Los
dos amigos iniciaron una lenta progresión hacia el despacho del general
O´Connell. A estas alturas, ambos sabían que sus equipos de ocultación distaban
mucho de ser elementos de absoluta invisibilidad. En realidad, no podían
ignorar que la esencia del fantástico invento de William no era más que un
ingenioso juego de luces, junto a un adelantado y novedoso sistema de
transmisión de imágenes. Y, a pesar de la sofisticación del concepto general de
los dispositivos y la concienzuda e ingeniosa elaboración de sus componentes,
cualquier foco luminoso incontrolado podía delatarles, haciendo visible su
presencia.
Habían
planificado el método que deberían emplear durante su avance por la intrincada
sede del SSD. Era necesario: el más pequeño fallo provocaría la alarma general,
el edificio quedaría sellado y ellos se verían atrapados en el siniestro cubil
de su encarnizado enemigo.
Por
tanto, avanzaban despacio, en absoluto silencio. Se movían con precaución, solo
cuando no había nadie que pudiera alarmarse por las fluctuaciones visuales que,
aunque débiles, se producían con su movimiento. Tampoco podían abrir puertas en
presencia de alguna persona y, sobre todo, debían evitar tropezarse con algo o
alguien.
Fue
así como accedieron hasta la tercera planta, en la que estaba ubicado el
despacho del general. Habían atravesado la planta baja, donde se hallaban los
servicios de seguridad, con el puesto de observación permanente de las cámaras,
dispuestas a lo largo y ancho de todo el edificio. Superaron el primer piso,
ocupado por las oficinas de acopios, administración y documentación, y también
el segundo, donde tenían instalada la central de comunicaciones, junto a los
servicios de información. Llegados, por fin, a la tercera planta, lograron
entrar sin dificultad en el despacho de O´Connell, no sin antes sortear la
animada concurrencia de los agentes especiales que componían las distintas
secciones de la central de operaciones, alojada en este mismo piso.
Pronto
advirtieron la inviabilidad de instalar la cámara espía que llevaban: era imposible camuflarla en el lugar adecuado,
con el enfoque necesario para observar la apertura de la cámara acorazada.
-¡Maldita
sea! -susurró Bob al oído de Margaret- Vamos a tener que esperar a la llegada
del general y rezar para que se le ocurra abrir pronto la cámara.
-Bueno
-replicó Margaret-, habrá que armarse de paciencia.
No
tenían otra opción. Puestos a esperar, aprovecharon el tiempo para efectuar un
minucioso registro de toda la estancia, aunque no hallaron nada aprovechable.
Era evidente que O´Connell era un tipo cuidadoso.
Por
suerte, el general apareció pronto, aunque portando un humor de mil diablos.
Pieterf no se había presentado a la cita y él estaba convencido de que la
operación había fallado a causa de que algún maldito soplón, integrante de su mismo
departamento, había alertado a la presa.
-¡He
de acabar con ese asqueroso traidor! -mascullaba entre dientes, al tiempo que
repartía órdenes a diestro y siniestro, con grandes voces, llenando la estancia de imprecaciones
y juramentos.
En
realidad, tanto aquella pétrea firmeza suya de siempre, como la despótica
determinación que le habían acompañado en todas y cada una de las circunstancias
de su larga carrera, se estaban resquebrajando por momentos. La desaparición de
Homer, así como los continuos fracasos cosechados en sus intentos de acabar con
Pieterf, Margaret y Bryant le tenían entre sorprendido e inquieto. ¡Jamás le
había ocurrido cosa igual!
Era
como si una mano invisible, negra, opresiva y misteriosa moviera en su contra
los hilos motrices de aquellos frustrados acontecimientos, para guiarlos hacia
el fracaso. No creía en fantasmas, ni en nada que no se pudiera tocar, pero
tantos reveses cobrados en tan poco tiempo, le estaban conduciendo a una
situación incomprensible.
Poco
a poco fue calmándose. Sacó de un armario un vaso y una botella de coñac
francés y se sirvió un largo trago. Hecho esto, fue hacia la cámara y la abrió,
para suerte de Margaret y Bob que presenciaban la escena inmóviles, pegados a
una de las paredes y en el más riguroso silencio. Temían, y trataban de evitar,
que hasta el rumor de su agitada respiración y el rítmico golpeteo de su acelerado
corazón, provocados por aquel tenso trance, les delataran.
Pero
valía la pena soportar aquel agobio. Gracias a la paciencia y osadía mostrados
por ambos amigos, pudieron conocer las claves de apertura de la cámara blindada
del general. Consistían en una combinación de letras y números, la introducción
de su tarjeta personal en el alojamiento de control y algo más con lo que no contaban: una sofisticada llave
que ocultaba en un lugar secreto del despacho y la huella dactilar de su dedo
pulgar, colocada sobre un sensor del dispositivo de apertura.
A
Margaret se le vino el cielo encima al ver esto último. Todo lo que habían
planeado y hecho hasta el momento no había servido de nada. ¡Sin la huella del
general, era imposible acceder a la cámara!
Pero
Bob anduvo listo y en un momento, mientras el general reunía los documentos que
había ido a buscar, se hizo con el vaso usado para su trago de coñac, lo guardó
e hizo una seña a Margaret para salir huyendo a toda prisa.
Algo
notó O´Connell porque volvió la cabeza y alcanzó a ver cómo la puerta de su
despacho se cerraba sola.
-¿Qué
demonios...? -masculló.
Sorprendido
fue hasta la puerta, la abrió y miró hacia fuera. Pero en el corredor no había
nadie y, aunque algo intrigado por la falta de una explicación coherente,
retornó a su tarea en el interior de la cámara. Más tarde, se rompería la
cabeza para tratar de recordar qué diablos había hecho con el vaso que faltaba
y dónde demonios lo habría metido.
La
retirada de Margaret y Bob no resultó tan "limpia" como su arribada.
A la precipitación lógica por salir cuanto antes de aquella complicada y
peligrosa madriguera, se le unió un desagradable defecto en el sistema de
ocultación de Margaret: de repente, una de las cámaras dejó de emitir correctamente
al producirse intermitencias en la emisión de las imágenes.
-No
te preocupes. Pégate a mí -aconsejó Bob a Margaret, cuando ésta solicitó su
ayuda, asustada ante aquel imprevisto. Más tarde sabrían que estaba producido por una baja carga de la
batería-, aunque noten algo, mi equipo les despistará.
Consiguieron
salir de allí con mucha suerte, sin descubrirse y sin que los pequeños
percances que se produjeron, debido a los fallos en el equipo de Margaret,
dieran lugar a que cundiera la alarma en el edificio.
Como
dijo un agente a otro, al comentar alguna de las extrañas visiones que había
presenciado:
-Se
diría que un fantasma ha pasado por aquí. Pero si le digo esto al general me
envía a barrer las cuadras de la policía metropolitana a caballo...en el mejor
de los casos y si le pillo con buen humor.
-¡Ya
le tenemos cogido! -exclamó Bob, tan pronto se vieron a salvo en su refugio
de Hempstead.
-Bueno,
me tendrás que decir cómo vas a resolver el problema de la huella del general.
Sin su dedo es imposible abrir la cámara.
-Eso
es pan comido para el laboratorio de mis amigos. Si hay suficiente huella
dactilar en el vaso que le hemos quitado, como espero, me fabricaran una
réplica de silicona sobre un dedil de látex.
-¿Y
si no hay suficiente huella -insistió Margaret.
-¡Caray,
Margaret! ¡No seas gafe! En ese caso lo volveremos a intentar mañana mismo en
The Towers of Waldorf ¿Te parece bien?