-¡Señor,
hemos encontrado un rastro de Margaret Foster! -un agitado agente irrumpió en
el despacho del general O´Connell, Director en jefe del SSD, Departamento de
Servicios Especiales de la defensa.
-¿Qué
se sabe? -preguntó el general
-Hemos
localizado su refugio en Long Island.
-Bien,
enviad dos equipos allí -ordenó el general- Quiero un trabajo limpio: Una
explosión de gas o un incendio con ella dentro. Deben asegurarse de que no
queda ni la más mínima traza de esta mujer. Hay que evitar que sus restos puedan
utilizarse en un análisis de ADN.
El
agente salió del despacho con la misma precipitación con la que entró.
Inmediatamente después, el coronel tomó uno de los teléfonos que había sobre su
voluminosa, aunque austera, mesa escritorio y marcó un número.
-O´Connell
al habla. Preséntese de inmediato en mi despacho -ordenó el coronel con voz imperiosa
y seca, sin ningún interés por disimular el enfado que le embargaba.
-Dígame
¿Qué hay de Pieterf? -espetó O´Connell a su subordinado, tan pronto cruzó la puerta
de su despacho- ¡Cómo es posible que, después de una semana de búsqueda, no
hayan sido capaces de encontrar ningún rastro de ese hombre!
-Lo
siento, señor. No es tarea fácil -contestó el interpelado, un hombre de aspecto
duro, incapaz, al menos en apariencia, de amilanarse delante de su jefe ni de
nadie- Pieterf ha sido uno de nuestros agentes más hábiles y los años le han
proporcionado una gran experiencia. Además, no puedo contar con todo el
personal, sin exponer la misión a fisuras en las comunicaciones. Sus muchos
años de servicio en la organización le han grajeado bastante simpatía, amistad
e incluso admiración, en especial, entre los agentes más antiguos.
-No
quiero excusas sino resultados. Explíqueme la situación actual de la misión y
las acciones que tiene previstas realizar para finalizarla.
-Todos
los medios de detección están operativos en estaciones de ferrocarril,
autobuses, autopistas, gasolineras, aeropuertos y puertos marítimos -contestó
impasible el agente Homer, sin que la exigencia de su jefe le hiciera mover el
menor músculo de su pétrea cara. Además se analizan las rutinas habituales en
hoteles, alquileres de coches, bancos, metro y restaurantes. Pieterf no va a
poder abandonar New York sin nuestro conocimiento y tarde o temprano caerá en
nuestras manos.
-¡No
es suficiente! -casi gritó O´Connell, crispado por la flema de su agente- Este
hombre pertenece todavía a la nómina de la Agencia. Hay que cargarle un muerto
antes de acabar con él. Lo más adecuado sería un policía metropolitano...o un
hampón. O, por qué no, los dos. Así se vería acosado por todos lados. Ocúpese
de organizarlo de inmediato.
Cuando
el agente Homer dejó el despacho, O´Connell quedó pensativo. Aquel hijo de
perra de Pieterf podía hacerle mucho daño, tanto de forma directa, enviándole a
la cárcel, como indirecta, si sus socios en las altas esferas llegaban a saber
que todavía quedaba este hilo suelto.
-¡Maldito
despojo! -pensó- Pero no, no lo va a conseguir. No he llegado hasta aquí, para
que un mierda cualquiera eche por tierra una obra de tantos años. Acabaré con
él, del mismo modo que lo hice con tantos otros, que tuvieron la estupidez de
interponerse en mi camino.
Solo
dos días después, Margaret y Bob escucharon una alarmante noticia, trasmitida
por una de las emisoras locales de radio.
-¡No
es posible! -exclamó Bob- ¡Rápido, pon el canal 27 que estarán a punto de dar
el telediario con la actualidad de New York!
Pocos
minutos más tarde, los dos amigos recibían, a través del televisor, la
ampliación de la noticia, comentada por el presentador del programa y los
reporteros desplazados hasta el lugar de los hechos, que se había llenado de cámaras.
