jueves, 26 de marzo de 2015

Capítulo XLVII


La situación de Margaret y Bob Bryant, no podía ser más comprometida. O´Connell había situado su despacho en una parte central de la tercera planta, sin ventanas al exterior, impulsado por la enfermiza obsesión de preservar su seguridad personal. Solo recibía algo de luz natural gracias a un pequeño tragaluz instalado en el techo de la sala.
-¡Rápido! ¡Tenemos que taponar todas las rendijas de la puerta! -acució Bob a Margaret, cuando ya el asfixiante humo del incendio comenzaba a invadir la sala, infiltrándose por entre ellas.
Consiguieron sellar la puerta utilizando varias toallas empapadas en agua que había en el servicio personal del general, además de pliegos de papel mojado y una cinta americana que hallaron entre su material de oficina.
-Con esto podremos resistir un tiempo -dijo Margaret- pero si el incendio llega hasta la puerta, servirá de bien poco.
-Todavía nos queda una oportunidad de salir de esta: en último caso, podremos refugiarnos dentro de la cámara acorazada -sugirió Bob.
-Sí, donde moriremos asfixiados o cocinados en esa hermética olla a presión, si no vienen a salvarnos antes -replicó Margaret, con desaliento- En cualquier caso, tanto si morimos, como si llega alguien a tiempo para rescatarnos, habremos perdido la batalla. O´Connell ha vencido y sus crímenes quedarán impunes para siempre.
-¡No te rindas, Margaret! -exclamó Bob, intentando animar a su decaída amiga- Mientras nos mantengamos vivos, ese hijo de perra no nos habrá ganado. Es el momento de no perder la esperanza.
-Tienes razón: Hay que resistir -concedió Margaret, algo más calmada- ¿Y si tratáramos de atravesar las llamas? Si lo conseguimos, lograremos escapar sin problemas, protegidos por nuestros equipos de ocultación.
-No creo que podamos. A pesar de lo poco que conozco de estos nano tejidos, sé que se inflaman de forma espontánea ante altas temperaturas. Seguro que arderíamos como la yesca si nos alcanzan las llamas.
-¿Y por qué no intentamos escapar a través de ese tragaluz? -volvió a sugerir Margaret.
-Ya he pensado en eso, pero tiene todo el aspecto de estar hecho con vidrio blindado.  Acércate hacia este lado y ponte detrás de mí, que voy a comprobarlo.
Bob sacó una pistola que llevaba enfundada tras el mono de ocultación  y efectuó tres disparos seguidos contra el vidrio del tragaluz. Como se temía, los proyectiles rebotaron, produciendo una ligera melladura en el cristal, apenas apreciable.
-De todos modos, no estaríamos mucho más seguros en el tejado. Lo más probable es que arda por completo: el fuego subirá hasta él abrasándolo. En fin, hemos tenido mala suerte y hay que apechugar con ella. Es evidente que el incendio ha sido mayor de lo que nos proponíamos.
En ese preciso instante, se escuchó una fuerte detonación que hizo temblar la estancia. Quizás había explosionado parte del arsenal almacenado en el edificio o, tal vez, las llamas habían alcanzado la instalación de gas. Poco importaba el origen de aquel fuerte estampido, en ambos casos, solo cabía esperar un empeoramiento de la ya terrible situación de los dos amigos.
Y, a pesar de que ambos habían intentado mantener encendida una débil luz de esperanza, la angustia y el desaliento les iban ganando el ánimo y con él las pocas esperanzas de salir con bien de aquel mal trance.   
De repente, la puerta del despacho se abrió con un estallido de tal descomunal intensidad, que provocó un violento sobresalto en los dos amigos. De su hueco, brotó una densa nube de humo y, al mismo tiempo, envuelto en ella, surgió la figura, coloreada por un vivo tono amarillo, de un bombero cargado con todo su equipamiento al completo. Además, acarreaba otros dos equipos autónomos de respiración.
