martes, 26 de noviembre de 2013

Capítulo VIII


Puente de Brooklyn
 
Una vez concluida la presentación de Rodríguez en la comisaría del West Village, John Travis se dispuso a conducirle en su coche hasta el hotel que le habían reservado. A pesar de ser un modesto establecimiento, situado en el Downtown de Brooklyn, disponía de aceptables instalaciones, enmarcadas en un edificio con bastante buena presencia. Rodríguez ya les había advertido que necesitaba un hotel barato, aunque decente, y éste, uno de los que con frecuencia reservaban desde la comisaría para agentes visitantes, cumplía ambas condiciones con holgura.

Por su parte, Travis había recibido de sus superiores la orden, disfrazada de sugerencia, de que entretuviera al español cuanto más mejor y, sobre todo, procurara mantenerlo lejos de la comisaría tanto como le fuera posible.

Siguiendo la instrucción recibida, John distrajo a su huésped, dando un amplio rodeo por las avenidas de Manhattan, para luego entrar en Brooklyn por su famoso puente. Tras cruzarlo, aparcó el coche y acompañó a Rodríguez hasta el greenway del Parque del Puente.

Desde aquel lugar, la inmensa ciudad se mostraba en todo su admirable esplendor. Atardecía ya, y la imponente y quebrada Skyline que formaban, allá enfrente, los altaneros edificios de Manhattan, se recortaba sobre un inmenso azul que caía oscureciendo por oriente. Algunas madrugadoras luces comenzaban a brotar en las infinitas ventanas de la gran manzana, y sobre las quietas aguas del East River, rutilaban las blancas estelas de los ferrys y paquebotes, quebrándose en miles de diminutos y brillantes reflejos, que se propagaban, danzando, a lo largo y ancho del oscurecido río. Hasta la misma Estatua de La Libertad quiso sumarse al espectáculo, asomándose tras la Governor´s Island. Pero Rodríguez, que contemplaba absorto aquel magnífico panorama, solo acertó a exclamar:

-¡Hay que joderse, lo grande que es esto!

A la mañana siguiente, muy temprano, llamó al comisario Casado.

-Ya estoy aquí, jefe. MI hotel es el Sleep Inn. Brooklyn Downtown, en la 22nd St. Un auténtico chollo. 52 € desayuno incluido y creo que todavía me harán un descuento del 15%, al haberse hecho la reserva desde un organismo oficial.

-Eso está bien, Rodríguez, pero ¿qué hay de nuestro asunto?

-No hay mucho. Saben muy poco o nada. A esta gente, si les quitas los ordenadores, andan más despistados que un asno en el museo de la Tita. De la tal Márgara no tienen ni idea de su existencia y del crimen de su hijo opinan que ha sido realizado por un inversor cabreado. No he querido apuntarles nada, pero no hay que discurrir demasiado. Dinero más crimen igual a mafia. No hay más. ¡Pero si esto sale en todas las películas!

-Bueno, bueno. No te enrolles y trata de sacarles la mayor información de los asuntos del hijo de la Márgara y de ella misma. En lo demás allá ellos, no son temas de nuestra incumbencia.

Poco después de cerrar la comunicación con España, apareció en el hotel John Travis, que llegaba para conducirle a su comisaría de distrito.

-Debemos darnos prisa -dijo- parece que han localizado a la mujer que hizo en España la denuncia por la desaparición de su hijo Christopher. Nos esperan en comisaría para que confirmes su identidad.

En el West Village habían puesto a trabajar sus potentes computadoras. Ni rastro de Muriel Dallamore, pero habían encontrado a una Margaret Foster inscrita en el Hotel Plaza, en la horquilla de fechas que proporcionó Rodríguez. Habida cuenta de la similitud del nombre con el de Márgara Fuster, habían solicitado las cintas de las cámaras de seguridad del hotel y las de la municipalidad en la Grand Army Plaza, situada delante del Hotel.

Los técnicos informáticos habían "limpiado" las mejores imágenes y las más apropiadas para facilitar la identificación por parte de Rodríguez.

-Pues...podría ser... o podría no ser. -sentenció Rodríguez, lleno de dudas- Es que con esas enormes gafas oscuras, el amplio pañuelo del cuello y esa gran boina en la cabeza, podría ser cualquiera, hasta un tío. La pinta sí la tiene, pero...

-Bien, no perdamos más tiempo -concluyó el comisario-, vayan al Hotel Plaza de la 5th Avenue y compruébenlo.
Lobby del Hotel Plaza en la 5th Avenue de New York

Allá se fueron John y Rodríguez. Aparcaron en una esquina de la Army y penetraron en el lujoso hotel. El estirado y ceremonioso conserje les informó de que Ms. Margaret había salido. Sin embargo, había dejado la indicación de que volvía enseguida y, en el mismo aviso, rogaba a quien preguntara por ella que tuviera la amabilidad de esperarla unos minutos.

Los dos policías decidieron aguardar su llegada en el suntuoso lobby, dominando la conserjería, admirados por el esplendor de la elegante decoración y la riqueza del mobiliario, ambos de marcado estilo francés.

No había transcurrido un minuto desde que tomaron asiento, cuando Rodríguez volvió bruscamente la cabeza y alcanzó a ver las figuras de dos encapuchados que venían hacia ellos, alzaban sus armas y las disponían en situación de disparo.

