miércoles, 21 de enero de 2015

Capítulo XXXIX


-Te lo agradezco de veras, Rodríguez, pero ya te dije que no puedo admitir ayudas privadas. Esto es un organismo oficial y si llegara a oídos de las altas esferas que, en esta investigación, había intervenido un detective privado, ten por seguro que acabaría crucificado y con el cese en el bolsillo.

-¡Venga, jefe! Este asunto quedará entre Vd. y yo, además de Helen, claro. No creerá que el caso se va a resolver gracias al "parla puñaos" de Muñoz y su cuadrilla de zoquetes. Y con el revuelo que se ha levantado con esta historia, Vd. va a quedar con el ala bien tocada como no se aclare.

-¡Sí, sí. Si ya sé lo que me espera, pero no puedo saltarme las normas!

-¿Las normas? ¡Qué normas! ¿Las que machacaron mi investigación en Nueva York para proteger a unos cuantos peces gordos? ¡Se vayan a hacer puñetas todos! -clamó Rodríguez, enfadado de veras- Aquí cada uno va a lo suyo y el que no está en esa dinámica hace el primo.

-Vaya, Rodríguez. ¿Has desayunado tigre hoy o qué?

-¡Pero si es verdad, comisario! ¿O todavía no se ha enterado de que este es un país de chapuceros, caraduras, chorizos y gilipollas? Mire, jefe: no voy a permitir que le machaquen. De todas maneras, yo voy a investigar, pero lo haríamos antes y mejor si Vd. me acompañara.

-¡Uf! ¡Cuidado que eres pesado! Mira...no sé cómo te hago caso -dijo al fin el comisario Casado, después de un buen rato de vacilaciones- De acuerdo, pero me tienes que prometer que no te vas a pasar ni un milímetro de donde yo te indique.

-¡Hecho, jefe! ¿Por dónde empezamos?

-Lo primero será ir a revisar el escenario del crimen por si los encuestadores se han pasado algo por alto. Durante el trayecto te iré poniendo al corriente de los detalles del crimen y la situación actual de la investigación.

Dicho y hecho, allá se fueron los dos amigos, el comisario y su fiel antiguo ayudante, dispuestos a desentrañar el misterio del asesinato de los renombrados Marqueses de Puente Cerro.

-¡Coño, menuda choza! -exclamó Rodríguez ante la residencia de los marqueses.

-Pues ya verás por dentro. Es un auténtico palacio, repleto de obras de arte, muebles de estilo, construidos con las maderas más nobles, junto a toda clase de complementos ornamentales de un valor incalculable. Todo eso debe valer una auténtica millonada -aseguró el comisario.

-¿Qué hay de los familiares más allegados? -preguntó Rodríguez- Me refiero a los que salen beneficiados con la muerte de los marqueses.

-Hay dos hijos y un sobrino que heredan. Los estamos investigando, pero de momento no se ha visto nada sospechoso en ellos. Los tres tienen coartada y no hay antecedentes delictivos ni de vida irregular en ninguno.

-¿Y el servicio? -insistió Rodríguez.

-También se ha investigado sin ningún resultado positivo. Solo el mayordomo, que vive en un anexo de la mansión principal, es el único que no tiene coartada.

-¡Caray, jefe! No me irá a decir que, justo el mayordomo, es el único sospechoso que tiene -comentó Rodríguez con cierta guasa.

-No, no. Sospechosos tenemos todos y ninguno. Hemos interrogado al mayordomo, que por cierto es un poco raro, y parece que no sabe nada.

-¡Uy, uy, uy! Es cierto que los mayordomos solo en muy rara ocasión han resultado ser culpables de asesinar a sus patronos. Ellos viven muy bien con ese trabajo y con las sisas que quedan a sus alcances. Si los amos mueren, el chollo se les acaba. Pero, desde luego, lo saben todo...y lo que no saben se lo imaginan. Tendremos que hablar con él en cuanto terminemos el registro de la casa.

Durante más de tres horas, Rodríguez y el comisario inspeccionaron la casa palmo a palmo sin encontrar nada reseñable. Estaban dando ya fin al examen del teatro del crimen, cuando Rodríguez acertó a ver una bolita de papel, arrugado y repleto de manchas, debajo de una de las butacas de la biblioteca. Lo desplegó con sumo cuidado y, al ver su contenido, soltó una sonora exclamación:

-¡La leche! ¡Fíjese en esto, comisario!      

Era un nota escrita en un idioma oriental que apenas podía leerse, de tantas manchas y arrugas como tenía, pero el comisario no le dio importancia.

-Bueno, parece chino. Será la etiqueta de algún producto de por allá -dijo.

-Eso ya se verá -aseguró Rodríguez- A mi no me parece una etiqueta. Sacaré una copia y se la daré a Helen para que la haga traducir. Vd. guarde el original, por si acaso. Ahora sería bueno hablar con el mayordomo.

Tan pronto Rodríguez vio llegar al estirado sirviente, se apresuró a lanzar un jocoso comentario al oído del comisario.

-¡Ostras! ¡Este tío es bujarreta! ¿No?

-¡Chisst, calla! No se te ocurra decir eso delante de nadie. Ahora este gente está de moda y goza de consideración, prestigio y del respaldo de las autoridades.

-No, ya. Ya sé. Así es como marcha todo -rezongó Rodríguez en voz baja, meneando la cabeza- Pero, venga: apriétele las tuercas de una vez.

Casado lo intentó, pero por más esfuerzos que hacía, no lograba que aquel hombre, de gestos y habla manifiestamente amanerados, mostrara la más mínima intención de recordar nada de nada.

-Bueno, bueno,..No sabes nada ¿eh? Vaya, vaya ¿Y qué me dices de los chinos? -soltó Rodríguez de improviso.

El mayordomo abrió los ojos como platos al escuchar la pregunta de Rodríguez. Era evidente que no esperaba ninguna interpelación sobre ese tema y, desde luego, estaba muy claro que el detective había dado de lleno en la diana.

-¿Los chinos? No, no. Yo...yo no sé nada de ningún chino -balbució, asustado.

-Mira majo -insistió Rodríguez, ante el espanto del comisario Casado, que veía como su compañero se adentraba por la senda del desmadre, alejándose a marchas forzadas de las normas establecidas-, necesitamos un culpable y tú nos vienes de perilla. No tienes coartada, cuentas con inmejorable oportunidad para cometer el crimen y tengo la impresión de que nos va a resultar muy sencillo hallar un móvil convincente en cuanto echemos un vistazo a tus cuentas.

-¡Soy inocente, lo juro! -exclamó el mayordomo con desesperación- ¡Yo soy incapaz de matar a una mosca!

-Bueno, quizás sea verdad que eres inocente y consigas salvarte de la acusación, pero con esa mancha en tu expediente, ya me dirás quién te va a contratar luego. ¡Se te acabó la buena vida y el chollo este de empleo! Así que ya puedes empezar a cantar, si no quieres comenzar a pasarlas canutas desde ahora mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario