigo Bob la abandonara, para poder hablar con Vd. a solas, cuando vi a este individuo colarse en ella. Supuse que no lo hacía con buenas intenciones y estuve atento.

-¿Y ahora qué hacemos con este cuerpo? -preguntó Margaret inquieta.

-No se preocupe, yo me encargo: esta noche se bañará en el Hudson. Pero hay algo urgente que hacer. La agencia está sobre su pista. Saben que está en N.Y. y removerán la ciudad hasta dar con Vd. Ha cometido un grave error al firmar el contrato de esta casa con el nombre de Muriel Dallamore. La policía conoce ese nombre, y si la policía lo sabe, también la SSD. Han de tardar muy poco más que yo en descubrir su paradero. Además, ellos conocen que Bob Bryan, antiguo agente secreto, era amigo de William y, por muchas precauciones que tome, acabarán por relacionarle con Vd. Ahora, necesita otro refugio con urgencia.

-Tiene razón, aunque sospecho que en todo esto debe tener algún otro motivo para prestarme su ayuda.

-Es cierto. Lo confieso. Solo quedo yo de aquel grupo de agentes. Todos mis compañeros han ido muriendo en extrañas circunstancias. Ya no confían en mí y han decidido cerrarme la boca. Muertos Vd. y yo se aseguran el silencio definitivo. Así que ahora somos aliados y debemos luchar por nuestras vidas. Y, aunque son gente muy poderosa, debemos acabar con ellos o ellos acabarán con nosotros.

jueves, 27 de marzo de 2014

Capítulo XVIII


Margaret durmió poco aquella noche. Eran muchas las emociones y demasiadas las revelaciones acumuladas durante el día. ¿Qué era todo aquel lío que se traía entre manos William, su marido, antes de ser asesinado? ¿Qué tramaba? ¿Qué habría sido de sus dos ayudantes y por qué no habían dado señales de vida, si, como parecía, habían logrado alcanzar un gran descubrimiento en aquel secreto laboratorio? ¿Sería todo esto, en realidad, la causa de su muerte y la razón por la que ella misma estuviera siendo buscada?

Por otra parte, allí estaba ese policía español, metiendo las narices en sus asuntos. ¿No habría pecado de incauta fiándose de él? Al fin y al cabo, ella estaba metida hasta el cuello en infinidad de asuntos irregulares.

Y por fin, por si su situación no fuese ya demasiado complicada, la revelación del nombre del asesino de Joe había conseguido golpear su sólido ánimo aportándole un profundo desaliento. ¿Qué podría hacer ella, aun con la ayuda de Bob, ante un gánster como Franky Rossano, cuando toda la policía del Estado se veía incapaz de ajustarle las cuentas?

Demasiadas preguntas sin respuesta y demasiadas incógnitas por resolver. Material más que suficiente para desvelar cualquier sueño.

De todas formas, el día amaneció como de costumbre y, de nuevo, bien temprano, apareció Bob con dos baterías de litio que un experto conocido suyo le había recomendado, a la vista de la antigua batería de William.

En contra del creciente escepticismo de Margaret por todo lo que rodeaba al misterioso laboratorio, ya que consideraba que tenían cosas mucho más importantes en qué ocuparse, Bob se hallaba encelado con él y estaba dispuesto a llegar hasta el fin de aquel extraño asunto.

Volvieron pues al secreto laboratorio. Bryant se colocó todos los artilugios, incluida la nueva batería, se enfundó el extraño traje y pulsó el botón de puesta en marcha.

-¡Dios mío, Bob! ¡Dónde estás! -gritó Margaret, llevándose las manos a la cabeza.

Bob había desaparecido.

-¡Ja, ja, ja! -una divertida carcajada, surgida de la nada, resonó en la estancia- ¿Pero no me ves? Estoy aquí.

Margaret, repuesta a medias de la sorpresa inicial, avanzó con precaución su brazo hacia el lugar donde se encontraba Bob antes de desaparecer. Con infinito asombro, observó cómo su mano desaparecía, de un modo tan sorprendente y misterioso, que parecía estar sumergiéndola en la nada.

Tras profundizar unos 25 centímetros, notó el cuerpo de Bob. Le palpó la cara y los hombros y se dio cuenta de que no había desaparecido. Simplemente, no se le veía: se había hecho invisible.

Tardaron un tiempo en asimilar aquella insólita experiencia. No podían comprender los principios de aquel extraordinario fenómeno, ni jamás llegarían a entenderlo, salvo que consiguieran traducir el indescifrable legajo que les había llevado hasta allí. Quizás, algún investigador de avanzada tecnología punta en transmisiones y nuevos materiales podría darles alguna explicación de aquel inexplicable fenómeno.

Y sin embargo los principios que lo regían eran relativamente sencillos.

El equipo estaría formado por una cámara con selectividad térmica y lumínica, de increíbles características para su época, que captaría las imágenes situadas en la espalda de Bob, que su cuerpo no deja ver.

Estas imágenes serían transmitidas a un emisor situado en la parte delantera del chaleco soporte. El emisor produciría un holograma a unos 25 cm., con la resistencia propia del aire como pantalla y con las imágenes situadas detrás de Bob, captadas por la cámara de su espalda.

Esto mismo ocurriría en sentido contrario. Otra cámara tomaría  las imágenes delanteras y otro emisor las proyectaría en la parte trasera.

La funda que envuelve a todo el conjunto, incluido el cuerpo de Bob, estaría construida con un tejido de nano hilo de 0,2 micras y composición hierro-cobalto-tántalo-niobio, recubierto de vidrio. La cantidad de hilo necesario para confeccionar dicha funda no seria, quizás, menor de 10.000 km.