-¡Pronto! -gritó el hombre- ¡Poneos esto! ¡Rápido!
-Esa voz...¡Tú eres Pieterf! ¿Cómo supiste...? -apenas pudo balbucear Margaret estas palabras.
-¿Creéis que nací ayer y me chupo el dedo? Luego os lo explico. Pero ahora,.. ¡Vamos, vamos, seguidme! ¡Rápido, corred tras de mí!
Pieterf, que vigilaba todos los movimientos del teatro de operaciones desde su elevada posición, comprobó que el coche de sus amigos no se movía cómo y cuándo debiera hacerlo e imaginó lo sucedido. Asaltó uno de los muchos vehículos de bomberos que se habían arremolinado en el lugar, robó el material necesario y entró en el edificio confundido con los equipos de extinción que luchaban con denuedo contra las llamas. Hacía lo que sus amigos habían dicho que harían en el plan previsto. Por suerte para ellos, el cambio en el plan no pasó inadvertido para el astuto Pieterf.
Una vez en el interior del edificio, buscó la forma de eludir el fuego que aislaba el despacho del general, rodeándolo. Destrozó varias mamparas y abrió un boquete, con explosivo plástico, en el tabique del pasillo que daba acceso al despacho del general, justo enfrente a su puerta.
El resto fue pan comido. Poco después, los tres amigos se reunían en el refugio de Hempstead a salvo y con los valiosos documentos en su poder
-¡Uf! Por poco no lo contamos -dijo Bob con un suspiro de alivio.
-Sí, y gracias a Pieterf -afirmó Margaret, mientras posaba una de sus manos en el hombro de su salvador- Hoy hemos contraído una deuda impagable contigo.
-No me lo agradezcáis -replicó Pieterf-, que si no fuera porque necesitaba las pruebas contra O´Connell para librarme de todas las policías del mundo, os hubiera dejado que os asarais allí, a fuego lento, por cabrones, por mentirme y por tenerme al margen de vuestros chanchullos, ocultándome los verdaderos planes.
-¡Disculpa,  hombre! -trató de justificarse Bob- Ya te habrás dado cuenta de que se trataba de algo muy importante y, aunque Margaret estaba dispuesta a revelarte nuestro secreto, yo opinaba que no había llegado el momento de hacerlo. Pero puedes estar seguro de que, antes a después, acabaríamos desvelándotelo.
-No hay problema -contestó Pieterf, con un tono de voz que pretendía disimular su enfado, fingiendo desinterés-. Yo tampoco me fio de nadie.
-¿Pero, cómo lo supiste? -preguntó, admirada, Margaret.
-Sospechaba que me ocultabais algo, pero no podía ni imaginar que se tratara de un asunto tan espectacular e increíble. El apartamento desde donde disparé la granada incendiaria hace esquina con dos calles: unas ventanas dan a la fachada del SSD. y otras a la calle donde aparcasteis vuestro coche, a la espera de mi señal para actuar. Os vi llegar, seguí el plan previsto y me puse a vigilar vuestra entrada en el edificio. Entonces...
Pieterf meneó la cabeza con un gesto de incredulidad, al tiempo que elevaba los brazos sobre la cabeza en señal de admiración y desconcierto a la vez. Después prosiguió con su narración.
-¡Oh, demonios! Las puertas del coche se abrieron y cerraron, pero...¡no salió nadie! Miré por los prismáticos y...¡el coche estaba vacío! Cuando me repuse de la sorpresa, tomé de nuevo los prismáticos y, preso de una excitación desusada en mí, me lancé a examinar los más nimios detalles del trayecto entre vuestro vehículo y la entrada del SSD. No parecía haber nada, pero, de pronto, noté algo apenas perceptible: en la imagen de la acera se producía una extraña ondulación que avanzaba como una ola, hasta la entrada misma de la Agencia, en lo que supuse era vuestro paso. Sin entender cómo diablos habríais logrado ese mágico camuflaje, me dispuse a esperar vuestra salida. Pero el tiempo pasaba, mientras el incendio seguía aumentando. Por fin, al no veros aparecer, ni arrancar vuestro coche, imaginé que habíais quedado acorralados por las llamas. El resto ya lo conocéis: Fui a por vosotros y os libré de un buen lio.