Rodríguez dio un grito de aviso a su compañero, al tiempo que volcaba la mesa y se parapetaba tras el refinado sofá, después de dar el mayor salto de su vida. Escuchó tres o cuatro detonaciones seguidas y notó el impacto de varios proyectiles al incrustarse en su improvisado parapeto. Casi de inmediato, sonaron a su espalda varios disparos de su compañero repeliendo el ataque. Respiró aliviado: no habían conseguido alcanzarle.

Y era una suerte también para Rodríguez que no portaba armas, como era preceptivo, y de nada le hubiera servido mantenerse acurrucado tras aquel mueble, si su compañero hubiera caído.

El caso es que los asaltantes, al ver fallido el intento de acabar con ellos a quemarropa y recibir el fuego de John, se dieron a la fuga.

-Creo que le he dado a uno -comentó excitado John, que se limpiaba la sangre de la rozadura de una bala en su mejilla, después de llamar a la central pidiendo refuerzos- Menos mal que los has visto llegar, si no, nos fríen como a conejos.

-No me preguntes cómo lo he sabido. Llámalo intuición, si quieres. Quizás algún reflejo extraño en los cristales de enfrente me ha dado la alarma. No sé. Lo cierto es que solo un instante más y nos vamos derechos al otro barrio.

-Dímelo a mí. Dos dedos más cerca de mi cabeza y me dejan más tieso que un palo -advirtió John- Hoy es nuestro día de suerte.

Mientras tanto, en el hall del hotel se había formado un inmenso alboroto. Todo allí era confusión y escenas de histeria, que se incrementaron con la llegada de unos cuantos coches de la policía con sus sirenas a toda marcha y una docena de agentes irrumpiendo en el hotel, arma en mano.

Solo en un rincón del lobby, un hombre se mantenía en calma. Era Pieterf. Sabía que allí se había preparado una trampa y acababa de obtener la confirmación a sus sospechas. Por otra parte, era el único que conocía que aquel funesto cepo estaba destinado a él. Había llegado el momento de jugar sus cartas y buscar el modo de cubrirse las espaldas.

En la comisaría de distrito se dispararon todas las alarmas. Un ataque a dos agentes, uno de ellos extranjero, era algo inconcebible. Las llamadas telefónicas recorrieron todos los escalones de mando y todas las teorías, aun las más peregrinas, fueron enunciadas.

Cuando el comisario Casado supo por boca de Rodríguez que habían sufrido un atentado, no le dio importancia.

-¡Joder, jefe! ¡Qué casi me matan! -protestó Rodríguez.

-¡Pero hombre, piensa un poco! ¿Quién coños va querer matar a dos pipiolos como vosotros que, además, no saben nada de nada de lo que allí se cuece? En ese hotel había preparada una trampa para alguien y vosotros caísteis en ella porque pasabais por allí. Ten cuidado y no te metas en líos. Te recuerdo que tu misión es recabar información de los negocios del finado y de su puñetera madre, por si hay implicaciones aquí en España. Se trata de cerrar el caso lo antes posible. Y punto.

Sí, leches -pensó para sí Rodríguez-. Para una vez que me toca un caso interesante me voy a mantener al margen. ¡Se lo habrá creído! De aquí no me saca el comisario ni con fórceps.

Margaret, mientras tanto, todavía con el falso nombre de Muriel Dallamore y ajena por completo a todo aquel gran lío que se había formado alrededor de su persona, se hallaba reunida con Bob Bryant, un antiguo agente secreto, ya retirado, amigo de su marido William, que había ayudado a este en alguna de sus investigaciones.

Recordaban los viejos tiempos y cavilaban el modo de dar forma a los deseos de venganza de Margaret.

 

lunes, 11 de noviembre de 2013

Capítulo VII


Cuando Pablo Picasso vivía su mirada era un pelotón de fusilamiento, un rayo laser que penetraba hasta el mismo umbral de la séptima puerta de las quintaesencias estéticas. Miraba todo con hambre amedrentadora, nada escapaba del barrido de su retina desafiante. Sus ojos, de durísimo azabache, anunciaban a los cuatro vientos su aplastante poder.

La mirada de Pieterf distraída, negligente, incluso aburrida, estaba en las antípodas de la de Picasso.

Sólo aparentemente.

A retaguardia de sus ojos amables y ligeramente deslumbrados se escondía, de forma natural, sin esfuerzo ni mérito alguno de su parte, una Hasselblad 200 MS humana capaz de captar instantes efímeros y de registrarlos en alta resolución.

Y allí, en el disco duro de su memoria, había quedado fielmente fotografiado el BMW que limpiamente le había birlado, en sus mismas narices, a Margaret.

Supuso que la matricula de Ohio podía ser falsa pero el modelo y el color eran infalsificables y la experta conducción secuencial de quien realizo el súbito acelerón hacía descartable el cambio automático. Estados Unidos es muy grande pero encontrar una berlina BMW M6 del año 2013 de color rojo, techo de carbono y cambio secuencial ya era tarea más que asequible para un investigador medianamente avezado y, desde luego, un  juego de niños para los recursos básicos de la Compañía. 

Sólo había un problema. ¿y si el coche era robado?. La vieja intuición de Pieterf descartaba, en esta ocasión, tal posibilidad por lo que puso en marcha la bien engrasada maquinaria sin dejar resquicio a la duda.

