Margaret
no las tenía todas consigo. No dejaba de ser curioso que, siendo tan buenos
amigos y llevándose ambos tan bien, mostraran tanta diferencia en sus
respectivos caracteres: Bob jamás, o en muy raras ocasiones, encontraba
dificultades insalvables en las acciones que planeaban, mientras que Margaret,
por el contrario, se debatía en un mar de dudas en cada una de ellas.
Pero
era esta una circunstancia natural. Bob Bryant había bregado siempre con asuntos tanto
o más enrevesados que estos, desde que ingresó como agente secreto del gobierno
hasta su reciente jubilación. Y no solo estaba dispuesto a ayudar a Margaret
como pago o deber de amistad, sino que gozaba con ello y sentía rejuvenecerse
en cuerpo y espíritu.
-No
pretenderás que vuelva a representar la comedia de gran dama en The Towers -se
quejó Margaret-. De aquella historia todavía guardo algunos moratones en mi
cuerpo.
-Tengo
la impresión de que no será necesario -respondió Bob-, pero no temas, si
tuviéramos que volver por allí, lo haríamos con mayor seguridad y con plena
garantía de éxito.
Por
suerte, no fue necesario recurrir a más andanzas para conseguir la huella del
pulgar de O´Connell, necesaria condición para completar las claves de apertura
de su cámara acorazada: el laboratorio de los amigos de Bob había conseguido
reproducir la huella del general. Ya solo restaba poner en marcha el operativo
que permitiera acceder, cuanto antes, al lugar donde guardaba la documentación
secreta de sus fechorías, a fin de mostrarlas a la justicia y hacérselas pagar.
Tras
varias horas de conversaciones y alguna que otra discusión, ambos amigos llegaron
a un acuerdo en la forma de plantear el acceso a la sede del SSD y a la cámara
acorazada del general, situada en su despacho. Como ya había adelantado Bob, en
el plan previsto se hacía necesaria la activa colaboración de Pieterf, por lo
que se apresuraron a contactar con él y recabar su apoyo al proyecto.
-¡Uf!
Me ha costado llegar hasta aquí -dijo al aparecer por el refugio de Hempstead-
Ahora mismo, todo Queens está abarrotado de policía. Calculo que en menos de
una semana se presentarán por aquí. Resolvemos pronto este negocio o ya podéis
empezar a buscaros otro refugio.
-Por
eso te hemos llamado -aseguró Bob- La situación se está haciendo insostenible.
Y supongo que tú estarás en una posición parecida. Ya no podemos esperar más.
Tenemos que entrar en el SSD y sacar las pruebas que incriminen a O´Connell.
-My
God! ¡La verdad es que sois bien brutos! -exclamó Pieterf, realmente enfadado-
¿No os he dicho que eso es imposible? Hay que buscar una solución rápida y
contundente, porque también el cerco que han tendido sobre mí se va estrechando
día a día y no sé durante cuánto tiempo podré seguir evadiéndolo. Pero ha de
ser una acción realista, no una quimera como la que pretendéis.
-Escucha
a Bob, por favor -intervino Margaret-, luego das tu opinión.
-Dejaos
de historias -continuó Pieterf, sin dar su brazo a torcer- He llegado a la
conclusión de que va a resultar muy complicado resolver este asunto, a no ser
que liquidemos a O´Connell: muerto el perro, muerta la rabia. Y de esto puedo
encargarme yo sin ningún problema.
-Te equivocas -replicó Bob- Su muerte, nos vendría bien a Margaret y a mí, pero
para ti solo representaría un nuevo cargo que añadir a los que ahora acumulas.
Si ya ahora te persiguen como a un perro rabioso y te obligan a una existencia
de sobresalto y eterna huida, imagina después.
-O
quizás no. Muerto O´Connell se abrirá su cámara acorazada y aparecerá toda la
mierda que acumula en ella. Recordad que Homer nos confesó que allí conserva a
buen recaudo las grabaciones de todas las conversaciones que ha mantenido,
tanto telefónicas como las realizadas a viva voz en su mismo despacho.
