El
lujoso apartamento de Joe estaba situado en un exclusivo condominio, construido
en el norte del Upper Side, muy cerca de Los Cloisters. La dubitativa Helen y
el empecinado Rodríguez llegaron ante el edificio pasada la media noche. La
calle estaba medianamente iluminada y no había tráfico.
-Aquí
no te va a ser tan fácil entrar en el edificio. Estos condominios suelen tener
vigilancia las 24 horas y disponen de circuitos cerrados de televisión con
cámaras en todos los pisos y escaleras.
-Hay
que entrar -dijo Rodríguez, decidido- ya me las arreglaré.
-Bueno,
en fin. Voy a ayudarte... y que sea lo que Dios quiera -se avino Helen con
resignación, al tiempo que enfundaba su cabeza con una negra capucha- Mientras
yo reduzco al vigilante, tú te encargas de registrar el apartamento. Y ponte
esta otra máscara, por favor, no vayas a salir en alguna cámara oculta.
Salieron
del coche y se dirigían ya al edificio, cuando, al mirar hacia la cuarta
planta, el apartamento de Joe, alcanzaron a ver una ráfaga de luz que iluminaba,
por un momento, una de las ventanas.
-Damn´t!
-exclamó Helen- ¡Hay alguien en el apartamento!
-¡Venga,
vamos a detenerlos! -decidió Rodríguez entusiasmado- Hoy es nuestro día de
suerte.
-Stop
bothering me! ¡Quieres escuchar, joder! -Helen estaba desesperada- ¡Que no
podemos! ¿Cómo quieres que te lo diga? No podemos ni estar aquí.
-¡Pero
es una oportunidad de oro para esclarecer este asunto! por fin tenemos algo en
que agarrarnos.
-¡Es
igual, maldita sea! -casi gritó Helen- ¡No podemos y se acabó!
-Quizás
tengas razón -concedió al fin Rodríguez, aunque de muy mala gana- Se podría
armar un follón de mil demonios. Bien, vamos a esperarlos en el coche y cuando
salgan los seguiremos discretamente. Eso sí que podemos hacer ¿no?
Helen
aceptó con un meneo de cabeza pero sin pronunciar palabra.
Casi
dos horas después, aparecieron por el brillante portal dos oscuras sombras que
se deslizaron hasta un potente coche aparcado como diez metros más allá.
-Espera
a que arranquen y sal despacio, con las luces apagadas, hasta el primer cruce
-advirtió Rodríguez- y pégate a la acera para que no te vean.
La
maniobra surtió efecto y consiguieron llegar hasta la DFR Dr, ya con buen
tráfico, sin hacerse notar.
-Voy
a acercarme un poco para leer la matrícula -dijo Helen.
-No,
es mejor no arriesgarse. Esa matrícula no nos servirá de nada. Será falsa 100%.
Seguro -afirmó Rodríguez.
A
pesar de la precauciones tomadas por los dos agentes, de improviso, el coche
que perseguían hizo una extraña maniobra y salió disparado hacia delante.
-¡Me
cago en la leche! ¡Nos han descubierto! - masculló Rodríguez- ¡Tira, tira y no
los pierdas!
Se
estableció una endiablada carrera de los dos coches, sembrando el pánico entre
los demás automovilistas que circulaban por la autovía.
No
duró mucho. A la altura del Yankee Stadium, los fugitivos saltaron la mediana y
dejaron la autovía por una entrada. Después sortearon con una habilidad
circense los coches que les venían de frente, enfilaron el puente de llegada al
Bronx y se perdieron en el populoso barrio.
-Los
perdimos -se lamentó Helen.
-Bueno,
pero hoy hemos adelantado bastante. Mis sospechas se han confirmado y ahora se
abrirá una nueva vía en la investigación. Además conocemos la marca y
características del coche de los sospechosos.
-Pero,
¿tú sabes la cantidad de coches de esta marca que habrá en New York? Será como
buscar una aguja en un pajar...si me hacen caso y se autoriza la búsqueda.
-No
creo que haya demasiados. Es una marca europea de alta gama. El color y los
extras exteriores que pudimos ver reducirán el campo de búsqueda. Y te harán
caso ¡ya lo creo que lo harán! Dile a tu jefe que hemos sufrido una persecución
y verás como mueve el culo el departamento entero. Ahora es inútil volver al
apartamento, esta gente era profesional y no habrá dejado nada sin revisar.
Helen
le miró y, en aquel momento, se dio cuenta de que el hombre de apariencia
vulgar que tenía delante escondía, en su interior, una personalidad mucho más
aguda, experta y calculadora. En verdad, no era tan tonto cómo parecía, se dijo.
A
la mañana siguiente, muy temprano, Rodríguez hablaba con su jefe, el comisario
Casado, como todos los días.
-¿Qué
hay de nuevo, Rodríguez? -preguntó de entrada el comisario.
-Bueno,
algo se pudo avanzar ayer. Nuevas investigaciones -ni por un momento se le pasó
por la imaginación a Rodríguez, relatar a su jefe su aventura nocturna- han
dado como resultado que hoy se abandone la hipótesis de la venganza de un
inversor agraviado, en la muerte del hijo de la señora Fuster. Ahora se abre
paso, de forma oficial, la sospecha de que los autores pertenecen a una
organización criminal de negocio sucio.
-¿Y
eso es todo? Pues sí que me has dado un notición. ¡Vamos! Que ya puedo cerrar
el caso ¿no?
-Al
menos la encuesta ha tomado la dirección deseada. No me pida milagros, jefe. Si
de mí dependiera ya habríamos obtenido algún resultado, pero esta gente trabaja
al paso de la burra.
-¡Ah,
y otra cosa, jefe! En el fichero de clientes y negocios del muerto, he podido
ver varios asientos de mucho importe de la corresponsalía de Goldman Sachs, en
las islas Caimán, de una empresa de Barcelona, llamada ServyPiX, SA. Parecen
inversiones legales, pero me huelen mal. Creo que sería bueno que hiciera
investigar a esta sociedad.
Poco
tiempo después de cerrar la comunicación con España, pasó a buscarle Helen. Un
nuevo día comenzaba para Rodríguez en la inmensa urbe de Nueva York, y una
tenue luz de esperanza se abría ante él y su gran sueño de resolver un caso
importante de verdad.