Este tejido tendría un papel fundamental en el sistema de ocultación. Se fundaría en las propiedades electromagnéticas que posee, capaces de captar los puntos de luz de los hologramas y reflejarlos hacia el observador, de manera que el portador del equipo quedaría invisible en la práctica, tanto por delante como por detrás de su cuerpo.

-¡Esto es increíble! -exclamó Margaret, todavía aturdida por aquella excitante experiencia- Si no fuera porque lo estoy viendo y palpando, jamás lo hubiese creído. ¿Te das cuenta qué significa esto?

-¡Ja, ja, ja! -volvió a reír Bob, pleno de felicidad- ¡Claro que me doy cuenta!

Y reuniendo toda la fuerza de sus pulmones, gritó tan alto como pudo:

-¡¡Qué ahora somos los dueños del mundo!!

Margaret corrió a colocarse el segundo equipo y lo activó con el mismo éxito que el primero. Ambos amigos recorrieron el recinto haciendo pruebas con toda clase de luces, posturas y movimientos, hasta comprobar que el sistema se mantenía eficaz bajo cualquier condición.

-¿Cómo me ves? ¿Hay algún detalle que hayas podido observar en el funcionamiento de estos chismes? -preguntó Margaret- Cuando miro hacia donde se oye tu voz, noto como un extraño desequilibrio de la imagen. Es como un leve temblor que me produce una ligera y momentánea sensación de vértigo.

-Sí, sí. Algo así noto yo también. Cuando pasas por delante de mí, percibo que se produce una ligera quiebra, o quizás mejor, una ondulación de la imagen. Siento como si el halo de un ente fantasmal cruzara ante mí.

Lo que ellos sentían, más que veían, era un fenómeno natural del sistema. Este funcionaba a la perfección en reposo, pero al caminar se producían algunas superposiciones y desequilibrios de las imágenes, que daban lugar a las sensaciones percibidas, a pesar de que las cámaras disponían de sensores de movimiento para mantener precisa su orientación.

-He oído que en el Pentágono están investigando sobre estas técnicas y ya tienen algo sobre ocultación de aviones y drones, pero es increíble que  tu marido lo hubiera conseguido hace ya 26 años.

-¿Cómo no me diría nada de todo esto? -se preguntaba Margaret.

-No le dieron tiempo. Le mataron cuando acababa de terminar su gran obra. Si te entregó la documentación de sus trabajos, poco antes de morir, fue porque estaba a punto de revelártelo.

Margaret, después de calmar la excitación producida por aquel increíble descubrimiento, consumió el resto del día en reunir la documentación acordada con el detective Rodríguez.

Estaba ya anocheciendo cuando terminó de completar el detallado y complejo dosier solicitado por el español. Decidió ir a entregárselo ella misma al hotel, que no estaba demasiado lejos de su casa. Después de una corta conversación y tras intercambiar ambos una amable despedida, regresó a su eventual domicilio, deseando llegar a él para poder descansar de las fatigas acumuladas durante aquel agitado día.

Apenas había traspasado la puerta de su salón cuando una voz áspera sonó en español tras ella:

-¡Hola, Sra. Márgara! ¿Qué tal le va?               

jueves, 13 de marzo de 2014

Capítulo XVII


Little Italy, el refugio de Rossano
 
-Halt, halt! Hands up! -gritó Bob, tras los primeros instantes de sorpresa, al tiempo que empuñaba su pistola automática y la apuntaba hacia la cabeza del sujeto que había interpelado a Margaret.

-Calma, amigos. Vengo en son de paz -respondió Rodríguez a la orden de Bob, y aunque no entendía el significado de aquel grito, no dudó en levantar los brazos dos palmos por encima de su cabeza- No teman, estoy desarmado.

-Don´t worry! -exclamó Margaret posando su mano en el brazo armado de su amigo- It´s a Spanish policeman. I met him in Madrid.

-Tranquilos -volvió Rodríguez a tratar de calmar la excitación de Bryant, que se resistía a bajar el arma, usando un tono de voz reposado y amigable- Solo quiero tener una conversación con la Sra. Márgara.

-Creo que nos podemos fiar de él -dijo Margaret a Bob- Cuando le conocí en Madrid, me pareció un hombre digno de confianza.

-¿Quién nos garantiza que no se trata de una trampa? -preguntó inquieto y desconfiado Bob.

-¡Pero hombre! ¿No cree que si hubiera querido hacerles algún mal, no lo habría hecho ya? ¿Quién me lo hubiera impedido? -preguntó a su vez Rodríguez impacientado- He querido venir solo, sin el agente de enlace con la policía de aquí, para poder hablar con entera libertad de los temas que preocupan a la policía española y para que todo lo que hablemos quede entre nosotros. Solo les pido que me consideren un aliado y vayamos a un lugar reservado y seguro, de su entera confianza, para intercambiar información. Y...por favor: Déjenme bajar los brazos que se me están durmiendo. Además, estamos dando el cante y como pase alguien por aquí se va a armar una gorda.

Todavía Margaret y Bob discutieron un rato los pros y los contras de atender la petición de Rodríguez. Al final prevaleció el criterio de ella y decidieron ir los tres hasta su casa en Queens.

Ya en la casa de Margaret, Rodríguez puso sus cartas encima de la mesa.

