La
situación de Margaret y Bob Bryant, no podía ser más comprometida. O´Connell
había situado su despacho en una parte central de la tercera planta, sin
ventanas al exterior, impulsado por la enfermiza obsesión de preservar su
seguridad personal. Solo recibía algo de luz natural gracias a un pequeño
tragaluz instalado en el techo de la sala.
-¡Rápido!
¡Tenemos que taponar todas las rendijas de la puerta! -acució Bob a Margaret,
cuando ya el asfixiante humo del incendio comenzaba a invadir la sala,
infiltrándose por entre ellas.
Consiguieron
sellar la puerta utilizando varias toallas empapadas en agua que había en el
servicio personal del general, además de pliegos de papel mojado y una cinta
americana que hallaron entre su material de oficina.
-Con
esto podremos resistir un tiempo -dijo Margaret- pero si el incendio llega
hasta la puerta, servirá de bien poco.
-Todavía
nos queda una oportunidad de salir de esta: en último caso, podremos
refugiarnos dentro de la cámara acorazada -sugirió Bob.
-Sí,
donde moriremos asfixiados o cocinados en esa hermética olla a presión, si no
vienen a salvarnos antes -replicó Margaret, con desaliento- En cualquier caso,
tanto si morimos, como si llega alguien a tiempo para rescatarnos, habremos
perdido la batalla. O´Connell ha vencido y sus crímenes quedarán impunes para
siempre.
-¡No
te rindas, Margaret! -exclamó Bob, intentando animar a su decaída amiga-
Mientras nos mantengamos vivos, ese hijo de perra no nos habrá ganado. Es el
momento de no perder la esperanza.
-Tienes
razón: Hay que resistir -concedió Margaret, algo más calmada- ¿Y si tratáramos
de atravesar las llamas? Si lo conseguimos, lograremos escapar sin problemas,
protegidos por nuestros equipos de ocultación.
-No
creo que podamos. A pesar de lo poco que conozco de estos nano tejidos, sé que
se inflaman de forma espontánea ante altas temperaturas. Seguro que arderíamos
como la yesca si nos alcanzan las llamas.
-¿Y
por qué no intentamos escapar a través de ese tragaluz? -volvió a sugerir
Margaret.
-Ya
he pensado en eso, pero tiene todo el aspecto de estar hecho con vidrio
blindado. Acércate hacia este lado y ponte
detrás de mí, que voy a comprobarlo.
Bob
sacó una pistola que llevaba enfundada tras el mono de ocultación y efectuó tres disparos seguidos contra el
vidrio del tragaluz. Como se temía, los proyectiles rebotaron, produciendo una ligera melladura en el cristal, apenas apreciable.
-De
todos modos, no estaríamos mucho más seguros en el tejado. Lo más probable es
que arda por completo: el fuego subirá hasta él abrasándolo. En fin, hemos
tenido mala suerte y hay que apechugar con ella. Es evidente que el incendio ha
sido mayor de lo que nos proponíamos.
En
ese preciso instante, se escuchó una fuerte detonación que hizo temblar la
estancia. Quizás había explosionado parte del arsenal almacenado en el edificio
o, tal vez, las llamas habían alcanzado la instalación de gas. Poco importaba
el origen de aquel fuerte estampido, en ambos casos, solo cabía esperar un
empeoramiento de la ya terrible situación de los dos amigos.
Y,
a pesar de que ambos habían intentado mantener encendida una débil luz de
esperanza, la angustia y el desaliento les iban ganando el ánimo y con él las
pocas esperanzas de salir con bien de aquel mal trance.
De
repente, la puerta del despacho se abrió con un estallido de tal descomunal
intensidad, que provocó un violento sobresalto en los dos amigos. De su hueco,
brotó una densa nube de humo y, al mismo tiempo, envuelto en ella, surgió la
figura, coloreada por un vivo tono amarillo, de un bombero cargado con todo su
equipamiento al completo. Además, acarreaba otros dos equipos autónomos de
respiración.
-¡Pronto!
