Era
media mañana de un día fresco y lluvioso de octubre, cuando el chicharreante,
impersonal y confuso altavoz de la terminal 1 del aeropuerto Adolfo
Suarez-Barajas de Madrid anunciaba el embarque de pasajeros del vuelo DL415, de
Delta Air Lines, con destino a New York.
Un
poderoso y capaz Boeing 764 esperaba a los viajeros al final del túnel de
embarque. En el interior del estrecho
pasadizo, caminaban Helen y un intranquilo Rodríguez, al que volar tan alto y
tan deprisa le hacía sentir garabatos en el estómago y un molesto nudo de
congojo en su garganta. Junto a ellos, otros 236 pasajeros pugnaban por entrar
en el aparato.
Viajaban
a Nueva York respondiendo a la angustiosa llamada de unos parientes de Helen
que solicitaban su intervención en un delicado asunto que afectaba a uno de sus
primos. Este hombre se hallaba detenido, acusado de fraude y apropiación
indebida de varios millones de dólares en la Compañía donde trabajaba. La
familia defendía su inocencia y apoyaba la versión del mozo, en la que
declaraba ser objeto de un complot, elaborado mediante un entramado de pruebas
falsas. Los verdaderos autores del desfalco trataban de cargarle el muerto,
para escapar de la acción de la justicia
y, de este modo, vivir a salvo, felices y contentos, con sus bolsillos
rebosantes de dinero robado.
-Mira
Helen -dijo Rodríguez, tan pronto esta le puso en antecedentes de lo sucedido-,
es imposible ocultar un fraude. A veces, es complicado averiguar el monto
total, pero los verdaderos autores no tienen escapatoria, por muchas pruebas
falsas que presenten. Si tu primo es inocente lo sabremos. Lo que me extraña es
que la policía de allí no lo haya resuelto ya.
-Depende
del detective que lleve el caso. -contestó Helen, conocedora de los entresijos
y procedimientos habituales en las comisarías de Nueva York- Allí hay mucho
trabajo y si encuentran pruebas medianamente convincentes, no se molestan más,
dan por concluida la investigación y presentan el caso a la fiscalía. Por eso
el abogado ha recomendado a mis tíos que contraten a un investigador privado de
confianza.
Rodríguez
no dudó a la hora de echar una mano a los parientes de Helen en el otro lado
del charco. Y, puesto que no habían tenido la oportunidad de realizar el
acostumbrado viaje de luna de miel, después de su boda, pensó que aquella era una
ocasión pintiparada para celebrarla. Encargó un buen hotel en la agencia de
viajes, y tampoco escatimó en los pasajes al elegir business. ¡Como señores! -se
dijo-. Sin embargo, no tardó en ocupar su mente una ambigua e insidiosa tentación de
arrepentimiento tras este inusual rasgo de esplendidez, al comprobar que
aquella hermosa "fiesta" le iba a salir por un riñón, un ojo de la
cara o alguna que otra parte de su anatomía, aun más sensible y delicada.
Eso
sí: Helen le obligó a contratar el vuelo en una compañía americana, pues no se
fiaba de ninguna otra y menos de las low
cost, añadiendo más escozor a las cavilaciones monetarias de Rodríguez.
Duraron
poco aquellos malos pensamientos de racanez. En cuanto arrellenó sus posaderas en el amplio y
confortable sillón de la selecta área business
-nada que ver con el hacinamiento de la clase turista-, y se vio con una copa
de champán francés en la mano, servida con atenta delicadeza por una solícita
azafata, tuvo que convenir que había merecido la pena. ¡Qué coño -pensó- un día es
un día!
Todavía
menos duró la tranquilidad a bordo de aquel avión. Apenas había transcurrido
una hora desde su salida de Madrid y volaban ya sobre las encrespadas olas del
Atlántico, cuando varios tipos morenos y de cetrina tez, armados con cuchillos,
pistolas y explosivos, se hicieron con el aparato en nombre de la Yihad Islámica. En un inglés con fuerte
acento extranjero, trataron de calmar la inquietud y alarma de los pasajeros,
asegurando que el pasaje no tenía nada que temer, si permanecían en sus
asientos en calma y obedecían sus órdenes. En caso contrario se verían
obligados a eliminar a quien opusiera resistencia e, incluso, hacer explotar el
aparato en vuelo, si fuese necesario. Después obligaron a los pasajeros a
entregar sus teléfonos móviles.
