Rodríguez
había tomado la iniciativa en el interrogatorio al mayordomo de los difuntos
marqueses y ya no había quien le frenara. El comisario le veía hacer, apurado
por las heterodoxas formas de su compañero, pero lo cierto era que estaba
realizando un excelente trabajo, al apretar las clavijas al sujeto con muy buen
oficio. En aquel momento, ya lo tenía acorralado y a punto de hacerle cantar
hasta la copla de "La Lola se va a los Puertos" si se lo pidiera.
-¡Por
favor, créanme! -suplicó- Yo soy un mayordomo decente y cumplidor. Hago mi
trabajo con absoluta profesionalidad y no me ocupo de las actividades de mis
jefes.
-¡Venga
ya! ¡Menuda pieza estás tú hecho! ¿Me vas a decir que no has visto nada raro en
esta casa? ¡A ver: qué hay de los chinos! Y no me vayas a contar milongas, ¿eh?
-Pueden
creerme. Les aseguro que no tengo nada que ver con los posibles líos del
marqués. Es verdad que por aquí pasa gente muy rara...y también chinos, pero
ignoro por completo lo que se traen entre manos.
-Bueno,
ya nos vamos entendiendo. Ahora dime: ¿Qué clase de gente rara es esa y con
quién se entienden? ¿Les has visto traer algo sospechoso?
-Pues
aquí llega de todo: personas trajeadas y zarrapastrosas. Y, sobre todo, mucho
extranjero, tanto rubios y blanquiñosos europeos, sobre todo de Holanda, como
anglos renegridos por el sol de África. Todos con aspecto de amigos del riesgo. Y no, nunca
les he visto traer paquetes.
-¿Y
los chinos? -insistió Rodríguez, impacientándose.
-¡Ah,
esos! Esos son los que tienen peor pinta. Dan miedo, de verdad. Siempre llegan
con dos coches. Dos o tres se quedan en los vehículos y el resto sube a tratar
con el jefe.
-Y,
naturalmente, nunca se te ha ocurrido pegar la oreja a la puerta para saber qué
negocian ¿no?
-¡Por
Dios! ¡Jamás se me ocurriría! A parte de que soy un empleado fiel y discreto, como
ya les he dicho, no quieran saber Vds. el respeto que me producían con su
tremenda catadura de mafiosos, además de los nervios que me hacían padecer cada
vez que aparecían por aquí.
-Bien,
tendremos que creerte por esta vez. ¿Y quién les atendía? ¿Estaba con el
marqués alguno de sus hijos? -terció el comisario.
-No,
no. Sus hijos no intervenían en nada. De hecho, solo aparecen por aquí muy de
tarde en tarde. Era el señorito Roberto, su sobrino, el que le ayudaba en todo.
Por cierto que estuvo aquí la tarde antes del asesinato.
-Vaya,
eso es muy interesante...-murmuró Rodríguez pensativo, aunque de inmediato
volvió a la carga con el interrogatorio- Y no sabrás el motivo de la visita,
claro.
-¡Cómo
saberlo! Aunque algún motivo muy importante le debió traer, porque al momento
se enzarzaron en una bronca tremenda. Parece ser que el Sr. Marqués recriminaba
a su sobrino sobre alguna actuación mal hecha y el señorito Roberto se defendía
muy enfadado de la acusación, atribuyendo al marqués la responsabilidad del
desaguisado.
-¿Hubo
amenazas? -preguntó el comisario.
-Hubo
de todo. ¡Como que yo me apresuré a presentarme en el despacho del Sr. Marqués,
pensando que podían llegar a las manos!
-¿Y
cómo terminó la cosa? -insistió el comisario.
-Por
fin, cuando yo llegué, seguido por el chofer y una sirvienta, el Sr. Marqués le
ordenó callar muy serio y, entonces, el señorito Roberto salió de la casa terriblemente
enojado y echando pestes.
-¿A
qué hora? -preguntó Rodríguez.
-Se
había hecho tarde ya. No serían menos de las ocho y media.
