jueves, 16 de abril de 2015

Capítulo LII y último

Refugio de Pieterf en España.

Poco tiempo había pasado pero a Pietref, extrañamente aprensivo aquella mañana, se le antojaba que ahora Nueva York estaba muy, muy lejos de Laspuña. Más lejos que la última galaxia descubierta por el telescopio Hubble en sus veinticinco años de reportero del universo. Entre Casa Sidora y el Waldorf Astoria se había interpuesto toda una vida de distancia.

Con una repentina languidez, impropia de su carácter roqueño, Pietref pensó que quizá ambos lugares estaban separados por el abismo no de una vida sino de dos.

En hora tan temprana, inadecuada para muchas reflexiones,  en la terraza panorámica de Casa Sidora se había aposentado, sin avisar, un descarado frío medular que cosquilleaba con impertinencia el tuétano de los huesos. Ya no había pámpanos ni uvas en la parra sino desgastadas hojas amarillas, pocas, con sombras desteñidas en sepia. Aun buscando con dedos expertos tardó en descubrir, escondido en el olvido, un humilde racimo de escasas y ásperas uvas pasas, cuya vista hizo tintinear su inseguro ánimo.

Un año más el otoño se había adueñado, como siempre por sorpresa, de su querido valle, expulsando sin compasión a cuantos habían venido únicamente buscando el verano.

-La Peña Montañesa –rumió- ya vuelve a ser sólo nuestra…

Y reaccionando a la intempestiva ensoñación pidió en voz alta:

-Cristina, por favor, hazme un café largo que no sea americano. Ya sabes: doble de agua sí, pero con doble cantidad de café. Y muy caliente como siempre.

Casi tiritando subió a la habitación, al gustoso encuentro con el gorro de lana negra, su viejo tabardo de piel vuelta y sus aún más viejas botas. Confortablemente embutido en tan queridas prendas, compañeras fieles de algunos inviernos pretéritos, bajó de nuevo al bar, hizo un silencioso gesto de saludo a Cristina, y salió con el humeante tazón en la mano derecha y una magdalena en la izquierda,  dispuesto a ir a dar los buenos días a la Peña Montañesa.

Andando cuesta arriba, dando espaciados sorbos al café aun ardiente y saludando con afecto a vecinos que hacía “dos vidas” que no veía, se le coló enseguida en el cuerpo un calor amable.

Al quedarse sólo, ya rebasado el pueblo, aceleró el paso y sus zancadas hicieron crujir levemente la primera escarcha.

Y, como tantas otras veces, allí estaba esperándole la Peña Montañesa, erguida y rotunda, coronada en lo más alto por la niebla. Varios buitres, sin ayuda de compás, diseñaban perezosamente en el cielo curvas geométricamente perfectas. Un solitario alimoche adulto de pico amarillo y plumaje blanquecino, sin tales preocupaciones, se estaba despidiendo del lugar dispuesto ya a emprender el largo vuelo por etapas hasta Gibraltar, vía obligada hacia su destino invernal en el África subsahariana.

Fijó la atención en el alimoche que sin solemnidad, ufano de su plumaje desgarbado, se disponía a iniciar, con animoso descaro, su migración anual. En un arranque inesperado Pietref no pudo impedir que se desbordara el malestar acumulado que lo oprimía y, de golpe, decidió que él ya no emigraría nunca más, que jamás volvería, ni como turista, a Nueva York. Ni tan siquiera a Estados Unidos, remachó apretando los dientes, consciente de que estaba dejando atrás y para siempre, una vida y una profesión que hoy le parecían malgastadas.

Tres horas después con la guardia baja, hambriento, empapado por una lluvia fina y por el embrujo de la montaña, emprendió la vuelta a Casa Sidora. Atravesado el pueblo, colgando aun de su mano derecha el tazón vacio vio, al fondo de la última cuesta, a Cristina esperándole en la acera y detectó con alerta que, contra su costumbre, ella había permitido que un coche desconocido permaneciera aparcado delante del Hostal.

Al llegar a su altura la interrogó con los ojos y recibió inmediata respuesta por el mismo conducto a través de una mirada en la que bailaba un indescifrable mensaje optimista:

-Heer Adriaan, tiene una visita esperándole dentro.

Debido al frío la puerta del bar estaba cerrada. Al abrirla la vio enseguida. Margaret, con un grueso chaquetón de piel a su lado, permanecía sentada junto al fuego de la chimenea, acompañada por el perro y los dos gatos de la casa.

-Sabía que vendrías –es lo único que confusamente pensó Pietref sin llegar a abrir la boca.

Se acercó con pasos contenidos a la vez que Margaret,  vuelta hacia él se levantaba con una sonrisa franca. Ajenos a la lejana mirada curiosa de Cristina, se besaron ambas mejillas con la naturalidad y la alegría juvenil de dos universitarios adolescentes que vuelven al pueblo el fin de semana y se encuentran por fin en el bar.

Pietref, rompiendo el silencio, retocó seguro su frase:

-Margaret, he soñado que vendrías.

