A
pesar de que, en efecto, Margaret había recibido unos cuantos golpes más de los
deseados, en su desesperado intento por acercarse al general O´Connell, no eran
tan fuertes ni dolorosos como ella trataba de hacer creer. Sus exagerados
gestos de dolor, bien aderezados con algunos tenues gemidos, que aunque
apagados, emitía con un aire ciertamente lastimero, tenían por objeto facilitar
su salida del lounge, liberada de la más leve sospecha.
Fue
así como abandonó el Astoria Lounge, cojeando y sostenida por el descomunal
waiter que le había atropellado, mientras el solemne maître les abría paso,
componiendo ostensibles gestos de pesar, al tiempo que salmodiaba una
interminable letanía de disculpas.
La
operación fue llevada con tal maestría, por parte de Margaret, que el general
no sospechó nada, aunque su innata desconfianza le llevó a palparse los
bolsillos hasta asegurarse de que todas sus pertenencias seguían en ellos.
Poco
después, tras recomponer su elegante figura, alterada por el accidentado
encuentro con O´Connell, anunció su repentina marcha a la conserjería. De inmediato, unos discretos golpes en la
entrada de la suite anunciaron la llegada de la directora de relaciones
públicas del Hotel. Venía para ofrecerle sus más fervientes disculpas y, sobre
todo, para asegurarse de que el abandono de The Towers, por parte de aquella
distinguida señora, no se producía a causa del enojoso incidente sufrido.
Margaret
justificó su precipitada marcha asegurando que un importante e inesperado evento
reclamaba su presencia en Paris. Al mismo tiempo, restó relieve al incidente,
asegurando que era ella quien había provocado aquel enojoso percance, a causa
de una imperdonable falta de atención. Además de asumir toda la responsabilidad
del suceso, tuvo la delicadeza de ensalzar el impecable trabajo del servicio y
rogarle que transmitiera a sus componentes su gratitud por las numerosas
atenciones recibidas.
En
el espléndido Hall del Waldorf le esperaba el director de The Towers portando
un monumental ramo de flores y una invitación VIP para la exclusiva fiesta de
The Spring Party of Waldorf Astoria. También Bob le aguardaba con una
impresionante limusina y un chofer ataviado con tan refulgente uniforme que
para sí lo deseara el almirante más laureado.
Cuando,
por fin, se halló en el interior del lujoso automóvil, a solas con Bob,
Margaret emitió un profundo suspiro y respiró tranquila.
-¡Al
fin solos, Bob! -exclamó aliviada y sonriente.
-Y
a salvo, Margaret -prosiguió él, con su misma sensación de alivio, ante el
final de la exitosa actuación de su amiga.
-¿Y
ahora qué? ¿Cuál es el siguiente paso de tu plan? -preguntó Margaret
-Antes
que nada, llevaré el escáner a mis amigos para que materialicen los datos
obtenidos en el soporte adecuado. Después, sin pérdida de tiempo, deberemos
ocuparnos en obtener la combinación de la cámara acorazada de O´Connell.
-¡Vaya,
y lo dices así, tan tranquilo! ¡Cómo si fuera la cosa más sencilla del mundo!
-exclamó Margaret, entre sorprendida y disgustada.
-¿He
dicho que fuese fácil? No, no lo es, pero lo haremos -aseguró Bob con firmeza-
Verás: Con nuestros equipos de ocultación y los duplicados de los dispositivos
de seguridad de O´Connell podemos llegar hasta su mismo despacho.
Aprovecharemos una ausencia del general para instalar una micro cámara en él,
de manera que podamos visualizar la apertura de la sala acorazada y copiar sus
claves. Cuento con la colaboración de Pieterf para alejar de allí a O´Connell,
durante el tiempo necesario.
-¡Eres
sorprendente, Bob! ¡Hay qué ver lo fácil que ves todo! ¿Ya estás seguro de que
podrás colocar la cámara en el sitio adecuado para que se vea la operación de
apertura por completo, sin ningún obstáculo de visión y sin que nadie la
descubra?
