En
el Red Lion, un lujoso antro nocturno donde se consumía alcohol, sexo y droga a
partes iguales, el ambiente se hallaba en pleno apogeo, animado por el
estridente sonar de una machacona música rítmica, el resplandor de las
innumerables luces que iluminaban el local, el brillo de los reflectantes y
multicolores decorados, y la circense exhibición de una variada gama de
sensuales danzas, realizadas por strippers de prodigiosa anatomía. Se
completaba la lujuriosa escenografía con el servicio de unas hermosas y bien
dotadas camareras en topless, que serpenteaban por entre las abarrotadas mesas
con ágil contorneo, moviendo sonrientes y desinhibidas su singular anatomía,
ante la admiración y requiebros de la eufórica y alumbrada clientela.
Era
éste uno de los ocho clubes nocturnos que Franky Rossano mantenía
estratégicamente situados en la ciudad de N. Y. y el más rentable. Estaba
ubicado en el Bronx, junto a Melrose, donde el malvado capo almacenaba el
producto de todos sus negocios sucios en aquel distrito, usándolo como eventual
depósito bancario.
Estos cuantiosos fondos eran enviados con regularidad hasta su cuartel general en
Little Italy mediante correos fuertemente protegidos por miembros de la banda,
armados hasta los dientes con un auténtico arsenal. Desde este siniestro cubil,
una potente e inexpugnable fortaleza, defendida por un ejército de pistoleros y
una tupida red de informadores, Rossano movía los hilos del crimen organizado
en la mayor parte de la gran ciudad y ejercía su canallesca labor en otras
muchas, situadas a lo largo de la Costa Este de los Estados Unidos. Al mismo
tiempo, el fruto de sus fechorías afluía hasta aquel maligno lugar, de manera
imparable, en forma de caudalosos ríos de dinero.
De
repente, el tableteo ensordecedor de una ráfaga de metralleta barrió la
acristalada barra del bar y acabó con la mayoría de las botellas que allí
había, haciéndolas saltar en mil pedazos. El caos se apoderó del Red Lion y, en
un instante, aquel bullicioso y despreocupado ambiente festivo se convirtió en
un terrorífico tumulto de caídas, gritos y carreras.
Nuevas
ráfagas de proyectiles, disparadas desde lugares desconocidos para los
aterrorizados clientes, sobrevolaron sus cabezas, provocando que el
desconcierto inicial se convirtiera en un auténtico maremágnum de agitación y
pánico. Mientras tanto, los pistoleros del local intentaban desesperadamente
imponerse a la confusión general, arma en mano, tratando de averiguar el origen
del asalto para repelerlo.
Varios
disparos fueron a impactar sobre la mesa que ocupaban cinco malencarados
sujetos, que se apresuraron a buscar refugio entre las mesas y sofás más cercanos,
mientras empuñaban sus armas y las apuntaban en todas direcciones, aprestándose
a la defensa.
Pero
en aquel tremendo desbarajuste, tampoco ellos conseguían apreciar de donde
venían los disparos.
-¡Maldita
sea! -grito uno de ellos- ¡Esto es una trampa de Rossano! ¡Tenemos que abrirnos
paso a tiros hasta la salida!
Desde
ese momento, se estableció un vivo intercambio de disparos entre los hombres
del Red Lion y los pistoleros de la mesa atacada, produciéndose una nueva y
formidable ensalada de tiros.
De
pronto, cuando la situación comenzaba a tomar tintes de tragedia, todas las
luces se apagaron. A pesar de que las detonaciones fueron espaciándose hasta
llegar a cesar por completo, los gritos de la gente que, aterrada, buscaba
desesperadamente la salida o era atropellada y pisoteada durante su alocada
estampida, aumentó en intensidad y frecuencia hasta formar un ambiente infernal.
Cuando
por fin, los hombres de Rossano lograron normalizar la situación del Red Lion,
pleno de animado resplandor poco antes del ataque, un escenario desolador se
presentó ante ellos. Mesas, sillas, platos, botellas y copas, junto a las más
variadas prendas de los clientes, llenaban los suelos, esparcidos en completo
desorden. Todavía algunos heridos yacían semiinconscientes sobre los
damasquinados divanes o trataban de incorporarse del enmoquetado piso,
aturdidos aun por los golpes y pateos recibidos en el tumulto.
