Transcurridos los primeros momentos de inquietud y sorpresa, Marga reflexiona, más calmada, y recobra su habitual entereza, propia de un carácter duro, frío y calculador.
Quizás fuese una broma de mal gusto... aunque,
aquel hombre había citado el alias que su hijo usaba para realizar las
operaciones de ingeniería financiera más arriesgadas y esto representaba un toque
de atención ante un inmediato peligro.
No temía al simple hecho de la mención del alias
de Christopher, lo peligroso era que lo relacionaran con ella y, por tanto, se
hubiera roto el secreto de quién estaba detrás de aquel falso nombre de mujer: Joan
Cockoyster.
En realidad, Marga también tenía mucho que
ocultar. Su actual nombre, Márgara Fuster, era falso. Cambió su verdadera
identidad, Margaret Foster, tras ocurrir el trágico suceso que acabó con la
vida de su marido en Chicago.
Abatida, cambió de nombre y se refugió en
España con su hijo Joe. En la ciudad de Barcelona rehízo su vida, con mucho esfuerzo y un enorme derroche de inteligencia
y tenacidad.
Cuando su hijo Joe decidió independizarse y
volver a Estados Unidos para montar su propio negocio, le procuró documentación
falsa a nombre de Christopher Keane. Este, aprovechó bien las enseñanzas de su
madre y creó, de la nada, un auténtico imperio financiero en New York.
Marga dejó la cafetería donde había tratado
de reponer sus maltrechos nervios, después de un día de intenso trabajo, y se
dirigió con rapidez hacia su alojamiento en Madrid Central Suites, peculiar
hotel, sin lujos, pero discreto y con una central de negocio bastante útil. Era
buena hora para telefonear
Intentó localizar a Chris por todos los
medios sin éxito. En su despacho no sabían nada de él desde hacía dos días.
¡Su hijo Joe había desaparecido!
En la comisaría de Chamberí, se hallaba el
comisario Ruiz Casado ante una montaña de expedientes, con un humor de mil
diablos y la duda de cuál le resultaría más conveniente abrir, ante los
continuos rejonazos con los que le obsequiaban los muchachos de la prensa o los
políticos de un lado u otro.
-¡Buenos días, comisario! -saludó más que
alegre el inspector Rodríguez- aquí le traigo un nuevo caso.
-¡Ni buenos, ni leches, Rodríguez! A ver si
somos más puntuales, coño, que todos los días se desayuna media hora. ¡Y no me
venga con el rollo del tráfico! ¡Venga, de qué se trata esa otra historia!
-Bueno, jefe. Le prometo enmienda -aseguró
Rodríguez, que no perdía su buen talante, aunque le llamaran "perro
judío"- Es una requisitoria del juzgado para investigar un caso de
blanqueo de dinero y evasión de impuestos de un pez gordo.
-¡Me cagüen la leche! ¡Ya estamos con otra
gilipollez política! ¿Qué juez lo firma?
-M. J. L., jefe. Ya sé que esto es un
incordio, pero bien habrá que perseguir a los criminales de cuello blanco y
alto standing. Vamos, digo yo.
-Mira, Rodríguez, no me seas gilipollas ni me
saques de mis casillas. ¿Acaso tu nunca has pagado algún trabajo sin IVA ni
factura? Por cierto, ese juez es de la onda política contraria a la del
susodicho sospechoso.
-Caray, jefe, qué lo mío son cuatro gordas.
-¡Claro! Y ahora me querrás convencer de que
si, en vez de esas cuatro gordas, fueran millones, entonces sí lo pagarías
¿verdad?
-Desde luego, comisario, hoy está Vd.
imposible. Ya me dirá, entonces, qué es lo que hay que hacer.
-Lo que vamos a tener que hacer es lo de
siempre: cientos y miles de informes, escuchas telefónicas y revisión de
archivos y documentos, buscando, durante meses, indicios y pruebas
incriminatorias, cuando lo que deberíamos hacer es nada
y dedicarnos más a lo nuestro. Que con estas gilipolleces, va todo manga por
hombro. Esto debería ser asunto de los culos gordos de Hacienda. Ellos deberían
investigar, cobrar lo necesario y multar lo debido. Criminalizar estos asuntos
solo sirve para movilizar una enorme cantidad de medios y recursos, y no volver
a ver el dinero defraudado. Unos pocos años de cárcel y luego a vivir con el
dinero que se esfumó.
-¿Da su permiso, Sr. comisario? -solicitó un
agente, tras unos respetuosos y leves golpecillos en la puerta.
-¡Adelante! ¿Qué se le ofrece?
-Tengo a una señora que quiere denunciar la
desaparición de su hijo y desea hablar con Vd.
-Ahora mismo no puedo recibirla. Tómele
declaración y tráigamela enseguida. Luego le diré cuando puedo hablar con ella.
El comisario quedó en su despacho tratando
con Rodríguez la organización del operativo solicitado por el juez y al poco
tiempo regresó el agente con el expediente de la desaparición.
-¡Vaya, hombre! Lo que nos faltaba. Se trata
del hijo americano de una española, residente en Barcelona, que ha desaparecido
en Nueva York -comentó Casado tras un largo resoplido.
-¡Cojonudo, jefe! -saltó como un resorte
Rodríguez- Me apunto. ¡Envíeme Vd. allí!
-¡Serás tontolaba, Rodríguez! ¿No ves que
este asunto está fuera de nuestra jurisdicción? Además, ¡si no sabes inglés!
-Que sí, jefe, que algo aprendí en la
Academia.
-A ver, salúdame en inglés -desafió Casado a
su inefable subalterno con cierta sorna.
-No hay problema: ¡Yelou, beibi!
-¡Ja, ja
ja! -el comisario se partía la tripa a reír- A veces me pregunto,
Rodríguez, cómo coños conseguiste aprobar los cursos de la academia.
-No crea, también yo me lo pregunto -contestó
Rodríguez, riendo
a su vez, contagiado por las carcajadas de su jefe- Seguramente me tomaron por
el pariente de alguien muy importante.
-¡Joder, Rodríguez! -terminó por decir
Casado, secándose las lágrimas que la salida del inspector le habían provocado-
Si no fuera porque tiene un olfato especial para hallar la pista más oculta y
embrollada, ahora mismo le ponía a barrer la comisaría. Venga, termine de hacer
el payaso y haga pasar a esa señora.
Entró por fin Marga al despacho y el
comisario captó, en seguida, que no tenía delante a una mujer cualquiera.
-Mire, señora, no voy a engañarle -dijo el
comisario, empleando el tono de mayor sinceridad que pudo-. Poco podemos hacer
desde aquí. Vamos a pedir información a Estados Unidos, a través de Interpol,
con los datos de su hijo que Vd. nos ha facilitado. Tan pronto la obtengamos se
la haremos llegar, bien a Barcelona o a su dirección de aquí.
-¿Qué me aconseja que haga, comisario,
mientras tanto? -preguntó Marga.
-Haga vida normal. Si alguien se pone en
contacto con Vd. hágamelo saber, aunque el comunicante le insista en lo
contrario. Mi consejo es que, si puede, vaya a Nueva York y esté pendiente de
la investigación que se ha de abrir allí, tan pronto reciban nuestra
documentación.
Márgara Fuster, Margaret Foster, dejó la
comisaría con la mente bullendo en un mar de ideas para dar con su hijo
Christopher Keane, Joseph Foster, en realidad.
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