-¡Ja,
ja! -rió Bob, ante la incredulidad de Margaret- Eso espero, porque si no podemos instalar la cámara, este
asunto se va a poner muy desagradable. Imagina lo que nos espera si nos falla esa opción: Deberemos permanecer en el despacho, con él dentro,
sin rechistar, sin hacer el menor ruido, ni satisfacer ninguna necesidad fisiológica, si queremos pasar desapercibidos. Y eso, tanto tiempo como
tarde el señor general en decidirse a abrir su inexpugnable cámara acorazada.
-Estas
de broma ¿no?
-Míralo
como quieras, pero solo tenemos esas dos alternativas. Y ruega para que podamos
resolverlo con la primera de ellas.
Margaret
recibió las palabras de Bob con un abatido gesto de desánimo. Empezaba a sentir
un abrumador cansancio por todo aquello. Sus antiguas y vigorosas ansias de
venganza comenzaban a flaquear ¿Cuándo acabaría aquella interminable sucesión
de episodios, a cual más agitado y penoso? Y, sin embargo, Pieterf estaba en lo
cierto cuando aseguraba que se hallaban ante un lance a vida o muerte, del que
ninguno de sus protagonistas podía retirarse: ellos acababan con O´Connell, o
este acabaría con ellos. En ese momento, Margaret suspiró y recordó con
añoranza los felices años vividos en España, contrariados apenas por la vorágine
de los negocios arriesgados, en los que ella sabía moverse con admirable
soltura y total eficacia y en los que poder quemar adrenalina representaba su
mayor gozo.
Ambos
dejaron la limusina en el Aeropuerto Internacional J.F. Kennedy y se
trasladaron a Hempstead en uno de los coches de Bob.
-Mira
Bob: Si hay algo que me revienta de este asunto es tener que alimentar a este
bestia de Homer -dijo Margaret nada más llegar a su refugio donde le tenían
prisionero- ¡Dios, qué ganas tengo de perderlo de vista!
En
ese preciso instante, a varios miles de Kilómetros de allí, en el castizo
barrio de Chamberí de la capital de España, el flamante detective Luis Rodríguez
-Agencia Rohen: Detectives Privados- se
disponía a realizar una visita de cortesía a su antiguo jefe, el comisario
Casado.
-¿Qué
hay de bueno, comisario? -saludó Rodríguez, inundando de cordialidad el
despacho del funcionario.
-¡Hombre,
Rodríguez! ¡Qué bueno volverle a ver! -exclamó el comisario, mientras se daban
la mano con verdadera efusión -¿Cómo le va el negocio?
-No
nos podemos quejar, la verdad. Al principio tuvimos que apretarnos el cinturón,
pero ya nos hemos hecho un huequecillo en el negocio y ahora la cosa ya marcha
como debe. Pero...cuénteme: ¿Qué tal por aquí?
-Pues
a medias, como siempre. Unas veces mal, otras regular y muy pocas bien. Ahora
mismo me pillas en un momento malo. Tengo entre manos un caso que no me deja
dormir.
-¡No
me diga, jefe! ¿De qué se trata...si no es indiscreción?
-¡Qué
va! Seguramente habrás oído hablar de él, porque ha salido en toda la prensa.
Se trata del asesinato de los Marqueses de Puente Cerro.
-¡Joder,
menudo muerto le ha caído! -exclamó Rodríguez- Claro que lo conocía, pero no
sabía que hubiera sucedido en su jurisdicción.
-Sí,
sí. Su residencia, donde se produjo el asesinato, se halla a cuatro manzanas de
aquí. Dada la resonancia del caso me han enviado tres detectives de la Central
como refuerzo, pero a mí me ha caído de lleno la responsabilidad de la
investigación. Muñoz Alonso dirige las primeras diligencias.
-¡Me
cagüen la leche! ¡Pues va Vd. listo con este elemento! Es un artista del bla
bla, pero inepto como él solo. Aparte de gorrino, que apesta a tabaco barato,
coñac de garrafón y mayonesa.
-Ya,
ya, Rodríguez, pero es lo que hay -respondió el comisario resignado.
-Bueno,
mire. No se apure, jefe. Vd. y yo vamos a resolver este caso.
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