-Mire Márgara, Vd. puso una denuncia en nuestra comisaría por la desaparición de su hijo Christopher. Pronto supimos que tanto él como Vd. vivían con identidades falsas. Lo ocurrido a su hijo era competencia de la policía neoyorquina, pero nosotros debíamos investigar que la falsa identidad de Vds. no encubría actividades ilegales en España. Esta es la principal razón para que me hayan enviado aquí.

-No le creo tan ingenuo como para pensar en que mi amiga se va a declarar culpable de algo, sin más ni más -observó Bryant.

-No pretendo tal cosa. Sabemos que su hijo se dedicaba a realizar negocios al margen de la ley y sospechamos que Vd., Márgara, también. En una lista que posee la policía de aquí he reconocido a una compañía de Barcelona, la ServiPiX, SA. Me conformo con que me proporcione la información necesaria para encausar a esta y a otras compañías en su misma situación.

-Bueno, puedo facilitarle información detallada sobre algunos asuntos, no todos, porque en este caso tendría que meter en la cárcel a media España. Pero tengo que ponerle una condición: necesito que me garantice que me mantendrá al margen del papeleo de la investigación. Me juego la vida en ello.

-Por supuesto -aseguró Rodríguez- Haremos que todos los expedientes e informes estén referidos a documentación procedente del legajo hallado tras la muerte de su hijo. Solo yo conoceré la verdadera fuente. Lo cierto es, que no me interesa, ni quiero saber, qué puñetas hacen Vds. aquí. No es mi labor, así que por este lado pueden estar tranquilos.

-Además -continuó sin apenas interrupción- no tengo la intención de obtener gratis ese informe. A cambio le voy a decir quién mató, o dio la orden de matar, a su hijo.

-¡Dios mío! -exclamó Margaret- ¿De verdad sabe quién mató a mi hijo? ¿Cómo lo ha podido averiguar?

-La policía de aquí lo sabe, pero no puede probarlo, como tampoco un sin fin de cuentas pendientes que tienen con ese asesino.

-Por favor, díganos de quien se trata -apremió Bob.

-Su nombre es Franky Rossano y dirige, desde Little Italy, un cartel dedicado al tráfico y distribución de droga en tres de los cinco distritos de Nueva York. Es conocido en el hampa como  Franky "el frío" , al parecer porque no le altera cometer la mayor barbaridad. Alguno de sus hombres fue el encargado de dar muerte a su hijo.

-¿Y saben por qué lo mataron? -preguntó Margaret.

-Las causas podrán encontrarlas entre los papeles de Christopher. Su hijo, perdone que se lo diga con esta crudeza, además de poco honesto, era demasiado imprudente al tener negocios con la mafia. Esta no perdona un fiasco. La policía sospecha que fue un ajuste de cuentas. La mafia suele blanquear dinero invirtiendo en negocios legales y seguros, y aunque la rentabilidad no les importa demasiado, no admiten el menor engaño. Por esto, en la comisaría creen que Christopher debió cometer la imprudencia de quedarse algo de ese dinero entre las uñas.

-De acuerdo -aceptó Margaret- El asunto de la ServiPiX se lo cedí a mi hijo. Todavía no hemos podido revisar con detalle sus papeles, pero en dos o tres días podré entregarle un informe completo de este y otros tres casos más. Deme, por favor, su dirección aquí y yo se lo haré llegar. Entre tanto Vd. no me ha visto ni sabe donde vivo.

Rodríguez se despidió y marchó a su hotel más contento que unas pascuas. Aquella noche apenas durmió, impaciente por hablar con su jefe, tan pronto amaneciera, y poder contarle el apoteósico éxito de su misión.

-¿Cómo te va, Rodríguez? -preguntó el comisario Casado, cuyo tono de voz dejaba adivinar que se encontraba de muy buen humor- ¿Qué me cuentas de nuevo?

-Buenas noticias, jefe. En tres días tendré la documentación necesaria para cerrar el caso. Vaya preparando grilletes en cantidad, que no va a dar abasto a enchiquerar gente. Tengo la intención de regresar a Madrid este mismo fin de semana, así que el lunes nos vemos en su despacho.

-¡Estupendo! -clamó alegre el comisario- Sabía que no me fallarías. Te espero entonces el lunes. De todas formas llámame si necesitas algo o si se produce alguna novedad. Y...¡buen servicio!   

Bob Bryant, en cambio, no las tenía todas consigo.

-Me parece que hemos cometido un gran error al traer a este hombre a tu casa. Ahora mismo estás en sus manos.

-No lo creo. Este tipo es un hombre honrado y no tengo duda alguna de que cumplirá el trato que hemos acordado. Si hay algo que he aprendido en estos 26 años de dura supervivencia es a conocer a los hombres, y este no tiene doblez: es tal como se ve... solo que algo más listo de lo que aparenta.

 

martes, 11 de marzo de 2014

Capítulo XVI


Cuando ambos amigos regresaron a la casa de Margaret, ninguno  de los dos podía imaginar la importancia de lo que habían visto en el antiguo laboratorio de William, ni del formidable descubrimiento que encerraba aquella extraña carpeta, que el azar había rescatado del olvido y puesto en sus manos, después de estar abandonada durante un cuarto de siglo.

No solo ellos. Nadie, ni la más calenturienta e imaginativa mente sería capaz de sospechar, ni en sueños, el enorme avance científico que se había producido en aquel modesto local, perdido entre las ruinas de una cultura industrial envejecida, desfasada y caduca.

Margaret y Bob dedicaron la tarde a trabajar en la identificación de todas las imágenes fotografiadas, comparándolas con las figuras que aparecían en la carpeta de William. Era una labor ardua. La imposibilidad de conocer el significado de los textos convertían su trabajo en un complejo rompecabezas enigmático y agotador.