De repente, Pieterf soltó una sonora carcajada.
-Ahora me estoy acordando del momento en el que nos cruzamos con aquellos dos bomberos, al bajar por la escalera de emergencia. ¿Recordáis el gesto de espanto que hicieron al verme pasar con dos equipos de respiración, viajando detrás de mí, solos y flotando en el aire? ¡Ja, ja, ja! Me pregunto qué habrán puesto en el informe. 
-Puede que no se hayan atrevido a informar. Sí, nuestros equipos de ocultación son una maravilla, pero sin tu ayuda lo hubiéramos pasado muy mal -asintió Margaret-. Sin embargo, no me extrañó demasiado tu aparición: estaba convencida de que podíamos confiar en ti.
-Ya, ya. Ya he visto cuanta era esa confianza -replicó Pieterf, visiblemente molesto- La verdad es que no lo esperaba de ti, Margaret.
-¡Venga hombre, ya está bien! -terció Bob- Ya te he dicho que era yo quien desconfié de tus verdaderas intenciones, cuando te uniste a nosotros. No me iras a decir que, con la fama e historial que te precede, puede resultar extraño o enojoso que alguien tome precauciones. Ahora, eso es agua pasada, estamos en deuda contigo y solo nos resta ponernos manos a la obra de colocarle una gruesa soga al cuello de ese mal bicho de O´Connell.
Tardaron un par de días en procesar toda la información recogida en la cámara acorazada del general. Aunque no había nada referido a los casos personales de Pieterf y Bob, sí hallaron indicios que podían esclarecer la muerte de William Foster, el marido de Margaret. Pero, además, allí había material para encausarle varias veces. Y lo más importante: aquella documentación daba pie a investigar el resto -la inmensa mayoría- que permanecía todavía en manos de O´Connell.
-¿Qué vas a hacer con todo esto? -preguntó Pieterf a Bob.
-Este es un asunto demasiado importante. Lo pondré en manos del Fiscal General. Él es el único en el podemos confiar para que se active una completa investigación que llegue a aclarar hasta los últimos detalles del caso. Solo así se podrán dirimir todas las responsabilidades. No olvidéis que hay gente implicada de muy alto nivel.
-Bueno, pues siendo así, yo doy por terminada mi misión. Dejaré el final de este asunto en vuestras manos y me retiraré a mi refugio favorito para disfrutar de un poco de calma, que bien me la merezco.
-¡Cómo! -exclamó Margaret, alarmada- ¿No vas a esperar a que se decrete tu exculpación? ¿Y si la policía te detiene antes? ¡No puedes dejarnos ahora, cuando ya tenemos esta meta tan peleada al alcance de la mano!
 -¡Ja, ja, ja! -rió Pieterf- ¿De verdad creíais que hay policía en el mundo capaz de echarme el guante? No. Desde mañana, seré un ciudadano holandés con toda su documentación en regla y una fisonomía que ni siquiera vosotros reconoceréis. Ambos contáis con una amistad muy firme y habéis conseguido lo que deseabais. Ahora yo aquí no pinto nada. Como ya os dije, soy un lobo solitario, acostumbrado a vivir solo, de un modo que me agrada y me llena. Así es mi vida y así quiero vivirla.
A pesar de las protestas de los dos amigos, Pieterf abandonó la casa, dejando un regusto amargo en Margaret, que sintió como si algo suyo se fuese con él. Tal vez, si Pieterf hubiera adivinado ese oculto sentimiento, quizás hubiese dilatado algo más su precipitada despedida.  

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