-No
te asustes, soy yo -dijo Pieterf, ante el gesto alarmado de Margaret.
-¡Dios
mío! -exclamó Margaret- ¿Eres tú Pieterf? ¡Madre mía! Ni la tuya propia te
reconocería.
-Me
alegra oírtelo decir. Pero, por favor, hazle un gesto a Bryan, que me está apuntando
con su arma desde aquella tumba. No vaya a disparar.
Margaret
siguió las instrucciones de Pieterf y Bob se reunió con ellos.
-Hemos
visto las noticias en el canal 27 -informó Bob- Esos canallas te han montado
una buena, pero no te preocupes, no te vamos a dejar en la estacada. Te vamos a
cubrir y juntos acabaremos con ellos.
-Cierto
-añadió Margaret- Bob ya tiene preparado un buen refugio para ti. Por mucho que
busquen no te encontrarán.
-¡Ja,
ja, ja! -rio con ganas Pieterf- Gracias por vuestro ofrecimiento pero no me
preocupa esa pandilla de idiotas. Si serán burros, que uno de los falsos
testigos que aparecen en el reportaje de TV era Homer, la mano derecha del
Coronel O´Connell. Tengo buenos refugios donde ocultarme. Además me sobra habilidad para disfrazarme y la suficiente astucia como para
moverme sin ser detectado. Lo que han hecho, en realidad, es aumentar la deuda
que tienen conmigo.
-Y
conmigo -asintió Margaret- Y te aseguro que no descansaré hasta cobrármela.
Pero entonces...¿en qué podemos ayudarte?
-Sí,
veréis. Necesito que me prestéis algún dinero. Mis reservas se están agotando y
no puedo acercarme a ningún banco.
-Hecho
-afirmó Margaret- En eso no hay problema. Ahora dinos qué podemos hacer y qué
planes tienes para dar la batalla a esos miserables.
-Durante
la semana próxima no me volveréis a ver. Voy a actualizar mis datos sobre la
agencia, hablar con alguno de mis antiguos contactos y a planear nuestras
primeras operaciones...aunque debo advertiros que estoy acostumbrado a trabajar
solo. De cualquier forma, yo os llamaré desde un teléfono seguro.
-Siempre
hay ocasiones en las que tres son mejor que uno -aseguró Bob- No lo olvides.
Después
de esta conversación, los tres, ahora ya amigos, se despidieron, dejando el
lugar de la cita con distintos rumbos y propósitos.
Mientras,
en Madrid, Rodríguez hacía su entrada triunfal en la comisaría de Fuencarral,
en la calle El Mirador de la Reina.
Conforme avanzaba por sus pasillos, en dirección al despacho del comisario
Casado, iba aceptando los saludos de sus colegas, hinchado como un pavo.
-¡Coño,
esto es dinamita pura! -Exclamo el comisario, tras revisar la documentación
aportada por Rodríguez y una vez agotados los saludos y las interminables anécdotas
del viaje de su locuaz agente- ¡Excelente servicio!
-Ya
se lo dije, jefe -confirmó, feliz, Rodríguez y añadió entusiasmado- Aquí hay
tela marinera. ¡Venga, comisario, que ya podemos empezar a enchiquerar gente a
toda leche!
-Despacio,
Rodríguez. Calma que hay mucho trabajo por hacer. De momento, se me va a sentar
en su mesa y no va a levantar el trasero hasta que no termine su informe. Y lo
quiero con pelos y señales. Después añadiré el mío y juntos irán a la Dirección
General, porque la gravedad del asunto, al estar implicados varios
mandamases de la política, así lo exige. De allí, el caso pasará a la fiscalía anticorrupción
y más tarde al juez instructor que procederá como deba. Así que, ni tu ni yo vamos
a enchiquerar a nadie.
