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Aeropuerto JF Kennedy. Terminal 8 |
Esta vez te has caído,
Margaret, pensaba Pieterf, mientras la seguía a prudencial distancia por el
túnel de desembarco del avión.
Con la debida cautela, pero
sin perderla de vista ni un momento, realizó los trámites de inmigración,
equipajes y aduana. Una torva sonrisa de presunción apareció en su rostro al
contemplar las ingenuas maniobras de la mujer, efectuadas en el Duty, el Bar o los
servicios, para evitar ser objeto de seguimiento. ¡A él se la iba a pegar! ¡Con
la cantidad de años que llevaba a sus espaldas como agente de los servicios
secretos en medio Mundo!
Margaret, por fin, salió al
andén de taxis, con Pieterf tras ella, y dio un breve paseo por delante de la
larga fila de "yellows",
como pretendiendo elegir uno de ellos. De repente, un coche europeo de gran cilindrada
frenó bruscamente a su altura, entre dos taxis, y, en escasos segundos, Margaret
entró en él y partió quemando gomas, acompañado por un estridente chirrido de
los neumáticos al patinar en el asfalto.
Pieterf dio un salto hacia
el taxi más cercano, pero cuando consiguió que arrancara, después de acallar con un "Jackson" -billete de 20 USD-
las protestas del taxista por saltarse el turno, el coche de Margaret había
desaparecido. La "pájara" había levantado el vuelo y le había dejado
con el ego herido y un humor de mil diablos.
Lo peor de la escaramuza se
produjo al tener que referirlo delante de su jefe en la Agencia.
-Todavía no me explico cómo
se me pudo escapar.
-No quiero pensar que estás
perdiendo facultades. Mejor deseo creer en la habilidad de esta mujer, cualidad
que la hace muy peligrosa. Su forma de actuar revela que algo teme. Y si algo
teme es porque está al tanto de algún asunto de riesgo para su persona. ¿Es
necesario que te recuerde por qué murió su marido?
-Puede que así sea, pero si
en todos estos años no ha abierto la boca, ¿por qué iba a hacerlo ahora?
-No podemos dejar ningún
cabo suelto. Los hombres que intervinieron en aquel desgraciado affaire están
hoy en los puestos políticos más elevados de la Nación. Cualquier indiscreción
resultaría fatal para todos: ellos y nosotros. Hay que silenciar a esta mujer para siempre.
-Está bien. Voy a ocuparme
de inmediato en dejar resuelto el problema.
Pieterf terminó la
entrevista confuso. Aquel lejano asunto de contrabando de armas no terminaba de
quedar zanjado y se complicaba cada vez más. De acuerdo, acabaría con otro
posible testigo, pero ¿acaso no era él un testigo más de aquel podrido y sucio
asunto? ¿Cuánto tiempo tardaría aquella gente en considerarle, a él también, un
testigo peligroso a silenciar? De ahora en adelante, debería andar con mucho cuidado.
Cinco días más tarde,
Rodríguez aterrizó en el mismo lugar con el vuelo de Iberia IB3162. Está
nervioso. Es su primer trabajo en el extranjero y, aunque le han dicho que debe
mostrar seguridad y presentarse como un tipo duro y experimentado, no puede
evitar un molesto hormigueo en sus tripas y tragar más saliva de la deseada,
mientras espera la llegada de su contacto.
-¿Mister Rodríguez?
-preguntó un simpático joven de aseado y deportivo aspecto, al tiempo que le ofrecía su mano, y componía en su rostro una amplia y afable sonrisa.
-"Lles, ay am" -contestó Rodríguez.
-Nice to meet you, I'm Travis,
John Travis, your contact here. Did you have a good trip?
Ni qué decir tiene, que el
bueno de Rodríguez no entendió ni palabra.
-Disculpe, pero no sé
demasiado inglés -se excusó, empequeñecido.
-Ow! No hay problema. Yo conozco algo de español. Estoy seguro que
nos entenderemos bien -aseguro Travis, exhibiendo de nuevo su cordial sonrisa.
Poco tiempo después, se
hallaban en la comisaría del West Village, en el Downtown del distrito de
Manhattan, donde llevaban el caso del asesinato de Christopher Keane, la falsa
identidad de Joe Foster. Habían llegado directamente desde el aeropuerto, con toda
la impedimenta de Rodríguez a cuestas, lo que no dejó de producir unos cuantos
comentarios jocosos entre el personal de aquella jefatura.
Concluidas las necesarias
presentaciones, el comisario en persona, con la ayuda de Travis, puso en
conocimiento de Rodríguez la situación del caso.
-Este es un asunto que nos
tiene desorientados -dijo el comisario- No por la autoría del crimen, que parece
haber sido cometido por venganza de algún inversor agraviado y que pronto
daremos con él, sino por la falsa identidad del muerto, que no conseguimos
identificar.
-En España creemos que hay
mucho más en este asunto. La señora que se presentó allí como madre del tal
Christopher, también vivía con nombre supuesto y solo hace cinco días que se ha
desplazado hasta aquí con un nuevo nombre: Muriel Dallamore.
-¿Lo creen? ¿No están
seguros? -replicó el comisario con cierta ironía.
-Miren Vds. Nadie es capaz
de conseguir tantas identidades falsas, y esta última en tan corto periodo de tiempo, sin el
apoyo de una importante organización. Por otra parte, nadie mata por sentirse
estafado o defraudado. Si así fuera, en mi país no quedaríamos ni la mitad de
la población -estas palabras provocaron una sonora carcajada en los allí
presentes, lo que hizo que Rodríguez se viniera arriba- Les digo que aquí se
está cociendo algo muy gordo.
-¿Gordo? ¿Qué quiere decir
con gordo? -preguntó Travis desconcertado.
-¡Bij, coño, bij! -exclamó
Rodríguez, mientras en su interior pensaba: anda, que no son lentos de mollera
estos yanquis.
-Ow, big! -precisó Travis- Quiere decir que es un asunto muy
importante ¿No es eso?
-Así es -contestó rotundo
Rodríguez, sintiéndose el centro de atención y el auténtico dominador de
aquella selecta reunión de experimentados detectives.
Mientras tanto, Margaret conoció y lloró la muerte de su hijo. Desde ese momento, todo su tiempo se ha dedicado en rumiar y planear su venganza. Ya no es aquella joven y débil mujer que huyó asustada a la muerte de su marido. Ahora no descansará hasta conseguir vengar a ambos. Durante el resto de su vida, ella estará dedicada a lograr ese irrenunciable objetivo.
Mientras tanto, Margaret conoció y lloró la muerte de su hijo. Desde ese momento, todo su tiempo se ha dedicado en rumiar y planear su venganza. Ya no es aquella joven y débil mujer que huyó asustada a la muerte de su marido. Ahora no descansará hasta conseguir vengar a ambos. Durante el resto de su vida, ella estará dedicada a lograr ese irrenunciable objetivo.
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