Capítulo LI


-¿Qué pasó ahí dentro? -preguntó Rodríguez a Helen, en cuanto volvió la calma en el interior del avión.

-Una pesadilla. Lo cacé fácil porque, tenías razón, no eran combatientes. Alargó la mano para tomar un botellín de refresco y aproveché el descuido. Dejé caer la bandeja al suelo, le agarré el brazo y lo volteé. Lo tenía reducido en el suelo, cuando cometí el error de mirarle a los ojos. ¡Dios mío! Jamás había visto una expresión parecida. Nada de apuro, ni de miedo: era una mirada de infinito odio. No era humana. Me pregunté entonces si ese inhumano ser, que rezumaba loca crueldad e inmenso rencor, merecía el favor de vivir. Fueron unos segundos de indecisión que aprovechó para sacar una daga y lanzarme una cuchillada. Todavía no sé como pude esquivarla. El cuchillo rajó el uniforme y pasó a mi lado rozándome el costado. Reaccioné, reuní todas mis fuerzas y hundí en su nuez el cañón de la pistola que le había arrebatado. Un siniestro chasquido y una fuerte convulsión de su cuerpo me indicó que le había roto el cuello. Donde antes brillaba un intenso odio, se instaló la terrible mueca que deja toda muerte violenta. Era mi primera víctima mortal y jamás lo podré olvidar.

Rodríguez rodeó los hombros de Helen con su brazo y besó sus cabellos, conmovido ante aquel angustioso relato, capaz de hacer estremecer a una mujer de tan fuerte carácter como ella.

-Cuando recuerdes esta historia -dijo- deberás pensar que salvaste la vida a más de doscientas personas inocentes y olvidar que para conseguirlo, no tuviste otro remedio que acabar con otra que no la merecía.

Por fin llegaron sin novedad al John F. Kennedy Airport y allí les esperaba una acogida apoteósica. Docenas de coches con cientos de bomberos y policías de todo tipo, rodearon al aparato. Después tuvieron que sufrir los inacabables y exhaustivos interrogatorios, informes y declaraciones de rigor, que demoraron en varias horas su salida del aeropuerto e hizo exclamar a Rodríguez:

-¡Me cagüen la leche! ¡Nos han tratado mejor los secuestradores que tus paisanos!

Tenían ya a la vista la salida de la Terminal 4, cuando se cruzaron con una persona cuya figura resultó familiar a Rodríguez.

-¡Caray, Doña Márgara! ¡Dichosos los ojos! No me diga que regresa a España -dijo Rodríguez al tiempo que se saludaban con afecto.

-Sí, voy para allá. Aquí ya no tengo nada qué hacer, ni hay nada que me retenga.

-¡Hace bien! -aprobó Rodríguez y en voz baja le hizo esta confidencia- Entre nosotros y sin que trascienda, le diré que la policía ha archivado su expediente y no tiene nada que temer en ese sentido, aunque será mejor que no utilice el nombre de Márgara...y menos el de Muriel Dallamore.

-Sí, sí. Ahora ya no necesito esconderme. En adelante usaré mi verdadero nombre: Margaret Foster, viuda de William.

Se despidieron con sincera cordialidad. Seguramente, ninguno de los dos intuía, en ese momento, que sus vidas estaban a punto de dar un inesperado giro, para componer un nuevo e incierto capítulo.

Al poco tiempo, Margaret se hallaba instalada en un asiento individual de Business, volando hacia España, sin poder borrar de su mente el recuerdo de los últimos acontecimientos vividos en Nueva York.

Bob Bryan consiguió presentar la documentación extraída de la cámara acorazada, ante el Fiscal General. Este quedó horrorizado al verificarla y todavía más al escuchar la declaración "voluntaria" de Homer, el esbirro del general O´Connell. Ante la gravedad del asunto, se apresuró a informar al Presidente y este dio la orden de que se abriera una urgente y detallada investigación, dirigida personalmente por el Fiscal General.

Su primera medida fue ordenar la detención inmediata de O´Connell y proceder a efectuar un completo registro de la sede del SSD. A pesar del secreto con que se realizaron los preparativos de la operación, no se pudo evitar que alguien de la organización diera el soplo al general de lo que se le venía encima. Cuando los agentes llegaron a Grymes Hill, en Staten Island, se encontraron con que el general se había pegado un tiro en la boca, ante el estupor y alarma de todo el personal allí presente.

Al verse perdido, el general no se lo pensó dos veces: su ilimitado orgullo de mandamás le llevó a quitarse la vida, antes de afrontar el vergonzoso trance de verse procesado y en prisión, como un vulgar delincuente.

El descubrimiento de todos los asuntos irregulares perpetrados por el SSD causó una auténtica revolución en las altas esferas políticas, económicas y militares. En los días siguientes se produjo una autentica catarata de ceses y dimisiones por "causas personales y de edad", además del encausamiento de varios personajes de alto nivel.

La operación dio lugar, además, al esclarecimiento de unos cuantos turbios asuntos, entre ellos, el que originó la muerte de William, el marido de Margaret.