Y como siempre, la maquinaria funcionó con rapidez y precisión suiza. En 11 minutos conocía el nombre del dueño del vehículo, su domicilio, su teléfono y bastantes datos personales. Cinco horas más tarde el coche estaba físicamente localizado en donde nadie buscaría a alguien que quiere esconderse: en el Hotel Plaza en Fifth Avenue, junto al Central Park, en el mismo cogollo social de Manhattan.

Y, además, Margaret se había registrado en el hotel ¡con su propio nombre!.

Empezaba el consabido juego del ratón y el gato.

Pero Pieterf, gato viejo y escaldado, empezó a pensar que en el reparto de esta nueva comedia alguien le había asignado, por primera vez, el papel de ratón. 

Y en un rincón inexplorado de su ánimo de tungsteno cosquilleó un ligerísimo temblor.

jueves, 31 de octubre de 2013

Capítulo VI


Aeropuerto JF Kennedy. Terminal 8
 
El vuelo AA95 de American Airlines arribó a la terminal 8 del Aeropuerto John F. Kennedy sin demora. En él llegaban Pieterf y Margaret.

Esta vez te has caído, Margaret, pensaba Pieterf, mientras la seguía a prudencial distancia por el túnel de desembarco del avión.

Con la debida cautela, pero sin perderla de vista ni un momento, realizó los trámites de inmigración, equipajes y aduana. Una torva sonrisa de presunción apareció en su rostro al contemplar las ingenuas maniobras de la mujer, efectuadas en el Duty, el Bar o los servicios, para evitar ser objeto de seguimiento. ¡A él se la iba a pegar! ¡Con la cantidad de años que llevaba a sus espaldas como agente de los servicios secretos en medio Mundo!

Margaret, por fin, salió al andén de taxis, con Pieterf tras ella, y dio un breve paseo por delante de la larga fila de "yellows", como pretendiendo elegir uno de ellos. De repente, un coche europeo de gran cilindrada frenó bruscamente a su altura, entre dos taxis, y, en escasos segundos, Margaret entró en él y partió quemando gomas, acompañado por un estridente chirrido de los neumáticos al patinar en el asfalto.

Pieterf dio un salto hacia el taxi más cercano, pero cuando consiguió que arrancara, después de acallar con un "Jackson" -billete de 20 USD- las protestas del taxista por saltarse el turno, el coche de Margaret había desaparecido. La "pájara" había levantado el vuelo y le había dejado con el ego herido y un humor de mil diablos.

Lo peor de la escaramuza se produjo al tener que referirlo delante de su jefe en la Agencia.

-Todavía no me explico cómo se me pudo escapar.

-No quiero pensar que estás perdiendo facultades. Mejor deseo creer en la habilidad de esta mujer, cualidad que la hace muy peligrosa. Su forma de actuar revela que algo teme. Y si algo teme es porque está al tanto de algún asunto de riesgo para su persona. ¿Es necesario que te recuerde por qué murió su marido?

-Puede que así sea, pero si en todos estos años no ha abierto la boca, ¿por qué iba a hacerlo ahora?

-No podemos dejar ningún cabo suelto. Los hombres que intervinieron en aquel desgraciado affaire están hoy en los puestos políticos más elevados de la Nación. Cualquier indiscreción resultaría fatal para todos: ellos y nosotros. Hay que silenciar a esta mujer para siempre.

-Está bien. Voy a ocuparme de inmediato en dejar resuelto el problema.

Pieterf terminó la entrevista confuso. Aquel lejano asunto de contrabando de armas no terminaba de quedar zanjado y se complicaba cada vez más. De acuerdo, acabaría con otro posible testigo, pero ¿acaso no era él un testigo más de aquel podrido y sucio asunto? ¿Cuánto tiempo tardaría aquella gente en considerarle, a él también, un testigo peligroso a silenciar? De ahora en adelante, debería andar con mucho cuidado.

Cinco días más tarde, Rodríguez aterrizó en el mismo lugar con el vuelo de Iberia IB3162. Está nervioso. Es su primer trabajo en el extranjero y, aunque le han dicho que debe mostrar seguridad y presentarse como un tipo duro y experimentado, no puede evitar un molesto hormigueo en sus tripas y tragar más saliva de la deseada, mientras espera la llegada de su contacto.

-¿Mister Rodríguez? -preguntó un simpático joven de aseado y deportivo aspecto, al tiempo que le ofrecía su mano, y componía en su rostro una amplia y afable sonrisa.

-"Lles, ay am" -contestó Rodríguez.

-Nice to meet you, I'm Travis, John Travis, your contact here. Did you have a good trip?

Ni qué decir tiene, que el bueno de Rodríguez no entendió ni palabra.

-Disculpe, pero no sé demasiado inglés -se excusó, empequeñecido.

-Ow! No hay problema. Yo conozco algo de español. Estoy seguro que nos entenderemos bien -aseguro Travis, exhibiendo de nuevo su cordial sonrisa.

Poco tiempo después, se hallaban en la comisaría del West Village, en el Downtown del distrito de Manhattan, donde llevaban el caso del asesinato de Christopher Keane, la falsa identidad de Joe Foster. Habían llegado directamente desde el aeropuerto, con toda la impedimenta de Rodríguez a cuestas, lo que no dejó de producir unos cuantos comentarios jocosos entre el personal de aquella jefatura.

