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Sudario de jade del emperador Zhao Mo |
Rodríguez
torció el gesto tras la esquiva respuesta del magnate chino a sus preguntas.
Aquel tipo era un auténtico hueso y daba la impresión de que no iba a resultar
nada fácil sacarle algo útil.
-Mire,
sabemos muy bien cómo funciona esto y no vamos a pedirle que nos diga nada que
afecte a su seguridad personal, pero necesitamos de Vd. alguna información de
carácter general que nos permita avanzar en nuestra investigación -aseguró el comisario
Casado- ¿Qué nos puede decir del tráfico de droga desde China Continental a
España?
-Muy
poco. El comercio ilegal del opio con Occidente acabó hace años y en la
actualidad se puede decir que es inexistente. Vds., mejor que nadie, saben que
en su país confluyen las dos vías más importantes de penetración de la droga en
Europa: la africana y la americana.
Los
dos detectives se miraron un tanto decepcionados por la respuesta de su
interlocutor, pero Rodríguez no estaba dispuesto a abandonar su teoría al
primer tropiezo e insistió.
-Sabemos,
sin ningún género de duda, que existe un comercio ilegal con China y Vd. debe
estar al corriente de esta realidad, dada su destacada posición en el trafico
de importaciones y exportaciones entre China y España.
-Estoy
seguro de que han investigado mis negocios antes de venir a verme y de que
habrán comprobado que todos ellos se realizan bajo la más estricta legalidad.
Por tanto, no voy a considerar sus palabras como la sombra de una duda a mi
honorabilidad -advirtió con gran ceremonia aquel hombre singular, de rasgados
ojos y sonrisa esculpida en un rostro azafranado e impenetrable.
Durante
un momento observó los inmediatos gestos, tanto de negación como de disculpa,
de los dos investigadores y, en seguida, reanudó su discurso con la misma digna
parsimonia oriental que hasta entonces.
-Esto
es solo una hipótesis: Si yo quisiera dedicarme a realizar un tráfico ilegal de
alguna mercancía valiosa, elegiría los diamantes. El consumo de estas piedras
preciosas se incrementa año tras año en China y la cifra de importación en mi
país ya ha superado a la de Japón, para colocarse en el segundo puesto del
ranking mundial, tras los EEUU. Se espera que en el año 2016, China le superará
para alcanzar el primer lugar. Este floreciente negocio ha generado un
constante alza de precios, con gran regocijo de las compañías que, como De
Beers, dominan el comercio mundial. Pero al mismo tiempo, esta situación ha
dado lugar a un próspero negocio de tráfico ilegal. Gemas procedentes de robos
o depósitos incontrolados entran y se venden ilegalmente en China con pingües
beneficios.
-Y,
siguiendo con esas suposiciones -se apresuró a intervenir Rodríguez con
renovado interés, ante el nuevo cariz que tomaba el asunto tras las palabras
del potentado chino-, ¿cómo procedería Vd. para llevar a cabo ese comercio?
-¡Bien!
Si yo fuera un comerciante ilegal de diamantes, ¡Kŏngzǐ -traducido Maestro Kong
o Confucio- no lo permita!, reuniría en España, quizás en Madrid, las vías de
tráfico provenientes de las extracciones ilegales de África y también de las
ocasionadas por "extravíos" en los depósitos europeos, sobre todo de
los Países Bajos. En España hay una importante colonia china, que goza de unas
leyes bastante permisivas y pueden camuflar la valiosa mercancía entre el
comercio de menudeo, cada vez más intenso aquí. La ruta de entrada ilegal de
los diamantes en China es conocida por todas las autoridades: Entran por Hong
Kong para llegar a Cantón con absoluta facilidad. Desde allí, se distribuyen
por toda China.
-Naturalmente,
Vd. no tiene ni la más remota idea de quién realiza este tráfico en España
-dejó caer Rodríguez la frase, como quien no está demasiado interesado en
recibir una respuesta precisa.
-¡Ah,
señores! Por nada del mundo les privaría del placer de averiguarlo por Vds.
mismos -dijo el astuto chino con la mejor de sus sonrisas.
"Menudo
cabronazo está hecho el chino este" pensaba Rodríguez mientras se
despedían de él con la mayor cordialidad del mundo. Sin embargo, la reunión no
podía haber sido más fructífera. Gracias a las explicaciones del comerciante,
ahora ya disponían de una pista consistente.