William descubrió que un grupo de militares y hombres de negocios estaban realizando una importante operación de contrabando de armas americanas en África y Oriente Medio. Para su desgracia, hizo la denuncia en el SSD, en donde trabajaba O´Connell, como jefe de sección, sin sospechar que este daba cobertura informativa a los delincuentes. Eso le costó la vida.
 
Black Hawk Down en Mogadiscio.





Pasaron los años, y esta gente, ya enriquecida, escaló puestos de responsabilidad en los distintos estamentos de la Nación. Todo les iba bien, hasta que en 1993 se produjo un hecho que conmovió a la opinión pública mundial: dos helicópteros Black Hawk fueron derribados y sendos equipos de Rangers y Delta Force masacrados en Mogadiscio, Somalia, en el curso de una acción de paz auspiciada por la ONU.

Las tropas americanas fueron atacadas, con ametralladoras Gatlin y granadas autopropulsadas tipo RPG, ambas fabricadas en USA, por fuerzas irregulares de uno de los señores de la guerra más importante de Somalia, Mohamed Farrah Aidid, habitual cliente de los traficantes amparados por O´Connell.

Cuando los antiguos contrabandistas vieron el enorme revuelo que se produjo en los EEUU, al conocerse que eran armas americanas las que habían matado a sus soldados, decidieron suprimir a todos los agentes que hubieran intervenido en aquellas operaciones de tráfico ilegal de armas, tanto de manera directa  como indirecta y que pudieran perjudicarles. Los últimos de la lista eran Margaret y Pieterf.

Con la caída de estas malas gentes, ambos quedaron libres de conflictos. En ese momento, Margaret decidió dejar New York y regresar a España.

-Aquí solo tengo malos recuerdos -confesó Margaret a Bob, al comunicar su decisión- en España hallé la serenidad que aquí siempre me faltó.

-Te entiendo -replicó Bob- ¿Y qué quieres que haga con el laboratorio de William y los equipos de ocultación?

-Haz lo que mejor te parezca. Destrúyelos, guárdalos o utilízalos. Como desees. Sé que si los usas será para emplearlos en una buena causa.

En este instante, cuando había sobrevolado ya más de la mitad del ancho del Océano, recordó que Bob le había entregado un sobre cerrado, al despedirse en el coche que le llevó al aeropuerto. Era hora  de abrirlo.

En él había una breve nota escrita a mano: "Querida Margaret: Me duele dejar de verte, aunque me queda el consuelo de tu recuerdo que nunca se borrará. Me cuesta dar este paso, pero sé que los remordimientos no me dejarían vivir en paz el resto de mi existencia: Esta es la dirección, -que él cree secreta- de Pieterf en España, por si algún día la necesitas o te interesa. Pero no olvides que yo estaré siempre a tu disposición para cuanto necesites. Abrazos. Bob."  Y seguía la dirección de Pieterf.

Tras leerla, la guardó, secó una rebelde lágrima que se deslizaba por su mejilla y sintió pesar por no haberle abrazado más fuerte en su despedida.           

      

   

   

      

 

Capítulo L


Rodríguez y Helen habían ganado el primer asalto en la lucha por el control del aparato. Sin embargo el precio que se había pagado era demasiado elevado: el policía de escolta cayó en el intento, otros dos pasajeros se debatían entre la vida y la muerte y tres más sufrían heridas, aunque, por suerte, eran de menor importancia.

Al revisar el armamento de los secuestradores, recibieron una inesperada sorpresa: los explosivos eran simulados. Esto suponía descartar uno de los mayores peligros potenciales que deberían superar, en el intento de eliminar al último de los fedayines encerrado con los pilotos.

-¿Tenéis la llave de la cabina? -preguntó Rodríguez a una de las azafatas.

-La puerta está blindada y se abre mediante una clave numérica, pero dentro hay un cerrojo que solo puede ser accionado por el comandante...y ahora está en manos del secuestrador. Solo él podría abrirla. No hay otra forma.

-¡Pues sí que estamos bien! -replicó Rodríguez- Como se le ocurra a ese tío comunicarse con sus camaradas, estamos listos. Hay que abrir esa puerta como sea y cuanto antes.

Durante un tiempo, Rodríguez y Helen estuvieron ocupados en calmar a los alborotados pasajeros, organizar la asistencia a los heridos y montar la vigilancia de los prisioneros. Además hicieron maniatar de nuevo a los tres auxiliares de vuelo, que los pasajeros habían liberado.

-Entre ellos hay un colaborador de los terroristas. La policía se encargará de descubrirlo -aclaró Rodríguez ante los sorprendidos pasajeros.

-¿No pudo estar complicada alguna de las azafatas? Ellas también pudieron subir las armas escondidas en su equipaje -sugirió Helen.

-No, imposible. Todas conocían nuestros planes y, si alguna de ellas fuese cómplice, les hubiera dado el soplo. Yo estaba al tanto y vigilaba las reacciones de los terroristas ¿Por qué crees, si no, que daba las instrucciones con cuentagotas? Pero eso ya pasó, ahora tenemos que ver cómo abrimos esa condenada puerta.