Concluidas las necesarias presentaciones, el comisario en persona, con la ayuda de Travis, puso en conocimiento de Rodríguez la situación del caso.

-Este es un asunto que nos tiene desorientados -dijo el comisario- No por la autoría del crimen, que parece haber sido cometido por venganza de algún inversor agraviado y que pronto daremos con él, sino por la falsa identidad del muerto, que no conseguimos identificar.

-En España creemos que hay mucho más en este asunto. La señora que se presentó allí como madre del tal Christopher, también vivía con nombre supuesto y solo hace cinco días que se ha desplazado hasta aquí con un nuevo nombre: Muriel Dallamore.

-¿Lo creen? ¿No están seguros? -replicó el comisario con cierta ironía.

-Miren Vds. Nadie es capaz de conseguir tantas identidades falsas, y esta última en tan corto periodo de tiempo, sin el apoyo de una importante organización. Por otra parte, nadie mata por sentirse estafado o defraudado. Si así fuera, en mi país no quedaríamos ni la mitad de la población -estas palabras provocaron una sonora carcajada en los allí presentes, lo que hizo que Rodríguez se viniera arriba- Les digo que aquí se está cociendo algo muy gordo.

-¿Gordo? ¿Qué quiere decir con gordo? -preguntó Travis desconcertado.

-¡Bij, coño, bij! -exclamó Rodríguez, mientras en su interior pensaba: anda, que no son lentos de mollera estos yanquis.

-Ow, big! -precisó Travis- Quiere decir que es un asunto muy importante ¿No es eso?

-Así es -contestó rotundo Rodríguez, sintiéndose el centro de atención y el auténtico dominador de aquella selecta reunión de experimentados detectives.

Mientras tanto, Margaret conoció y lloró la muerte de su hijo. Desde ese momento, todo su tiempo se ha dedicado en rumiar y planear su venganza. Ya no es aquella joven y débil mujer que huyó asustada a la muerte de su marido. Ahora no descansará hasta conseguir vengar a ambos. Durante el resto de su vida, ella estará dedicada a lograr ese irrenunciable objetivo.

   
   

jueves, 10 de octubre de 2013

Capítulo V

          
El asiento era amplio y cómodo. Es lo mínimo que se puede pedir a un vuelo en clase business, pensó Pieterf mientras se distraía clasificando a los demás viajeros, según su apariencia, conforme iban entrando en aquel exclusivo recinto del avión y se acomodaban en sus respectivos asientos.

Cuando era más joven, solía viajar en clase turista, no por falta de pasta, sino para pasar más desapercibido. Ahora, el pelo había empezado a blanquearse y a clarear, el cuerpo a ganar algunos kilos, mientras que en su rostro comenzaba un irrefrenable descuelgue en alguna de sus partes más notables.

Su aspecto se había aburguesado y había tomado la presencia de un destacado profesional de la industria, el comercio o la banca. Así pues, era en business donde llamaba menos la atención de cualquier mirada indiscreta o peligrosa.

De pronto, dio un respingo en su asiento. ¿No era Margaret Foster aquella mujer que venía caminando hacia él por el pasillo del avión?

Sí, sí, era ella. No había duda. Los años le habían cambiado algo el cuerpo. Además ocultaba parte del rostro mediante unas amplias gafas oscuras, pero jamás se le olvidaba una cara a poco que la hubiera visto. Era parte de su oficio y una garantía de supervivencia.

¡Vaya con la señora Margaret! Años tras ella, intentando localizarla sin éxito, y allí estaba, volando hacia New York en su mismo vuelo. ¡Qué pequeño es el mundo!, se dijo.

Debió morir junto a su marido William. Una casualidad, provocada por una compra imprevista de última hora, evitó que se encontrara en el coche donde fue ametrallado su marido. Después desapareció y no volvimos a saber nada de ella.

La estuvieron buscando durante mucho tiempo. Pasaron los años y, por fin, lograron descubrir  la identidad  de  su  hijo  Joe,  que  se  hacía llamar Christopher Keane. Esperaban dar con ella, sometiendo a Joe a una estrecha vigilancia, pero su reciente muerte había trastocado los planes de la organización.

¿Estaría la competencia detrás del crimen? Quizás fuese debido a una mera venganza personal... Había que averiguarlo. Pero como Pieterf no se fiaba ni de su sombra y aun menos de sus jefes de la organización, decidió dejar su refugio de las montañas pirenaicas, cinco días antes de lo anunciado.

Por su parte, Margaret, al sentir descubierta su verdadera identidad, tras la misteriosa llamada telefónica de Barcelona, ignoró la cita en la tienda Coronel Tapioca y decidió trasladarse a New York, con una nueva identidad. Allí activaría sus muchos contactos y trataría de encontrar a su desaparecido hijo.

En Mirador de la Reina nº4, sede de la comisaría de Fuencarral, el comisario Casado recibía un abultado informe del inspector Rodríguez.

-¡Ni rastro, jefe! La tal Márgara Fuster usa la identidad de una mujer muerta la tira de años y ha desaparecido sin dejar la menor huella. En su oficina me han dicho que ha salido de viaje. No saben a dónde ni por cuánto tiempo. Ha vaciado la caja fuerte de documentos, se ha llevado la agenda de la compañía y tan solo ha dejado una cuenta bancaria activa. He revisado todas las salidas de avión y no he podido encontrar a ninguna Márgara Fuster.

