jueves, 16 de abril de 2015

Capítulo L


Rodríguez y Helen habían ganado el primer asalto en la lucha por el control del aparato. Sin embargo el precio que se había pagado era demasiado elevado: el policía de escolta cayó en el intento, otros dos pasajeros se debatían entre la vida y la muerte y tres más sufrían heridas, aunque, por suerte, eran de menor importancia.

Al revisar el armamento de los secuestradores, recibieron una inesperada sorpresa: los explosivos eran simulados. Esto suponía descartar uno de los mayores peligros potenciales que deberían superar, en el intento de eliminar al último de los fedayines encerrado con los pilotos.

-¿Tenéis la llave de la cabina? -preguntó Rodríguez a una de las azafatas.

-La puerta está blindada y se abre mediante una clave numérica, pero dentro hay un cerrojo que solo puede ser accionado por el comandante...y ahora está en manos del secuestrador. Solo él podría abrirla. No hay otra forma.

-¡Pues sí que estamos bien! -replicó Rodríguez- Como se le ocurra a ese tío comunicarse con sus camaradas, estamos listos. Hay que abrir esa puerta como sea y cuanto antes.

Durante un tiempo, Rodríguez y Helen estuvieron ocupados en calmar a los alborotados pasajeros, organizar la asistencia a los heridos y montar la vigilancia de los prisioneros. Además hicieron maniatar de nuevo a los tres auxiliares de vuelo, que los pasajeros habían liberado.

-Entre ellos hay un colaborador de los terroristas. La policía se encargará de descubrirlo -aclaró Rodríguez ante los sorprendidos pasajeros.

-¿No pudo estar complicada alguna de las azafatas? Ellas también pudieron subir las armas escondidas en su equipaje -sugirió Helen.

-No, imposible. Todas conocían nuestros planes y, si alguna de ellas fuese cómplice, les hubiera dado el soplo. Yo estaba al tanto y vigilaba las reacciones de los terroristas ¿Por qué crees, si no, que daba las instrucciones con cuentagotas? Pero eso ya pasó, ahora tenemos que ver cómo abrimos esa condenada puerta.

No era tarea fácil. El asaltante de la cabina disponía de la ayuda de una cámara para saber quién se hallaba en las inmediaciones de la puerta de acceso. Hasta aquel momento solo había permitido el paso al fedayín de la zona Business, para recabar información, y a una azafata que les llevó agua y café. Por ella supieron que el copiloto estaba atado y amordazado con una herida sangrante en la cabeza, que el secuestrador no le permitió vendar. El piloto se hallaba a los mandos, bajo la amenaza de las armas de su captor. Se le veía muy nervioso y no dejó de apuntar a la azafata con su pistola mientras esta permaneció en la cabina.

-Está difícil, pero tenemos que intentarlo -dijo Rodríguez con decisión, al tiempo que preguntaba a una azafata- ¿Es posible eliminar el aire acondicionado?

Ante la respuesta afirmativa de la mujer, continuó:

-Bien, vamos a hacer esto: Aumentad la temperatura ambiente del avión, pero poco a poco y no demasiado, para que el tío no entre en sospechas. Tú, Helen, haz que las azafatas te cedan el uniforme más adecuado a tus medidas. -y siguió, dirigiéndose al grupo de colaboradores más cercano- Los demás buscad entre los pasajeros a la persona más parecida al terrorista de Business y convencedlo para que se vista con sus ropas.

-¡Dios mío! -exclamó Helen, sorprendida, a pesar de que ya debería estar acostumbrada a las ocurrencias de su marido- ¿Qué se te ha pasado por la cabeza esta vez?

-Pues verás: este tipo solo abrirá la puerta a la azafata. Y lo hará siempre que no haya nadie a su alrededor y pueda ver a su compinche vigilando la zona. Confío en que el aumento de la temperatura le obligue a aceptar el agua o los refrescos que tú ofrecerás para él y los pilotos. Esto quiere decir que solo tú podrás entrar allí, y sola, sin ninguna ayuda, deberás apañártelas para reducir al terrorista.

-¿Estás loco? ¿De verdad crees que se va a tragar lo del falso moro?

-Sí, si se mantiene alejado y de espaldas. Ese pañuelo que se ató a la cabeza al estilo guerrillero ayudará a mejorar la apariencia de realidad. Además, la cámara está instalada para ver la zona más inmediata a la puerta, seguramente con un gran angular, y le resultará prácticamente imposible distinguir detalles del pasajero disfrazado.

-Siento en el alma volver a exponerte a esta gentuza, créeme, -añadió- pero tú eres la única persona capaz de llevar a cabo esta misión con éxito. Lo mires como lo mires, no hay otra solución.   

Ocurrió tal como lo había planeado Rodríguez. El secuestrador picó el anzuelo y permitió la entrada de Helen, vestida de azafata, con una bandeja repleta de refrescos de toda clase. La puerta se volvió a cerrar a su espalda, arrancando un prolongado suspiro en Rodríguez. En silencio e instalado en su asiento, como el resto de los pasajeros, aguardó el desenlace, tenso, con el alma en un puño y encomendándose a toda la corte celestial. Rogaba con fe por el buen final de aquella historia, que le permitiera volver a ver a su querida Helen sana y salva.

Unos pocos minutos más tarde, la puerta se abrió de nuevo y apareció en su marco una Helen demudada, descompuesta la ropa, pálida y sudorosa.

Rodríguez saltó de su asiento como impulsado por un cohete y se lanzó hacia ella como enloquecido.

-¿Estás bien? -repetía sin cesar, mientras la abrazaba- ¿Bien de verdad?

-Sí, sí, pesado. Estoy bien -respondió Helen, aunque sus ojos enrojecidos y el temblor de su cuerpo desmentían sus palabras- Por fin se acabó esta pesadilla. Pero hay que avisar a alguna azafata para que se haga cargo del copiloto y le ponga un vendaje en la cabeza.

Rodríguez echó una mirada en el interior de la cabina, El secuestrador yacía inmóvil en el suelo, quizás muerto. Habían liberado ya al copiloto y esperaba en su sillón la llegada de alguna asistencia, mientras el piloto se afanaba en su cometido. Maniobraba los mandos, al tiempo que enviaba un detallado mensaje de radio a su centro de control aéreo, con el relato de los hechos. Poco después daba otro lacónico mensaje a los pasajeros: "Les habla el capitán. Les comunico que he retomado el mando del aparato y nos dirigimos hacia el John F. Kennedy Airport..." Y continuaba dando datos de vuelo, la hora de llegada, además del tiempo y temperatura en el aeropuerto, con tanta naturalidad, como si nada hubiera ocurrido en aquel avión. Finalizó con un último aviso: "Les ruego que guarden la calma y se mantengan en sus asientos hasta el final del Vuelo"

Pero esta indicación era imposible de respetar. Los pasajeros dieron rienda suelta a sus torturados nervios y estallaron en gritos de alegría, aplausos y vítores a Helen. Todos reían y se abrazaban celebrando el buen final de aquella espantosa historia.

 

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