No era tarea fácil. El asaltante de la cabina disponía de la ayuda de una cámara para saber quién se hallaba en las inmediaciones de la puerta de acceso. Hasta aquel momento solo había permitido el paso al fedayín de la zona Business, para recabar información, y a una azafata que les llevó agua y café. Por ella supieron que el copiloto estaba atado y amordazado con una herida sangrante en la cabeza, que el secuestrador no le permitió vendar. El piloto se hallaba a los mandos, bajo la amenaza de las armas de su captor. Se le veía muy nervioso y no dejó de apuntar a la azafata con su pistola mientras esta permaneció en la cabina.

-Está difícil, pero tenemos que intentarlo -dijo Rodríguez con decisión, al tiempo que preguntaba a una azafata- ¿Es posible eliminar el aire acondicionado?

Ante la respuesta afirmativa de la mujer, continuó:

-Bien, vamos a hacer esto: Aumentad la temperatura ambiente del avión, pero poco a poco y no demasiado, para que el tío no entre en sospechas. Tú, Helen, haz que las azafatas te cedan el uniforme más adecuado a tus medidas. -y siguió, dirigiéndose al grupo de colaboradores más cercano- Los demás buscad entre los pasajeros a la persona más parecida al terrorista de Business y convencedlo para que se vista con sus ropas.

-¡Dios mío! -exclamó Helen, sorprendida, a pesar de que ya debería estar acostumbrada a las ocurrencias de su marido- ¿Qué se te ha pasado por la cabeza esta vez?

-Pues verás: este tipo solo abrirá la puerta a la azafata. Y lo hará siempre que no haya nadie a su alrededor y pueda ver a su compinche vigilando la zona. Confío en que el aumento de la temperatura le obligue a aceptar el agua o los refrescos que tú ofrecerás para él y los pilotos. Esto quiere decir que solo tú podrás entrar allí, y sola, sin ninguna ayuda, deberás apañártelas para reducir al terrorista.

-¿Estás loco? ¿De verdad crees que se va a tragar lo del falso moro?

-Sí, si se mantiene alejado y de espaldas. Ese pañuelo que se ató a la cabeza al estilo guerrillero ayudará a mejorar la apariencia de realidad. Además, la cámara está instalada para ver la zona más inmediata a la puerta, seguramente con un gran angular, y le resultará prácticamente imposible distinguir detalles del pasajero disfrazado.

-Siento en el alma volver a exponerte a esta gentuza, créeme, -añadió- pero tú eres la única persona capaz de llevar a cabo esta misión con éxito. Lo mires como lo mires, no hay otra solución.   

Ocurrió tal como lo había planeado Rodríguez. El secuestrador picó el anzuelo y permitió la entrada de Helen, vestida de azafata, con una bandeja repleta de refrescos de toda clase. La puerta se volvió a cerrar a su espalda, arrancando un prolongado suspiro en Rodríguez. En silencio e instalado en su asiento, como el resto de los pasajeros, aguardó el desenlace, tenso, con el alma en un puño y encomendándose a toda la corte celestial. Rogaba con fe por el buen final de aquella historia, que le permitiera volver a ver a su querida Helen sana y salva.

Unos pocos minutos más tarde, la puerta se abrió de nuevo y apareció en su marco una Helen demudada, descompuesta la ropa, pálida y sudorosa.

Rodríguez saltó de su asiento como impulsado por un cohete y se lanzó hacia ella como enloquecido.

-¿Estás bien? -repetía sin cesar, mientras la abrazaba- ¿Bien de verdad?

-Sí, sí, pesado. Estoy bien -respondió Helen, aunque sus ojos enrojecidos y el temblor de su cuerpo desmentían sus palabras- Por fin se acabó esta pesadilla. Pero hay que avisar a alguna azafata para que se haga cargo del copiloto y le ponga un vendaje en la cabeza.

Rodríguez echó una mirada en el interior de la cabina, El secuestrador yacía inmóvil en el suelo, quizás muerto. Habían liberado ya al copiloto y esperaba en su sillón la llegada de alguna asistencia, mientras el piloto se afanaba en su cometido. Maniobraba los mandos, al tiempo que enviaba un detallado mensaje de radio a su centro de control aéreo, con el relato de los hechos. Poco después daba otro lacónico mensaje a los pasajeros: "Les habla el capitán. Les comunico que he retomado el mando del aparato y nos dirigimos hacia el John F. Kennedy Airport..." Y continuaba dando datos de vuelo, la hora de llegada, además del tiempo y temperatura en el aeropuerto, con tanta naturalidad, como si nada hubiera ocurrido en aquel avión. Finalizó con un último aviso: "Les ruego que guarden la calma y se mantengan en sus asientos hasta el final del Vuelo"

Pero esta indicación era imposible de respetar. Los pasajeros dieron rienda suelta a sus torturados nervios y estallaron en gritos de alegría, aplausos y vítores a Helen. Todos reían y se abrazaban celebrando el buen final de aquella espantosa historia.

 

jueves, 9 de abril de 2015

Capítulo XLIX


Vuelo DL415. Interior del Boeing 764. Zona Economy: Los pasajeros van acomodándose en sus asientos.
 
