lunes, 20 de enero de 2014

Capítulo XI


-Pues si esto es todo lo que hay, estoy apañao -Rodríguez estaba realmente indignado- En cuanto mi jefe lo sepa, me va a ordenar que coja el primer avión de vuelta a casa, y tan pronto llegue allí me va a patear el culo, por inepto. Como si lo viera.

-Bueno, hombre. No hay que dramatizar -trataba Helen de calmarle- Este asunto se resolverá, seguro, pero estos casos, que cuentan con tan pocas pistas, necesitan tiempo hasta llegar a descifrarlos.

-¡Me cagüen la leche! ¡Tiempo es lo que no tengo! -el enfado de Rodríguez crecía por momentos- Mañana, a primera hora, tengo que informar a mi jefe y ...¡Qué le digo! ¿eh? ¡Anda, dime tú qué le digo!

Helen se encogió de hombros. no era su problema. En realidad, aquel extraño tipo, moreno, casi cetrino, de pobladas cejas negras, pelos en la nariz, con maneras vulgares y atuendo pueblerino, le había caído gordo desde el principio.

Había recibido la orden de acompañar al agente español con mucho desagrado. Trató de sacudirse el servicio, pero le fue imposible. Era el único detective libre que conocía el idioma español. Helen no solo lo conocía, lo hablaba con absoluta corrección y tan solo un ligero acento metálico delataba que no era ese su idioma natal. Pero no necesitaba aclarar ese detalle, su aspecto era anglosajón total, de arriba abajo. Helen aprendió el español en Zaragoza, donde su padre, oficial de aviación, había estado destinado en la base americana instalada en aquella ciudad. Allí Helen aprendió también más fobias que filias de los españoles. Y todavía le duraban.

Durante el trayecto del hotel a la comisaría ya habían tenido su primer roce. Al comentar su estancia en España no se cortó al decirle que no le gustaban los españoles.

-Son todos unos machistas -dijo.

Aquello le sentó a Rodríguez como una patada en la tripa.  Esta tía no me tapa la boca, pensó y se dispuso a contraatacar con toda la mala uva que fuera capaz de reunir:

-Y si somos machistas ¿qué? ¿No eres tú feminista? -arriesgó en la pregunta- Pues, oye: con el mismo derecho.

-Vaya, hombre ¡Será lo mismo! Nosotras luchamos por la igualdad entre el hombre y la mujer, mientras que vosotros tratáis de mantener el dominio que siempre tuvisteis sobre nosotras.

-¡Anda! ¿Y yo que no me había enterado? -dijo Rodríguez con sorna.

Y ante el gesto de sorpresa de Helen continuó:

-¡A ver! Desde siempre, como tú dices, hemos estado esclavizados por vosotras. Ya, desde que vivíamos en cuevas, tuvimos que salir de ellas para cazar dinosaurios con los qué alimentaros o vestiros con sus pieles. Y no era cosa fácil con esos bichos que tenían unos dientes de a palmo. Así continuó la cosa, hasta que ahora, cuando el trabajo se ha hecho llevadero, todas queréis salir de la cueva para trabajar. ¡Coño! Eso se hace antes, cuando el trabajo era tan duro que se dejaba uno la piel en él.

-Bueno, mira. No tengo ganas de escuchar tonterías. Vamos a dejarlo ya.

-Sí, sí, perdona: es broma. Pero es que si te hablo en serio la vamos a tener gorda. Que ya estoy hasta las mismísimas...narices de que las feministas estéis tratando de convencer a la sociedad de que los hombres somos gentuza y las mujeres seres inmaculados ¡Ya está bien!

Entre diles y diretes llegaron a la comisaría. Fue una suerte porque puso fin a la discusión, y evitó que la cosa llegara a mayores. Aunque el resquemor que dejó en ellos el acalorado debate, abrió una profunda brecha en su relación.

Y solo faltó, para empeorarla, el enfado de Rodríguez al ver la escasa información que traía el expediente de los detectives encargados del caso.

-Bien, pues necesito hablar con estos dos "artistas" -reclamó Rodríguez- Hazme el favor de preparar de inmediato una reunión con ellos.

El mitin tuvo lugar esa misma mañana, pero poco más o nada pudo sacar en claro el español. Los registros de la oficina y del lujoso apartamento de Joe no aportaron pista alguna a la investigación. Nada sospechoso se había encontrado en ellos. La encuesta se hallaba, en este momento, en el estudio pormenorizado del fichero de clientes.

-De allí no va a salir nada, Helen -sentenció Rodríguez después de haber revisado, una por una, todas las fichas- ¿No ves que todos los asientos corresponden a negocios legales? Este crimen tiene todos los visos de ser un ajuste de cuentas, causado por una operación ilegal fallida.

-¿Y qué otra cosa se puede hacer?

-Coño, pues volver a revisar los dos establecimientos con más detalle. Seguro que algo se les ha pasado por alto en el registro. Esto, o ese hombre tenía otro local, donde esconder la documentación de sus negocios sucios. Esta misma noche deberíamos ir tú y yo y comprobarlo.

-¿Estás loco? ¡No tienes autorización para investigar y yo no te puedo acompañar! -exclamó Helen espantada- ¡Me juego mi carrera!

-¡Qué pasa! ¿Te faltan ovarios o qué? No me digas que eres incapaz de tomar los mismos riesgos que un machista español -aquello de machista se le había quedado grabado en el alma a Rodríguez y no se lo perdonaba- Pues no te preocupes. Llévame en tu coche hasta esos dos lugares que yo me apaño solo.

Herida en su orgullo, aunque a regañadientes, consintió Helen en acompañarle. Llegaron a las inmediaciones de la oficina en la 13 del West Side y, tal como había propuesto el español, subió solo.

Más de una hora estuvo esperándole Helen dentro de su coche, con los nervios de punta y mordiéndose las uñas. Cuando ya, desesperada, pensaba en ir a ver si le había ocurrido algo a aquel jodido español, apareció Rodríguez.

-¡Uf! -resopló al sentarse junto a Helen- Toda la oficina está patas arriba. Alguien ha estado allí, después de la policía, y ha hecho un registro total. Si había algo ya no está. De entre un montón de papeles, tirados en el suelo, he recogido esta vieja libreta con algunas anotaciones y garabatos por si encontramos algo útil en ella.

-Parece que tenías razón.

-Pues claro. elemental querida Helen -se pavoneó Rodríguez- Vamos al otro sitio, a ver si tenemos más suerte.

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