-¡Me
cagüen la leche! -exclamó Rodríguez- ¡Sabía que iba a ocurrir algo así! ¡Tú y
tu manía de volar con una compañía americana! ¡Ya ves en qué lío nos hemos
metido! ¡Con lo bien que hubiéramos venido en Iberia!
-¡No
seas pesado, Luis y deja de lamentarte! -replicó Helen- Esto podía haber
ocurrido en cualquier otro avión. Además, este no es más que otro de los muchos
secuestros aéreos que han ocurrido en todo el mundo. Lo normal es que se
resuelva sin mayores problemas, como siempre.
-¡Coño,
claro! Como os tienen tanto cariño por todo el mundo...¡Lo raro es que no
tengáis más follones de estos! ¿Y de verdad tú te crees que esto es un
secuestro normal?
-Pues
claro ¿Qué si no? -contestó Helen, algo confusa.
-¡Pero,
coño, Helen! ¿No lo ves? -insistió Rodríguez bastante alterado- ¡Estos cabrones
se van a inmolar! No han variado el rumbo. O sea, seguimos hacia Nueva York.
¿Te imaginas para qué? Si solo fuese un secuestro, estaríamos volando hacia un
país africano, donde pudieran hacer sus reivindicaciones con una cierta
seguridad, y escapar más tarde con la ayuda, o la vista gorda, de las
autoridades locales.
-¡Dios
mío! ¿Estás bien seguro de lo que dices? -preguntó Helen, ahora mucho más
alarmada.
-Lo
que yo te diga. ¿Es que no os dieron lecciones sobre esto, en vuestra academia
de policía? Esta gente utiliza para sus secuestros de aviones a combatientes
experimentados, duros, decididos y expertos en el manejo de las armas, Ahora
fíjate bien en estos tipos: están muy nerviosos, se nota que son novatos con las
armas por la forma de empuñarlas y sus manos no están encallecidas por su
manejo. Son pipiolos, seguro. Estudiantes, universitarios o algo así. Chavales
con la cabeza llena de ideas raras, fáciles de inflamar con eslóganes sublimes:
los más tontos y gilipollas, vamos. ¿Quién si no, se iba a prestar a una cosa
como esta?
-Si
es así, algo tenemos que hacer -dijo Helen metida ya en su papel de detective.
-Seguro,
no vamos a permitir que nos apiolen sin más ni más...¡De eso nada! De momento
ya han cometido su primer gran error: se han precipitado al iniciar la acción
demasiado pronto. Ahora nos quedan siete horas, como mínimo, para preparar un
buen plan y neutralizarlos. Para ellos, en cambio, este tiempo les va a pesar
como una losa en sus nervios y en su determinación. ¿Sabes si hay policía de
escolta en estos vuelos hacia América?
-No
estoy segura -respondió Helen- A raíz del 11-s se creó ese servicio, pero no sé
si se mantiene en la actualidad.
-Bueno,
lo primero que hay que hacer es recopilar la mayor cantidad posible de
información: cuántos son los secuestradores, cuántos pilotos, auxiliares de
vuelo, médicos, enfermeras, tíos echaos
p´alante que nos puedan ayudar y, algo muy importante, tenemos que saber
qué pasa en la cabina. Otra cosa: esta gente tiene armas, pero no las han podido
traer ellos. Jamás hubieran conseguido eludir el minucioso registro que nos
hacen antes de embarcar. Esto quiere decir que contaron con la ayuda de algún
tripulante para subirlas a bordo. Habrá que descubrir quién es.
Rodríguez
sabía muy bien lo que había que hacer, pero poner en práctica esas medidas era
harina de otro costal. Se hallaban incomunicados en la zona Business, junto a otros 35 atemorizados
pasajeros, mujeres y gente mayor en su mayoría, en la parte delantera del
aparato. Estaban separados de la zona Economy
Confort y Economy -91 asientos en total- por el lugar de
preparación del cáterin y los lavabos. Detrás de esta había otra zona Economy más, con 115 asientos, separadas
ambas por sus correspondientes lavabos y cáterin. El avión, mientras tanto, volaba
casi al completo hacia su fatal destino.
Helen y Rodríguez lo habían intuido, aunque en realidad, poco podían hacer para evitarlo: su aislada posición les impedía conocer nada de lo que sucedía en las otras
dos zonas del aparato. Solo cuando escucharon
varios gritos y un par de disparos, supieron que allí se estaba produciendo algún
acto de violencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario