lunes, 16 de septiembre de 2013

Capítulo IV


Refugio de Pieterf en España
 
Pieterf  permanecía  arrellanado en un sillón caribeño,  incompatible con aquel entorno pirenáico. Estaba sólo, absorto, casi embrujado  por la transparente luminosidad de la mañana y los mágicos colores del horizonte de montañas que se veía desde la terraza, por cuyos  forjados trepaban ateridos pámpanos verdes que enmarcaban el paisaje. Alargando la mano, sin modificar lo más mínimo el ángulo soñoliento de su cuerpo,  sopesaba con aparente interés uno de los  morados  racimos de uva  que colgaban de la parra.

Sobre la mesa, cerca de un mosto con hielo,  el sonido gutural del IPad  salmodió un pequeño fragmento de Vivaldi y quedó en silencio.

Siguió todavía un rato acariciando con mimo el racimo hasta que, despaciosamente,  lo volvió a dejar suspendido en su sarmiento.

Tomo un sorbo lento de su bebida y abrió el correo. Se trataba únicamente de un email publicitario de un programa de software que resolvía muchos problemas por tan sólo 89 US$.

Pieterf, totalmente despierto,  inició el protocolo de máxima seguridad, sencillo hasta lo infantil, utilizado por el general de cuatro estrellas David Petraeus para poner sus citas con su amante fuera del largo alcance de los servicios secretos. Abriendo una cuenta gmail, cuyo existencia y password sólo conocían él y otra persona, Pieterf entró inmediatamente en la carpeta de “Borradores”. Sólo había uno, todavía sin destinatario, de tan sólo seis palabras:

-Han matado a Joe. Vuelve enseguida.

Después de leerlo dos veces procedió a vaciar la carpeta y el mensaje jamás circuló entre un remitente y un destinatario. Desapareció sin dejar rastro.

Mientras pensaba fue moviendo cadenciosamente el vaso para que el mosto, en contacto dinámico con el hielo, estuviera más frío. Debió estar así mucho tiempo porque cuando sus pensamientos alcanzaron plenamente el sosiego, comprobó que el hielo se había disuelto hacía rato. Dejó el vaso sin volver a probar su contenido, se enfrentó nuevamente al IPad y tecleó la respuesta:

-Imposible. No podré plantearme el desplazamiento a N.Y. en los próximos 6 días.

Y metió este nuevo mensaje, sin destinatario, en la ahora vacía carpeta de “Borradores”.

Luego, en un movimiento aparentemente contradictorio, contrató on líne un vuelo business Madrid-Nueva York  para la mañana siguiente y un billete Zaragoza-Madrid, en clase preferente para el Ave de las 20 h. de  esa misma tarde.

Pidió el almuerzo. Cristina le ofreció con interés su seleccionado repertorio del día pero Pieterf lo limitó a un entremés aragonés y la  carrillada de ternera que había hecho famosa Casa Sidora

Comió mecánicamente y se dispuso a abandonar temporalmente Laspuña, su refugio querido, para, una vez más, pasar una nueva página de su agitada vida.

A sus cincuenta y cinco años empezaba a sentirse cansado.


jueves, 5 de septiembre de 2013

Capítulo III


         Transcurridos los primeros momentos de inquietud y sorpresa, Marga reflexiona, más calmada, y recobra su habitual entereza, propia de un carácter duro, frío y calculador.

Quizás fuese una broma de mal gusto... aunque, aquel hombre había citado el alias que su hijo usaba para realizar las operaciones de ingeniería financiera más arriesgadas y esto representaba un toque de atención ante un inmediato peligro.

No temía al simple hecho de la mención del alias de Christopher, lo peligroso era que lo relacionaran con ella y, por tanto, se hubiera roto el secreto de quién estaba detrás de aquel falso nombre de mujer: Joan Cockoyster.

En realidad, Marga también tenía mucho que ocultar. Su actual nombre, Márgara Fuster, era falso. Cambió su verdadera identidad, Margaret Foster, tras ocurrir el trágico suceso que acabó con la vida de su marido en Chicago.

Abatida, cambió de nombre y se refugió en España con su hijo Joe. En la ciudad de Barcelona rehízo su vida, con mucho  esfuerzo y un enorme derroche de inteligencia y tenacidad.

Cuando su hijo Joe decidió independizarse y volver a Estados Unidos para montar su propio negocio, le procuró documentación falsa a nombre de Christopher Keane. Este, aprovechó bien las enseñanzas de su madre y creó, de la nada, un auténtico imperio financiero en New York.

Marga dejó la cafetería donde había tratado de reponer sus maltrechos nervios, después de un día de intenso trabajo, y se dirigió con rapidez hacia su alojamiento en Madrid Central Suites, peculiar hotel, sin lujos, pero discreto y con una central de negocio bastante útil. Era buena hora para telefonear

Intentó localizar a Chris por todos los medios sin éxito. En su despacho no sabían nada de él desde hacía dos días.

¡Su hijo Joe había desaparecido!

       
         En la comisaría de Chamberí, se hallaba el comisario Ruiz Casado ante una montaña de expedientes, con un humor de mil diablos y la duda de cuál le resultaría más conveniente abrir, ante los continuos rejonazos con los que le obsequiaban los muchachos de la prensa o los políticos de un lado u otro.
-¡Buenos días, comisario! -saludó más que alegre el inspector Rodríguez- aquí le traigo un nuevo caso.

