viernes, 16 de enero de 2015

Capítulo XXXVIII


A pesar de que, en efecto, Margaret había recibido unos cuantos golpes más de los deseados, en su desesperado intento por acercarse al general O´Connell, no eran tan fuertes ni dolorosos como ella trataba de hacer creer. Sus exagerados gestos de dolor, bien aderezados con algunos tenues gemidos, que aunque apagados, emitía con un aire ciertamente lastimero, tenían por objeto facilitar su salida del lounge, liberada de la más leve sospecha.

Fue así como abandonó el Astoria Lounge, cojeando y sostenida por el descomunal waiter que le había atropellado, mientras el solemne maître les abría paso, componiendo ostensibles gestos de pesar, al tiempo que salmodiaba una interminable letanía de disculpas.

La operación fue llevada con tal maestría, por parte de Margaret, que el general no sospechó nada, aunque su innata desconfianza le llevó a palparse los bolsillos hasta asegurarse de que todas sus pertenencias seguían en ellos.

Poco después, tras recomponer su elegante figura, alterada por el accidentado encuentro con O´Connell, anunció su repentina marcha a la conserjería.  De inmediato, unos discretos golpes en la entrada de la suite anunciaron la llegada de la directora de relaciones públicas del Hotel. Venía para ofrecerle sus más fervientes disculpas y, sobre todo, para asegurarse de que el abandono de The Towers, por parte de aquella distinguida señora, no se producía a causa del enojoso incidente sufrido.

Margaret justificó su precipitada marcha asegurando que un importante e inesperado evento reclamaba su presencia en Paris. Al mismo tiempo, restó relieve al incidente, asegurando que era ella quien había provocado aquel enojoso percance, a causa de una imperdonable falta de atención. Además de asumir toda la responsabilidad del suceso, tuvo la delicadeza de ensalzar el impecable trabajo del servicio y rogarle que transmitiera a sus componentes su gratitud por las numerosas atenciones recibidas.

En el espléndido Hall del Waldorf le esperaba el director de The Towers portando un monumental ramo de flores y una invitación VIP para la exclusiva fiesta de The Spring Party of Waldorf Astoria. También Bob le aguardaba con una impresionante limusina y un chofer ataviado con tan refulgente uniforme que para sí lo deseara el almirante más laureado.

Cuando, por fin, se halló en el interior del lujoso automóvil, a solas con Bob, Margaret emitió un profundo suspiro y respiró tranquila.

-¡Al fin solos, Bob! -exclamó aliviada y sonriente.

-Y a salvo, Margaret -prosiguió él, con su misma sensación de alivio, ante el final de la exitosa actuación de su amiga.

-¿Y ahora qué? ¿Cuál es el siguiente paso de tu plan? -preguntó Margaret

-Antes que nada, llevaré el escáner a mis amigos para que materialicen los datos obtenidos en el soporte adecuado. Después, sin pérdida de tiempo, deberemos ocuparnos en obtener la combinación de la cámara acorazada de O´Connell.

-¡Vaya, y lo dices así, tan tranquilo! ¡Cómo si fuera la cosa más sencilla del mundo! -exclamó Margaret, entre sorprendida y disgustada.

-¿He dicho que fuese fácil? No, no lo es, pero lo haremos -aseguró Bob con firmeza- Verás: Con nuestros equipos de ocultación y los duplicados de los dispositivos de seguridad de O´Connell podemos llegar hasta su mismo despacho. Aprovecharemos una ausencia del general para instalar una micro cámara en él, de manera que podamos visualizar la apertura de la sala acorazada y copiar sus claves. Cuento con la colaboración de Pieterf para alejar de allí a O´Connell, durante el tiempo necesario.

-¡Eres sorprendente, Bob! ¡Hay qué ver lo fácil que ves todo! ¿Ya estás seguro de que podrás colocar la cámara en el sitio adecuado para que se vea la operación de apertura por completo, sin ningún obstáculo de visión y sin que nadie la descubra?

