jueves, 5 de febrero de 2015

Capítulo XLI

Sudario de jade del emperador Zhao Mo


 
Rodríguez torció el gesto tras la esquiva respuesta del magnate chino a sus preguntas. Aquel tipo era un auténtico hueso y daba la impresión de que no iba a resultar nada fácil sacarle algo útil.

-Mire, sabemos muy bien cómo funciona esto y no vamos a pedirle que nos diga nada que afecte a su seguridad personal, pero necesitamos de Vd. alguna información de carácter general que nos permita avanzar en nuestra investigación -aseguró el comisario Casado- ¿Qué nos puede decir del tráfico de droga desde China Continental a España?

-Muy poco. El comercio ilegal del opio con Occidente acabó hace años y en la actualidad se puede decir que es inexistente. Vds., mejor que nadie, saben que en su país confluyen las dos vías más importantes de penetración de la droga en Europa: la africana y la americana.

Los dos detectives se miraron un tanto decepcionados por la respuesta de su interlocutor, pero Rodríguez no estaba dispuesto a abandonar su teoría al primer tropiezo e insistió.

-Sabemos, sin ningún género de duda, que existe un comercio ilegal con China y Vd. debe estar al corriente de esta realidad, dada su destacada posición en el trafico de importaciones y exportaciones entre China y España.

-Estoy seguro de que han investigado mis negocios antes de venir a verme y de que habrán comprobado que todos ellos se realizan bajo la más estricta legalidad. Por tanto, no voy a considerar sus palabras como la sombra de una duda a mi honorabilidad -advirtió con gran ceremonia aquel hombre singular, de rasgados ojos y sonrisa esculpida en un rostro azafranado e impenetrable.

Durante un momento observó los inmediatos gestos, tanto de negación como de disculpa, de los dos investigadores y, en seguida, reanudó su discurso con la misma digna parsimonia oriental que hasta entonces.

-Esto es solo una hipótesis: Si yo quisiera dedicarme a realizar un tráfico ilegal de alguna mercancía valiosa, elegiría los diamantes. El consumo de estas piedras preciosas se incrementa año tras año en China y la cifra de importación en mi país ya ha superado a la de Japón, para colocarse en el segundo puesto del ranking mundial, tras los EEUU. Se espera que en el año 2016, China le superará para alcanzar el primer lugar. Este floreciente negocio ha generado un constante alza de precios, con gran regocijo de las compañías que, como De Beers, dominan el comercio mundial. Pero al mismo tiempo, esta situación ha dado lugar a un próspero negocio de tráfico ilegal. Gemas procedentes de robos o depósitos incontrolados entran y se venden ilegalmente en China con pingües beneficios.

-Y, siguiendo con esas suposiciones -se apresuró a intervenir Rodríguez con renovado interés, ante el nuevo cariz que tomaba el asunto tras las palabras del potentado chino-, ¿cómo procedería Vd. para llevar a cabo ese comercio?

-¡Bien! Si yo fuera un comerciante ilegal de diamantes, ¡Kŏngzǐ -traducido Maestro Kong o Confucio- no lo permita!, reuniría en España, quizás en Madrid, las vías de tráfico provenientes de las extracciones ilegales de África y también de las ocasionadas por "extravíos" en los depósitos europeos, sobre todo de los Países Bajos. En España hay una importante colonia china, que goza de unas leyes bastante permisivas y pueden camuflar la valiosa mercancía entre el comercio de menudeo, cada vez más intenso aquí. La ruta de entrada ilegal de los diamantes en China es conocida por todas las autoridades: Entran por Hong Kong para llegar a Cantón con absoluta facilidad. Desde allí, se distribuyen por toda China.

-Naturalmente, Vd. no tiene ni la más remota idea de quién realiza este tráfico en España -dejó caer Rodríguez la frase, como quien no está demasiado interesado en recibir una respuesta precisa.

-¡Ah, señores! Por nada del mundo les privaría del placer de averiguarlo por Vds. mismos -dijo el astuto chino con la mejor de sus sonrisas.

"Menudo cabronazo está hecho el chino este" pensaba Rodríguez mientras se despedían de él con la mayor cordialidad del mundo. Sin embargo, la reunión no podía haber sido más fructífera. Gracias a las explicaciones del comerciante, ahora ya disponían de una pista consistente.

