jueves, 9 de abril de 2015

Capítulo XLIX


Vuelo DL415. Interior del Boeing 764. Zona Economy: Los pasajeros van acomodándose en sus asientos.
 
Mientras Helen y Rodríguez cavilaban qué hacer para librarse de la amenaza yihadista, en el área Economy de la parte trasera del avión se había desatado la tragedia: Un auxiliar de vuelo había resultado herido de gravedad, con dos heridas de bala, al intentar resistirse a los captores. El sangriento incidente no acabó allí, los secuestradores acuchillaron a un pasajero y golpearon a una azafata hasta dejarla inconsciente, cuando ambos trataban de ayudar al herido.

-En este momento, no podemos hacer nada -advirtió Rodríguez a Helen- Debemos esperar a que el cansancio haga mella en sus nervios y relajen la vigilancia. Entonces tendremos la oportunidad de obtener la información necesaria para preparar bien nuestra acción, antes de ir a por ellos. Ahora, lo siento Helen, pero vas a tener que hacerte la loca.

-¿Qué dices? -preguntó, sorprendida, Helen.

-Verás, se me ha ocurrido un plan. Dentro de poco va a haber pasajeros  histéricos, sofocados, y con síncopes de todo tipo. Estos tíos van a tener que permitir a las azafatas asistir a toda esa gente, si no quieren que esto se convierta en un caos, con un follón de mil demonios. A los hombres no nos permitirán dejar los asientos, pero ellas podrán moverse por todo el avión. Usaremos esta facilidad para que nos sirvan de enlace con los voluntarios que se atrevan a seguirnos, a la hora de atacar a estos hijos de su madre. Tu papel será el de obtener la información que tengan o consigan, durante los momentos en que te atiendan de tu "mal". Al mismo tiempo les darás las instrucciones que deban transmitir a los demás.

-¡Pero...Luis, cariño! ¿Qué diablos quieres que haga? ¡Yo no sé cómo se hace una la loca! -protestó Helen que no salía de su asombro.

-¡Coño Helen, improvisa que para eso eres policía! Qué quieres que te diga: haz cosas raras, que yo ya te seguiré en ese rollo. Pero muéstrate sumisa y no les lleves al límite, no vaya a ser que se pongan nerviosos y te suelten un tiro. En fin, tú ya sabes cuándo hay que aflojar la cosa.

Rodríguez no estaba preocupado por Helen. Sabía que era una excelente detective y que cumpliría su papel a la perfección.

No le defraudó. Al principio balanceó su cuerpo en el asiento durante un buen rato, después se levanto y sentó como veinte veces seguidas y más tarde merodeó por el pasillo otras tantas. Con estos extraños gestos, pronto provocó la alarma del vigilante de la zona Business, pero las explicaciones de Rodríguez le convencieron de que no tenía nada que temer. En efecto, este le aclaró, con voz medrosa y suplicante, que su mujer no estaba muy bien de la cabeza y la llevaba a Nueva York para que la viera un famoso siquiatra. Por lo demás, dijo, era totalmente inofensiva.

-¡Bravo, Helen! -animó Rodríguez a su mujer con un susurro, en cuanto una azafata la devolvió a su asiento, a instancias de un airado vigilante- De aquí vas directa a Hollywood.

-Sí, sí. ¡Ya te daré yo a ti Hollywood como salgamos de esta! ¡Obligarme a hacer este papelón! ¡Jamás te lo perdonaré! -exclamó Helen, francamente enfadada.

-¡Ánimo, mujer! Que lo estás haciendo muy bien. Aguanta y piensa que dependemos de ti para salvar la piel.

-Pues mira, como me enfade, me lio a guantazos con estos tíos y acabo con el problema en un minuto.