-gritó el hombre- ¡Poneos esto! ¡Rápido!
-Esa
voz...¡Tú eres Pieterf! ¿Cómo supiste...? -apenas pudo balbucear Margaret estas
palabras.
-¿Creéis
que nací ayer y me chupo el dedo? Luego os lo explico. Pero ahora,.. ¡Vamos,
vamos, seguidme! ¡Rápido, corred tras de mí!
Pieterf,
que vigilaba todos los movimientos del teatro de operaciones desde su elevada
posición, comprobó que el coche de sus amigos no se movía cómo y cuándo debiera
hacerlo e imaginó lo sucedido. Asaltó uno de los muchos vehículos de bomberos
que se habían arremolinado en el lugar, robó el material necesario y entró en
el edificio confundido con los equipos de extinción que luchaban con denuedo
contra las llamas. Hacía lo que sus amigos habían dicho que harían en el plan
previsto. Por suerte para ellos, el cambio en el plan no pasó inadvertido para
el astuto Pieterf.
Una
vez en el interior del edificio, buscó la forma de eludir el fuego que aislaba
el despacho del general, rodeándolo. Destrozó varias mamparas y abrió un
boquete, con explosivo plástico, en el tabique del pasillo que daba acceso al
despacho del general, justo enfrente a su puerta.
El
resto fue pan comido. Poco después, los tres amigos se reunían en el refugio de
Hempstead a salvo y con los valiosos documentos en su poder
-¡Uf!
Por poco no lo contamos -dijo Bob con un suspiro de alivio.
-Sí,
y gracias a Pieterf -afirmó Margaret, mientras posaba una de sus manos en el
hombro de su salvador- Hoy hemos contraído una deuda impagable contigo.
-No
me lo agradezcáis -replicó Pieterf-, que si no fuera porque necesitaba las
pruebas contra O´Connell para librarme de todas las policías del mundo, os
hubiera dejado que os asarais allí, a fuego lento, por cabrones, por mentirme y
por tenerme al margen de vuestros chanchullos, ocultándome los verdaderos
planes.
-¡Disculpa, hombre! -trató de justificarse Bob- Ya te
habrás dado cuenta de que se trataba de algo muy importante y, aunque Margaret
estaba dispuesta a revelarte nuestro secreto, yo opinaba que no
había llegado el momento de hacerlo. Pero puedes estar seguro de que, antes a
después, acabaríamos desvelándotelo.
-No
hay problema -contestó Pieterf, con un tono de voz que pretendía disimular su
enfado, fingiendo desinterés-. Yo tampoco me fio de nadie.
-¿Pero,
cómo lo supiste? -preguntó, admirada, Margaret.
-Sospechaba
que me ocultabais algo, pero no podía ni imaginar que se tratara de un asunto
tan espectacular e increíble. El apartamento desde donde disparé la granada
incendiaria hace esquina con dos calles: unas ventanas dan a la fachada del
SSD. y otras a la calle donde aparcasteis vuestro coche, a la espera de mi
señal para actuar. Os vi llegar, seguí el plan previsto y me puse a vigilar
vuestra entrada en el edificio. Entonces...
Pieterf
meneó la cabeza con un gesto de incredulidad, al tiempo que elevaba los brazos
sobre la cabeza en señal de admiración y desconcierto a la vez. Después
prosiguió con su narración.
-¡Oh,
demonios! Las puertas del coche se abrieron y cerraron, pero...¡no salió nadie!
Miré por los prismáticos y...¡el coche estaba vacío! Cuando me repuse de la
sorpresa, tomé de nuevo los prismáticos y, preso de una excitación desusada en
mí, me lancé a examinar los más nimios detalles del trayecto entre vuestro vehículo
y la entrada del SSD. No parecía haber nada, pero, de pronto, noté algo apenas
perceptible: en la imagen de la acera se producía una extraña ondulación que
avanzaba como una ola, hasta la entrada misma de la Agencia, en lo que supuse
era vuestro paso. Sin entender cómo diablos habríais logrado ese mágico camuflaje,
me dispuse a esperar vuestra salida. Pero el tiempo pasaba, mientras el
incendio seguía aumentando. Por fin, al no veros aparecer, ni arrancar vuestro
coche, imaginé que habíais quedado acorralados por las llamas. El resto ya lo
conocéis: Fui a por vosotros y os libré de un buen lio.
