 |
Vuelo DL415. Interior del Boeing 764. Zona Economy: Los pasajeros van acomodándose en sus asientos. |
Mientras
Helen y Rodríguez cavilaban qué hacer para librarse de la amenaza yihadista, en
el área Economy de la parte trasera
del avión se había desatado la tragedia: Un auxiliar de vuelo había resultado
herido de gravedad, con dos heridas de bala, al intentar resistirse a los
captores. El sangriento incidente no acabó allí, los secuestradores acuchillaron
a un pasajero y golpearon a una azafata hasta dejarla inconsciente, cuando
ambos trataban de ayudar al herido.
-En
este momento, no podemos hacer nada -advirtió Rodríguez a Helen- Debemos
esperar a que el cansancio haga mella en sus nervios y relajen la vigilancia.
Entonces tendremos la oportunidad de obtener la información necesaria para
preparar bien nuestra acción, antes de ir a por ellos. Ahora, lo siento Helen,
pero vas a tener que hacerte la loca.
-¿Qué
dices? -preguntó, sorprendida, Helen.
-Verás,
se me ha ocurrido un plan. Dentro de poco va a haber pasajeros histéricos, sofocados, y con síncopes de todo
tipo. Estos tíos van a tener que permitir a las azafatas asistir a toda esa
gente, si no quieren que esto se convierta en un caos, con un follón de mil
demonios. A los hombres no nos permitirán dejar los asientos, pero ellas podrán
moverse por todo el avión. Usaremos esta facilidad para que nos sirvan de
enlace con los voluntarios que se atrevan a seguirnos, a la hora de atacar a
estos hijos de su madre. Tu papel será el de obtener la información que tengan
o consigan, durante los momentos en que te atiendan de tu "mal". Al
mismo tiempo les darás las instrucciones que deban transmitir a los demás.
-¡Pero...Luis,
cariño! ¿Qué diablos quieres que haga? ¡Yo no sé cómo se hace una la loca!
-protestó Helen que no salía de su asombro.
-¡Coño
Helen, improvisa que para eso eres policía! Qué quieres que te diga: haz cosas
raras, que yo ya te seguiré en ese rollo. Pero muéstrate sumisa y no les lleves
al límite, no vaya a ser que se pongan nerviosos y te suelten un tiro. En fin,
tú ya sabes cuándo hay que aflojar la cosa.
Rodríguez
no estaba preocupado por Helen. Sabía que era una excelente detective y que
cumpliría su papel a la perfección.
No
le defraudó. Al principio balanceó su cuerpo en el asiento durante un buen
rato, después se levanto y sentó como veinte veces seguidas y más tarde merodeó
por el pasillo otras tantas. Con estos extraños gestos, pronto provocó la
alarma del vigilante de la zona Business,
pero las explicaciones de Rodríguez le convencieron de que no tenía nada que
temer. En efecto, este le aclaró, con voz medrosa y suplicante, que su mujer no
estaba muy bien de la cabeza y la llevaba a Nueva York para que la viera un
famoso siquiatra. Por lo demás, dijo, era totalmente inofensiva.
-¡Bravo,
Helen! -animó Rodríguez a su mujer con un susurro, en cuanto una azafata la
devolvió a su asiento, a instancias de un airado vigilante- De aquí vas directa
a Hollywood.
-Sí,
sí. ¡Ya te daré yo a ti Hollywood como salgamos de esta! ¡Obligarme a hacer
este papelón! ¡Jamás te lo perdonaré! -exclamó Helen, francamente enfadada.
-¡Ánimo,
mujer! Que lo estás haciendo muy bien. Aguanta y piensa que dependemos de ti
para salvar la piel.
-Pues
mira, como me enfade, me lio a guantazos con estos tíos y acabo con el problema
en un minuto.
No
extrañaba a Rodríguez esa impetuosa reacción. Helen era muy capaz de
enfrentarse y vencer a cualquier hombre, pero había que evitar que hubiera
víctimas y, sobre todo, impedir que los secuestradores decidieran explosionar
el aparato en un momento de desesperación, al ver peligrar su misión. Había que
mantener la calma y realizar un ataque por sorpresa, simultaneo, en el momento
oportuno, y con todas las garantías de vencerles en la mano. No se podía
fallar. Se jugaban la vida en ello.