Mientras Helen y Rodríguez cavilaban qué hacer para librarse de la amenaza yihadista, en el área Economy de la parte trasera del avión se había desatado la tragedia: Un auxiliar de vuelo había resultado herido de gravedad, con dos heridas de bala, al intentar resistirse a los captores. El sangriento incidente no acabó allí, los secuestradores acuchillaron a un pasajero y golpearon a una azafata hasta dejarla inconsciente, cuando ambos trataban de ayudar al herido.

-En este momento, no podemos hacer nada -advirtió Rodríguez a Helen- Debemos esperar a que el cansancio haga mella en sus nervios y relajen la vigilancia. Entonces tendremos la oportunidad de obtener la información necesaria para preparar bien nuestra acción, antes de ir a por ellos. Ahora, lo siento Helen, pero vas a tener que hacerte la loca.

-¿Qué dices? -preguntó, sorprendida, Helen.

-Verás, se me ha ocurrido un plan. Dentro de poco va a haber pasajeros  histéricos, sofocados, y con síncopes de todo tipo. Estos tíos van a tener que permitir a las azafatas asistir a toda esa gente, si no quieren que esto se convierta en un caos, con un follón de mil demonios. A los hombres no nos permitirán dejar los asientos, pero ellas podrán moverse por todo el avión. Usaremos esta facilidad para que nos sirvan de enlace con los voluntarios que se atrevan a seguirnos, a la hora de atacar a estos hijos de su madre. Tu papel será el de obtener la información que tengan o consigan, durante los momentos en que te atiendan de tu "mal". Al mismo tiempo les darás las instrucciones que deban transmitir a los demás.

-¡Pero...Luis, cariño! ¿Qué diablos quieres que haga? ¡Yo no sé cómo se hace una la loca! -protestó Helen que no salía de su asombro.

-¡Coño Helen, improvisa que para eso eres policía! Qué quieres que te diga: haz cosas raras, que yo ya te seguiré en ese rollo. Pero muéstrate sumisa y no les lleves al límite, no vaya a ser que se pongan nerviosos y te suelten un tiro. En fin, tú ya sabes cuándo hay que aflojar la cosa.

Rodríguez no estaba preocupado por Helen. Sabía que era una excelente detective y que cumpliría su papel a la perfección.

No le defraudó. Al principio balanceó su cuerpo en el asiento durante un buen rato, después se levanto y sentó como veinte veces seguidas y más tarde merodeó por el pasillo otras tantas. Con estos extraños gestos, pronto provocó la alarma del vigilante de la zona Business, pero las explicaciones de Rodríguez le convencieron de que no tenía nada que temer. En efecto, este le aclaró, con voz medrosa y suplicante, que su mujer no estaba muy bien de la cabeza y la llevaba a Nueva York para que la viera un famoso siquiatra. Por lo demás, dijo, era totalmente inofensiva.

-¡Bravo, Helen! -animó Rodríguez a su mujer con un susurro, en cuanto una azafata la devolvió a su asiento, a instancias de un airado vigilante- De aquí vas directa a Hollywood.

-Sí, sí. ¡Ya te daré yo a ti Hollywood como salgamos de esta! ¡Obligarme a hacer este papelón! ¡Jamás te lo perdonaré! -exclamó Helen, francamente enfadada.

-¡Ánimo, mujer! Que lo estás haciendo muy bien. Aguanta y piensa que dependemos de ti para salvar la piel.

-Pues mira, como me enfade, me lio a guantazos con estos tíos y acabo con el problema en un minuto.

No extrañaba a Rodríguez esa impetuosa reacción. Helen era muy capaz de enfrentarse y vencer a cualquier hombre, pero había que evitar que hubiera víctimas y, sobre todo, impedir que los secuestradores decidieran explosionar el aparato en un momento de desesperación, al ver peligrar su misión. Había que mantener la calma y realizar un ataque por sorpresa, simultaneo, en el momento oportuno, y con todas las garantías de vencerles en la mano. No se podía fallar. Se jugaban la vida en ello.

Gracias al ardid de Rodríguez, supieron que la tripulación estaba formada por dos pilotos, seis azafatas -dos por cada zona- y cuatro hombres auxiliares de vuelo, aunque uno de ellos quizás hubiera muerto ya y tampoco se podía contar con los otros tres porque los tenían maniatados.

Del mismo modo, averiguaron el número de secuestradores. Eran cinco: uno en la cabina con los pilotos, otro en Business situado en la parte más cercana a la cabina para servír de enlace con ella, uno más entre esta zona y la Economy-Confort y, por último, dos entre la segunda y tercera.

Un par de horas más tarde recibieron una buena noticia: en la tercera zona, la Economy, viajaba el policía de escolta.

-¡Bien! -exclamó Rodríguez, al recibir la noticia- Esa zona era nuestro punto más débil, al ser la más alejada. Ahora este hombre podrá ocuparse de organizar allí el ataque.