De repente, Pieterf soltó una sonora carcajada.
-Ahora
me estoy acordando del momento en el que nos cruzamos con aquellos dos bomberos, al bajar
por la escalera de emergencia. ¿Recordáis el gesto de espanto que hicieron al
verme pasar con dos equipos de respiración, viajando detrás de mí, solos y
flotando en el aire? ¡Ja, ja, ja! Me pregunto qué habrán puesto en el informe.
-Puede
que no se hayan atrevido a informar. Sí, nuestros equipos de ocultación son una
maravilla, pero sin tu ayuda lo hubiéramos pasado muy mal -asintió Margaret-. Sin
embargo, no me extrañó demasiado tu aparición: estaba convencida de que podíamos
confiar en ti.
-Ya,
ya. Ya he visto cuanta era esa confianza -replicó Pieterf, visiblemente
molesto- La verdad es que no lo esperaba de ti, Margaret.
-¡Venga
hombre, ya está bien! -terció Bob- Ya te he dicho que era yo quien desconfié de
tus verdaderas intenciones, cuando te uniste a nosotros. No me iras a decir
que, con la fama e historial que te precede, puede resultar extraño o enojoso
que alguien tome precauciones. Ahora, eso es agua pasada, estamos en deuda
contigo y solo nos resta ponernos manos a la obra de colocarle una gruesa soga
al cuello de ese mal bicho de O´Connell.
Tardaron
un par de días en procesar toda la información recogida en la cámara acorazada
del general. Aunque no había nada referido a los casos personales de Pieterf y
Bob, sí hallaron indicios que podían esclarecer la muerte de William Foster, el
marido de Margaret. Pero, además, allí había material para encausarle varias
veces. Y lo más importante: aquella documentación daba pie a investigar el
resto -la inmensa mayoría- que permanecía todavía en manos de O´Connell.
-¿Qué
vas a hacer con todo esto? -preguntó Pieterf a Bob.
-Este
es un asunto demasiado importante. Lo pondré en manos del Fiscal General. Él es
el único en el podemos confiar para que se active una completa investigación
que llegue a aclarar hasta los últimos detalles del caso. Solo así se podrán
dirimir todas las responsabilidades. No olvidéis que hay gente implicada de muy
alto nivel.
-Bueno,
pues siendo así, yo doy por terminada mi misión. Dejaré el final de este asunto
en vuestras manos y me retiraré a mi refugio favorito para disfrutar de un poco
de calma, que bien me la merezco.
-¡Cómo!
-exclamó Margaret, alarmada- ¿No vas a esperar a que se decrete tu exculpación?
¿Y si la policía te detiene antes? ¡No puedes dejarnos ahora, cuando ya tenemos
esta meta tan peleada al alcance de la mano!
-¡Ja, ja, ja! -rió Pieterf- ¿De verdad creíais
que hay policía en el mundo capaz de echarme el guante? No. Desde mañana, seré
un ciudadano holandés con toda su documentación en regla y una fisonomía que ni
siquiera vosotros reconoceréis. Ambos contáis con una amistad muy firme y habéis
conseguido lo que deseabais. Ahora yo aquí no pinto nada. Como ya os dije, soy
un lobo solitario, acostumbrado a vivir solo, de un modo que me agrada y me
llena. Así es mi vida y así quiero vivirla.
A
pesar de las protestas de los dos amigos, Pieterf abandonó la casa, dejando un
regusto amargo en Margaret, que sintió como si algo suyo se fuese con él. Tal vez,
si Pieterf hubiera adivinado ese oculto sentimiento, quizás hubiese dilatado algo más
su precipitada despedida.
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