sábado, 18 de enero de 2014

Capítulo X


El insistente sonido de un teléfono interrumpió, durante un momento, el animado diálogo que mantenían dos hombres en el despacho del General O´Connell, jefe del Departamento de Servicios Especiales de la Defensa, SSD.

Este descolgó el teléfono, comprobó que se trataba de una llamada sin identificación y dijo:

-O´Connell al habla ¿Quién llama?

-Soy yo, general.

-¡Hombre, Pieterf! ¿Dónde te has metido? -mientras hablaba, O´Connell hizo un gesto con la mano que hizo salir precipitadamente al otro hombre del despacho- Estoy esperando noticias sobre el asunto que discutimos anteayer. Cuentame tus progresos.

-Sí. Estos días he hecho muchos progresos...gracias a mi fino olfato. Pero de eso Vd., general, ya está bien enterado ¿no es así? -contestó Pieterf con tono seco, claramente contrariado.

-¡Eh, eh, Pietref! ¡A qué viene esto! ¿Qué tratas de insinuar? ¡Explícate!

Pieterf hizo caso omiso a las voces conminatorias de su jefe, a pesar de estar dichas con la voz segura y dominadora de quien está acostumbrado a ser obedecido sin réplica, y le habló con el mismo tono cortante y serio.

-Escúcheme, general. Ayer sorteé una trampa, bien burda por cierto, y espero que no vuelvan a repetir el intento. Quiero advertirle que he tomado mis precauciones. He puesto a buen recaudo un interesante dosier que será hecho público si me pasa algo. Y piénselo bien, general, antes de tomar una decisión equivocada: le aseguro que yo también soy muy mal enemigo -después de esta última palabra, Pieterf cortó la comunicación.

-¡Pero qué dices, hombre! ¿Te has vuelto loco?...¡Pieterf, eh, eh! ¡Escucha!...¡Óyeme! -en este momento, O´Connell se dio cuenta de que la comunicación estaba cortada y tiró con rabia el teléfono sobre la mesa, al tiempo que soltaba una sarta de juramentos.

Al instante entró el otro hombre en el despacho.

-No ha habido tiempo suficiente para localizarle, pero ha hecho la llamada desde un aparato móvil. Nuestros hombres ya están trabajando para identificarlo. Pronto estaremos en condiciones de seguir sus pasos.

-¡Maldita sea! Ojala me equivoque, pero me temo que este hijo de perra nos va a dar muchos quebraderos de cabeza.

-No se preocupe, jefe. pronto estará en nuestras manos.

-Id a por él -escupió, más que dijo O´Connell, dando un fuerte puñetazo en la mesa- pero tened buen cuidado de cogerlo vivo. Hay que hacerle cantar hasta averiguar en dónde tiene escondido ese informe.

Pieterf contempló, pensativo, las oscuras aguas del East River desde lo alto del Williamsburg Bridge y, al cabo de un rato, tiró al río el teléfono móvil que mantenía en su mano derecha, subió el cuello de su gabán y comenzó a caminar, sin prisa, hacia el otro extremo del puente, en dirección a Long Island.

En un despacho de la comisaría de distrito, amablemente cedido a Rodríguez por la jefatura, se hallaban este y Helen, su agente de enlace, revisando la documentación correspondiente al caso de la muerte de Joe.

-¡Pero, coño!¿Qué clase de informe es este? ¡Pero si aquí no hay nada útil! -se quejaba indignado Rodríguez.

-Es lo que hay -contestó de mal humor Helen, molesta porque un policía de un insignificante país dudara de la eficacia de sus compañeros- La investigación está a cargo de dos detectives muy capaces con un historial inmejorable. Si ellos no han encontrado nada es que no hay nada que encontrar.    

No hay comentarios:

Publicar un comentario