jueves, 16 de enero de 2014

Capitulo IX



Refugio de Margaret en Meadow

 
Bob Bryant ha proporcionado un refugio seguro a Margaret en Queens. Se trata de una casa unifamiliar, perdida entre las miles de parcelas de similar factura que inundan los alrededores de Meadow Lake.

Está situada en una discreta esquina de la 186th St con la 64th Ave. Cuenta con una alta y sólida reja de protección, un denso arbolado que la semi oculta y dispone de varias vías de escapatoria, muy útiles para el caso de tener que salir huyendo ante un inesperado ataque o algún inminente peligro.

En su interior, Margaret y Bob dialogan sobre la circunstancias que rodearon la muerte de Joe.

-¿Estás seguro de que los asesinos de Joe no fueron los mismos que acabaron con la vida de William? -inquirió Margaret.

-No, no, seguro -contestó Bob, rotundo-. Mataron a tu marido para taparle la boca. Si la "organización" hubiera tenido la menor sospecha de que Joe sabía algo de sus manejos, haría ya mucho tiempo que estaría muerto. Tú, en cambio, sigues estando en peligro.

-¡Pero yo no sé nada! -protestó Margaret- Jamás William me habló de sus asuntos. Siempre decía que me mantenía al margen para protegerme.

-Esa gente tiene mucho que perder y ningún escrúpulo para eliminar a cualquiera. Es suficiente la menor sospecha de perjuicio para acabar con quien pueda provocarlo. Una muerte más o menos les da igual.

-Entonces...¿Quién crees tú que ha podido ser el asesino?

-Mira Margaret. Joe andaba metido en negocios muy turbios. El asesinato ha sido una venganza y no me cabe duda de que el dinero sucio estaba en medio de todo este asunto. ¿Quiénes fueron? Para saberlo necesitamos acceder a la documentación de sus negocios extra oficiales.

-Tienes razón -aseguró Margaret- Yo sé que Joe había almacenado una fuerte suma de dinero negro. La relación de esos depósitos, así como la documentación de los negocios gestionados al margen de la ley, deben estar ocultos en algún sitio. Pero...¿cómo buscarlo sin darme a conocer?

-Bien. Como tú no puedes correr el riesgo de identificarte, haremos un registro nocturno de la oficina y el apartamento de Joe. Si no encontramos nada, echaré mano de mis antiguos colaboradores y, con su ayuda, estaremos en disposición de usar métodos más expeditivos.

Más o menos a la misma hora, Rodríguez rendía su diario informe al comisario Casado.

-¿Cómo va eso, Rodríguez? -preguntó el comisario.

-No sé, jefe. Esta gente me tiene frito. Yo no sé si se hacen los locos o es que no saben nada de nada. Pero no se preocupe, comisario, que de hoy no pasa sin que me den el informe de los registros.

-¡Venga, coño! Que no estamos para perder el tiempo. Mañana sin falta quiero tener algo concreto sobre este caso -y añadió, rotundo- ¿Me ha oído bien, Rodríguez? ¡Mañana!

-¡Qué sí, jefe, qué sí! Ahora mismo estoy esperando al nuevo agente de enlace que me han asignado para ir a consultar el expediente.

-¿Qué ha pasado con el otro? -preguntó extrañado el comisario.

-Nada, que aquí tienen la costumbre de que cuando alguien le da al gatillo, le conceden un descanso y lo mandan unos días al loquero. Ahora tengo a una mujer por compañero.

-Bueno, lo que nos faltaba. Ojito con lo que haces.

-Tranquilo, jefe. Es un marimacho de mucho cuidado. No es que esté mal, al contrario, la verdad es que está como para mojar pan, pero oiga, como esta moza te eche encima esa mirada de hielo que tiene, te quita de raíz cualquier mal pensamiento.

-En fin, ten cuidado y no me metas la pata. Y...¡Venga! ¡A trabajar de una puñetera vez!

En Barcelona, en un importante despacho de Paseo de Gracia, un hombre de distinguida presencia hablaba por teléfono con voz de mando y  aire de ostentar notable poder :

-¡Oiga! ¿Me puede decir qué fue del asunto de Márgara Fuster?

 
Paseo de Gracia en Barcelona

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