Como había previsto Rodríguez, conforme pasaban las horas, los secuestradores se mostraban más nerviosos e inseguros, pero también la mayoría de los pasajeros se hallaban al límite de su control anímico, ganados por el miedo, la inquietud y el nerviosismo.

De hecho, se habían producido varios casos de un violento histerismo, y un intento de motín, en la segunda zona, que fue reprimido con el resultando de tres pasajeros heridos, dos de ellos muy graves.

-¡Maldita sea! -se lamentó Rodríguez ante Helen, al conocer los hechos- No podemos dejar que esta situación se nos vaya de las manos. Hay que buscar ya un líder en la segunda zona que se dedique a calmar los ánimos y a preparar un equipo de asalto. Trata de entrar en esa parte del avión. O, al menos, intenta echar un vistazo y ver qué clase de gente hay allí, para guiar luego a las azafatas. Por suerte, esto lo tenemos resuelto en la tercera zona con el policía que viaja allí.

Tras varios intentos fallidos, al fin Helen consiguió pasearse por uno de los dos pasillos de la segunda zona, con la mirada ida, simulando una total abstracción. Le seguía una solícita azafata que trataba, por todos los medios a su alcance, de reintegrarla a su asiento, en cumplimiento de las encolerizadas órdenes de los secuestradores.

-Hay allí un grupo numeroso de jóvenes -informó Helen, tan pronto regresó a su asiento- Son unos chavales fortachones. Quizás un equipo de rugby o de futbol americano.

-¡Estupendo! Di a la azafata que te cuida que lo confirme y que procure contactar con el capitán del equipo. Tiene que advertidle que estamos trabajando para recuperar el mando del avión, pero que es vital que mantengan la calma y que esperen nuestras instrucciones.

Llevaban ya seis horas de vuelo y Rodríguez consideró que había llegado el momento de lanzar el ataque. El policía de la tercera zona había conseguido reclutar a cinco voluntarios, que situó estratégicamente a la espera de la señal para atacar. En la segunda zona, los jóvenes deportistas aguardaban, animosos, la orden de intervenir, tras formar dos equipos, a fin de atacar a la vez, las partes delantera y trasera de su zona.

A estas horas, la vigilancia de los captores se había relajado bastante. Aunque en un principio, no permitían acudir a los servicios, no pudieron mantener esa orden durante tanto tiempo, lo que facilitó a los conjurados colocarse en las posiciones más adecuadas para el ataque.

El mismo Rodríguez campaba ya por su zona con toda tranquilidad. Unas veces tras la "loca" de su mujer, otras al servicio y alguna más para atender a varios viajeros con problemas o facilitar agua a las personas de mayor edad. Así, había podido contactar con dos bronceados pasajeros, con aspecto de ejecutivos y un acusado físico de deportistas. Fueron los únicos que halló capaces de ayudarle en esa exclusiva parte del avión.

-Este es el plan -dijo a Helen- Tú serás la encargada de dar la señal de alerta, primero, y la del ataque después. Darás un grito desde el pasaje entre la primera y la segunda zona. Por ejemplo: ¡América! Sera la señal para que todos se preparen. Un segundo grito marcará el inicio del ataque

-Está bien, ¿pero no me darán "para el pelo" antes del segundo grito?

-Seguro que no...si lo haces como una auténtica loca. A estas alturas, todos ellos están convencidos de que estás como una chota. Por lo general esta gente respeta a los chalaos.

-Bueno, si tú lo dices...¿Y cómo sabré cuando tengo que dar los avisos?

-El de alerta te lo señalaré yo, de acuerdo con las indicaciones de las azafatas sobre la posición de los secuestradores. El del ataque lo tendrás que decidir tú cuando estimes que todos esos cabrones se encuentran en sus respectivas posiciones. Si por cualquier causa no están en ellas, habrá que abortar la acción y esperar a otro momento más oportuno. Todavía hay tiempo. Esto es muy importante, porque estamos obligados a realizar la operación sin permitir que puedan activar los explosivos. Además debemos evitar que se produzcan disparos o un fuerte alboroto que alerte al hombre que está en la cabina con los pilotos. Si este tío se entera que hemos eliminado a sus compañeros, es capaz de hacer que el aparato se hunda en el mar o nos mande a hacer puñetas con los explosivos que seguramente lleva.

-Entendido -asintió Helen- Hay que hacer un trabajo limpio si queremos salir con vida de aquí. Voy a comunicarlo a las azafatas para que distribuyan la información entre nuestra gente.

Con el segundo grito de Helen, el avión se convirtió, en segundos, en un enloquecido campo de batalla. Rodríguez y los dos ejecutivos redujeron al fedayín de la zona Business con bastante facilidad. Le pillaron desprevenido y no pudo hacer uso de sus armas. Tras un breve forcejeo quedó sometido, atado y amordazado.

Aun menos trabajo tuvo Helen para dominar a su adversario. Se hallaba junto a ella en el paso de la primera zona a la segunda. Tras su grito intentó conducirla a su asiento tomándola por un brazo. Grave error: en un momento y sin saber cómo, se vio en el suelo, anulado, y con la rodilla de la "loca" sobre el cuello, ahogándole. Enseguida llegaron varios mocetones del grupo de deportistas que ayudaron a Helen a maniatarlo.