Tras una pequeña pausa, destinada a consumir una ligera cena en frío, sin otra preparación que la de disponer de los alimentos almacenados en el frigorífico, y en la que hablaron más que comieron, reanudaron el trabajo.

Pero con el paso de las horas, el desánimo comenzó a hacer mella en el intenso interés inicial de ambos amigos, al no conseguir avances significativos en su investigación.

-Creo que deberíamos abandonar nuestra pretensión de entender estos  procesos tan oscuros y complicados. Tengo la impresión de que jamás llegaremos a comprender todo este lío -aseguró Margaret- Me parece que lo más práctico será centrarnos en el producto final.

-¿Quieres decir que volvamos a estudiar el asunto empezando por el final?

-Eso es. Veamos si toda esta literatura ininteligible ha servido para algo práctico. En caso contrario, lo mejor que podemos hacer es guardar esta dichosa carpeta y dejarla dormir en un rincón, como ha hecho hasta ahora. En cuanto al laboratorio ya veremos con calma qué se puede hacer con él.

El cambio de orientación en el estudio de la documentación produjo algunos avances. Lograron identificar un tipo de tejido, así como varios aparatos que parecían emisores y receptores de algún tipo de radiación.

Pero la noche estaba ya muy avanzada y había que dejarlo.

-Es muy tarde -dijo Margaret- será mejor que pases aquí esta noche.

-¡Ah, muy bien! Creí que no me lo pedirías nunca -aceptó Bob con una pícara sonrisa.

Margaret rió de buena gana la gracia de Bob. Le tenía un gran cariño, aunque siempre lo vio como el padre que apenas conoció, ya que murió cuando ella tenía solo cinco años de edad.

-Bueno, bueno, viejillo. Olvídate de flirteos que no te cuadran bien. Con los años que tienes encima ya no estás para esos trotes -dijo Margaret, al tiempo que daba una cariñosa palmadita en la cara de Bob.

-Lo dirás tú. No puedes ni imaginar lo que es capaz de hacer un viejo gallo como yo, con una tierna gallinita como tú.

Lo que no sabía, ni podía imaginar Margaret, era que Bob estaba enamorado de ella, desde el mismo instante en que la conoció, durante la ceremonia de su boda con William. Ella era una jovencita encantadora de 22 años, mientras que él era un hombre ya maduro que le llevaba 17 años. En cuanto la vio no pudo reprimir una exclamación: My God! ¡Qué suerte tiene este condenado de William!

-¡Venga, Bob! No lo estropees más y compórtate -volvió a reír Margaret la nueva salida de su amigo- si no, vas a tener que dormir en el jardín.

-¡Vaya por Dios! -exclamó Bob, componiendo en su rostro un cómico gesto de resignación- Definitivamente hoy no es mi día. Vamos, dime cual es mi sofá.

Ambos durmieron un agitado sueño. Peor el de Bob, que durante horas le mantuvo en vela la incomodidad del lecho, y aun más la amarga certidumbre de que Margaret jamás podría corresponder a su callado amor.

Al día siguiente, muy temprano, regresaron al laboratorio de William. Habían llegado a identificar los productos que, en su día, William y sus dos ayudantes fueron capaces de construir, gracias a aquellos complejos e indescifrables procesos y el empleo de las extrañas máquinas y aparatos del sofisticado laboratorio. Sin embargo, ignoraban para qué servían y cómo se empleaban.

-¡Caray! -exclamó Bob, risueño -Esto es como tener un mueble de Ikea sin el folleto de las instrucciones de montaje.

Sin embargo no había necesidad de discurrir demasiado. En un armario cerrado con llave, que hubo que descerrajar debido a lo complicado de la cerradura, encontraron un equipo completo, ya montado,..de lo que fuere. Nada en él hacía sospechar su naturaleza y utilidad.

-Es evidente que se trata de un equipo de uso personal -aventuró Bob- Me lo voy a colocar, a ver qué pasa.

-¿Estás seguro de no correr un riesgo innecesario? Ten mucho cuidado que podría ser peligroso.

Bob no hizo caso de la advertencia de Margaret. Se colocó una especie de grueso chaleco, ajustable en la cintura, con solo huecos para ella, la cabeza y los brazos. Las partes delantera y trasera eran de unos cinco centímetros de grueso, y en cada una de ellas estaban montados lo que aparentaban ser un receptor junto a un emisor de alguna clase de luminiscencia. Sobre este conjunto, había que enfundarse un extraño mono gris muy oscuro, de un tejido extremadamente elástico y una textura indefinible.

Este atuendo era, en realidad, una funda que cubría todo el cuerpo, incluida la cabeza y también los pies, y se ajustaba a él a la perfección. Contaba con una abertura en la espalda y un elemento de cierre parecido al velcro. El tejido abría su trama en la zona de la cara, permitiendo ver y respirar sin demasiada dificultad. Lo mismo ocurría en la parte del emisor y del receptor.

En la parte delantera derecha del chaleco había instalado un interruptor. Bob lo pulsó y... no ocurrió nada.

-Es lógico -dijo Bob- esto tiene que funcionar con alguna batería y por fuerza ha de estar descargada después de tanto tiempo.

-O no consiguieron hacer funcionar este invento -añadió Margaret.

Bob se quitó la funda y comprobó que en la parte izquierda del chaleco había un cajetín, dispuesto de arriba abajo, con una longitud de 40 centímetros. En él había un acumulador prácticamente deshecho.