-¡Claro! Ahora me explico la variedad de razas y aspecto de los visitantes de la casa. Unos, los blancos, traían la mercancía y otros, los chinos, la trasladaban a su país -aseguró Rodríguez- Por eso, el mayordomo nunca pudo observar movimiento de paquetes: una bolsa de diamantes se lleva en cualquier bolsillo -y añadió- Jefe, tenemos que volver a la casa. Allí tiene que haber, por fuerza, un buen escondite para las piedras.

-De acuerdo -aceptó el comisario Casado-, pero tengo que hacerme con otro mandamiento. Sin él, lo que hallemos allí no servirá como prueba.

Así lo hicieron. De nuevo les recibió el mayordomo, a pesar de que ya estaba haciendo las maletas, preparándose para abandonar la casa. Los herederos habían rescindido su contrato, con la intención de encargar el cuidado de la finca a una agencia.

-No se le ocurra dejar la ciudad hasta que la encuesta esté terminada por completo -se apresuró a advertir el comisario, al tiempo que anotaba su nueva dirección- Ahora necesitamos que nos diga el lugar donde el marqués guardaba sus efectos más reservados.

-Hasta donde yo sé, el Sr. Marqués guardaba sus papeles en la caja fuerte. Si buscan algo concreto, lo podrán ver en la lista del contenido que hizo el notario al proceder a su apertura.

-No, no. Nos referimos a algún lugar secreto, capaz de ocultar productos o documentos de excepcional importancia, que no quisiera dar a conocer ni a su misma familia -precisó Rodríguez.

-Si tenía algo así, lo desconozco, la verdad. Pero...sí, algo sorprendente había en aquellas extrañas visitas. En cada ocasión, tras despedir a los visitantes, el Sr. Marqués se encerraba con llave en la biblioteca y no permitía que nadie le molestara. Ahora pienso que si disponía de algún sitio oculto y desconocido para el resto de la familia, tenía que ser allí, en la biblioteca.

-¡Tiene razón, jefe! ¡Es allí donde encontramos la nota china! -exclamó Rodríguez.

Llegado a este punto, los dos hombres se aprestaron a realizar un minucioso registro de la habitación. Indagaron con ahínco por muebles, suelos, techos y paredes. Sin embargo, a pesar del entusiasmo y esfuerzo con que ambos se emplearon en la búsqueda, esta se mostró baldía, aun después de más de tres horas de ininterrumpido trabajo.

Desanimados por el fracaso, estaban ya dispuestos a tirar la toalla y abandonar la investigación, cuando a Rodríguez se le ocurrió llamar a su compañera Helen. Fue un acierto. En cuanto ella llegó y se puso al corriente de la actuación de los dos hombres, tomó una cinta métrica y fue anotando medidas de la biblioteca y de las salas contiguas. Pronto descubrió que detrás de una enorme estantería repleta de libros de todo tipo, había un desfase de más de medio metro. Allí estaba el escondrijo.

Pero había que encontrar el sistema de apertura, porque ya los dos hombres habían sospechado esa posibilidad y tenían  escudriñada hasta la más mínima rendija, sin hallarlo.

-¡Nada, hay que hacer astillas este mueble! -exclamó decidido Rodríguez.

-No seas bárbaro, hombre -replicó el comisario- Este mueble debe costar un ojo de la cara. No podemos hacer eso: los herederos se nos iban a echar encima. Y con razón.

Al final tuvieron que hacer algún destrozo parcial en el mueble, ya que, por más intentos que hicieron, les fue imposible dar con el sistema de apertura del secreto hueco. Mereció la pena el esfuerzo: allí, en aquella oculta cavidad, encontraron dos bolsas con unos trescientos diamantes, además de un raro objeto, dentro de un delicado envoltorio de terciopelo.

Se trataba de una hermosa máscara hecha con brillantes piezas de jade multicolor, unidas entre sí mediante un grueso hilo de oro. La relumbrante finura de la primorosa pieza hizo proferir una cadena de exclamaciones de admiración y sorpresa al bueno de Rodríguez:

-¡Madre mía! ¡Qué maravilla! ¿Se da cuenta, jefe, del descubrimiento que hemos hecho? Ahora mismo tiene que llamar al comerciante chino para que nos proporcione un experto en piezas antiguas de su país.