Por desgracia, el ataque a los dos secuestradores del pasaje, entre la segunda zona y la tercera, tuvo un desenlace mucho menos feliz. En primer lugar, no consiguieron una sorpresa completa: la estrechez de los pasillos y el amplio espacio de separación entre los asientos y la parte de servicios, ocupada por los fedayines, complicaron el asalto. Por otra parte, al verse atacados, los raptores se guarecieron en los dos angostos pasajes entre zonas, por lo que los atacantes tenían que enfrentarse a ellos uno a uno, en una desigual pelea: cuchillos contra puños.

Así, el policía, que era el primer atacante, cayó mortalmente herido con una cuchillada en el corazón. Otros dos pasajeros recibieron, también, varias heridas graves de puñal. Mal hubiera resultado el intento, de no haber acudido el grupo de deportistas de la segunda zona, asignado para ayudar a los atacantes de la tercera. Les acometieron por la espalda y lograron reducirles cuando ya comenzaban a esgrimir sus pistolas, no sin antes tener que sufrir varias heridas, no demasiado graves por suerte, en pago a su valentía. El ataque duró solo unos pocos segundos, pero se hicieron interminables, ante la encarnizada violencia de aquel combate.

-Tranquilos que aún queda lo peor -advirtió Rodríguez, al concluir la pelea, intentando rebajar la desbordante euforia de los pasajeros- Se ha dado el primer paso para salvar el avión, pero falta el definitivo y más importante.  

jueves, 2 de abril de 2015

Capítulo XLVIII


Era media mañana de un día fresco y lluvioso de octubre, cuando el chicharreante, impersonal y confuso altavoz de la terminal 1 del aeropuerto Adolfo Suarez-Barajas de Madrid anunciaba el embarque de pasajeros del vuelo DL415, de Delta Air Lines, con destino a New York.

Un poderoso y capaz Boeing 764 esperaba a los viajeros al final del túnel de embarque.  En el interior del estrecho pasadizo, caminaban Helen y un intranquilo Rodríguez, al que volar tan alto y tan deprisa le hacía sentir garabatos en el estómago y un molesto nudo de congojo en su garganta. Junto a ellos, otros 236 pasajeros pugnaban por entrar en el aparato.

Viajaban a Nueva York respondiendo a la angustiosa llamada de unos parientes de Helen que solicitaban su intervención en un delicado asunto que afectaba a uno de sus primos. Este hombre se hallaba detenido, acusado de fraude y apropiación indebida de varios millones de dólares en la Compañía donde trabajaba. La familia defendía su inocencia y apoyaba la versión del mozo, en la que declaraba ser objeto de un complot, elaborado mediante un entramado de pruebas falsas. Los verdaderos autores del desfalco trataban de cargarle el muerto, para  escapar de la acción de la justicia y, de este modo, vivir a salvo, felices y contentos, con sus bolsillos rebosantes de dinero robado.

-Mira Helen -dijo Rodríguez, tan pronto esta le puso en antecedentes de lo sucedido-, es imposible ocultar un fraude. A veces, es complicado averiguar el monto total, pero los verdaderos autores no tienen escapatoria, por muchas pruebas falsas que presenten. Si tu primo es inocente lo sabremos. Lo que me extraña es que la policía de allí no lo haya resuelto ya.

-Depende del detective que lleve el caso. -contestó Helen, conocedora de los entresijos y procedimientos habituales en las comisarías de Nueva York- Allí hay mucho trabajo y si encuentran pruebas medianamente convincentes, no se molestan más, dan por concluida la investigación y presentan el caso a la fiscalía. Por eso el abogado ha recomendado a mis tíos que contraten a un investigador privado de confianza.

Rodríguez no dudó a la hora de echar una mano a los parientes de Helen en el otro lado del charco. Y, puesto que no habían tenido la oportunidad de realizar el acostumbrado viaje de luna de miel, después de su boda, pensó que aquella era una ocasión pintiparada para celebrarla. Encargó un buen hotel en la agencia de viajes, y tampoco escatimó en los pasajes al elegir business. ¡Como señores! -se dijo-. Sin embargo, no tardó en ocupar su mente una ambigua e insidiosa tentación de arrepentimiento tras este inusual rasgo de esplendidez, al comprobar que aquella hermosa "fiesta" le iba a salir por un riñón, un ojo de la cara o alguna que otra parte de su anatomía, aun más sensible y delicada.

Eso sí: Helen le obligó a contratar el vuelo en una compañía americana, pues no se fiaba de ninguna otra y menos de las low cost, añadiendo más escozor a las cavilaciones monetarias de Rodríguez.

Duraron poco aquellos malos pensamientos de racanez. En cuanto  arrellenó sus posaderas en el amplio y confortable sillón de la selecta área business -nada que ver con el hacinamiento de la clase turista-, y se vio con una copa de champán francés en la mano, servida con atenta delicadeza por una solícita azafata, tuvo que convenir que había merecido la pena. ¡Qué coño -pensó- un día es un día!