-¡Cómo
que habéis tenido un asalto! -gritó Rossano, a través del teléfono, al escuchar
la noticia de lo sucedido en su club más querido por boca de uno de sus
sicarios- ¡No, no! ¡No me digáis nada ahora! Marko va para allá con refuerzos.
Explicadle lo que ha sucedido y limpiad bien todo aquello antes de que llegue
la policía y encuentre lo que no debe.
Marko,
uno de los lugartenientes de Rossano y el más siniestro y sanguinario de todos,
entro en el Red Lion como una tromba, seguido por cuatro secuaces más.
-¡Qué
demonios ha pasado aquí! -masculló el enviado de Rossano, encarándose a los
hombres del Red Lion,
-Aun
nos lo estamos preguntando -respondieron los matones del club, todavía
desorientados-, pero algo ha tenido que ver en esto el capo Danny Grosseto.
Cinco de sus hombres se hallaban en el local y, tan pronto sonaron las primeras
detonaciones, se liaron a tiros con nosotros.
-Ese
hijo de perra lleva tiempo tratando de meter su hocico en alguno de nuestros
negocios. Estoy harto de decirle al jefe que debe cuidarse de este buey...
Aunque esta vez se la ha buscado y lo pagará con creces.
-¿Pero,
qué está haciendo Oscar? ¿Por dónde anda? -preguntó Marko, extrañado de que el
encargado del club no se hubiera presentado ante él para darle a conocer los
detalles del ataque.
-Lo
siento Marko, pero Oscar ha desaparecido -respondió el sicario que parecía
llevar la voz cantante- Poco antes de que comenzaran los tiros, subió al
despacho y ya no lo volvimos a ver.
-¡Diablos!
¿Habéis mirado bien? No estará entre los heridos ¿eh?
Ante
la negativa del hombre, subieron al despacho de Oscar. No había nadie. Una
silla caída en el suelo, junto a varios papeles y carpetas, además de cierto
desorden sobre la mesa, indicaban que allí había tenido lugar algún tipo de
altercado.
Marko
ordenó registrar el club de arriba abajo, hasta el último rincón del edificio.
En un pequeño cuarto, destinado a archivo, apareció por fin el encargado,
amordazado y atado de pies y manos como el arco de una morcilla calabresa. En
su frente lucía un enorme chichón azulado del que manaba un hilillo de fluido
sanguinolento que recorría su cara resbalando por su enrojecida nariz.
-¡Por
todos los demonios! ¿Quién te ha hecho esto? -Exclamó Marko.
-Nadie
-contestó abatido Oscar.
-¡Cómo
que nadie! ¡Qué joder está pasando aquí! ¿Se te ha ido la bola o qué? -gritó
Marko exasperado- ¡Explícate de una jodida vez!
-Te
digo que nadie. Estaba preparando el envío de fondos de la semana cuando
empezaron a ocurrir cosas muy raras. No había nadie en el despacho y, de pronto,
esa pared de allí enfrente se movió. Me levanté asustado y, al mismo tiempo que
esta silla caía al suelo, recibí un golpe en la frente que me dejó
semiinconsciente. Casi sin conocimiento, noté que me ataban, pero allí seguía
sin haber nadie.
-¡Me
cago en tu alma, Oscar! ¿Qué historia me estás contando?
-Te
juro por Nuestra Señora de la Falconara, que todo sucedió tal como te lo estoy
diciendo. Y te digo más: lo que ha pasado me lo estaba temiendo desde que
mandasteis al otro mundo a aquel soplón, en este mismo lugar, por meter la mano
donde no debía. No se puede vivir en sitios donde has matado. Te arriesgas a
sufrir la venganza de su espíritu errante. ¡Mirad, la caja está vacía y
falta todo el dinero! ¡Esa es su venganza!
-¡Joder,
joder, joder! ¿Te imaginas qué va a decir Rossano cuando le cuentes esta
historia? ¡La madre que te parió! No va a quedar títere con cabeza. ¿Has oído hablar de
algún fantasma que ate a la gente y se lleve la pasta?
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