En
ese lugar, situado entre el SoHo y Little Italy, se había producido un tiroteo,
con el resultado de un capo de la droga muerto, junto a uno de sus
guardaespaldas. En la refriega, también había fallecido un policía uniformado,
mientras que su compañero había quedado herido. Ambos, que hacían su ronda
callejera por el barrio, habían acudido al lugar del enfrentamiento, atraídos
por el estruendo de los disparos.
Varios
testigos habían identificado al presunto asesino, señalando a un antiguo agente,
metido al parecer en asuntos de drogas. Su fotografía y nombre, Ferdinand
Pieterf, aparecía llenando la pantalla. Un portavoz de la policía indicaba que
se trataba de un individuo muy peligroso, que iba fuertemente armado. Reclamaba
prudencia, solicitaba la colaboración ciudadana, daba varios teléfonos de
contacto e indicaba que la fotografía del sospechoso había sido profusamente
distribuida por toda la ciudad.
-¡No
es posible! -exclamó Margaret.
-Por
desgracia, lo es. -afirmó Bob- Le han tendido una trampa. Seguro. No me queda la menor duda de que en esto está
latente la mano negra del SSD. Estos canallas han puesto a Pieterf en una
situación desesperada.
-Tenemos
que ayudarle -se apresuró a sugerir Margaret- Le daremos cobijo aquí hasta que
el asunto pierda actualidad.
-No,
no podemos. Este ha de ser nuestro cuartel general y solo tú y yo debemos
conocerlo. Pero no te preocupes, yo le encontraré un buen refugio hasta que
pase la polvareda que ha levantado el caso y pueda moverse sin peligro -replicó
de nuevo Bob- ¿Cómo quedasteis para conectaros?
-Acordamos
que él llamaría desde un teléfono seguro. ¿Pero qué pega hay en que Pieterf
venga a esta casa? ¿No es nuestro aliado? Si vamos a tener que trabajar unidos,
no es lógico y hasta conveniente que estemos aquí juntos.
-No,
Margaret, no puede ser -contestó rotundo Bob- Esta casa, con aspecto de simple
vivienda de cualquier trabajador de mediano sueldo, es un auténtico fortín, en
realidad. Todos los cristales de la casa son blindados, y las paredes y puertas
están reforzadas con placas de acero, de modo que nadie sería capaz de
atravesarlos ni con el empleo de un bazooka. La bodega está equipada para resistir
durante más de tres semanas, aunque la casa se venga abajo o quede reducida a
cenizas. Debemos traer aquí los equipos de ocultación, porque no hay otro lugar
más seguro y porque, desde aquí, deberíamos iniciar cada una de nuestras
operaciones. Por eso, solo tú y yo podemos conocerlo.
![]() |
Cementerio de Woodlawn en el Bronx. Panteón de Clerence Day |
Margaret
aceptó las razones de Bob, pero antes de poder manifestárselo, sonó el
teléfono. Era Pieterf.
-Sí,
lo hemos visto en televisión -contestó Margaret- Sí, sí, debemos vernos...De
acuerdo, en tres horas...hasta entonces. Cuídate.
-He
quedado con Pieterf en el cementerio de Woodlawn en el Bronx, junto al panteón
de Clerence Day, dentro de tres horas.
-Muy
bien, vamos para allá -asintió Bob- Yo te seguiré a distancia, por si se
produce algún inconveniente.
Condujeron
los dos amigos, en coches separados, hasta el lugar del encuentro. No hubo
dificultad en hallar el lugar elegido por Pieterf, a pesar de la extensa
dimensión del cementerio, ya que en la entrada facilitaban una guía con la distribución de
los enterramientos y la reseña de los más célebres.
Margaret
llegó ante el panteón a la hora acordada, pero no había nadie. Dio varios
paseos a su alrededor, cuando, de pronto, un hombre extraño apareció ante ella,
como surgido de la nada.
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