-Pues el informe de Interpol aclara poco este asunto. Han conseguido localizar a Christopher Keane, según la señora Márgara hijo de su primer matrimonio, en la Morgue, muerto de tres disparos. Lo curioso del caso es que, también el tal Christopher, vivía con documentación falsa y no tienen ni puñetera idea de quién es.

-Esto me huele muy mal, jefe. ¿No le parece que aquí hay gato encerrado?

-Me lo parece, Rodríguez. Y le diré una cosa: estos son los casos que a mí me gustan.

-¡Y a mí también!  -se  apresuró a declarar Rodríguez- Dígame por donde empezamos que allá me voy de cabeza.

-Investigue a todas las mujeres que hayan viajado solas en avión durante los últimos días. Revise con especial atención los vuelos dirigidos a Nueva York.

-¡Ostras, comisario! Me ha puesto tarea para una semana, por lo menos.

-Pues la tendrás que hacer en dos días -advirtió el comisario- Tengo pensado solicitar autorización para enviar un agente a Nueva York, pasado mañana, con el fin de trabajar junto con los de allí, en el esclarecimiento de de este asunto. Así que tú verás.

-¡Joder, jefe! No será capaz de hacerme la putada de dejarme fuera del caso. ¡Con lo que yo he trabajado en él desde un principio!

-Y las ganas que tienes de conocer Nueva York ¿verdad? Pues mira, si no conseguimos establecer la nueva identidad de esta señora, no habrá caso. Así que espabila.

Al día siguiente, Rodríguez entró en el despacho del comisario como una exhalación, agitando en su mano, elevada por encima de su cabeza, unos cuantos folios escritos.

-¡Ya lo tengo, comisario! Me ha costado trabajar toda la noche pero aquí está. Ahora se hace llamar Muriel Dallamore.

-¿Está seguro? -el comisario cambiaba el tuteo por el tratamiento, siempre que sentía la necesidad de reforzar su autoridad o cuando debía soltar alguna regañina. En otras ocasiones lo hacía sin darse cuenta, de una manera refleja, sin premeditación ni menosprecio- Mire que si este asunto llega a las altas esferas y se internacionaliza, nos la jugamos como metamos la pata.

-Tranquilo, jefe. He revisado el 100% de los nombres y solo en este no tenemos referencias. Es la mujer que buscamos. No hay duda.

-Bien, en ese caso voy a hacer el informe para la Subdirección y a preparar tu acreditación y todo el papeleo de tu viaje. En este asunto hay que obrar con rapidez. En dos días deberás estar en Nueva York, trabajando con nuestros colegas de allí. Pero escúcheme bien: necesito resultados de inmediato. No se me ande por las ramas, que mi olfato me dice que aquí debe haber algo muy gordo.

-Confíe en mí, comisario. Haya lo que haya en este asunto, le juro que lo descubriré -aseguró Rodríguez muy serio- Pero, dígame: me pondrá unas buenas dietas ¿eh? que no es lo mismo viajar a Nueva York que a Galapagar.

-Las dietas serán las estipuladas. En Administración te dirán. Y un consejo te voy a dar: no te pases ni en un euro porque lo tendrás que poner de tu bolsillo. Que no está el horno para bollos.

Así, dos días más tarde, se podía ver al bueno de Rodríguez caminando por la terminal nº 4 de Barajas, con aire no demasiado seguro, portando dos enormes maletones -sin duda le iba a salir por un ojo de la cara el sobrepeso-, una gran bolsa de viaje cargada en un hombro, con un diccionario de inglés y un manual de "Como hablar inglés en 15 días" en su interior, y el ordenador colgado en el otro.

Comenzaba para Rodríguez una apasionante aventura. 
  

lunes, 16 de septiembre de 2013

Capítulo IV


Refugio de Pieterf en España
 
Pieterf  permanecía  arrellanado en un sillón caribeño,  incompatible con aquel entorno pirenáico. Estaba sólo, absorto, casi embrujado  por la transparente luminosidad de la mañana y los mágicos colores del horizonte de montañas que se veía desde la terraza, por cuyos  forjados trepaban ateridos pámpanos verdes que enmarcaban el paisaje. Alargando la mano, sin modificar lo más mínimo el ángulo soñoliento de su cuerpo,  sopesaba con aparente interés uno de los  morados  racimos de uva  que colgaban de la parra.

Sobre la mesa, cerca de un mosto con hielo,  el sonido gutural del IPad  salmodió un pequeño fragmento de Vivaldi y quedó en silencio.

Siguió todavía un rato acariciando con mimo el racimo hasta que, despaciosamente,  lo volvió a dejar suspendido en su sarmiento.

Tomo un sorbo lento de su bebida y abrió el correo. Se trataba únicamente de un email publicitario de un programa de software que resolvía muchos problemas por tan sólo 89 US$.

Pieterf, totalmente despierto,  inició el protocolo de máxima seguridad, sencillo hasta lo infantil, utilizado por el general de cuatro estrellas David Petraeus para poner sus citas con su amante fuera del largo alcance de los servicios secretos. Abriendo una cuenta gmail, cuyo existencia y password sólo conocían él y otra persona, Pieterf entró inmediatamente en la carpeta de “Borradores”. Sólo había uno, todavía sin destinatario, de tan sólo seis palabras:

-Han matado a Joe. Vuelve enseguida.

