Los
hombres de Grosseto huyeron del Red Lion como alma que lleva el diablo,
celebrando la suerte de haberlo conseguido con solo pequeños rasguños y
convencidos, al mismo tiempo, de haber sido objeto de una traicionera trampa
urdida por el capo Rossano.
A
Tony Capello, uno de los lugartenientes de Grosseto y encargado de sus negocios
en New York, le faltó tiempo para comunicar los hechos a su jefe, que se encontraba
en la sede central de la banda, en Philadelphia.
-¿Cómo
ha ido la reunión? -preguntó Grosseto, en cuanto recibió la llamada de Tony.
Desde
que recibió la invitación de Rossano para hablar de negocios, a través de un
sospechoso e-mail, en el que precisaba lugar, día y hora, Danny se hallaba
expectante, con sus orejas de lobo estepario bien tiesas, cavilando sobre la
proposición de su rival y las verdaderas intenciones que le habían movido a
organizar aquel encuentro. A última hora, decidió enviar a Tony Capello en su
lugar, protegido por cuatro de sus hombres, en previsión de alguna desagradable
sorpresa.
-Era
una trampa, jefe, y hemos salido de ella de puro milagro. Tenía razón cuando
nos advirtió que tuviéramos cuidado.
-Bueno,
esto tenía que llegar. Rossano ha decidido declararnos la guerra y la va a
tener como no imagina. Él es más fuerte allí, pero también está más expuesto,
debido a su mayor volumen de negocio. Es hora de estar vigilantes. Debemos
replegarnos y hacernos fuertes en los lugares de mejor defensa para estudiar
sus puntos débiles. Le daremos fuerte en donde produzcamos más daño. El próximo
golpe corre de nuestra cuenta.
Grosseto
dominaba el delito organizado en varios Estados del centro de EE. UU, aunque sus
negocios más rentables se hallaban en Pensilvania, distribuidos entre su
capital, Harrisburg, y Philadelphia. En el South Philly de esta última ciudad,
donde habitaba el mayor núcleo de población italiana de la nación, después de
N. Y., reinaba Grosseto, sin competencia ni nadie que osara hacerle frente.
Había
modernizado sus estructuras, al estilo de la Camorra napolitana, y se servía de
una tupida red de colaboradores, muchos de ellos sin sospechar que trabajaban
para la mafia, en todos los estamentos del Estado. Esta estrategia le permitía
licitar con ventaja en los proyectos de construcción, obras públicas,
transportes, basuras y residuos tóxicos.
Sin
embargo, desde la llegada de la profunda crisis económica de 2008, el
transporte, la construcción y las obras públicas habían sufrido una notable
reducción en su volumen de negocio, por lo que el astuto capo trataba de
intervenir con nuevos negocios en otros Estados de la Unión.
Como
el norte, con Chicago y Detroit, y el sur, con Nueva Orleans y Miami eran
territorios prohibidos al estar ocupados por bandas de excepcional poderío,
Grosseto decidió intervenir en la cercana ciudad de N. Y. con la esperanza de
que la enorme dimensión de la urbe enmascarara su labor, hasta lograr un
asentamiento potente y consolidado.
Además
necesitaba hacerse con urgencia de lavanderías
-así llamados los lugares donde se blanqueaba el dinero negro- en un lugar
mayor y menos expuesto que Philadelphia. A tal fin, había ido adquiriendo
algunos bares, heladerías, pequeños restaurantes y hoteles, estratégicamente asentados
en la periferia de la Gran Manzana, tras situar su central de operaciones en un
modesto Night-club, el Black Pearl, en Mamaroneck Ave. En aquel lugar, Grosseto
había colocado a Tony Capello al frente de su nuevo tinglado.
Pero
Rossano ya había detectado la intrusa actividad de los hombres de Grosseto y los
tenía bajo estrecha vigilancia, dentro del punto de mira de sus armas. El
desconcertante e inesperado asalto y robo del Red Lion había provocado en el
todo poderoso capo toda clase de sensaciones, desde alarma y recelo, hasta
rabia e incontenibles deseos de venganza.
Al
mismo tiempo, también en Macdonall St. de Hempstead se estaba produciendo una
animada y esclarecedora conversación sobre los sucesos acaecidos en el Red
Lion.
-¡Ja,
ja, ja! -reía con ganas Margaret- Esta vez nos hemos divertido a lo grande ¿eh
Bob?
-Apuesta
todo tu dinero al sí -asintió Bryant- En toda mi puñetera vida de agente
especial, jamás había intervenido en algo tan cómico, desbaratado y
esperpéntico. ¡Qué gozada! Fue un desconcierto total: nadie sabía lo que estaba
ocurriendo y, menos aun, de dónde venían los tiros. Desde luego, estos equipos
de ocultación de William son una maravilla. ¡Vaya logro! Lástima que no le
dieran tiempo para utilizarlos.
-Nosotros
lo haremos por él -afirmó decidida Margaret, aunque en seguida continuó su
charla con un tono de voz algo menos rotundo- El caso es que, en cuanto entré
en el despacho del encargado del local, tuve la impresión de que me veía. Giró
su mirada hacia mí y puso unos ojos como platos. Fue como si viera llegar a un
fantasma.
-No,
no te pudo ver. Él notó esa ligera distorsión de la imagen que se produce en el
holograma con nuestro movimiento. Sobre todo a tan corta distancia. Pero seguro
que todavía se está preguntando qué es lo que vio. Y...¡oye! me acabas de dar
una idea genial: con lo supersticiosos que son estos latinos y un poco de arte,
bien podríamos pasar por fantasmas.
-¿Estás
de broma? ¡Vaya ocurrencia! Tengo la impresión de que la juerga de tiros de hoy
han despertado en ti algún escondido y olvidado deseo de diversión. Recuerda
que estamos metidos en un asunto muy serio y nos enfrentamos a gente muy
peligrosa, que no suele andarse con bromas a la hora de resolver sus problemas
por la vía rápida.
-Todo
eso es cierto, pero ahora mismo gozamos de una posición estratégica envidiable.
La jugada de enfrentar a los dos clanes nos ha salido perfecta y así hemos
logrado encender la mecha de una dura y explosiva guerra de desgaste que nos
evita cargar con el penoso trabajo de hacer sangre. Sin embargo, necesitaremos
seguir interviniendo para mantener el actual desconcierto y, al mismo tiempo,
debemos evitar que puedan identificarnos.
-¿Y
pretendes que ese papel lo asuma tu "fantasma"?
-¡Correcto!
-afirmó Bob Bryant, rotundo- Te repito que esta gente es capaz de creer en
cualquier cosa. Son tan supersticiosos e imaginativos que cuanto más extraño
sea un suceso, más inclinados están en creer en su origen sobrenatural. Te lo
aseguro: con nuestros equipos y un poco de teatro por nuestra parte, podemos
llevar a cabo nuestro plan de castigo a Rossano a la perfección y, de paso,
divertirnos como nadie.
-Me
acabas de convencer -concedió Margaret, dando fin a la discusión.
Durante
el resto del día, ambos amigos emplearon su tiempo en planear el próximo paso
en su lucha contra el sanguinario capo, responsable del infame asesinato del
hijo de Margaret, Joe Foster, más conocido como Christopher Keane y, también,
como Joan Cockoyster.
Era
tarde ya, cuando sonó la alarma instalada en el sótano donde tenían recluido a Homer,
el siniestro sicario del general O´Connell.
-¡Vaya,
el pájaro ha decidido cantar! -exclamo Bob- Avisa a Pieterf.
No hay comentarios:
Publicar un comentario