-Pues
si esto es todo lo que hay, estoy apañao -Rodríguez estaba realmente indignado-
En cuanto mi jefe lo sepa, me va a ordenar que coja el primer avión de vuelta a
casa, y tan pronto llegue allí me va a patear el culo, por inepto. Como si lo
viera.
-Bueno,
hombre. No hay que dramatizar -trataba Helen de calmarle- Este asunto se resolverá,
seguro, pero estos casos, que cuentan con tan pocas pistas, necesitan tiempo hasta
llegar a descifrarlos.
-¡Me
cagüen la leche! ¡Tiempo es lo que no tengo! -el enfado de Rodríguez crecía por
momentos- Mañana, a primera hora, tengo que informar a mi jefe y ...¡Qué le
digo! ¿eh? ¡Anda, dime tú qué le digo!
Helen
se encogió de hombros. no era su problema. En realidad, aquel extraño tipo,
moreno, casi cetrino, de pobladas cejas negras, pelos en la nariz, con maneras
vulgares y atuendo pueblerino, le había caído gordo desde el principio.
Había
recibido la orden de acompañar al agente español con mucho desagrado. Trató de
sacudirse el servicio, pero le fue imposible. Era el único detective libre que
conocía el idioma español. Helen no solo lo conocía, lo hablaba con absoluta corrección
y tan solo un ligero acento metálico delataba que no era ese su idioma natal.
Pero no necesitaba aclarar ese detalle, su aspecto era anglosajón total, de
arriba abajo. Helen aprendió el español en Zaragoza, donde su padre, oficial de
aviación, había estado destinado en la base americana instalada en aquella
ciudad. Allí Helen aprendió también más fobias que filias de los españoles. Y
todavía le duraban.
Durante
el trayecto del hotel a la comisaría ya habían tenido su primer roce. Al
comentar su estancia en España no se cortó al decirle que no le gustaban los
españoles.
-Son
todos unos machistas -dijo.
Aquello
le sentó a Rodríguez como una patada en la tripa. Esta tía no me tapa la boca, pensó
y se dispuso a contraatacar con toda la mala uva que fuera capaz de reunir:
-Y
si somos machistas ¿qué? ¿No eres tú feminista? -arriesgó en la pregunta- Pues,
oye: con el mismo derecho.
-Vaya,
hombre ¡Será lo mismo! Nosotras luchamos por la igualdad entre el hombre y la
mujer, mientras que vosotros tratáis de mantener el dominio que siempre
tuvisteis sobre nosotras.
-¡Anda!
¿Y yo que no me había enterado? -dijo Rodríguez con sorna.
Y
ante el gesto de sorpresa de Helen continuó:
-¡A
ver! Desde siempre, como tú dices, hemos estado esclavizados por vosotras. Ya,
desde que vivíamos en cuevas, tuvimos que salir de ellas para cazar dinosaurios
con los qué alimentaros o vestiros con sus pieles. Y no era cosa fácil con esos
bichos que tenían unos dientes de a palmo. Así continuó la cosa, hasta que
ahora, cuando el trabajo se ha hecho llevadero, todas queréis salir de la cueva
para trabajar. ¡Coño! Eso se hace antes, cuando el trabajo era tan duro que se
dejaba uno la piel en él.
-Bueno,
mira. No tengo ganas de escuchar tonterías. Vamos a dejarlo ya.
-Sí,
sí, perdona: es broma. Pero es que si te hablo en serio la vamos a tener gorda.
Que ya estoy hasta las mismísimas...narices de que las feministas estéis
tratando de convencer a la sociedad de que los hombres somos gentuza y las
mujeres seres inmaculados ¡Ya está bien!
Entre
diles y diretes llegaron a la comisaría. Fue una suerte porque puso fin a la
discusión, y evitó que la cosa llegara a mayores. Aunque el resquemor que dejó
en ellos el acalorado debate, abrió una profunda brecha en su relación.
Y
solo faltó, para empeorarla, el enfado de Rodríguez al ver la escasa
información que traía el expediente de los detectives encargados del caso.
-Bien,
pues necesito hablar con estos dos "artistas" -reclamó Rodríguez-
Hazme el favor de preparar de inmediato una reunión con ellos.
El
mitin tuvo lugar esa misma mañana, pero poco más o nada pudo sacar en claro el
español. Los registros de la oficina y del lujoso apartamento de Joe no
aportaron pista alguna a la investigación. Nada sospechoso se había encontrado
en ellos. La encuesta se hallaba, en este momento, en el estudio pormenorizado
del fichero de clientes.
-De
allí no va a salir nada, Helen -sentenció Rodríguez después de haber revisado,
una por una, todas las fichas- ¿No ves que todos los asientos corresponden a
negocios legales? Este crimen tiene todos los visos de ser un ajuste de cuentas,
causado por una operación ilegal fallida.
-¿Y
qué otra cosa se puede hacer?
-Coño,
pues volver a revisar los dos establecimientos con más detalle. Seguro que algo
se les ha pasado por alto en el registro. Esto, o ese hombre tenía otro local,
donde esconder la documentación de sus negocios sucios. Esta misma noche
deberíamos ir tú y yo y comprobarlo.
-¿Estás
loco? ¡No tienes autorización para investigar y yo no te puedo acompañar!
-exclamó Helen espantada- ¡Me juego mi carrera!
-¡Qué
pasa! ¿Te faltan ovarios o qué? No me digas que eres incapaz de tomar los
mismos riesgos que un machista español -aquello de machista se le había quedado
grabado en el alma a Rodríguez y no se lo perdonaba- Pues no te preocupes. Llévame
en tu coche hasta esos dos lugares que yo me apaño solo.
Herida
en su orgullo, aunque a regañadientes, consintió Helen en acompañarle. Llegaron
a las inmediaciones de la oficina en la 13 del West Side y, tal como había
propuesto el español, subió solo.
Más
de una hora estuvo esperándole Helen dentro de su coche, con los nervios de punta
y mordiéndose las uñas. Cuando ya, desesperada, pensaba en ir a ver si le había
ocurrido algo a aquel jodido español, apareció Rodríguez.
-¡Uf!
-resopló al sentarse junto a Helen- Toda la oficina está patas arriba. Alguien
ha estado allí, después de la policía, y ha hecho un registro total. Si había
algo ya no está. De entre un montón de papeles, tirados en el suelo, he recogido
esta vieja libreta con algunas anotaciones y garabatos por si encontramos algo
útil en ella.
-Parece
que tenías razón.
-Pues
claro. elemental querida Helen -se pavoneó Rodríguez- Vamos al otro sitio, a
ver si tenemos más suerte.
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