No extrañaba a Rodríguez esa impetuosa reacción. Helen era muy capaz de enfrentarse y vencer a cualquier hombre, pero había que evitar que hubiera víctimas y, sobre todo, impedir que los secuestradores decidieran explosionar el aparato en un momento de desesperación, al ver peligrar su misión. Había que mantener la calma y realizar un ataque por sorpresa, simultaneo, en el momento oportuno, y con todas las garantías de vencerles en la mano. No se podía fallar. Se jugaban la vida en ello.

Gracias al ardid de Rodríguez, supieron que la tripulación estaba formada por dos pilotos, seis azafatas -dos por cada zona- y cuatro hombres auxiliares de vuelo, aunque uno de ellos quizás hubiera muerto ya y tampoco se podía contar con los otros tres porque los tenían maniatados.

Del mismo modo, averiguaron el número de secuestradores. Eran cinco: uno en la cabina con los pilotos, otro en Business situado en la parte más cercana a la cabina para servír de enlace con ella, uno más entre esta zona y la Economy-Confort y, por último, dos entre la segunda y tercera.

Un par de horas más tarde recibieron una buena noticia: en la tercera zona, la Economy, viajaba el policía de escolta.

-¡Bien! -exclamó Rodríguez, al recibir la noticia- Esa zona era nuestro punto más débil, al ser la más alejada. Ahora este hombre podrá ocuparse de organizar allí el ataque.

Como había previsto Rodríguez, conforme pasaban las horas, los secuestradores se mostraban más nerviosos e inseguros, pero también la mayoría de los pasajeros se hallaban al límite de su control anímico, ganados por el miedo, la inquietud y el nerviosismo.

De hecho, se habían producido varios casos de un violento histerismo, y un intento de motín, en la segunda zona, que fue reprimido con el resultando de tres pasajeros heridos, dos de ellos muy graves.

-¡Maldita sea! -se lamentó Rodríguez ante Helen, al conocer los hechos- No podemos dejar que esta situación se nos vaya de las manos. Hay que buscar ya un líder en la segunda zona que se dedique a calmar los ánimos y a preparar un equipo de asalto. Trata de entrar en esa parte del avión. O, al menos, intenta echar un vistazo y ver qué clase de gente hay allí, para guiar luego a las azafatas. Por suerte, esto lo tenemos resuelto en la tercera zona con el policía que viaja allí.

Tras varios intentos fallidos, al fin Helen consiguió pasearse por uno de los dos pasillos de la segunda zona, con la mirada ida, simulando una total abstracción. Le seguía una solícita azafata que trataba, por todos los medios a su alcance, de reintegrarla a su asiento, en cumplimiento de las encolerizadas órdenes de los secuestradores.

-Hay allí un grupo numeroso de jóvenes -informó Helen, tan pronto regresó a su asiento- Son unos chavales fortachones. Quizás un equipo de rugby o de futbol americano.

-¡Estupendo! Di a la azafata que te cuida que lo confirme y que procure contactar con el capitán del equipo. Tiene que advertidle que estamos trabajando para recuperar el mando del avión, pero que es vital que mantengan la calma y que esperen nuestras instrucciones.

Llevaban ya seis horas de vuelo y Rodríguez consideró que había llegado el momento de lanzar el ataque. El policía de la tercera zona había conseguido reclutar a cinco voluntarios, que situó estratégicamente a la espera de la señal para atacar. En la segunda zona, los jóvenes deportistas aguardaban, animosos, la orden de intervenir, tras formar dos equipos, a fin de atacar a la vez, las partes delantera y trasera de su zona.

A estas horas, la vigilancia de los captores se había relajado bastante. Aunque en un principio, no permitían acudir a los servicios, no pudieron mantener esa orden durante tanto tiempo, lo que facilitó a los conjurados colocarse en las posiciones más adecuadas para el ataque.

El mismo Rodríguez campaba ya por su zona con toda tranquilidad. Unas veces tras la "loca" de su mujer, otras al servicio y alguna más para atender a varios viajeros con problemas o facilitar agua a las personas de mayor edad. Así, había podido contactar con dos bronceados pasajeros, con aspecto de ejecutivos y un acusado físico de deportistas. Fueron los únicos que halló capaces de ayudarle en esa exclusiva parte del avión.