Todavía menos duró la tranquilidad a bordo de aquel avión. Apenas había transcurrido una hora desde su salida de Madrid y volaban ya sobre las encrespadas olas del Atlántico, cuando varios tipos morenos y de cetrina tez, armados con cuchillos, pistolas y explosivos, se hicieron con el aparato en nombre de la Yihad Islámica. En un inglés con fuerte acento extranjero, trataron de calmar la inquietud y alarma de los pasajeros, asegurando que el pasaje no tenía nada que temer, si permanecían en sus asientos en calma y obedecían sus órdenes. En caso contrario se verían obligados a eliminar a quien opusiera resistencia e, incluso, hacer explotar el aparato en vuelo, si fuese necesario. Después obligaron a los pasajeros a entregar sus teléfonos móviles.

-¡Me cagüen la leche! -exclamó Rodríguez- ¡Sabía que iba a ocurrir algo así! ¡Tú y tu manía de volar con una compañía americana! ¡Ya ves en qué lío nos hemos metido! ¡Con lo bien que hubiéramos venido en Iberia!

-¡No seas pesado, Luis y deja de lamentarte! -replicó Helen- Esto podía haber ocurrido en cualquier otro avión. Además, este no es más que otro de los muchos secuestros aéreos que han ocurrido en todo el mundo. Lo normal es que se resuelva sin mayores problemas, como siempre.

-¡Coño, claro! Como os tienen tanto cariño por todo el mundo...¡Lo raro es que no tengáis más follones de estos! ¿Y de verdad tú te crees que esto es un secuestro normal?

-Pues claro ¿Qué si no? -contestó Helen, algo confusa.

-¡Pero, coño, Helen! ¿No lo ves? -insistió Rodríguez bastante alterado- ¡Estos cabrones se van a inmolar! No han variado el rumbo. O sea, seguimos hacia Nueva York. ¿Te imaginas para qué? Si solo fuese un secuestro, estaríamos volando hacia un país africano, donde pudieran hacer sus reivindicaciones con una cierta seguridad, y escapar más tarde con la ayuda, o la vista gorda, de las autoridades locales.

-¡Dios mío! ¿Estás bien seguro de lo que dices? -preguntó Helen, ahora mucho más alarmada.

-Lo que yo te diga. ¿Es que no os dieron lecciones sobre esto, en vuestra academia de policía? Esta gente utiliza para sus secuestros de aviones a combatientes experimentados, duros, decididos y expertos en el manejo de las armas, Ahora fíjate bien en estos tipos: están muy nerviosos, se nota que son novatos con las armas por la forma de empuñarlas y sus manos no están encallecidas por su manejo. Son pipiolos, seguro. Estudiantes, universitarios o algo así. Chavales con la cabeza llena de ideas raras, fáciles de inflamar con eslóganes sublimes: los más tontos y gilipollas, vamos. ¿Quién si no, se iba a prestar a una cosa como esta?

-Si es así, algo tenemos que hacer -dijo Helen metida ya en su papel de detective.

-Seguro, no vamos a permitir que nos apiolen sin más ni más...¡De eso nada! De momento ya han cometido su primer gran error: se han precipitado al iniciar la acción demasiado pronto. Ahora nos quedan siete horas, como mínimo, para preparar un buen plan y neutralizarlos. Para ellos, en cambio, este tiempo les va a pesar como una losa en sus nervios y en su determinación. ¿Sabes si hay policía de escolta en estos vuelos hacia América?

-No estoy segura -respondió Helen- A raíz del 11-s se creó ese servicio, pero no sé si se mantiene en la actualidad.

-Bueno, lo primero que hay que hacer es recopilar la mayor cantidad posible de información: cuántos son los secuestradores, cuántos pilotos, auxiliares de vuelo, médicos, enfermeras, tíos echaos p´alante que nos puedan ayudar y, algo muy importante, tenemos que saber qué pasa en la cabina. Otra cosa: esta gente tiene armas, pero no las han podido traer ellos. Jamás hubieran conseguido eludir el minucioso registro que nos hacen antes de embarcar. Esto quiere decir que contaron con la ayuda de algún tripulante para subirlas a bordo. Habrá que descubrir quién es.

Rodríguez sabía muy bien lo que había que hacer, pero poner en práctica esas medidas era harina de otro costal. Se hallaban incomunicados en la zona Business, junto a otros 35 atemorizados pasajeros, mujeres y gente mayor en su mayoría, en la parte delantera del aparato. Estaban separados de la zona Economy Confort y Economy  -91 asientos en total- por el lugar de preparación del cáterin y los lavabos. Detrás de esta había otra zona Economy más, con 115 asientos, separadas ambas por sus correspondientes lavabos y cáterin. El avión, mientras tanto, volaba casi al completo hacia su fatal destino.

Helen y Rodríguez lo habían intuido, aunque en realidad, poco podían hacer para evitarlo: su aislada posición les impedía conocer nada de lo que sucedía en las otras dos zonas del aparato. Solo cuando escucharon varios gritos y un par de disparos, supieron que allí se estaba produciendo algún acto de violencia.