lunes, 20 de octubre de 2014

Capítulo XXIX


El comisario Casado revisaba, aburrido, expediente tras expediente con tediosa parsimonia. Desde que Rodríguez abandonó el cuerpo, aquella comisaría ya no era la misma. Le faltaba la sal y pimienta que su buen subalterno imprimía en el cotidiano desempeño detectivesco, sin que nunca faltaran en sus acciones el desenfado, la gracia y el acierto que le caracterizaban. Echaba en falta, sobre todo, su inagotable y contagioso  buen humor, cualidad escasa en aquellas severas y adustas estancias de la comisaría

No era extraño, por consiguiente, que el comisario recibiera con agrado el anuncio de la visita de Rodríguez.

-¡Coño Rodríguez, dichosos los ojos! -exclamó, al tiempo que estrechaba su mano con verdadera efusión y afecto-  Pero, siéntese hombre y dígame: ¿Qué es de su vida?

-Pues por allí andamos, jefe -para él, el comisario Casado sería siempre su jefe-, haciendo lo que se puede -contestó, alargando un brazo para dejar al alcance del comisario una tarjeta de visita.

El comisario la tomó y pudo leer:

Agencia Rohen

Luis Rodríguez y Helen MacAdden

Detectives privados

(Direcciones y teléfonos)

 

-¡Estupendo! ¡Cuánto me alegro! Pero oye, esta tal Helen...no será tu enlace en Nueva York ¿eh?

-En efecto, jefe: la misma que viste y calza. Vino de vacaciones a verme y le gustó tanto España que decidió quedarse...Entre nosotros, y sin presunción por mi parte, le diré que también yo algo tuve que ver en su decisión.

-¡Ja, Ja! -rió de buena gana el comisario- de eso tampoco yo tengo la menor duda. Pero, cuéntame cómo fue que montasteis este negocio y qué tal os va.

-Pues todo vino rodado. Helen es una excelente detective y yo...¡pa qué decirle! Ya me conoce. El caso es que hablamos, discutimos y después de pensarlo mucho, nos establecimos. Sopesamos  las opciones de hacerlo en los EE.UU o en España y por fin decidimos abrir la agencia en Madrid. De momento el negocio nos va bien aquí. No sé...quizás más adelante hagamos una prueba en América, pero por el momento estamos contentos de cómo se va desarrollando el negocio en España.

-Muy bien, Rodríguez, aunque tendrás que advertir a tu socia que aquí las cosas de la profesión son bastante diferentes a las de su país. Por cierto, noto que vas armado. Ten mucho cuidado con soltar un tiro porque te puedes meter en un lío enorme.

-¡Qué me va a contar, jefe! En este puñetero país las armas solo están bien vistas en las manos de los bandidos. Y la gente decente que se fastidie y quede a su merced. Pero no se preocupe: tengo licencia de armas, aunque ésta -dijo mostrándola- es simulada, solo para impresionar

-Haces bien. Pero dime ¿qué clase de clientes tienes?

-De todo un poco. Trabajamos mucho con las compañías de seguros, bancos, laborales, e informes personales. Nada importante. Pero escuche jefe, si Vd. tiene algún caso que le trae de coronilla, llámeme que yo se lo resuelvo.

-¡Ay Rodríguez! Si mis jefes se enteran que he dado un caso a una agencia privada, me echan de aquí a patadas. Dirían: ¡Privatizar un servicio público como este! ¡A dónde vamos a parar!

-¡Ah, no! Eso sería entre Vd. y yo. A los demás les pueden dar mucho por donde Vd. ya sabe. No, no. Mire, de verdad, con toda confianza, en cuanto tenga un caso que le escueza, me llama que yo le ayudo a resolverlo.

-Bueno, bueno. agradezco tu ofrecimiento. Lo que me extraña que no te hayas decidido a marchar a Nueva York, con lo bien que te lo pasaste allí.

-Pues mire jefe, tentaciones no faltaron, pero la verdad es que como en España no se vive en ningún sitio, a pesar de que haya tantos hijos de mala madre que traten de estropearla. Esta mañana, sin ir más lejos, pasaba por delante de "El Brillante" de Atocha y se me ha ocurrido entrar. Me he arreado un bocata de calamares que no se lo salta un gitano ¡Divino, oiga: una gozada! ¡Cosas como estas, de verdad, no las hay en el mundo entero! Y no le cuento el gustazo que se dio Helen, hace poco, ante el maravilloso espectáculo de un monumental cocido de tres vuelcos en "La Taberna". Se puso como el hijo del esquilador de mi pueblo.

Rodríguez y su antiguo jefe continuaron con su animada charla durante una hora, bien cumplida, antes de afrontar la inevitable despedida. Lo hicieron con la misma efusión e idéntico afecto con que se saludaron en su reencuentro. Quizás el caprichoso destino les obligue a unirse de nuevo en algún futuro episodio, atrapados ambos en el misterio de un enrevesado y peligroso lance. ¿Quién sabe...?

Mientras, New York ardía a causa de una cruenta guerra entre clanes del crimen organizado.

Franky Rossano se hallaba a punto de reventar de ira, tras recibir la noticia del asalto a su transporte de dinero. Era el segundo ataque directo que recibía, antes de darle tiempo a dar adecuada respuesta al primero, y algo así no le había sucedido nunca en su larga vida de matón. Franky se había encumbrado en el oscuro mundo de la prostitución, la droga y el juego, apoyándose en la fuerza bruta, la represión más sanguinaria y el crimen,  mucho más que en otras cualidades más sutiles, como la astucia o la inteligencia, habilidades de las que andaba bastante escaso.

Su fiel compinche y lugarteniente Marko no le iba a la zaga, en cuanto a crueldad y salvajismo.

-Jefe, no podemos dejar sin castigo este nuevo ataque de los hombres de Grosseto. Y tenemos que hacerlo ya, sin pérdida de tiempo, si queremos que se nos respete.

-¡Maldita sea tu estampa, Marko! ¡Solo me faltas tú para encenderme aun más! -gritó Rossano- ¡Pero estás seguro de que todo esto es obra de Grosseto!

-¿Quién si no? Aquí ya no queda nadie más que pueda hacernos sombra.

-¡Joder, joder! ¡No, joder! En el Red Lion, la mayor parte de los disparos partieron de los balconcillos de arriba y los hombres de Grosseto se hallaban en las mesas de abajo. ¡Te dije que investigaras ese asunto del fantasma que vio Oscar!

-Mire jefe, hay que dejarse de historias. Estoy seguro que todo esto es cosa de Grosseto. Lo primero es acabar con estos hijos de perra y luego ya se verá.

A Marko le costó muy poco convencer a Franky para organizar una expedición de castigo al cubil de Grosseto en New York: el Night-club The Black Pearl, en Mamaroneck, regentado por Tony Capelo.

Sin embargo, en este caso, la fuerza bruta no iba a ser suficiente. La oronda figura de Grosseto -era poseedor de una hermosa panza que hacía buen honor a su nombre- enmascaraba a una personalidad colmada de astucia, viveza e ingenio, que le habían conducido a moverse con soltura por entre las intrincadas sendas de los negocios al margen de la ley, o en su frontera, hasta llegar a dominarlos. Y su acólito Capelo era un alumno muy aventajado.  

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