Después
de esta última declaración del mayordomo, el comisario Casado y su fiel amigo y
antiguo agente Rodríguez abandonaron el escenario del misterioso crimen,
convencidos de que allí no había más tela que cortar y de que habían logrado
saber todo cuanto se podía averiguar.
-Bueno,
jefe. Parece que al fin tenemos un sospechoso -insinuó Rodríguez.
-En
efecto. Ahora mismo voy a ordenar que interroguen al sobrinito este. Sería
conveniente que mañana nos viéramos de nuevo. Yo tendré lista la declaración de
este caballerete y tú te traes la traducción de la nota china, a ver si sacamos
algo en claro de todo esto.
-Hecho,
comisario. -contestó Rodríguez, despidiéndose de su antiguo jefe con un
afectuoso y fuerte apretón de manos.
En
la mañana siguiente, Helen llegaba, triunfante, a la oficina de la Agencia
Rohen, con la traducción de la nota china en su cartera.
-Parece
ser que está escrito en chino tradicional. Según me han dicho en el tugurio
donde me lo han traducido, si hubieran empleado caracteres actuales, la nota
estaría escrita así:
Zuì
hӑo de shāokӑo jiàng. Gĕi lӑobӑn.
-¡Caray!
¡Mira qué bien!. Así eso ya es otra cosa -exclamó, burlón, Rodríguez.
-¡Muy
gracioso! -prosiguió Helen con un mohín de disgusto- Pero querrás saber qué
significa ¿no? Pues agárrate bien al asiento, porque dice así la nota: "La
mejor salsa para asados. Entregar al jefe"
-¡Me
cagüen la leche! ¡Va a tener razón el comisario de que se trata de una simple etiqueta!
Pero no... no puede ser. Aquí hay algo que no cuadra.
-¡Y
tanto! -afirmó Helen- Luis, cariño, parece que hoy no te has despertado del
todo. ¡Claro que no es una etiqueta! ¿Qué hace la etiqueta de una salsa china
en la biblioteca de un marqués? Porque si de verdad fuera salsa ¿la entregarían
al jefe -el marqués-, o al cocinero? Sabemos que este Sr. tenía frecuentes
negocios con individuos chinos de una marcada catadura de mafiosos. ¿No podría
ser droga esa dichosa salsa?
-¡Pues
tienes razón! Eso debe estar escrito en clave. No van a poner: "Aquí le
enviamos opio de la mejor especie. Saludos a su señora" ¡Venga! Hay que
moverse rápido. Localízame a algún jefecillo de la comunidad china de Madrid. Si
trafican con droga, ellos lo tienen que saber.
Se
cumplía la media tarde ya, cuando Rodríguez pudo reunirse con el comisario
Casado en su despacho.
-Problemas,
Rodríguez -le espetó nada más verle- Ayer mi gente estuvo todo el día buscando
al sobrino del marqués sin poder dar con él: había desaparecido. Sin pérdida de
tiempo, emití una orden de busca y captura. Por desgracia, acabo de recibir la
noticia de que han hallado su cadáver en un descampado. Tenía signos de mal
trato y cuatro balas en el cuerpo.
-Me
lo estaba temiendo. Esta gente estaba metida en lío gordo de tráfico ilegal y
parece ser que algo les salió mal. Tan mal que desataron las iras de sus
compinches y el entuerto les costó la vida. Así se explica que no faltara nada de valor en la casa.
En
esto, Rodríguez recibió una llamada de Helen en la que le informaba de haber
conseguido la cooperación de un confidente, capaz de ponerles en contacto con
un importante empresario e importador chino, dueño de múltiples negocios, entre
ellos, una cadena de restaurantes y otra de tiendas de bajo precio. Había
concertado ya una cita y les esperaba en el cubil del notable negociante
oriental en una hora.
Cuando
llegaron allí el comisario y Rodríguez, hallaron a un trajeado, sonriente y
ceremonioso, aunque hermético, auténtico chino de la China. Solo cuando el
comisario le hizo ver las ventajas de colaborar con la justicia, se avino a
satisfacer un tanto las demandas de los detectives.
-Bien,
señores. No puedo decirles lo que sé, solo hablaré de aquello que me está permitido decir.