Después de leerlo dos veces procedió a vaciar la carpeta y el mensaje jamás circuló entre un remitente y un destinatario. Desapareció sin dejar rastro.

Mientras pensaba fue moviendo cadenciosamente el vaso para que el mosto, en contacto dinámico con el hielo, estuviera más frío. Debió estar así mucho tiempo porque cuando sus pensamientos alcanzaron plenamente el sosiego, comprobó que el hielo se había disuelto hacía rato. Dejó el vaso sin volver a probar su contenido, se enfrentó nuevamente al IPad y tecleó la respuesta:

-Imposible. No podré plantearme el desplazamiento a N.Y. en los próximos 6 días.

Y metió este nuevo mensaje, sin destinatario, en la ahora vacía carpeta de “Borradores”.

Luego, en un movimiento aparentemente contradictorio, contrató on líne un vuelo business Madrid-Nueva York  para la mañana siguiente y un billete Zaragoza-Madrid, en clase preferente para el Ave de las 20 h. de  esa misma tarde.

Pidió el almuerzo. Cristina le ofreció con interés su seleccionado repertorio del día pero Pieterf lo limitó a un entremés aragonés y la  carrillada de ternera que había hecho famosa Casa Sidora

Comió mecánicamente y se dispuso a abandonar temporalmente Laspuña, su refugio querido, para, una vez más, pasar una nueva página de su agitada vida.

A sus cincuenta y cinco años empezaba a sentirse cansado.


jueves, 5 de septiembre de 2013

Capítulo III


         Transcurridos los primeros momentos de inquietud y sorpresa, Marga reflexiona, más calmada, y recobra su habitual entereza, propia de un carácter duro, frío y calculador.

Quizás fuese una broma de mal gusto... aunque, aquel hombre había citado el alias que su hijo usaba para realizar las operaciones de ingeniería financiera más arriesgadas y esto representaba un toque de atención ante un inmediato peligro.

No temía al simple hecho de la mención del alias de Christopher, lo peligroso era que lo relacionaran con ella y, por tanto, se hubiera roto el secreto de quién estaba detrás de aquel falso nombre de mujer: Joan Cockoyster.

En realidad, Marga también tenía mucho que ocultar. Su actual nombre, Márgara Fuster, era falso. Cambió su verdadera identidad, Margaret Foster, tras ocurrir el trágico suceso que acabó con la vida de su marido en Chicago.

Abatida, cambió de nombre y se refugió en España con su hijo Joe. En la ciudad de Barcelona rehízo su vida, con mucho  esfuerzo y un enorme derroche de inteligencia y tenacidad.

Cuando su hijo Joe decidió independizarse y volver a Estados Unidos para montar su propio negocio, le procuró documentación falsa a nombre de Christopher Keane. Este, aprovechó bien las enseñanzas de su madre y creó, de la nada, un auténtico imperio financiero en New York.

Marga dejó la cafetería donde había tratado de reponer sus maltrechos nervios, después de un día de intenso trabajo, y se dirigió con rapidez hacia su alojamiento en Madrid Central Suites, peculiar hotel, sin lujos, pero discreto y con una central de negocio bastante útil. Era buena hora para telefonear

Intentó localizar a Chris por todos los medios sin éxito. En su despacho no sabían nada de él desde hacía dos días.

¡Su hijo Joe había desaparecido!

       
         En la comisaría de Chamberí, se hallaba el comisario Ruiz Casado ante una montaña de expedientes, con un humor de mil diablos y la duda de cuál le resultaría más conveniente abrir, ante los continuos rejonazos con los que le obsequiaban los muchachos de la prensa o los políticos de un lado u otro.
-¡Buenos días, comisario! -saludó más que alegre el inspector Rodríguez- aquí le traigo un nuevo caso.

-¡Ni buenos, ni leches, Rodríguez! A ver si somos más puntuales, coño, que todos los días se desayuna media hora. ¡Y no me venga con el rollo del tráfico! ¡Venga, de qué se trata esa otra historia!

-Bueno, jefe. Le prometo enmienda -aseguró Rodríguez, que no perdía su buen talante, aunque le llamaran "perro judío"- Es una requisitoria del juzgado para investigar un caso de blanqueo de dinero y evasión de impuestos de un pez gordo.

-¡Me cagüen la leche! ¡Ya estamos con otra gilipollez política! ¿Qué juez lo firma?

-M. J. L., jefe. Ya sé que esto es un incordio, pero bien habrá que perseguir a los criminales de cuello blanco y alto standing. Vamos, digo yo.

-Mira, Rodríguez, no me seas gilipollas ni me saques de mis casillas. ¿Acaso tu nunca has pagado algún trabajo sin IVA ni factura? Por cierto, ese juez es de la onda política contraria a la del susodicho sospechoso.

-Caray, jefe, qué lo mío son cuatro gordas.

-¡Claro! Y ahora me querrás convencer de que si, en vez de esas cuatro gordas, fueran millones, entonces sí lo pagarías ¿verdad?

-Desde luego, comisario, hoy está Vd. imposible. Ya me dirá, entonces, qué es lo que hay que hacer.

