lunes, 1 de diciembre de 2014

Capítulo XXXII


Cuando uno de los secuaces de Rossano entró en el despacho de su despótico jefe, un par de horas más tarde, una inmensa sorpresa le aguardaba. Gritó, alarmado, pidiendo ayuda, al ver a su jefe caído en el suelo y tieso más que un palo, pero nada pudo hacer el resto de pistoleros que acudieron a sus voces, salvo solicitar la ayuda de las asistencias.

Los médicos del Emergency Response diagnosticaron muerte natural, aunque condicionaron su dictamen al resultado de la reglamentaria autopsia, ante las extrañas circunstancias que rodeaban la muerte del capo. En efecto, nadie podía explicar el desorden que imperaba en la estancia, ni el origen de las pintadas que aparecían en la pared. Mucho menos, el motivo por el cual, el cadáver aparecía rebozado de pintura roja. Sobre todo, tras la declaración de varios testigos, asegurando que nadie había entrado en la habitación. En esto no cabía duda alguna, ya que la entrada, y todos los accesos posibles hasta llegar a la estancia, habían estado fuertemente vigilados durante todo el tiempo.

Nadie podía sospechar que hubiera alguien, como Bob y Margaret, capaces de entrar y salir de allí, sin ser vistos, con la mayor tranquilidad del mundo, gracias a los sofisticados equipos de ocultación que poseían.

La muerte de Rossano supuso un periodo confuso en el hampa de NY. agravado por la intervención de las autoridades de la City, que se vieron obligadas a tomar drásticas medidas en contra de la mafia, espoleadas por la prensa y la opinión pública, tras la escabechina en el Black Pearl,

Pero no duró mucho esa situación. Pronto los negocios mafiosos volvieron a su criminal normalidad, a pesar de que, tanto el alcalde, como el gobernador del Estado, trataron de impedir su actividad, aplicando en su acción todos los medios policiales y jurídicos a su alcance.

En efecto, la desaparición de Rossano encumbró a varios otros jefecillos que, tan pronto los luctuosos sucesos acaecidos en la ciudad perdieron actualidad, se repartieron más o menos amigablemente el negocio, al beneficiarse de que las redes de distribución y acopio de droga, así como las demás infraestructuras del crimen, se mantuvieron casi intactas.

El mismo Grosseto apenas se vio importunado por sus sangrientas maniobras. Cuando la policía llegó al Black Pearl, solo encontró muertos y moribundos de Rossano. Toda su gente había desaparecido, incluidos tres empleados que, aun sin conocer, ni tener nada que ver con los manejos ilegales de su patrón, salieron huyendo de allí y no se les ocurrió aparecer por aquel barrio en su vida, al no saber bien a quién temer más, si a los pistoleros del local, a sus enemigos o a la propia policía. Así, Grosseto halló vía libre para la expansión de sus negocios ilícitos en NY.

Fue, sin duda, el mayor beneficiado por la muerte de Rossano. La ciudad se hallaba "virgen" en el campo de algunos negocios ilegales, tales como el amaño de presupuestos en toda clase de obra pública, su adjudicación fraudulenta, el tratamiento ficticio y doloso de las basuras y residuos industriales, la coacción y fraude en los transportes, el blanqueo de dinero y otras muchas actividades económicas, situadas a caballo de la fina e imprecisa frontera que separa lo legal de lo ilegal, donde Grosseto se movía con admirable soltura y destreza.

Hasta entonces, esta peculiar labor venía siendo realizada por políticos   venales o poco escrupulosos, comisionistas, promotores y hombres de negocios dedicados a la especulación, todos ellos de forma limitada e inconexa y sin la conciencia de estar cometiendo un delito y sí un pingüe negocio, lógica consecuencia de su estimable habilidad y perspicacia.

Cuando Grosseto aterrizó en New York con toda su "tropa" y se vio libre de molestas rivalidades, le costó muy poco hacerse con el control de todos estos negocios. Creó una tupida red de colaboradores, al estilo de la que había organizado en Philadelphia, copiada de los nuevos sistemas impuestos por la camorra napolitana en sus ilegales trapicheos, y se apartó de las acciones violentas y criminales, tales como la extorsión, la droga, el juego y la prostitución, el violento campo de acción de Rossano. No es que le repugnara la violencia, solo que consideraba que debía aplicarse únicamente en casos muy concretos e inevitables.

