Rodríguez y Helen habían ganado el primer
asalto en la lucha por el control del aparato. Sin embargo el precio que se
había pagado era demasiado elevado: el policía de escolta cayó en el intento,
otros dos pasajeros se debatían entre la vida y la muerte y tres más sufrían
heridas, aunque, por suerte, eran de menor importancia.
Al revisar el armamento de los secuestradores,
recibieron una inesperada sorpresa: los explosivos eran simulados. Esto suponía
descartar uno de los mayores peligros potenciales que deberían superar, en el
intento de eliminar al último de los fedayines
encerrado con los pilotos.
-¿Tenéis la llave de la cabina?
-preguntó Rodríguez a una de las azafatas.
-La puerta está blindada y se abre
mediante una clave numérica, pero dentro hay un cerrojo que solo puede ser accionado por
el comandante...y ahora está en manos del secuestrador. Solo él podría abrirla.
No hay otra forma.
-¡Pues sí que estamos bien! -replicó
Rodríguez- Como se le ocurra a ese tío comunicarse con sus camaradas, estamos
listos. Hay que abrir esa puerta como sea y cuanto antes.
Durante un tiempo, Rodríguez y Helen
estuvieron ocupados en calmar a los alborotados pasajeros, organizar la asistencia
a los heridos y montar la vigilancia de los prisioneros. Además hicieron maniatar
de nuevo a los tres auxiliares de vuelo, que los pasajeros habían liberado.
-Entre ellos hay un colaborador de los
terroristas. La policía se encargará de descubrirlo -aclaró Rodríguez ante los
sorprendidos pasajeros.
-¿No pudo estar complicada alguna de las
azafatas? Ellas también pudieron subir las armas escondidas en su equipaje
-sugirió Helen.
-No, imposible. Todas conocían nuestros
planes y, si alguna de ellas fuese cómplice, les hubiera dado el soplo. Yo
estaba al tanto y vigilaba las reacciones de los terroristas ¿Por qué crees, si
no, que daba las instrucciones con cuentagotas? Pero eso ya pasó, ahora tenemos
que ver cómo abrimos esa condenada puerta.
No era tarea fácil. El asaltante de la
cabina disponía de la ayuda de una cámara para saber quién se hallaba en las
inmediaciones de la puerta de acceso. Hasta aquel momento solo había permitido
el paso al fedayín de la zona Business, para recabar información, y a
una azafata que les llevó agua y café. Por ella supieron que el copiloto estaba
atado y amordazado con una herida sangrante en la cabeza, que el secuestrador
no le permitió vendar. El piloto se hallaba a los mandos, bajo la amenaza de
las armas de su captor. Se le veía muy nervioso y no dejó de apuntar a la
azafata con su pistola mientras esta permaneció en la cabina.
-Está difícil, pero tenemos que
intentarlo -dijo Rodríguez con decisión, al tiempo que preguntaba a una
azafata- ¿Es posible eliminar el aire acondicionado?
Ante la respuesta afirmativa de la
mujer, continuó:
-Bien, vamos a hacer esto: Aumentad la
temperatura ambiente del avión, pero poco a poco y no demasiado, para que el
tío no entre en sospechas. Tú, Helen, haz que las azafatas te cedan el uniforme
más adecuado a tus medidas. -y siguió, dirigiéndose al grupo de colaboradores
más cercano- Los demás buscad entre los pasajeros a la persona más parecida al
terrorista de Business y convencedlo
para que se vista con sus ropas.
-¡Dios mío! -exclamó Helen, sorprendida,
a pesar de que ya debería estar acostumbrada a las ocurrencias de su marido-
¿Qué se te ha pasado por la cabeza esta vez?
-Pues verás: este tipo solo abrirá la
puerta a la azafata. Y lo hará siempre que no haya nadie a su alrededor y pueda
ver a su compinche vigilando la zona. Confío en que el aumento de la
temperatura le obligue a aceptar el agua o los refrescos que tú ofrecerás para
él y los pilotos. Esto quiere decir que solo tú podrás entrar allí, y sola, sin
ninguna ayuda, deberás apañártelas para reducir al terrorista.
-¿Estás loco? ¿De verdad crees que se va
a tragar lo del falso moro?
-Sí, si se mantiene alejado y de
espaldas. Ese pañuelo que se ató a la cabeza al estilo guerrillero ayudará a
mejorar la apariencia de realidad. Además, la cámara está instalada para ver la
zona más inmediata a la puerta, seguramente con un gran angular, y le resultará
prácticamente imposible distinguir detalles del pasajero disfrazado.
-Siento en el alma volver a exponerte a
esta gentuza, créeme, -añadió- pero tú eres la única persona capaz de llevar a
cabo esta misión con éxito. Lo mires como lo mires, no hay otra solución.
Ocurrió tal como lo había planeado
Rodríguez. El secuestrador picó el anzuelo y permitió la entrada de Helen,
vestida de azafata, con una bandeja repleta de refrescos de toda clase. La
puerta se volvió a cerrar a su espalda, arrancando un prolongado suspiro en
Rodríguez. En silencio e instalado en su asiento, como el resto de los
pasajeros, aguardó el desenlace, tenso, con el alma en un puño y encomendándose
a toda la corte celestial. Rogaba con fe por el buen final de aquella historia,
que le permitiera volver a ver a su querida Helen sana y salva.
Unos pocos minutos más tarde, la puerta
se abrió de nuevo y apareció en su marco una Helen demudada, descompuesta la
ropa, pálida y sudorosa.
Rodríguez saltó de su asiento como
impulsado por un cohete y se lanzó hacia ella como enloquecido.
-¿Estás bien? -repetía sin cesar,
mientras la abrazaba- ¿Bien de verdad?
-Sí, sí, pesado. Estoy bien -respondió
Helen, aunque sus ojos enrojecidos y el temblor de su cuerpo desmentían sus
palabras- Por fin se acabó esta pesadilla. Pero hay que avisar a alguna azafata
para que se haga cargo del copiloto y le ponga un vendaje en la cabeza.
Rodríguez echó una mirada en el interior
de la cabina, El secuestrador yacía inmóvil en el suelo, quizás muerto. Habían
liberado ya al copiloto y esperaba en su sillón la llegada de alguna
asistencia, mientras el piloto se afanaba en su cometido. Maniobraba los
mandos, al tiempo que enviaba un detallado mensaje de radio a su centro de
control aéreo, con el relato de los hechos. Poco después daba otro lacónico
mensaje a los pasajeros: "Les habla
el capitán. Les comunico que he retomado el mando del aparato y nos dirigimos
hacia el John F. Kennedy Airport..." Y continuaba dando datos de
vuelo, la hora de llegada, además del tiempo y temperatura en el aeropuerto, con
tanta naturalidad, como si nada hubiera ocurrido en aquel avión. Finalizó con
un último aviso: "Les ruego que
guarden la calma y se mantengan en sus asientos hasta el final del Vuelo"
Pero esta indicación era imposible de
respetar. Los pasajeros dieron rienda suelta a sus torturados nervios y
estallaron en gritos de alegría, aplausos y vítores a Helen. Todos reían y se
abrazaban celebrando el buen final de aquella espantosa historia.
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