-Lo que vamos a tener que hacer es lo de siempre: cientos y miles de informes, escuchas telefónicas y revisión de archivos y documentos, buscando, durante meses, indicios y pruebas incriminatorias, cuando lo que deberíamos hacer es nada y dedicarnos más a lo nuestro. Que con estas gilipolleces, va todo manga por hombro. Esto debería ser asunto de los culos gordos de Hacienda. Ellos deberían investigar, cobrar lo necesario y multar lo debido. Criminalizar estos asuntos solo sirve para movilizar una enorme cantidad de medios y recursos, y no volver a ver el dinero defraudado. Unos pocos años de cárcel y luego a vivir con el dinero que se esfumó.

-¿Da su permiso, Sr. comisario? -solicitó un agente, tras unos respetuosos y leves golpecillos en la puerta.

-¡Adelante! ¿Qué se le ofrece?

-Tengo a una señora que quiere denunciar la desaparición de su hijo y desea hablar con Vd.

-Ahora mismo no puedo recibirla. Tómele declaración y tráigamela enseguida. Luego le diré cuando puedo hablar con ella.

El comisario quedó en su despacho tratando con Rodríguez la organización del operativo solicitado por el juez y al poco tiempo regresó el agente con el expediente de la desaparición.

-¡Vaya, hombre! Lo que nos faltaba. Se trata del hijo americano de una española, residente en Barcelona, que ha desaparecido en Nueva York -comentó Casado tras un largo resoplido.

-¡Cojonudo, jefe! -saltó como un resorte Rodríguez-  Me apunto. ¡Envíeme Vd. allí!

-¡Serás tontolaba, Rodríguez! ¿No ves que este asunto está fuera de nuestra jurisdicción? Además, ¡si no sabes inglés!

-Que sí, jefe, que algo aprendí en la Academia.

-A ver, salúdame en inglés -desafió Casado a su inefable subalterno con cierta sorna.

-No hay problema: ¡Yelou, beibi!

-¡Ja, ja  ja! -el comisario se partía la tripa a reír- A veces me pregunto, Rodríguez, cómo coños conseguiste aprobar los cursos de la academia.

-No crea, también yo me lo pregunto -contestó Rodríguez, riendo a su vez, contagiado por las carcajadas de su jefe- Seguramente me tomaron por el pariente de alguien muy importante.

-¡Joder, Rodríguez! -terminó por decir Casado, secándose las lágrimas que la salida del inspector le habían provocado- Si no fuera porque tiene un olfato especial para hallar la pista más oculta y embrollada, ahora mismo le ponía a barrer la comisaría. Venga, termine de hacer el payaso y haga pasar a esa señora.

Entró por fin Marga al despacho y el comisario captó, en seguida, que no tenía delante a una mujer cualquiera.

-Mire, señora, no voy a engañarle -dijo el comisario, empleando el tono de mayor sinceridad que pudo-. Poco podemos hacer desde aquí. Vamos a pedir información a Estados Unidos, a través de Interpol, con los datos de su hijo que Vd. nos ha facilitado. Tan pronto la obtengamos se la haremos llegar, bien a Barcelona o a su dirección de aquí.

-¿Qué me aconseja que haga, comisario, mientras tanto? -preguntó Marga.

-Haga vida normal. Si alguien se pone en contacto con Vd. hágamelo saber, aunque el comunicante le insista en lo contrario. Mi consejo es que, si puede, vaya a Nueva York y esté pendiente de la investigación que se ha de abrir allí, tan pronto reciban nuestra documentación.

Márgara Fuster, Margaret Foster, dejó la comisaría con la mente bullendo en un mar de ideas para dar con su hijo Christopher Keane, Joseph Foster, en realidad.

       

viernes, 30 de agosto de 2013

Capítulo II

Me considero obligado a avisar al desprevenido lector de que, en cualquier esquina de esta narración, puede esperar agazapado el peligro, o incluso saltarle al cuello la traición. 
Guillermo y Jesus, Jesus y Guillermo -tanto monta, monta tanto- somos dos viejos amigos, separados por la vida y los kilómetros, que ayer iniciaron juntos, a través de la red, una ruleta rusa... literaria.
El divertimento va a consistir en escribir en comandita este libro, "El fantasma de nadie", del que sólo conocen el título que ni siquiera entienden. No existen todavía unos protagonistas estables -el que apuntaba modos ya está muerto- ni un mal storyboard, ni unas coordenadas que identifiquen la acción en el tiempo y el espacio. Jesús y Guillermo, Guillermo y Jesús, iremos escribiendo, de forma alternativa, los sucesivos capítulos y será el libre fluir de estos lo que irá configurando el inesperado devenir de este trabajo imprevisible. 
El lector no sabrá -ni creo que le importe demasiado- quien es el progenitor de cada capítulo. Lo sabremos nosotros pero nuestros labios están sellados. 
Dicho esto, confieso en voz baja que mi socio -en este momento me cuesta mucho escribir "mi amigo"-  se acaba de despachar a gusto. Con solo tres sencillos disparos de pistola ha puesto punto final a nuestro proyecto en el mismo momento de nacer. Introducción, nudo y desenlace, itinerario clásico de cualquier narración, le han cabido holgadamente en el Capitulo I... que me ha dejado con el culo al aire. 
Y ahora ¿cómo sigo? 
Pensareis que esto no se hace con un viejo amigo. Yo también lo pienso así.