-¡Coño,
claro! Así ocurre que, con tanta leche, cuando vamos, por fin, a trincar a los
golfantes, la mitad de ellos, se han escabullido. En América son unos cansos
en la investigación, pero en cuanto consiguen pruebas, no pierden ni un
segundo: agarran a los tíos y los meten en la trena. Luego, ya tranquilos, dejan
que la máquina ruede todo lo lenta que quiera.
España
flotaba aquel sábado en un perezoso vacío informativo. Culminaba la Semana
Santa y buena parte del país y todos sus políticos se habían zambullido con
entusiasmo en cuatro días de “dolce far niente”. Cataluña, también de
vacaciones, había reducido a cero sus decibelios soberanistas y la prensa había
dado suelta temporal a sus periodistas significados, dejando el relleno de sus
ahora menguadas páginas en manos becarias. Los grifos de las agencias apenas
goteaban noticias de una Ucrania en prolongado equilibrio inestable y ante la
escasez informativa focalizaban su atención en las palabras y gestos diarios
del Papa Francisco. Los redactores de
guardia removían una y otra vez el
chocolate Gabriel García Márquez, buscando en Internet, con desesperanzada
desgana, algún rincón de su vida que aun nadie hubiera comentado, una misión
imposible.
Con
tal calma chicha no es de extrañar que Televisión Española, que también andaba
buscando un pelo verde en la pulida cabeza de un calvo, se hiciera eco de una
noticia intrascendente y dedicara más de un minuto del telediario del mediodía
a comentar la truculenta muerte en Nueva York de un policía y dos destacados
mafiosos, a manos de un misterioso y turbio personaje del que proyectaron
varias imágenes de archivo. La noticia no tenía interés en España y no digamos
en los pueblos perdidos entre las altos picos del Altoaragón pero, como
bisutería de relleno, valía.
En
la parte más alta de Laspuña, existe un pequeño bar; un modesto salón, pintado
de blanco, una barra y media docena de mesas componen su interior. Fuera tiene
una grata terraza , también blanca, protegida por el verde de una frondosa
parra que oculta cuatro mesas y sus sillas. Buen sitio para tomar algo bien
frío en los mediodías caniculares del corto verano y hablar a la fresca cuando
anochece. El salón interior se presta tanto a la partida de mus invernal como a
las largas parrafadas de improvisadas tertulias. Hay una tele siempre encendida
que nadie mira.
Hay
una excepción. A las tres de la tarde rara vez hay clientes –es la hora de
comer- y Matilde, la dueña, una mujer joven, acodada detrás de la barra, sí
mira la televisión con el mismo solitario aburrimiento de un gato deslumbrado
por los faros de un automóvil en la noche.
Y
es en esa penumbra de las tres, donde Pietref se asoma a la pantalla Samsung,
despertando de golpe a Matilde y protagonizando su retorno digital a Laspuña.
-¡Lo
he visto!. ¡Es él, segurísimo que es él! –Matilde casi grita de lo excitada que
está- ¡Y es un asesino, un mafioso de película! ¿Cuánto hace que no está en el
Hostal?
“La
Sidora” con motivo de la Semana Santa tiene el restaurante lleno y Cristina se
ve en la necesidad de atajar la histeria verbal de Matilde.
-Mati,
tenemos hoy mucha gente y te tengo que dejar. Te llamaré a las cinco. Lo que
dices resulta increíble. Tranquilízate.
Y,
con prisa, sigue atendiendo a los clientes pero con la cabeza puesta en aquel
hombre que dicen llamarse Pietref.
A
las cuatro y media ya está recogido el comedor. Sale fuera, se sitúa tras una
elevada barra en desuso y se acomoda en su taburete preferido. Con habilidad
consulta en su IPad las grabaciones de los Noticiarios de RTVE y no tarda en
tropezar con lo que busca. Repite varias veces su proyección, aunque sabe ya
que no es necesario. No hay duda, ¡es su buen y simpático
cliente holandés, heer Van Dijten!
A
las 10 de la noche las ondas concéntricas del boca-oído han llegado ya al
último rincón de Laspuña. Después de la cena en cada casa confeccionan una
novela diferente.
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