-¿Y
estás seguro de que esas grabaciones saldrán a la luz, en el supuesto de que el
general muera? ¿Quién lo haría? ¿Sus hombres, que están tan involucrados como
él en esos delitos? ¿Los peces gordos que aparezcan implicados en ellas?
Olvídate. Si no somos capaces de rescatarla, toda esa información quedará enterrada en el más absoluto silencio.
-Bueno,
puede ser...aunque todavía nos quedará el testimonio de Homer.
-¡Ni
lo sueñes! -rebatió Bob al momento- Homer hablará ante un juez siempre que
pueda descargar su responsabilidad sobre otra persona: su jefe. Pero si acabas
con O´Connell y no consigues pruebas irrefutables de su culpabilidad, dejas a
Homer en la primera fila de la acusación y no le sacarás ni media palabra.
Recuerda que en un tribunal no podrás torturarle como has hecho aquí.
-¡Lo
que tú digas! -exclamó Pietref, molesto, encarándose a Bob- Si no me propones
algo mejor, me cargo al general, a Homer y a quien se me ponga por delante. Me
sobran recursos para escapar sin ser detectado de este jodido país. Y, además,
cuento con varios lugares, tan secretos como seguros, repartidos en cada uno de
los cinco continentes. En ellos podría refocilarme con una plácida jubilación
el resto de mis encabronados días.
-Desearía
que no llegáramos a ese extremo -intervino Margaret-. Cálmate, por favor, y
escucha, por un momento, el plan de Bob.
Todavía
hubo de transcurrir un tiempo para que Pieterf se calmara y atendiera el ruego
de Margaret. Pero, al fin, Bob pudo exponer su plan.
-Lo
haremos Margaret y yo, mañana, a plena luz del día. Durante la noche es
absolutamente imposible. En esto tienes razón: la enorme cantidad y variedad de
alarmas instaladas lo hacen inviable. En cambio, por el día es otra cosa: los sistemas de alarma deben desconectarse para permitir el desarrollo normal del trabajo del personal.
-Estoy
deseando saber cómo diablos os las arreglaréis para operar dentro de aquel
avispero, sin que os den pasaporte para el otro mundo -dijo Pieterf, sin
renunciar a su escéptica posición ante aquel absurdo asunto que le proponían.
-Muy
sencillo -continuó Bob-. Tú te instalarás en una de las casas de enfrente al
edificio del SSD, donde hemos comprobado que hay un apartamento sin habitar.
Desde allí, provisto de un rifle con bocacha lanza granadas, dispararás un
proyectil incendiario sobre una de las ventanas del edificio que corresponde a
un archivo de poco movimiento. La distancia no pasará de 40 metros, así que no
puedes fallar el tiro. Dentro de ese cuarto se iniciará un incendio que
tardarán en descubrir. Cuando lo hagan ya habrá tomado cuerpo y tendrán que
evacuar el edificio. Llegarán los bomberos y entonces entraremos nosotros dos disfrazados
con el equipo al completo que ellos utilizan, máscaras incluidas. Nadie sabrá quienes somos.
Margaret
y Bob habían vuelto a discutir sobre la oportunidad de revelar su secreto
equipo de ocultación, pero, de nuevo, Bob impuso su criterio e inventó el ardid
de los bomberos para justificar ante Pieterf la facilidad con qué podían moverse por
el interior del edificio.
-No
está mal pensado -concedió Pieterf-, aunque os va a resultar bastante difícil
lograr abrir la cámara de O´Connell. Tened en cuenta que vais a disponer de muy
poco tiempo para esa complicada operación.
-No
hay cuidado -contestó Bob-. Tenemos las claves de apertura, aunque no me
preguntes cómo las hemos obtenido. Dispongo de muy buenos amigos que nos
ayudan, pero no puedo revelar su identidad.
Pieterf
tuvo que admitir que aquello que parecía imposible, tenía un cierto margen de
posibilidad y que, aunque con bastante riesgo, podría hacerse.
-Quizás
fuera bueno que esta noche durmieras aquí con nosotros -sugirió Margaret- Así evitaríamos
cualquier contingencia negativa que pudiera complicar la operación.
-Gracias
Margaret, pero soy un lobo libre y solitario que goza siéndolo. Y no
te preocupes por mí: sé cuidarme.
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