jueves, 10 de octubre de 2013

Capítulo V

          
El asiento era amplio y cómodo. Es lo mínimo que se puede pedir a un vuelo en clase business, pensó Pieterf mientras se distraía clasificando a los demás viajeros, según su apariencia, conforme iban entrando en aquel exclusivo recinto del avión y se acomodaban en sus respectivos asientos.

Cuando era más joven, solía viajar en clase turista, no por falta de pasta, sino para pasar más desapercibido. Ahora, el pelo había empezado a blanquearse y a clarear, el cuerpo a ganar algunos kilos, mientras que en su rostro comenzaba un irrefrenable descuelgue en alguna de sus partes más notables.

Su aspecto se había aburguesado y había tomado la presencia de un destacado profesional de la industria, el comercio o la banca. Así pues, era en business donde llamaba menos la atención de cualquier mirada indiscreta o peligrosa.

De pronto, dio un respingo en su asiento. ¿No era Margaret Foster aquella mujer que venía caminando hacia él por el pasillo del avión?

Sí, sí, era ella. No había duda. Los años le habían cambiado algo el cuerpo. Además ocultaba parte del rostro mediante unas amplias gafas oscuras, pero jamás se le olvidaba una cara a poco que la hubiera visto. Era parte de su oficio y una garantía de supervivencia.

¡Vaya con la señora Margaret! Años tras ella, intentando localizarla sin éxito, y allí estaba, volando hacia New York en su mismo vuelo. ¡Qué pequeño es el mundo!, se dijo.

Debió morir junto a su marido William. Una casualidad, provocada por una compra imprevista de última hora, evitó que se encontrara en el coche donde fue ametrallado su marido. Después desapareció y no volvimos a saber nada de ella.

La estuvieron buscando durante mucho tiempo. Pasaron los años y, por fin, lograron descubrir  la identidad  de  su  hijo  Joe,  que  se  hacía llamar Christopher Keane. Esperaban dar con ella, sometiendo a Joe a una estrecha vigilancia, pero su reciente muerte había trastocado los planes de la organización.

¿Estaría la competencia detrás del crimen? Quizás fuese debido a una mera venganza personal... Había que averiguarlo. Pero como Pieterf no se fiaba ni de su sombra y aun menos de sus jefes de la organización, decidió dejar su refugio de las montañas pirenaicas, cinco días antes de lo anunciado.

Por su parte, Margaret, al sentir descubierta su verdadera identidad, tras la misteriosa llamada telefónica de Barcelona, ignoró la cita en la tienda Coronel Tapioca y decidió trasladarse a New York, con una nueva identidad. Allí activaría sus muchos contactos y trataría de encontrar a su desaparecido hijo.

En Mirador de la Reina nº4, sede de la comisaría de Fuencarral, el comisario Casado recibía un abultado informe del inspector Rodríguez.

-¡Ni rastro, jefe! La tal Márgara Fuster usa la identidad de una mujer muerta la tira de años y ha desaparecido sin dejar la menor huella. En su oficina me han dicho que ha salido de viaje. No saben a dónde ni por cuánto tiempo. Ha vaciado la caja fuerte de documentos, se ha llevado la agenda de la compañía y tan solo ha dejado una cuenta bancaria activa. He revisado todas las salidas de avión y no he podido encontrar a ninguna Márgara Fuster.

-Pues el informe de Interpol aclara poco este asunto. Han conseguido localizar a Christopher Keane, según la señora Márgara hijo de su primer matrimonio, en la Morgue, muerto de tres disparos. Lo curioso del caso es que, también el tal Christopher, vivía con documentación falsa y no tienen ni puñetera idea de quién es.

-Esto me huele muy mal, jefe. ¿No le parece que aquí hay gato encerrado?

-Me lo parece, Rodríguez. Y le diré una cosa: estos son los casos que a mí me gustan.

-¡Y a mí también!  -se  apresuró a declarar Rodríguez- Dígame por donde empezamos que allá me voy de cabeza.

-Investigue a todas las mujeres que hayan viajado solas en avión durante los últimos días. Revise con especial atención los vuelos dirigidos a Nueva York.

-¡Ostras, comisario! Me ha puesto tarea para una semana, por lo menos.

-Pues la tendrás que hacer en dos días -advirtió el comisario- Tengo pensado solicitar autorización para enviar un agente a Nueva York, pasado mañana, con el fin de trabajar junto con los de allí, en el esclarecimiento de de este asunto. Así que tú verás.

-¡Joder, jefe! No será capaz de hacerme la putada de dejarme fuera del caso. ¡Con lo que yo he trabajado en él desde un principio!

-Y las ganas que tienes de conocer Nueva York ¿verdad? Pues mira, si no conseguimos establecer la nueva identidad de esta señora, no habrá caso. Así que espabila.

Al día siguiente, Rodríguez entró en el despacho del comisario como una exhalación, agitando en su mano, elevada por encima de su cabeza, unos cuantos folios escritos.

-¡Ya lo tengo, comisario! Me ha costado trabajar toda la noche pero aquí está. Ahora se hace llamar Muriel Dallamore.

-¿Está seguro? -el comisario cambiaba el tuteo por el tratamiento, siempre que sentía la necesidad de reforzar su autoridad o cuando debía soltar alguna regañina. En otras ocasiones lo hacía sin darse cuenta, de una manera refleja, sin premeditación ni menosprecio- Mire que si este asunto llega a las altas esferas y se internacionaliza, nos la jugamos como metamos la pata.

-Tranquilo, jefe. He revisado el 100% de los nombres y solo en este no tenemos referencias. Es la mujer que buscamos. No hay duda.

-Bien, en ese caso voy a hacer el informe para la Subdirección y a preparar tu acreditación y todo el papeleo de tu viaje. En este asunto hay que obrar con rapidez. En dos días deberás estar en Nueva York, trabajando con nuestros colegas de allí. Pero escúcheme bien: necesito resultados de inmediato. No se me ande por las ramas, que mi olfato me dice que aquí debe haber algo muy gordo.

-Confíe en mí, comisario. Haya lo que haya en este asunto, le juro que lo descubriré -aseguró Rodríguez muy serio- Pero, dígame: me pondrá unas buenas dietas ¿eh? que no es lo mismo viajar a Nueva York que a Galapagar.

-Las dietas serán las estipuladas. En Administración te dirán. Y un consejo te voy a dar: no te pases ni en un euro porque lo tendrás que poner de tu bolsillo. Que no está el horno para bollos.

Así, dos días más tarde, se podía ver al bueno de Rodríguez caminando por la terminal nº 4 de Barajas, con aire no demasiado seguro, portando dos enormes maletones -sin duda le iba a salir por un ojo de la cara el sobrepeso-, una gran bolsa de viaje cargada en un hombro, con un diccionario de inglés y un manual de "Como hablar inglés en 15 días" en su interior, y el ordenador colgado en el otro.

Comenzaba para Rodríguez una apasionante aventura. 
  

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