-¡Ja, ja! -rió Bob, ante la incredulidad de Margaret- Eso espero, porque si no podemos instalar la cámara, este asunto se va a poner muy desagradable. Imagina lo que nos espera si nos falla esa opción: Deberemos permanecer en el despacho, con él dentro, sin rechistar, sin hacer el menor ruido, ni satisfacer ninguna necesidad fisiológica, si queremos pasar desapercibidos. Y eso, tanto tiempo como tarde el señor general en decidirse a abrir su inexpugnable cámara acorazada.

-Estas de broma ¿no?

-Míralo como quieras, pero solo tenemos esas dos alternativas. Y ruega para que podamos resolverlo con la primera de ellas.

Margaret recibió las palabras de Bob con un abatido gesto de desánimo. Empezaba a sentir un abrumador cansancio por todo aquello. Sus antiguas y vigorosas ansias de venganza comenzaban a flaquear ¿Cuándo acabaría aquella interminable sucesión de episodios, a cual más agitado y penoso? Y, sin embargo, Pieterf estaba en lo cierto cuando aseguraba que se hallaban ante un lance a vida o muerte, del que ninguno de sus protagonistas podía retirarse: ellos acababan con O´Connell, o este acabaría con ellos. En ese momento, Margaret suspiró y recordó con añoranza los felices años vividos en España, contrariados apenas por la vorágine de los negocios arriesgados, en los que ella sabía moverse con admirable soltura y total eficacia y en los que poder quemar adrenalina representaba su mayor gozo.

Ambos dejaron la limusina en el Aeropuerto Internacional J.F. Kennedy y se trasladaron a Hempstead en uno de los coches de Bob.

-Mira Bob: Si hay algo que me revienta de este asunto es tener que alimentar a este bestia de Homer -dijo Margaret nada más llegar a su refugio donde le tenían prisionero- ¡Dios, qué ganas tengo de perderlo de vista!

En ese preciso instante, a varios miles de Kilómetros de allí, en el castizo barrio de Chamberí de la capital de España, el flamante detective Luis Rodríguez -Agencia Rohen: Detectives Privados-  se disponía a realizar una visita de cortesía a su antiguo jefe, el comisario Casado.

-¿Qué hay de bueno, comisario? -saludó Rodríguez, inundando de cordialidad el despacho del funcionario.

-¡Hombre, Rodríguez! ¡Qué bueno volverle a ver! -exclamó el comisario, mientras se daban la mano con verdadera efusión -¿Cómo le va el negocio?

-No nos podemos quejar, la verdad. Al principio tuvimos que apretarnos el cinturón, pero ya nos hemos hecho un huequecillo en el negocio y ahora la cosa ya marcha como debe. Pero...cuénteme: ¿Qué tal por aquí?

-Pues a medias, como siempre. Unas veces mal, otras regular y muy pocas bien. Ahora mismo me pillas en un momento malo. Tengo entre manos un caso que no me deja dormir.

-¡No me diga, jefe! ¿De qué se trata...si no es indiscreción?

-¡Qué va! Seguramente habrás oído hablar de él, porque ha salido en toda la prensa. Se trata del asesinato de los Marqueses de Puente Cerro.

-¡Joder, menudo muerto le ha caído! -exclamó Rodríguez- Claro que lo conocía, pero no sabía que hubiera sucedido en su jurisdicción.

-Sí, sí. Su residencia, donde se produjo el asesinato, se halla a cuatro manzanas de aquí. Dada la resonancia del caso me han enviado tres detectives de la Central como refuerzo, pero a mí me ha caído de lleno la responsabilidad de la investigación. Muñoz Alonso dirige las primeras diligencias.

-¡Me cagüen la leche! ¡Pues va Vd. listo con este elemento! Es un artista del bla bla, pero inepto como él solo. Aparte de gorrino, que apesta a tabaco barato, coñac de garrafón y mayonesa.

-Ya, ya, Rodríguez, pero es lo que hay -respondió el comisario resignado.

-Bueno, mire. No se apure, jefe. Vd. y yo vamos a resolver este caso.  

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