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El fantasma de nadie |
Joe caminaba deprisa, envuelto por una húmeda bruma, en una de esas noches neoyorquinas, tan desapacibles y frías. Miraba de soslayo, a derecha e izquierda, mientras avanzaba con rapidez por la 13 de West Side, entre Ninth Avenue y Washington Street.
Muy pocas personas transitaban en aquella intempestiva hora, y quienes lo hacían aparentaban ser gente pacífica, empleados quizás, que dejaban su quehacer cotidiano para alcanzar, lo más pronto posible, el medio de transporte habitual que les acercara a sus hogares.
Pero Joe no se fiaba. Había demasiada gente que celebraría su muerte o que estaría dispuesta a dársela con sus propias manos, si estuviera a su alcance.
Pero Joe no se fiaba. Había demasiada gente que celebraría su muerte o que estaría dispuesta a dársela con sus propias manos, si estuviera a su alcance.
¡Cómo se le habría ocurrido dejar el despacho a hora tan tardía! -se recriminaba, aunque pronto halló la escusa- En realidad, no había podido evitarlo. Al día siguiente, debía responder ante la Corte del Estado sobre los presuntos fraudes, denunciados por varios clientes de su Compañía de gestión de valores. Preparar los papeles que debía presentar, con el cuidado necesario para evitar ser pillado en algún renuncio durante la vista, le ocupó mucho más de lo previsto.
Suspiró aliviado al distinguir las luces de entrada del Subway, difuminadas por la bruma que exhalaba el cercano río Hudson, y decidió mantener su diaria costumbre de echar un trago en el exclusivo lounge APT de al lado. Ya no había cuidado, prácticamente se hallaba en casa.
Pidió su habitual vodka con limón y hielo y, mientras lo consumía a pequeños sorbos, repasaba mentalmente los argumentos que había preparado en defensa de su causa.
¡Pero qué pandilla de cabrones están hechos estos mierdas que ahora me acusan! -pensaba indignado- Poco se quejaban cuando les proporcionaba intereses del 10 ó 15%. ¿Qué creían, que esto se puede hacer sin tomar riesgos?
La verdad es que se había visto atrapado en medio de aquel tremendo cataclismo financiero, pero él no era ningún tonto. Sabía que algún día llegaría el cataclismo y había tomado las medidas adecuadas para salvaguardar su fortuna, a pesar de que no sospechaba que fuera a suceder tan pronto. Lo siento por mis codiciosos clientes, se disculpaba, pero yo no tuve la culpa. Alguien, y no yo, debió meter la pata que dio origen a este descalabro.
¡Pero qué pandilla de cabrones están hechos estos mierdas que ahora me acusan! -pensaba indignado- Poco se quejaban cuando les proporcionaba intereses del 10 ó 15%. ¿Qué creían, que esto se puede hacer sin tomar riesgos?
La verdad es que se había visto atrapado en medio de aquel tremendo cataclismo financiero, pero él no era ningún tonto. Sabía que algún día llegaría el cataclismo y había tomado las medidas adecuadas para salvaguardar su fortuna, a pesar de que no sospechaba que fuera a suceder tan pronto. Lo siento por mis codiciosos clientes, se disculpaba, pero yo no tuve la culpa. Alguien, y no yo, debió meter la pata que dio origen a este descalabro.
Mientras despachaba su vodka y meditaba, no cesaba de vigilar a los demás clientes, tratando de descubrir algún gesto, mirada o apariencia sospechosa.
De pronto, alguien le dio una palmada en la espalda.
-¡Hombre, Chris! -dijo aquel sonriente- ¿Qué haces tú por aquí? Te hacía en Suiza.
-Hola -contestó Joe, cuando consiguió reponerse del sobresalto que le produjo la dichosa palmadita- No, tuve que anular el viaje a causa de un negocio que me ha retenido aquí.
No podía decirle que tenía el pasaporte intervenido, y como no tenía ganas de más conversación, apuró el vaso, pagó y se fue.
Apenas se había cerrado la puerta a sus espaldas, cuando sonaron tres detonaciones seguidas. Cuando varios clientes salieron, con la debida precaución, para ver lo sucedido, hallaron a Joe tendido en el suelo, muerto sobre un charco de sangre que se extendía con rapidez.
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