Gracias
al ardid de Rodríguez, supieron que la tripulación estaba formada por dos
pilotos, seis azafatas -dos por cada zona- y cuatro hombres auxiliares de
vuelo, aunque uno de ellos quizás hubiera muerto ya y tampoco se podía contar
con los otros tres porque los tenían maniatados.
Del
mismo modo, averiguaron el número de secuestradores. Eran cinco: uno en la
cabina con los pilotos, otro en Business
situado en la parte más cercana a la cabina para servír de enlace con ella, uno
más entre esta zona y la Economy-Confort
y, por último, dos entre la segunda y tercera.
Un
par de horas más tarde recibieron una buena noticia: en la tercera zona, la Economy, viajaba el policía de escolta.
-¡Bien!
-exclamó Rodríguez, al recibir la noticia- Esa zona era nuestro punto más débil,
al ser la más alejada. Ahora este hombre podrá ocuparse de organizar allí el
ataque.
Como
había previsto Rodríguez, conforme pasaban las horas, los secuestradores se
mostraban más nerviosos e inseguros, pero también la mayoría de los pasajeros
se hallaban al límite de su control anímico, ganados por el miedo, la inquietud
y el nerviosismo.
De
hecho, se habían producido varios casos de un violento histerismo, y un intento
de motín, en la segunda zona, que fue reprimido con el resultando de tres
pasajeros heridos, dos de ellos muy graves.
-¡Maldita
sea! -se lamentó Rodríguez ante Helen, al conocer los hechos- No podemos dejar
que esta situación se nos vaya de las manos. Hay que buscar ya un líder en la
segunda zona que se dedique a calmar los ánimos y a preparar un equipo de
asalto. Trata de entrar en esa parte del avión. O, al menos, intenta echar un
vistazo y ver qué clase de gente hay allí, para guiar luego a las azafatas. Por
suerte, esto lo tenemos resuelto en la tercera zona con el policía que viaja
allí.
Tras
varios intentos fallidos, al fin Helen consiguió pasearse por uno de los dos
pasillos de la segunda zona, con la mirada ida, simulando una total abstracción.
Le seguía una solícita azafata que trataba, por todos los medios a su alcance,
de reintegrarla a su asiento, en cumplimiento de las encolerizadas órdenes de
los secuestradores.
-Hay
allí un grupo numeroso de jóvenes -informó Helen, tan pronto regresó a su
asiento- Son unos chavales fortachones. Quizás un equipo de rugby o de futbol
americano.
-¡Estupendo!
Di a la azafata que te cuida que lo confirme y que procure contactar con el
capitán del equipo. Tiene que advertidle que estamos trabajando para recuperar
el mando del avión, pero que es vital que mantengan la calma y que esperen
nuestras instrucciones.
Llevaban
ya seis horas de vuelo y Rodríguez consideró que había llegado el momento de
lanzar el ataque. El policía de la tercera zona había conseguido reclutar a
cinco voluntarios, que situó estratégicamente a la espera de la señal para
atacar. En la segunda zona, los jóvenes deportistas aguardaban, animosos, la
orden de intervenir, tras formar dos equipos, a fin de atacar a la vez, las
partes delantera y trasera de su zona.
A
estas horas, la vigilancia de los captores se había relajado bastante. Aunque
en un principio, no permitían acudir a los servicios, no pudieron mantener esa
orden durante tanto tiempo, lo que facilitó a los conjurados colocarse en las
posiciones más adecuadas para el ataque.
El
mismo Rodríguez campaba ya por su zona con toda tranquilidad. Unas veces tras
la "loca" de su mujer, otras al servicio y alguna más para atender a
varios viajeros con problemas o facilitar agua a las personas de mayor edad.
Así, había podido contactar con dos bronceados pasajeros, con aspecto de
ejecutivos y un acusado físico de deportistas. Fueron los únicos que halló
capaces de ayudarle en esa exclusiva parte del avión.