-¡Ni buenos, ni leches, Rodríguez! A ver si somos más puntuales, coño, que todos los días se desayuna media hora. ¡Y no me venga con el rollo del tráfico! ¡Venga, de qué se trata esa otra historia!

-Bueno, jefe. Le prometo enmienda -aseguró Rodríguez, que no perdía su buen talante, aunque le llamaran "perro judío"- Es una requisitoria del juzgado para investigar un caso de blanqueo de dinero y evasión de impuestos de un pez gordo.

-¡Me cagüen la leche! ¡Ya estamos con otra gilipollez política! ¿Qué juez lo firma?

-M. J. L., jefe. Ya sé que esto es un incordio, pero bien habrá que perseguir a los criminales de cuello blanco y alto standing. Vamos, digo yo.

-Mira, Rodríguez, no me seas gilipollas ni me saques de mis casillas. ¿Acaso tu nunca has pagado algún trabajo sin IVA ni factura? Por cierto, ese juez es de la onda política contraria a la del susodicho sospechoso.

-Caray, jefe, qué lo mío son cuatro gordas.

-¡Claro! Y ahora me querrás convencer de que si, en vez de esas cuatro gordas, fueran millones, entonces sí lo pagarías ¿verdad?

-Desde luego, comisario, hoy está Vd. imposible. Ya me dirá, entonces, qué es lo que hay que hacer.

-Lo que vamos a tener que hacer es lo de siempre: cientos y miles de informes, escuchas telefónicas y revisión de archivos y documentos, buscando, durante meses, indicios y pruebas incriminatorias, cuando lo que deberíamos hacer es nada y dedicarnos más a lo nuestro. Que con estas gilipolleces, va todo manga por hombro. Esto debería ser asunto de los culos gordos de Hacienda. Ellos deberían investigar, cobrar lo necesario y multar lo debido. Criminalizar estos asuntos solo sirve para movilizar una enorme cantidad de medios y recursos, y no volver a ver el dinero defraudado. Unos pocos años de cárcel y luego a vivir con el dinero que se esfumó.

-¿Da su permiso, Sr. comisario? -solicitó un agente, tras unos respetuosos y leves golpecillos en la puerta.

-¡Adelante! ¿Qué se le ofrece?

-Tengo a una señora que quiere denunciar la desaparición de su hijo y desea hablar con Vd.

-Ahora mismo no puedo recibirla. Tómele declaración y tráigamela enseguida. Luego le diré cuando puedo hablar con ella.

El comisario quedó en su despacho tratando con Rodríguez la organización del operativo solicitado por el juez y al poco tiempo regresó el agente con el expediente de la desaparición.

-¡Vaya, hombre! Lo que nos faltaba. Se trata del hijo americano de una española, residente en Barcelona, que ha desaparecido en Nueva York -comentó Casado tras un largo resoplido.

-¡Cojonudo, jefe! -saltó como un resorte Rodríguez-  Me apunto. ¡Envíeme Vd. allí!

-¡Serás tontolaba, Rodríguez! ¿No ves que este asunto está fuera de nuestra jurisdicción? Además, ¡si no sabes inglés!

-Que sí, jefe, que algo aprendí en la Academia.

-A ver, salúdame en inglés -desafió Casado a su inefable subalterno con cierta sorna.

-No hay problema: ¡Yelou, beibi!

-¡Ja, ja  ja! -el comisario se partía la tripa a reír- A veces me pregunto, Rodríguez, cómo coños conseguiste aprobar los cursos de la academia.

-No crea, también yo me lo pregunto -contestó Rodríguez, riendo a su vez, contagiado por las carcajadas de su jefe- Seguramente me tomaron por el pariente de alguien muy importante.

-¡Joder, Rodríguez! -terminó por decir Casado, secándose las lágrimas que la salida del inspector le habían provocado- Si no fuera porque tiene un olfato especial para hallar la pista más oculta y embrollada, ahora mismo le ponía a barrer la comisaría. Venga, termine de hacer el payaso y haga pasar a esa señora.

Entró por fin Marga al despacho y el comisario captó, en seguida, que no tenía delante a una mujer cualquiera.

-Mire, señora, no voy a engañarle -dijo el comisario, empleando el tono de mayor sinceridad que pudo-. Poco podemos hacer desde aquí. Vamos a pedir información a Estados Unidos, a través de Interpol, con los datos de su hijo que Vd. nos ha facilitado. Tan pronto la obtengamos se la haremos llegar, bien a Barcelona o a su dirección de aquí.

-¿Qué me aconseja que haga, comisario, mientras tanto? -preguntó Marga.

-Haga vida normal. Si alguien se pone en contacto con Vd. hágamelo saber, aunque el comunicante le insista en lo contrario. Mi consejo es que, si puede, vaya a Nueva York y esté pendiente de la investigación que se ha de abrir allí, tan pronto reciban nuestra documentación.

Márgara Fuster, Margaret Foster, dejó la comisaría con la mente bullendo en un mar de ideas para dar con su hijo Christopher Keane, Joseph Foster, en realidad.