-Tiene el aspecto de ser un acumulador de ion de litio, embebido en polímero. William y sus hombres tuvieron que fabricar este, porque en aquel tiempo todavía no existían. Me pregunto si lograremos encontrar uno con las características adecuadas para que esto funcione.

-Este asunto se está complicando demasiado ¿Por qué no lo dejamos?

-Ahora yo ya no puedo abandonar -dijo Bob- Tengo que saber qué demonios es esto. Este enredo ha logrado llevar mi curiosidad hasta el infinito. Ahora mismo vamos en busca de un batería que pueda servirnos.

Los dos amigos salieron del laboratorio y se dirigían al coche de Bob, cuando una voz sonó a sus espaldas.
-¡Hola Doña Márgara! O debo llamarla Muriel

sábado, 8 de marzo de 2014

Capítulo XV


-Bueno, aquí está lo que buscamos -afirmó Bob Bryant, señalando el paquete de documentación aportado por su antiguo equipo de agentes- Solo habrá que investigar las operaciones más importantes que hizo Joe.

Transcurrieron unos minutos mientras Margaret y Bob se dedicaban a revisar y clasificar aquel montón de papeles, cuando de pronto, Margaret soltó una exclamación de sorpresa, al encontrar entre ellos una gruesa y envejecida carpeta, cuyo original color había mutado en otro indefinible, con el paso del tiempo.

-¡Mira, es la carpeta que William me dio a guardar el día de su muerte! No sabía que se la había llevado Joe

-¿Qué contiene? -preguntó intrigado Bob.

-No lo sé. Nunca quise saberlo. Su visión me hacía recordar la muerte de mi marido, así que la guardé y no volví a mirarla, hasta el punto de haberme olvidado por completo de ella. Por lo visto Joe quiso tener un recuerdo de su padre y se la trajo.

-Veamos qué contiene -dijo Bob y se dispuso a abrirla.

Lo que hallaron en su interior les dejó totalmente asombrados. Estaba escrito en un idioma de signos ininteligibles con gran profusión de esquemas, fórmulas y diseños a cual más extraño.

-Parece estar escrito en clave -apuntó Margaret.

-Más que eso. Los extraños signos que componen este escrito tienen toda la apariencia de ser un idioma desconocido. Quizás estén redactados en clave -concedió Bob- pero sobre un idioma rarísimo. Esos signos no se pueden cifrar y mucho me temo que tampoco descifrar.

-Mira, aquí en la solapa hay una inscripción legible -advirtió Margaret- A ver...dice: B-GE278-52P12-110. ¿Te imaginas qué puede ser esto?

-Me suena mucho...Déjame pensar. Creo que es una dirección -dijo Bob, después de cavilar un rato- Vamos a ver. GE278 tiene que ser la Interestatal 278, que en Brooklyn recibe el nombre de Gowanus Expy. Así pues tenemos la primera parte resuelta.

-¡Ah, claro! Eso está en la zona de los muelles de Greenwood Heights, y P12 debe significar Pier -muelle- Nº 12 -Margaret terminó triunfante- ¡Está clarísimo! ¡Muelle nº 12, almacén nº110 en la 52nd Street, la calle transversal a la GE278 que conduce al muelle! ¡Fantástico! Tenemos que ir y ver que hay allí.

-Calma Margaret. Después de 26 años, quién sabe que habrá en ese lugar.

-Esa parte de N.Y. no ha cambiado mucho. Además mira en esta otra solapa de la carpeta. Aquí está el documento de propiedad, el rescate de los adeudos en la fecha en que Joe llegó aquí y los recibos del pago de los impuestos desde entonces. Ese almacén, o lo que sea, subsiste hoy en día. Vayamos ahora mismo a verlo.

Dicho y hecho. Los dos amigos tomaron el potente coche de Bob y fueron hacia la dirección indicada en la misteriosa carpeta.

Conforme subían por la 52nd St. en dirección a los embarcaderos, fueron comprobando que Margaret tenía razón. Se veían muy pocas nuevas construcciones. En realidad, toda aquella zona se hallaba inmersa en un alto nivel de degradación, con muchos edificios abandonados o ruinosos, las calles sucias y los muelles dedicados al trasiego de chatarras, basuras y residuos industriales. Nada parecido a los pintorescos, modernos y relucientes puertos de Manhattan, ni siquiera a los de la parte norte de Brooklyn. En este reinaba la mugre, la basura y la herrumbre.

Así llegaron a la nave 112. Estaba situada a la vuelta del final de la calle y era una antigua construcción de una planta, que presentaba un acusado aspecto de abandono, con escasa actividad en los establecimientos próximos y nadie a la vista. Una robusta puerta metálica, junto a una gruesa cadena, cerrada por un voluminoso candado, todo ello bien cromatado con abundante óxido, habían evitado, quizás, el pillaje o la habitual acción  vandálica que recae sobre los edificios abandonados.

No disponían de llave y Bob, a pesar de su gran experiencia en la apertura de toda clase de cerraduras, tuvo que luchar a brazo partido con el oxidado mecanismo del candado, hasta lograr abrirlo.

Lo que descubrieron en el interior de aquel almacén les dejó atónitos y maravillados a la vez. Allí, cubierto todo por una gruesa capa de polvo, se hallaba un laboratorio repleto de aparatos y dispositivos de lo más extraño y sofisticado.

-Es evidente que Joe no ha estado aquí. Y si estuvo fue hace mucho tiempo. Seguro que ignoraba la utilidad de estos aparatos. ¿William no te dijo nunca nada sobre esto?

