-Te
lo agradezco de veras, Rodríguez, pero ya te dije que no puedo admitir ayudas
privadas. Esto es un organismo oficial y si llegara a oídos de las altas
esferas que, en esta investigación, había intervenido un detective privado, ten
por seguro que acabaría crucificado y con el cese en el bolsillo.
-¡Venga,
jefe! Este asunto quedará entre Vd. y yo, además de Helen, claro. No creerá que
el caso se va a resolver gracias al "parla puñaos" de Muñoz y su
cuadrilla de zoquetes. Y con el revuelo que se ha levantado con esta historia,
Vd. va a quedar con el ala bien tocada como no se aclare.
-¡Sí,
sí. Si ya sé lo que me espera, pero no puedo saltarme las normas!
-¿Las
normas? ¡Qué normas! ¿Las que machacaron mi investigación en Nueva York para
proteger a unos cuantos peces gordos? ¡Se vayan a hacer puñetas todos! -clamó
Rodríguez, enfadado de veras- Aquí cada uno va a lo suyo y el que no está en
esa dinámica hace el primo.
-Vaya,
Rodríguez. ¿Has desayunado tigre hoy o qué?
-¡Pero
si es verdad, comisario! ¿O todavía no se ha enterado de que este es un país de
chapuceros, caraduras, chorizos y gilipollas? Mire, jefe: no voy a permitir que
le machaquen. De todas maneras, yo voy a investigar, pero lo haríamos antes y
mejor si Vd. me acompañara.
-¡Uf!
¡Cuidado que eres pesado! Mira...no sé cómo te hago caso -dijo al fin el
comisario Casado, después de un buen rato de vacilaciones- De acuerdo, pero me
tienes que prometer que no te vas a pasar ni un milímetro de donde yo te
indique.
-¡Hecho,
jefe! ¿Por dónde empezamos?
-Lo
primero será ir a revisar el escenario del crimen por si los encuestadores se
han pasado algo por alto. Durante el trayecto te iré poniendo al corriente de
los detalles del crimen y la situación actual de la investigación.
Dicho
y hecho, allá se fueron los dos amigos, el comisario y su fiel antiguo
ayudante, dispuestos a desentrañar el misterio del asesinato de los renombrados
Marqueses de Puente Cerro.
-¡Coño,
menuda choza! -exclamó Rodríguez ante la residencia de los marqueses.
-Pues
ya verás por dentro. Es un auténtico palacio, repleto de obras de arte, muebles
de estilo, construidos con las maderas más nobles, junto a toda clase de
complementos ornamentales de un valor incalculable. Todo eso debe valer una
auténtica millonada -aseguró el comisario.
-¿Qué
hay de los familiares más allegados? -preguntó Rodríguez- Me refiero a los que
salen beneficiados con la muerte de los marqueses.
-Hay
dos hijos y un sobrino que heredan. Los estamos investigando, pero de momento
no se ha visto nada sospechoso en ellos. Los tres tienen coartada y no hay
antecedentes delictivos ni de vida irregular en ninguno.
-¿Y
el servicio? -insistió Rodríguez.
-También
se ha investigado sin ningún resultado positivo. Solo el mayordomo, que vive en
un anexo de la mansión principal, es el único que no tiene coartada.
-¡Caray,
jefe! No me irá a decir que, justo el mayordomo, es el único sospechoso que
tiene -comentó Rodríguez con cierta guasa.
-No,
no. Sospechosos tenemos todos y ninguno. Hemos interrogado al mayordomo, que
por cierto es un poco raro, y parece que no sabe nada.
-¡Uy,
uy, uy! Es cierto que los mayordomos solo en muy rara ocasión han resultado ser
culpables de asesinar a sus patronos. Ellos viven muy bien con ese trabajo y
con las sisas que quedan a sus alcances. Si los amos mueren, el chollo se les
acaba. Pero, desde luego, lo saben todo...y lo que no saben se lo imaginan.
Tendremos que hablar con él en cuanto terminemos el registro de la casa.
Durante
más de tres horas, Rodríguez y el comisario inspeccionaron la casa palmo a
palmo sin encontrar nada reseñable. Estaban dando ya fin al examen del teatro
del crimen, cuando Rodríguez acertó a ver una bolita de papel, arrugado y
repleto de manchas, debajo de una de las butacas de la biblioteca. Lo desplegó
con sumo cuidado y, al ver su contenido, soltó una sonora exclamación:
-¡La
leche! ¡Fíjese en esto, comisario!
Era
un nota escrita en un idioma oriental que apenas podía leerse, de tantas
manchas y arrugas como tenía, pero el comisario no le dio importancia.
-Bueno,
parece chino. Será la etiqueta de algún producto de por allá -dijo.
-Eso
ya se verá -aseguró Rodríguez- A mi no me parece una etiqueta. Sacaré una copia
y se la daré a Helen para que la haga traducir. Vd. guarde el original, por si
acaso. Ahora sería bueno hablar con el mayordomo.
Tan
pronto Rodríguez vio llegar al estirado sirviente, se apresuró a lanzar un
jocoso comentario al oído del comisario.
-¡Ostras!
¡Este tío es bujarreta! ¿No?
-¡Chisst,
calla! No se te ocurra decir eso delante de nadie. Ahora este gente está de
moda y goza de consideración, prestigio y del respaldo de las autoridades.
-No,
ya. Ya sé. Así es como marcha todo -rezongó Rodríguez en voz baja, meneando la
cabeza- Pero, venga: apriétele las tuercas de una vez.
Casado
lo intentó, pero por más esfuerzos que hacía, no lograba que aquel hombre, de
gestos y habla manifiestamente amanerados, mostrara la más mínima intención de
recordar nada de nada.
-Bueno,
bueno,..No sabes nada ¿eh? Vaya, vaya ¿Y qué me dices de los chinos? -soltó
Rodríguez de improviso.
El
mayordomo abrió los ojos como platos al escuchar la pregunta de Rodríguez. Era evidente
que no esperaba ninguna interpelación sobre ese tema y, desde luego, estaba muy
claro que el detective había dado de lleno en la diana.
-¿Los
chinos? No, no. Yo...yo no sé nada de ningún chino -balbució, asustado.
-Mira
majo -insistió Rodríguez, ante el espanto del comisario Casado, que veía como
su compañero se adentraba por la senda del desmadre, alejándose a marchas
forzadas de las normas establecidas-, necesitamos un culpable y tú nos vienes
de perilla. No tienes coartada, cuentas con inmejorable oportunidad para
cometer el crimen y tengo la impresión de que nos va a resultar muy sencillo
hallar un móvil convincente en cuanto echemos un vistazo a tus cuentas.
-¡Soy
inocente, lo juro! -exclamó el mayordomo con desesperación- ¡Yo soy incapaz de
matar a una mosca!
-Bueno,
quizás sea verdad que eres inocente y consigas salvarte de la acusación, pero
con esa mancha en tu expediente, ya me dirás quién te va a contratar luego. ¡Se
te acabó la buena vida y el chollo este de empleo! Así que ya puedes empezar a cantar,
si no quieres comenzar a pasarlas canutas desde ahora mismo.
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