-Este
es el plan -dijo a Helen- Tú serás la encargada de dar la señal de alerta,
primero, y la del ataque después. Darás un grito desde el pasaje entre la
primera y la segunda zona. Por ejemplo: ¡América! Sera la señal para que todos
se preparen. Un segundo grito marcará el inicio del ataque
-Está
bien, ¿pero no me darán "para el pelo" antes del segundo grito?
-Seguro
que no...si lo haces como una auténtica loca. A estas alturas, todos ellos
están convencidos de que estás como una chota. Por lo general esta gente
respeta a los chalaos.
-Bueno,
si tú lo dices...¿Y cómo sabré cuando tengo que dar los avisos?
-El
de alerta te lo señalaré yo, de acuerdo con las indicaciones de las azafatas
sobre la posición de los secuestradores. El del ataque lo tendrás que decidir
tú cuando estimes que todos esos cabrones se encuentran en sus respectivas
posiciones. Si por cualquier causa no están en ellas, habrá que abortar la
acción y esperar a otro momento más oportuno. Todavía hay tiempo. Esto es muy
importante, porque estamos obligados a realizar la operación sin permitir que
puedan activar los explosivos. Además debemos evitar que se produzcan disparos
o un fuerte alboroto que alerte al hombre que está en la cabina con los
pilotos. Si este tío se entera que hemos eliminado a sus compañeros, es capaz
de hacer que el aparato se hunda en el mar o nos mande a hacer puñetas con los
explosivos que seguramente lleva.
-Entendido
-asintió Helen- Hay que hacer un trabajo limpio si queremos salir con vida de
aquí. Voy a comunicarlo a las azafatas para que distribuyan la información
entre nuestra gente.
Con
el segundo grito de Helen, el avión se convirtió, en segundos, en un
enloquecido campo de batalla. Rodríguez y los dos ejecutivos redujeron al fedayín de la zona Business con bastante facilidad. Le pillaron desprevenido y no pudo
hacer uso de sus armas. Tras un breve forcejeo quedó sometido, atado y
amordazado.
Aun
menos trabajo tuvo Helen para dominar a su adversario. Se hallaba junto a ella
en el paso de la primera zona a la segunda. Tras su grito intentó conducirla a
su asiento tomándola por un brazo. Grave error: en un momento y sin saber cómo,
se vio en el suelo, anulado, y con la rodilla de la "loca" sobre el
cuello, ahogándole. Enseguida llegaron varios mocetones del grupo de
deportistas que ayudaron a Helen a maniatarlo.
Por
desgracia, el ataque a los dos secuestradores del pasaje, entre la segunda zona
y la tercera, tuvo un desenlace mucho menos feliz. En primer lugar, no consiguieron
una sorpresa completa: la estrechez de los pasillos y el amplio espacio de
separación entre los asientos y la parte de servicios, ocupada por los
fedayines, complicaron el asalto. Por otra parte, al verse atacados, los
raptores se guarecieron en los dos angostos pasajes entre zonas, por lo que los
atacantes tenían que enfrentarse a ellos uno a uno, en una desigual pelea:
cuchillos contra puños.
Así,
el policía, que era el primer atacante, cayó mortalmente herido con una
cuchillada en el corazón. Otros dos pasajeros recibieron, también, varias
heridas graves de puñal. Mal hubiera resultado el intento, de no haber acudido
el grupo de deportistas de la segunda zona, asignado para ayudar a los
atacantes de la tercera. Les acometieron por la espalda y lograron reducirles
cuando ya comenzaban a esgrimir sus pistolas, no sin antes tener que sufrir
varias heridas, no demasiado graves por suerte, en pago a su valentía. El
ataque duró solo unos pocos segundos, pero se hicieron interminables, ante la
encarnizada violencia de aquel combate.
-Tranquilos
que aún queda lo peor -advirtió Rodríguez, al concluir la pelea, intentando
rebajar la desbordante euforia de los pasajeros- Se ha dado el primer paso para
salvar el avión, pero falta el definitivo y más importante.