-Este es el plan -dijo a Helen- Tú serás la encargada de dar la señal de alerta, primero, y la del ataque después. Darás un grito desde el pasaje entre la primera y la segunda zona. Por ejemplo: ¡América! Sera la señal para que todos se preparen. Un segundo grito marcará el inicio del ataque

-Está bien, ¿pero no me darán "para el pelo" antes del segundo grito?

-Seguro que no...si lo haces como una auténtica loca. A estas alturas, todos ellos están convencidos de que estás como una chota. Por lo general esta gente respeta a los chalaos.

-Bueno, si tú lo dices...¿Y cómo sabré cuando tengo que dar los avisos?

-El de alerta te lo señalaré yo, de acuerdo con las indicaciones de las azafatas sobre la posición de los secuestradores. El del ataque lo tendrás que decidir tú cuando estimes que todos esos cabrones se encuentran en sus respectivas posiciones. Si por cualquier causa no están en ellas, habrá que abortar la acción y esperar a otro momento más oportuno. Todavía hay tiempo. Esto es muy importante, porque estamos obligados a realizar la operación sin permitir que puedan activar los explosivos. Además debemos evitar que se produzcan disparos o un fuerte alboroto que alerte al hombre que está en la cabina con los pilotos. Si este tío se entera que hemos eliminado a sus compañeros, es capaz de hacer que el aparato se hunda en el mar o nos mande a hacer puñetas con los explosivos que seguramente lleva.

-Entendido -asintió Helen- Hay que hacer un trabajo limpio si queremos salir con vida de aquí. Voy a comunicarlo a las azafatas para que distribuyan la información entre nuestra gente.

Con el segundo grito de Helen, el avión se convirtió, en segundos, en un enloquecido campo de batalla. Rodríguez y los dos ejecutivos redujeron al fedayín de la zona Business con bastante facilidad. Le pillaron desprevenido y no pudo hacer uso de sus armas. Tras un breve forcejeo quedó sometido, atado y amordazado.

Aun menos trabajo tuvo Helen para dominar a su adversario. Se hallaba junto a ella en el paso de la primera zona a la segunda. Tras su grito intentó conducirla a su asiento tomándola por un brazo. Grave error: en un momento y sin saber cómo, se vio en el suelo, anulado, y con la rodilla de la "loca" sobre el cuello, ahogándole. Enseguida llegaron varios mocetones del grupo de deportistas que ayudaron a Helen a maniatarlo.

Por desgracia, el ataque a los dos secuestradores del pasaje, entre la segunda zona y la tercera, tuvo un desenlace mucho menos feliz. En primer lugar, no consiguieron una sorpresa completa: la estrechez de los pasillos y el amplio espacio de separación entre los asientos y la parte de servicios, ocupada por los fedayines, complicaron el asalto. Por otra parte, al verse atacados, los raptores se guarecieron en los dos angostos pasajes entre zonas, por lo que los atacantes tenían que enfrentarse a ellos uno a uno, en una desigual pelea: cuchillos contra puños.

Así, el policía, que era el primer atacante, cayó mortalmente herido con una cuchillada en el corazón. Otros dos pasajeros recibieron, también, varias heridas graves de puñal. Mal hubiera resultado el intento, de no haber acudido el grupo de deportistas de la segunda zona, asignado para ayudar a los atacantes de la tercera. Les acometieron por la espalda y lograron reducirles cuando ya comenzaban a esgrimir sus pistolas, no sin antes tener que sufrir varias heridas, no demasiado graves por suerte, en pago a su valentía. El ataque duró solo unos pocos segundos, pero se hicieron interminables, ante la encarnizada violencia de aquel combate.

-Tranquilos que aún queda lo peor -advirtió Rodríguez, al concluir la pelea, intentando rebajar la desbordante euforia de los pasajeros- Se ha dado el primer paso para salvar el avión, pero falta el definitivo y más importante.  

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