El
teléfono del general O´Connell echaba humo debido a un uso tan prolongado como frecuente. Apenas habían
transcurrido unos instantes desde que la áspera voz del general dejara de
escucharse tras su última comunicación, cuando una nueva llamada reclamaba, con
insistente repiqueteo, la necesidad de volver pegar de nuevo su oreja al
auricular del bullanguero aparato.
Aquel
era un agitado día en la sede del SSD. de Staten Island en New York. La
desaparición de Homer y el nulo éxito alcanzado en la localización de Margaret
Foster, así como la sospecha, confirmada ya, de estar siendo ayudada por el
ex-agente secreto Robert Bryan y por el "hijo de mil perras" de
Pieterf, habían equipado al general con el peor humor del planeta.
Y
cuando el general estaba de mal humor, hasta los cimientos del potente edificio
temblaban.
Mucho
más en este día, en el que O´Connell había recibido la llamada de un senador,
dos oficiales de altísimo rango y un miembro del gobierno. Esta gente,
impacientada ante la continua dilación en la resolución de aquel "problema"
que afectaba peligrosamente a sus intereses, acuciaba al general para exigirle su pronta
resolución. No entendían como una indefensa viuda pudiera tener en jaque a toda
una poderosa organización como la que mandaba O´Connell.
-Amigo,
despabila, que tienes tanto que perder como nosotros, o más -le habían dicho, y
aquello le sentó como una coz en la parte más baja de su vientre.
Solo
faltó la desaparición de su mano derecha, Homer, para que la exasperación de
O´Connell fuese total. No es que sintiera un gran aprecio por su hierático
subordinado, a pesar de su probada fidelidad. El enojo del general radicaba en
el hecho de que su fiero sicario era conocedor de muchas de las "irregularidades
reglamentarias" practicadas u ordenadas por él y no se podía permitir el
riesgo de que estas fuesen reveladas o llegadas a conocer por quién menos
conviniera.
Por
fin, el teléfono le dio un respiro y enmudeció. De inmediato, ordenó la urgente
presencia en su despacho de todos los jefes de departamento.
-¡Es
una auténtica vergüenza lo que está ocurriendo aquí! -clamó el general,
dispuesto a fustigar a sus hombres hasta hacerles reaccionar y obligarles a dar
el cien por cien de su potencial investigador-. Tres peligrosos enemigos de
nuestra nación andan libres por la ciudad, mientras Vds., los hombres elegidos
para defenderla, se limitan a calentar los asientos de los departamentos con
sus grasientas posaderas.
Y
ahogando alguna aislada y tímida protesta de sus oyentes, continuó:
-Lo
más decepcionante es que haya transcurrido ya un par de semanas sin haberme
presentado la más mínima pista sobre la desaparición de su camarada Homer.
¿Creen que todavía puede quedar alguien capaz de confiar en Vds.? ¿Consideran
posible que el alto mando esté dispuesto a afrontar el alto costo de nuestra
organización para cosechar tan exiguo resultado? Sinceramente, estoy seguro que
todos Vds. harían mucho mejor papel dirigiendo el tráfico en las calles. ¿Les
apetece el plan? -y tras una breve pausa que a varios de sus hombres se le hizo
eterna, continuó- Pues ese es el destino a donde se dirigen como no espabilen.
-Señor,
estamos haciendo todo lo que está en nuestras manos y esperamos obtener
resultados muy pronto -se atrevió a manifestar uno de los convocados.
-¡Basta
de promesas! ¡Quiero resultados, y los quiero ya! -gritó O´Connell.
-Mire,
general -terció otro de los presentes-, seguimos manteniendo una minuciosa
vigilancia sobre la totalidad de la ciudad, gracias a que contamos con la
estrecha y total colaboración de la policía metropolitana y la estatal. El
análisis de las llamadas telefónicas, correos electrónicos y WhatsApps han
acotado un área de unas cuatro millas cuadradas en el noreste de Long Island.
Ahora mismo se está investigando a cada propietario e inquilino de cada casa de
esa zona. Estimamos que en diez días habremos descubierto el refugio de
Margaret Foster.
-Diez
días es demasiado tiempo. Cuando lo encuentren lo hallarán vacio como ocurrió
con su anterior refugio. Salgan a por él y hagan lo necesario para acortar el
plazo en no menos de la mitad. Y háganme el favor de no abandonar la búsqueda
de Homer.
Con
esta severa recomendación del enojado O´Connell se dio por finalizada la
reunión y sus componentes salieron como balas para tratar de cumplir las
órdenes del general.
Mientras,
Margaret y Bob conversaban en Hempstead sobre la forma de meterle mano al
general, una vez que Pieterf dejara la casa después de su pesimista informe.
-Has
dicho que tenías un plan -recordó Margaret.
-Bueno...he
de confesarte que era un farol -replicó Bob. Y ante el mohín de disgusto de
Margaret continuó-. Estaba Pieterf tan desanimado que me pareció oportuno
aportar un poco de optimismo a la reunión.
-Sabes
bien que no era por eso. ¡Cuándo acabará esa condenada manía que le tienes!
-No,
no. No es manía. Lo que pasa es que tantos años de trabajo en ese despiadado
mundo del espionaje me han enseñado a no fiarme de nadie. Me parece que con eso
no hago ningún mal y, en cambio, protejo nuestros asuntos.
-Bien,
pues sigue así si te place, pero me gustaría que confiaras un poco más en él.
En realidad, se ha limitado a presentarnos las dificultades, casi insalvables,
que representa un asalto a la sede del SSD. y, no lo olvides, nadie mejor que
él para conocerlas.
-Mira
Margaret, en este negocio no hay nada imposible. Y otra cosa que he aprendido
en mi profesión es que, cuanto más complicado es el problema al que te
enfrentas, más sencillo debe ser el procedimiento que necesitas aplicar para
resolverlo.
-Lo
que tú quieras. Pero dime: tienes pensado algo, sí o no.
-Algo
sí, pero necesito organizar mis ideas y madurar un plan que funcione. Tampoco
tú debes olvidar que contamos con una ventaja decisiva, al poder contar con un
arma tan poderosa como son los equipos de ocultación de William.
-No
me olvido -replicó Margaret, con un ligero gesto de fastidio- Lástima que
nuestros equipos no nos permitan evitar los sofisticados sistemas de seguridad
del edificio.
-Esa
es la cuestión. Tenemos la oportunidad de pasar inadvertidos a la observación
de cámaras y personas, pero aun así, debemos solventar estas dificultades: Cómo
burlar los sistemas de control de tránsito y de qué manera lograremos acceder a
la cámara acorazada de O´Connell. Además hay una consideración previa: ¿Qué es
más conveniente, un asalto nocturno o una operación realizada a plena luz del
día?
-¿Y
qué propones?
-Mi
plan consiste en afrontar el problema de forma gradual: paso a paso. Estas tres
preguntas representan tres fases de estudio a superar. Solo alcanzaremos el
éxito si somos capaces de dar respuesta a las tres, en caso contrario tendré
que rendirme a la evidencia y dar la razón a Pieterf.
-Mira
Bob, no me descubres nada con esto. Yo sigo viéndolo igual de negro que Pieterf. Aunque...,bueno, quiero confiar en ti. Lo necesito.
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