                                                                                     * * * * * * * * * *

6.173 kilómetros al Este de los tres famosos disparos de Nueva York el AVE, columpiándose estático en sus 302 kilómetros por hora, era un locutorio telefónico descontrolado. Conversaciones diversas, en idiomas distintos, componían un concierto ensordecedor trufado de monólogos susurrantes y exclamaciones estridentes.

A Márgara le hubiera costado muy poco dormir porque había tenido un día duro. Se había levantado de noche y bajo un cielo estrellado había recorrido el Vallés Occidental, los túneles de Vallvidriera y media Barcelona consiguiendo llegar a Sants Estació a tiempo de tomar el tren de las 7.

Ya en Madrid la jornada había resultado particularmente intensa: una reunión tras otra, siempre pendiente de los demás, sonriendo, escuchando con atención y eludiendo con maestría la presión de compromisos inciertos con disfraz de eficiente inmediatez. Imposible concederse un sólo minuto de independencia.

Y ahora, nuevamente de noche y por fin sóla, rodeada de conversaciones ajenas que no le interesaban pero que no podía dejar de oir, trataba de poner en orden sus papeles, hacer algunas anotaciones puntuales y remodelar su agenda de la semana.

Lo iba consiguiendo con esfuerzo cuando sonó el Blackberry.

En la pantalla apareció una identidad oculta.

-¿Si? -preguntó en voz baja

-¿Conoce Vd. la tienda "Coronel Tapioca"?. La voz era de hombre, escueta y con un acento intimidante que no era capaz de identificar.

-Perdone, ahora no puedo atenderle - contestó, disponiéndose a cortar.

-¡Joan Cockoyster!, casi escupió el desconocido.

-¿Qué dice? salto Marga en un chillido ahogado. Joan Cockoyster era el nombre de guerra de su hijo mayor.

- ¡En Barcelona la volveré a llamar! tronó el hombre.

Y colgó.

Márgara quedo aturdida y temblorosa.




jueves, 29 de agosto de 2013

Capítulo I

El fantasma de nadie

     
        Joe caminaba deprisa, envuelto por una húmeda bruma, en una de esas noches neoyorquinas, tan desapacibles y frías. Miraba de soslayo, a derecha e izquierda, mientras avanzaba con rapidez por la 13 de West Side, entre Ninth Avenue y Washington Street.
Muy pocas personas transitaban en aquella intempestiva hora, y quienes lo hacían aparentaban ser gente pacífica, empleados quizás, que dejaban su quehacer cotidiano para alcanzar, lo más pronto posible, el medio de transporte habitual que les acercara a sus hogares.

         Pero Joe no se fiaba. Había demasiada gente que celebraría su muerte o que estaría dispuesta a dársela con sus propias manos, si estuviera a su alcance.

¡Cómo se le habría ocurrido dejar el despacho a hora tan tardía! -se recriminaba, aunque pronto halló la escusa- En realidad, no había podido evitarlo. Al día siguiente, debía responder ante la Corte del Estado  sobre los  presuntos fraudes, denunciados por varios clientes de su Compañía de gestión de valores. Preparar los papeles que debía presentar, con el cuidado necesario para evitar ser pillado en algún renuncio durante la vista, le ocupó mucho más de lo previsto.

Suspiró aliviado al distinguir las luces de entrada del Subway,  difuminadas por la bruma que exhalaba el cercano río Hudson, y decidió mantener su diaria costumbre de echar un trago en el exclusivo lounge APT de al lado. Ya no había cuidado, prácticamente se hallaba en casa.

Pidió su habitual vodka con limón y hielo y, mientras lo consumía a pequeños sorbos, repasaba mentalmente los argumentos que había preparado en defensa de su causa.

       ¡Pero qué pandilla de cabrones están hechos estos mierdas que ahora me acusan! -pensaba indignado- Poco se quejaban cuando les proporcionaba intereses del 10 ó 15%. ¿Qué creían, que esto se puede hacer sin tomar riesgos?

         La verdad es que se había visto atrapado en medio de aquel tremendo cataclismo financiero, pero él no era ningún tonto. Sabía que algún día llegaría el cataclismo y había tomado las medidas adecuadas para salvaguardar su fortuna, a pesar de que no sospechaba que fuera a suceder tan pronto. Lo siento por mis codiciosos clientes, se disculpaba, pero yo no tuve la culpa. Alguien, y no yo, debió meter la pata que dio origen a este descalabro.

         Mientras despachaba su vodka y meditaba, no cesaba de vigilar a los demás clientes, tratando de descubrir algún gesto, mirada o apariencia sospechosa.

          De pronto, alguien le dio una palmada en la espalda.

         -¡Hombre, Chris! -dijo aquel sonriente- ¿Qué haces tú por aquí? Te hacía en Suiza.

       -Hola -contestó Joe, cuando consiguió reponerse del sobresalto que le produjo la dichosa palmadita- No, tuve que anular el viaje a causa de un negocio que me ha retenido aquí.

        No podía decirle que tenía el pasaporte intervenido, y como no tenía ganas de más conversación, apuró el vaso, pagó y se fue.

      Apenas se había cerrado la puerta a sus espaldas, cuando sonaron tres detonaciones seguidas. Cuando varios clientes salieron, con la debida precaución, para ver lo sucedido, hallaron a Joe tendido en el suelo, muerto sobre un charco de sangre que se extendía con rapidez.