-¡Claro!
Ahora me explico la variedad de razas y aspecto de los visitantes de la casa.
Unos, los blancos, traían la mercancía y otros, los chinos, la trasladaban a su
país -aseguró Rodríguez- Por eso, el mayordomo nunca pudo observar movimiento
de paquetes: una bolsa de diamantes se lleva en cualquier bolsillo -y añadió-
Jefe, tenemos que volver a la casa. Allí tiene que haber, por fuerza, un buen
escondite para las piedras.
-De
acuerdo -aceptó el comisario Casado-, pero tengo que hacerme con otro
mandamiento. Sin él, lo que hallemos allí no servirá como prueba.
Así
lo hicieron. De nuevo les recibió el mayordomo, a pesar de que ya estaba
haciendo las maletas, preparándose para abandonar la casa. Los herederos habían
rescindido su contrato, con la intención de encargar el cuidado de la finca a una agencia.
-No
se le ocurra dejar la ciudad hasta que la encuesta esté terminada por completo
-se apresuró a advertir el comisario, al tiempo que anotaba su nueva dirección-
Ahora necesitamos que nos diga el lugar donde el marqués guardaba sus efectos
más reservados.
-Hasta
donde yo sé, el Sr. Marqués guardaba sus papeles en la caja fuerte. Si buscan
algo concreto, lo podrán ver en la lista del contenido que hizo el notario al
proceder a su apertura.
-No,
no. Nos referimos a algún lugar secreto, capaz de ocultar productos o
documentos de excepcional importancia, que no quisiera dar a conocer ni a su
misma familia -precisó Rodríguez.
-Si tenía algo así, lo desconozco, la
verdad. Pero...sí, algo sorprendente había en aquellas extrañas visitas. En
cada ocasión, tras despedir a los visitantes, el Sr. Marqués se encerraba con
llave en la biblioteca y no permitía que nadie le molestara. Ahora pienso que si
disponía de algún sitio oculto y desconocido para el resto de la familia, tenía
que ser allí, en la biblioteca.
-¡Tiene razón, jefe! ¡Es allí donde
encontramos la nota china! -exclamó Rodríguez.
Llegado a este punto, los dos hombres se
aprestaron a realizar un minucioso registro de la habitación. Indagaron con
ahínco por muebles, suelos, techos y paredes. Sin embargo, a pesar del
entusiasmo y esfuerzo con que ambos se emplearon en la búsqueda, esta se mostró
baldía, aun después de más de tres horas de ininterrumpido trabajo.
Desanimados por el fracaso, estaban ya
dispuestos a tirar la toalla y abandonar la investigación, cuando a Rodríguez
se le ocurrió llamar a su compañera Helen. Fue un acierto. En cuanto ella llegó
y se puso al corriente de la actuación de los dos hombres, tomó una cinta
métrica y fue anotando medidas de la biblioteca y de las salas contiguas.
Pronto descubrió que detrás de una enorme estantería repleta de libros de todo
tipo, había un desfase de más de medio metro. Allí estaba el escondrijo.
Pero había que encontrar el sistema de
apertura, porque ya los dos hombres habían sospechado esa posibilidad y
tenían escudriñada hasta la más mínima
rendija, sin hallarlo.
-¡Nada, hay que hacer astillas este
mueble! -exclamó decidido Rodríguez.
-No seas bárbaro, hombre -replicó el comisario-
Este mueble debe costar un ojo de la cara. No podemos hacer eso: los herederos
se nos iban a echar encima. Y con razón.
Al final tuvieron que hacer algún
destrozo parcial en el mueble, ya que, por más intentos que hicieron, les fue
imposible dar con el sistema de apertura del secreto hueco. Mereció la pena el
esfuerzo: allí, en aquella oculta cavidad, encontraron dos bolsas con unos
trescientos diamantes, además de un raro objeto, dentro de un delicado
envoltorio de terciopelo.
Se trataba de una hermosa máscara hecha
con brillantes piezas de jade multicolor, unidas entre sí mediante un grueso
hilo de oro. La relumbrante finura de la primorosa pieza hizo proferir una cadena
de exclamaciones de admiración y sorpresa al bueno de Rodríguez:
-¡Madre mía! ¡Qué maravilla! ¿Se da
cuenta, jefe, del descubrimiento que hemos hecho? Ahora mismo tiene que llamar
al comerciante chino para que nos proporcione un experto en piezas antiguas de
su país.