-Nada -contestó Margaret- Creo recordar que, en cierta ocasión, me habló de que estaba trabajando en un proyecto importante con dos científicos. Me parece que eran rusos... no sé. Ya te he dicho que  no solía hablar conmigo de sus trabajos. Decía que así yo estaba más segura.

-Mira, Margaret. Si no te parece mal, voy a fotografiar estas cosas y nos volvemos a tu casa para estudiar las imágenes, junto a la documentación de la carpeta. A ver si así conseguimos sacar algo en claro de todo esto.

Rodríguez regresaba al hotel, cruzando bajo la desembocadura del East River por el Brooklyn Battery Tunnel, con Helen conduciendo, cuando de pronto, al llegar a la confluencia con la gran avenida que le acercaba a su alojamiento, dio un respingo en el asiento, al tiempo que se daba con la palma de su mano en la frente.

-¿Te pasa algo? -preguntó sobresaltada Helen, ante el brusco gesto de su compañero.

-No, no. No es nada. Es que, de repente, me he acordado de algo. Pero no es nada importante -respondió Rodríguez tranquilizándola.

Pero en esos momentos la máquina de pensar del español estaba funcionando a presión. Me cagüen la leche, se decía, si seré idiota. Lo tenía ante mis narices. ¡Tantas veces como lo había visto y sin enterarme!

En efecto, allí, en un cartelón bien grande, estaba indicado el nombre de la concurrida autovía de 6 carriles que iban a tomar: GE 278.

Llegó al hotel y despidió a Helen con la advertencia de que no volviera a buscarle al día siguiente, con la disculpa de dedicar la jornada a realizar algunas compras. Inmediatamente después, tomó un plano turístico de la ciudad, que había traído de Madrid, y se puso a estudiarlo con sumo cuidado.

Poco tiempo tardó Rodríguez en descifrar la misteriosa inscripción. No del todo, pues su falta de conocimiento del idioma inglés le impidió identificar la P de Pier con la palabra Muelle. Pero sabía que era una dirección y que, fuera lo que fuese aquello, se hallaba situado en la calle 52 a solo unos dos km de su hotel.

Pensó en acercarse hasta aquel lugar paseando, pero recordó que le habían advertido que transitar a pie, fuera de las calles céntricas de cualquier ciudad americana, le convertiría en sospechoso de algún delito y sería  detenido e interrogado por la policía, tan pronto le echaran la vista encima.

Se decidió por alquilar un coche y marchó con él  a investigar qué tendría el buen Christopher Keane, el nombre falso de Joe Foster, por aquellos andurriales. Ignoraba el significado de P12-110, aunque no tenía duda de que se trataba de la identificación del inmueble.

¿Polígono 12, nave 110, quizás? Pronto lo sabría. Como Rodríguez solía decir: Preguntando se va a Roma.

jueves, 6 de marzo de 2014

Capítulo XIV


Márgara, o Margaret su verdadero nombre, instalada en su seguro refugio de Queens, revisaba el producto de los registros efectuados en la oficina y en la vivienda de Joe, en presencia de su amigo y confidente, Bob Bryant, con quien había realizado la accidentada incursión durante la noche anterior.

-Por poco no nos pillan -exclamó con un suspiro de alivio Margaret- ¿Se te ocurre quiénes pudieron ser los ocupantes de aquel coche que nos persiguió?

-Imposible saberlo -contestó Bob-, pero una cosa es segura: no eran gente de la Agencia. Estos hubieran continuado la persecución cuando irrumpimos por dirección contraria. Es más, si hubieran sido agentes de la SSD nos habrían tiroteado nada más salir del apartamento de Joe y, con toda probabilidad, ahora mismo estaríamos fritos sobre una losa de granito en la morgue.

-Entonces...¿policía, quizás?

-Eso creo -apuntó Bob-. Policías o detectives privados. En cualquier caso, debemos extremar la prudencia. Nos siguen de cerca y esta vez iban un paso por delante de nosotros. Esto es algo que no nos podemos permitir.

Tras esta breve discusión, ambos amigos se dedicaron a revisar los papeles hallados en un disimulado hueco de un gran armario empotrado, situado en el dormitorio de Joe. En la caja fuerte, que Bob abrió sin mucha dificultad, encontraron gran cantidad de dinero, un arma corta, pero ningún documento. Tampoco necesitaron más. Los hallados en el ingenioso escondite del dormitorio contenían toda la documentación que esperaban reunir para poder localizar a los asesinos de Joe.

Había un buen paquete de escritos. Entre ellos, un listado de clientes con apariencia de índice y abundantes encriptados referidos a otros documentos, un libro en el que Joe mantenía una contabilidad muy simple, con entradas y salidas de grandes sumas de dinero y referencias en clave en cada una de ellas y, algo fundamental, una relación de cuentas secretas y cinco cajas de seguridad en dos bancos de N.Y.

-¡Fantástico! -exclamó Margaret- Por suerte, Joe me envió un poder hace un par de meses. Tal vez ya entonces se temía lo peor, aunque gracias a esa precaución podremos hacernos con las cajas. A buen seguro que en ellas encontraremos los datos que complementarán estos documentos.

-Lo siento Margaret, pero no puedes darte a conocer. Es lo que esperan que hagas los exterminadores de la SSD. Todos los bancos del Estado, y quizás también los de toda la Nación, estarán siendo vigilados ahora mismo, gracias a los poderosos medios electrónicos con que cuentan.

-Pero, entonces...¿de qué nos sirven todos estos papeles? Si no tenemos las claves, no tenemos nada -aseguró Margaret desilusionada.