Tal como lo pensaron se hizo. Al día siguiente se presentó en la comisaría de Chamberí el dicho comerciante, acompañado por un anciano compatriota. Este, tan pronto vio la máscara, lanzó un gemido de angustia, dio dos pasos atrás, mientras extendía sus brazos como si tratara de defenderse de un terrible mal, al tiempo que un torrente de voces, totalmente ininteligibles para los dos detectives, se escapaba de su boca.

-¡Coño! ¡Qué leches dice este tío! -exclamó, sorprendido, Rodríguez.

El comerciante estuvo dialogando durante un tiempo con el aterrado anciano y después se avino a traducir sus palabras con un marcado tono de preocupación.

-Dice que esta máscara, que tiene un valor incalculable, es parte del sudario de jade del emperador Zhao Mo que murió 211 a. C. Su tumba fue descubierta en el año 1983. Junto a él se enterraron a 15 servidores vivos para que le cuidaran, ya que existía la creencia de que el sudario de jade aseguraba la inmortalidad. Al mismo tiempo se propagó la existencia de una terrible maldición, que aseguraba una horrible muerte para quien profanara la tumba, como también para quienes tuvieran en su poder alguna de las piezas despojadas. Hace tres años, se produjo el robo de la máscara en el mausoleo de Nanyue en Guangzhou y, desde entonces, agentes del Gobierno Chino la están buscando por todo el mundo. Asegura que deben desprenderse cuanto antes de la máscara, si no quieren sufrir los terribles daños de la maldición. En cualquier caso, no desea estar aquí por más tiempo y ruega que se le deje marchar de inmediato, pues quiere evitar que la maldición le alcance también a él.

En cuanto los dos chinos abandonaron la comisaría, el comisario Casado se apresuró a tomar las medidas pertinentes a la gravedad del asunto.

-Bueno Rodríguez, esto se escapa de nuestra competencia. Ahora mismo me voy a la Dirección General con la dichosa pieza y una buena escolta. Ya te diré en qué queda todo este lío.

-Macanudo, jefe. Lléveles la máscara a los jefazos, a ver si la maldición "cuaja" a unos cuantos de ellos -insinuó Rodríguez con tono socarrón, provocando en Casado un resignado meneo de cabeza, como reprimenda.

Unos días más tarde, el comisario pudo relatar a su fiel ex agente el final de la historia.

-Por fortuna, el caso ha quedado resuelto. La más alta instancia de la policía ha ordenado su cierre y mantener todas las diligencias dentro del más estricto secreto, para evitar posibles conflictos diplomáticos. El gobierno chino había guardado en el mayor secreto el robo de la máscara y hacerlo público ahora sería considerado como un acto hostil a la República Popular. La valiosa pieza se entregó a la Embajada de la República Popular China, con enorme satisfacción por su parte. Gracias a la colaboración de sus agentes, pudimos conocer la historia completa: La máscara fue robada por los contrabandistas chinos  de diamantes. Estos la trajeron a España y entraron en tratos con Roberto, el sobrino de los Marqueses de Puente Cerro, socio y mano derecha de su tío en el negocio ilegal de los diamantes, sin su conocimiento. El marqués, que no tenía un pelo de tonto, lo supo y envió a un par de sicarios para apoderarse de la valiosa pieza. Cuando los contrabandistas exigieron a Roberto el dinero acordado, este les confesó que le habían robado la máscara y que, por tanto, la operación quedaba anulada.

-No siga, jefe. Los "pájaros" se cabrearon y le dieron matarile, después de hacerle cantar sobre la identidad de la persona que le había robado. Hecho esto, fueron a casa de los marqueses y se los cargaron. Pero...oiga jefe. ¿Por qué no pusieron la casa patas arriba, en busca de la máscara?

-Muy fácil. Los agentes del gobierno chino les seguían los pasos. Llegaron poco después de haber liquidado a los marqueses, pero los asesinos les vieron llegar y salieron huyendo a toda prisa, sin tiempo para nada.   

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