Tal como lo pensaron se hizo. Al día siguiente se
presentó en la comisaría de Chamberí el dicho comerciante, acompañado por un
anciano compatriota. Este, tan pronto vio la máscara, lanzó un gemido de
angustia, dio dos pasos atrás, mientras extendía sus brazos como si tratara de
defenderse de un terrible mal, al tiempo que un torrente de voces, totalmente
ininteligibles para los dos detectives, se escapaba de su boca.
-¡Coño! ¡Qué leches dice este tío!
-exclamó, sorprendido, Rodríguez.
El comerciante estuvo dialogando durante
un tiempo con el aterrado anciano y después se avino a traducir sus palabras
con un marcado tono de preocupación.
-Dice que esta máscara, que tiene un
valor incalculable, es parte del sudario de jade del emperador Zhao Mo que
murió 211 a. C. Su tumba fue descubierta en el año 1983. Junto a él se
enterraron a 15 servidores vivos para que le cuidaran, ya que existía la
creencia de que el sudario de jade aseguraba la inmortalidad. Al mismo tiempo
se propagó la existencia de una terrible maldición, que aseguraba una horrible
muerte para quien profanara la tumba, como también para quienes tuvieran en su
poder alguna de las piezas despojadas. Hace tres años, se produjo el robo de la
máscara en el mausoleo de Nanyue en Guangzhou y, desde entonces, agentes del
Gobierno Chino la están buscando por todo el mundo. Asegura que deben
desprenderse cuanto antes de la máscara, si no quieren sufrir los terribles
daños de la maldición. En cualquier caso, no desea estar aquí por más tiempo y ruega
que se le deje marchar de inmediato, pues quiere evitar que la maldición le
alcance también a él.
En cuanto los dos chinos abandonaron la
comisaría, el comisario Casado se apresuró a tomar las medidas pertinentes a la
gravedad del asunto.
-Bueno Rodríguez, esto se escapa de
nuestra competencia. Ahora mismo me voy a la Dirección General con la dichosa
pieza y una buena escolta. Ya te diré en qué queda todo este lío.
-Macanudo, jefe. Lléveles la máscara a
los jefazos, a ver si la maldición "cuaja" a unos cuantos de ellos
-insinuó Rodríguez con tono socarrón, provocando en Casado un resignado meneo
de cabeza, como reprimenda.
Unos días más tarde, el comisario pudo
relatar a su fiel ex agente el final de la historia.
-Por fortuna, el caso ha quedado resuelto.
La más alta instancia de la policía ha ordenado su cierre y mantener todas las
diligencias dentro del más estricto secreto, para evitar posibles
conflictos diplomáticos. El gobierno chino había guardado en el mayor secreto el robo de la máscara y hacerlo público ahora sería considerado como un acto hostil a la República Popular. La valiosa pieza se entregó a la Embajada de la
República Popular China, con enorme satisfacción por su parte. Gracias a la
colaboración de sus agentes, pudimos conocer la historia completa: La máscara
fue robada por los contrabandistas chinos de diamantes. Estos la trajeron a
España y entraron en tratos con Roberto, el sobrino de los Marqueses de Puente
Cerro, socio y mano derecha de su tío en el negocio ilegal de los diamantes,
sin su conocimiento. El marqués, que no tenía un pelo de tonto, lo supo y envió
a un par de sicarios para apoderarse de la valiosa pieza. Cuando los contrabandistas
exigieron a Roberto el dinero acordado, este les confesó que le habían robado
la máscara y que, por tanto, la operación quedaba anulada.
-No siga, jefe. Los "pájaros"
se cabrearon y le dieron matarile, después de hacerle cantar sobre la identidad
de la persona que le había robado. Hecho esto, fueron a casa de los marqueses y
se los cargaron. Pero...oiga jefe. ¿Por qué no pusieron la casa patas arriba,
en busca de la máscara?
-Muy fácil. Los agentes del gobierno
chino les seguían los pasos. Llegaron poco después de haber liquidado a los
marqueses, pero los asesinos les vieron llegar y salieron huyendo a toda prisa,
sin tiempo para nada.
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