-Deja esto de mi cuenta. Mis antiguos muchachos estarán encantados en abandonar, por un momento, su rutinaria vida de jubilados para revivir de nuevo su antiguo, apasionante y añorado trabajo.

-¿Estas de broma? ¿Me quieres decir que vas a encargar el asalto de dos bancos a un grupo de ancianos? A William le mataron cuando tenía 43 años, con Joe de dos y yo con 26. Han pasado otros tantos años, así que tú debes rondar los 70 y tus antiguos "muchachos" allá le andarán.

-¡Ja, ja! -rió Bob- El más joven tiene 68 años, pero estos tipos son el demonio. Son capaces de asaltar Fort Knox si se lo proponen. Y nadie se enteraría.

-¡Estás loco! ¿Te das cuenta de las consecuencias que podrían derivarse de un eventual fallo de tu plan y les pillan con las manos en la masa? Sobre todo para ellos, que deberán disfrutar de su jubilación en una cárcel del Estado.

-No te preocupes por nada. Tú estarás a salvo, porque no sabrán que trabajo para ti. Y en cuanto a ellos, no hay peligro. Todavía no se ha construido la cárcel capaz de retenerlos.

Tal como lo planeó Bob, así se hizo. En menos de una semana, todos los diarios de la ciudad anunciaban el robo nocturno, acontecido en dos  sucursales de otros tantos bancos importantes de N.Y. Los asaltantes se apoderaron del contenido de las cinco cajas de Joe, además del de varias otras que sirvieron para enmascarar el principal objetivo de los atracadores y redondear de manera significativa sus respectivas pensiones de jubilación.

-¡Pero te das cuenta que hemos cometido un grave delito! -recriminó Margaret a Bob, cuando este le informó del éxito de la operación.

-Uno más de los muchos que hemos perpetrado por mandato de las altas instancias de la nación. Y este no es tan grave. Tú has obtenido cosas que te pertenecían y los hombres de mi antiguo equipo han recibido una compensación por sus muchos años de arduo trabajo por la patria. Al fin y al cabo, todo lo que allí había pertenecía a gente rica -y concluyó con una alegre carcajada-. ¿Qué mejor fin de sus excedentes que cumplir la función social de mejorar el estatus de unos modestos jubilados?

Mientras sucedían estos hechos, Rodríguez se desesperaba porque no conseguía hallar el cabo suelto que le condujera a Margaret. El tiempo pasaba y sus días en N.Y. estaban contados si no lograba dar con ella.

En España, la sociedad ServiPiX estaba bajo el punto de mira del fiscal anticorrupción, pero se necesitaba la declaración de Margara Foster para aclarar numerosos puntos oscuros que obstaculizaban la investigación.

La policía de N.Y. en cambio, una vez que las sospechas de la muerte de Joe fueron dirigidas a la mafia, habían puesto a trabajar sus archivos, computadoras y a una amplia red de confidentes y ya conocían el más que probable cártel autor del crimen. Ahora se hallaban en el proceso de personalizar el asesinato y de reunir las pruebas incriminatorias.

Pero este asunto le resbalaba a Rodríguez. No era su trabajo. Descartada la vía del finado Joe al no haber podido obtener alguna información, tanto en su oficina como en su casa, solo le quedaba la opción de encontrar a la Sra. Márgara, para intentar aclarar los presuntos delitos cometidos en España.

Daba mil vueltas a la libretilla que tomó del despacho de Joe sin lograr entender nada de lo que allí estaba escrito. Eran garabatos mezclados con palabras, signos y números sin orden ni concierto. Aquel galimatías le hacía imaginar los inconexos trazos de alguien que toma notas al mismo tiempo que habla por teléfono. Seguro que allí había algo interesante, pero ¿cómo descifrar aquel laberinto de incoherencias?

Después de mirar cada página con el mayor detenimiento y paciencia, le llamó la atención una sucesión de letras y números, escrita con gran cuidado sobre la cara de la tapa posterior de la pequeña libreta.  Rodríguez intentó adivinar su significado, pero por más que lo miró y remiró, no consiguió encontrar ni el más ligero indicio que le llevara a desvelar su escondido secreto. 

Aunque el paso de algunos años habían debilitado los trazos de la inscripción, esta se mantenía perfectamente nítida.

Decía así: B-GE278-52P12-110.  

miércoles, 5 de marzo de 2014

Capítulo XIII


El teléfono sonó insistente sobre la mesa del espléndido despacho del Director Ejecutivo, en las oficinas de la influyente y poderosa sociedad ServiPiX, SA.

-¿Quién llama? -la voz resonó grave y potente en la estancia. Era el tono de alguien acostumbrado a mandar y a conseguir todo lo que se proponía, sin reparar en medios, obstáculos ni daños colaterales a segundas o terceras partes.

-Gracias, páselo -dijo, tras recibir de su secretaria la identidad del comunicante.

De nuevo el tono de su voz sonó cortante y frío. Aquel "gracias" no era una cortesía, sino el complemento de la orden. Quería decir: Corte el rollo y páseme la comunicación de una vez.

-Sí, soy yo -y continuó sin permitir articular palabra a su interlocutor- Mira Barral, estoy hasta las mismísimas narices de ti y de tu jodida agencia de mierda. Llevo una semana esperando noticias de Márgara Fuster y no puedo esperar más. Vente inmediatamente al despacho y hablamos.