Contaba con una gran experiencia y un buen entrenamiento en el manejo de toda clase de negocios ilícitos y clandestinos, al haberlos introducido, con buen éxito y durante años, en el Estado de Pensilvania. Era por esto, por lo que poco le apuró la resistencia inicial que halló en algunos "peces gordos" de NY. para cederle sus irregulares ganancias. Sabía muy bien cómo hacer frente a esas contingencias y de qué manera había que tratar esos casos y a esas personas.

-¿Qué noticias me traes de la Big Apple? -Grosseto estaba de muy buen humor cuando recibió la visita de Tony Capelo, su hombre de confianza en NY City, y no se recató un ápice en demostrarlo con efusión, mediante una amplia sonrisa, un alegre tono de voz y un afectuoso abrazo.

-Todas buenas. O casi todas. Seguimos avanzando en la implantación de nuestros intereses en la ciudad a un ritmo muy satisfactorio y, poco a poco, se va consolidando nuestra posición allí. Sin embargo, no todo rueda como deseamos. Hemos hallado alguna resistencia en ciertos estamentos de la administración municipal y estatal.

-Bueno, es natural. No esperaba otra cosa. Sin embargo, con la muerte de Rossano se fue nuestro mayor obstáculo. Cuéntame lo que haya.

-Hay un concejal del Borough de Brooklyn que nos esquiva y presiona a nuestros hombres del Council para que voten en contra de nuestros presupuestos. He probado a "entrarle" de varios modos sin éxito y ya no sé qué hacer.

-¡Ay Tony, Tony! ¡Cuánto tienes que aprender todavía! Atiende: Vas a enviarle un buen regalo. Pero un buen regalo de verdad ¿eh? Uno que no baje de 100.000 $. Si lo acepta ya es tuyo. Pero si lo rechaza, olvídate de él y busca aliados entre sus subordinados. ¿Está claro?

-Sí, sí, jefe. Pero así hice con un Senador y el fulano se quedó con el regalo y sigue sin favorecernos.

-¡Ojo! ¿Ese Senador es del Estado o Federal?

-¡Cielos, no! Pertenece al Senado del Estado de NY. Tengo muy presente que Vd. no quiere que nos metamos en asuntos federales.

-Bueno, no te preocupes. Ese tío es un cabrón ambicioso incapaz de mantener la palabra dada. No es de fiar y hay que neutralizarlo. Investiga sus puntos débiles, que seguro los habrá. Pero si no los encuentras, no hay cuidado, los fabricaremos hasta conseguir su descrédito. ¿Qué más?

-Tengo a dos asambleístas en el bolsillo, aunque poco negocio hemos conseguido a través de ellos.

-Y seguirás sin obtenerlo. Esos pájaros pintan poco. Céntrate en el Council de la ciudad. El presupuesto de la Alcaldía ronda los 78 mil millones de dólares y de ellos tenemos que llenar nuestro saco. Pero no te olvides de aquello que no dejo de repetiros. No queráis llevaros todas las ganancias. Dejad lo suficiente para que nuestros colaboradores estén satisfechos. La excesiva ambición acaba por resultar un mal negocio.

Con este paternal talante, continuó Grosseto aleccionando a su pupilo. Nadie diría que estaban tratando asuntos fuera de la ley. Muy al contrario, el orondo capo, dueño de una beatífica imagen, más propia de un experto y honrado repostero, daba la impresión de estar instruyendo a uno de sus allegados más queridos en los principios del buen transitar por el recto sendero de la vida.

-¿Y qué tal con la nueva sede? -acabó por preguntar a Tony Capelo.

-Muy bien. Fue una magnífica idea continuar en White Plains. A nadie se le ocurrirá buscarnos a tres cuadras del Black Pearl. El edificio es mucho mejor y las comunicaciones siguen tan apropiadas como antes.    

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