Sin más palabras, cortó la comunicación, posando el aparato en su base con un violento golpe. Después de permanecer pensativo durante unos momentos, alzó de nuevo el teléfono y llamó a su secretaria para reclamar la presencia en su despacho de su ayudante en operaciones especiales.

Hecho esto, dejó su espectacular asiento, dio unos pasos y se plantó ante una de las amplias balconadas del despacho, tendidas sobre el Paseo de Gracia. Detrás de los cristales miraba sin ver el trafago del concurrido bulevar, absorto en la reflexión de aquel desgraciado negocio, que se resistía a tomar cauce y amenazaba con acabar metiéndole en un gran lío, con resultados catastróficos muy difíciles de prever y de evaluar.

-¿Da su permiso, patrón? -la pregunta detuvo sus negros pensamientos. Era su fiel ayudante en operaciones especiales que acudía a la cita. Lo de "especiales" era un eufemismo. En realidad, de "especiales" solo tenían el hecho de estar fuera de cualquier norma o ley, ya fuese esta autonómica, estatal o internacional.

-¡Ah, sí, Diego! Pasa y siéntate.

El hombre obedeció, acomodándose en el asiento con la familiaridad del cómplice, aunque sin olvidar el respeto debido a su poderoso jefe. Era un tipo fornido, de regular estatura, muy moreno de piel -seguramente hispano- de facciones redondeadas pero con una mirada fría e inquietante de hombre de quien conviene cuidarse. Vestía prendas caras aunque de dudoso gusto, que acababan por resultar vulgares en él.

-Me temo que estamos metidos en un gran lio -aseguró Carles Camp i Fulleda.

El tal Carles, todopoderoso Director Ejecutivo, era un hombre de mediana edad -rayaría los cincuenta-, de buena altura, que ofrecía un saludable aspecto deportivo, gracias a una figura proporcionada, sin gramo de grasa, y a un perfecto bronceado de su piel, allí donde no cubría la impecable vestimenta que portaba, adquirida, con toda seguridad, en algún establecimiento de alta exclusividad. Remataba su excelente planta una hermosa cabellera, clareada breve y elegantemente en sus sienes, donde se adivinaban los frecuentes cuidados de un peluquero de mucho nivel profesional y alta minuta.

-Sí, patrón -asintió su ayudante- Desde que en el Govern han entrado los del otro bando, nuestros amigos andan haciéndose los locos, como si no hubieran matado a una mosca en su vida. Creo, patrón, que vamos a tener que dar algún escarmiento a más de uno. Es mucho el dinero que les hemos hecho ganar para que ahora se hagan los inocentes.

-¡Bah, no te preocupes! Esos politiquillos son así. Ahora están temblando de miedo, temiendo que alguien levante alguna alfombra, y salga a relucir lo que no desean. No hay problema, pronto pasarán estos primeros días de desconcierto y todo volverá a ser como debe. Además, ya sabes que tenemos contactos en las dos partes. Actuaremos en uno u otro sentido, según nos convenga.

Carles hizo un gesto con su mano derecha como apartando algo fastidioso y continuó:

-Pero no era de esto de lo que te quería hablar. El asunto de los bonos diferenciales está a punto de estallarnos en las manos. La zorra de Márgara Fuster no contesta a mis llamadas y nos ha dejado con el culo al aire. Puse a trabajar a Barral para localizarla, pero llevo toda la semana sin noticias. Hace un rato le he citado aquí. Ya no puede tardar.  Espero su llegada de un momento a otro.

No se equivocaba. En ese preciso instante, apareció la sufrida secretaria anunciando la visita de Barral, propietario y director de la Agencia de Detectives Barral, SL.

-¡Vamos, Barral! ¡Qué collons pasa con la Fuster! ¡Te dije que era un asunto grave y urgente dar con ella, y llevo una semana sin noticias! ¡Digue´m d´una puta vegada qué cons passa!

-Lo siento, Carles, pero esa mujer ha desaparecido. Un agente mío la citó en unos almacenes para llevártela y desde entonces no se ha vuelto a saber nada de ella.

El detective captó un violento gesto de desagrado en su interlocutor y se apresuró a continuar:

-Hasta hoy no habíamos conseguido ninguna pista sobre su paradero, pero esta mañana hemos sabido, gracias al soplo de un contacto en la policía de Madrid, que allí tienen la sospecha de que ha viajado a Nueva York con nombre supuesto.

-¿Y tienes los huevos de venir a decirme esto a mi cara? ¿Cómo es posible que ese agente tuyo de mierda la pusiera sobre aviso, en vez de echarle mano y traérmela aquí a rastras? ¡Y... digue´m, collons! -explotó al fin Carles, furioso e indignado- Perquè dimonis no tens ja a un home buscant-la a Nova York!

-Eres injusto, Carles. Tú sabes que no reparamos en nada, con tal de servirte lo mejor posible en todos tus asuntos, pero no me pidas que vayamos a Nueva York. Allí no tenemos licencia ni corresponsalía. ¿Qué crees que haría en esa enorme ciudad un hombre de la agencia sin contactos, conocimientos ni apoyos? Nada.

Las voces, juramentos e improperios del poderoso hombre de negocios, Carles Camp i Fulleda, llenaron el lujoso e insonorizado despacho, para proclamar, con rabia y desesperación, la desgracia de tener que sufrir y soportar, a su alrededor, a tanta gente estúpida, necia e incompetente.

-Déjelo, patrón -intervino Diego, su siniestro esbirro, que hasta entonces no había abierto la boca- Yo me ocupo. Mañana estaré en Nueva York trabajando con nuestros socios. Si esa mujer está allí, yo la encontraré.