miércoles, 9 de julio de 2014

Capítulo XXVI


En el Red Lion, un lujoso antro nocturno donde se consumía alcohol, sexo y droga a partes iguales, el ambiente se hallaba en pleno apogeo, animado por el estridente sonar de una machacona música rítmica, el resplandor de las innumerables luces que iluminaban el local, el brillo de los reflectantes y multicolores decorados, y la circense exhibición de una variada gama de sensuales danzas, realizadas por strippers de prodigiosa anatomía. Se completaba la lujuriosa escenografía con el servicio de unas hermosas y bien dotadas camareras en topless, que serpenteaban por entre las abarrotadas mesas con ágil contorneo, moviendo sonrientes y desinhibidas su singular anatomía, ante la admiración y requiebros de la eufórica y alumbrada clientela.

Era éste uno de los ocho clubes nocturnos que Franky Rossano mantenía estratégicamente situados en la ciudad de N. Y. y el más rentable. Estaba ubicado en el Bronx, junto a Melrose, donde el malvado capo almacenaba el producto de todos sus negocios sucios en aquel distrito, usándolo como eventual depósito bancario.

Estos cuantiosos fondos eran enviados con regularidad hasta su cuartel general en Little Italy mediante correos fuertemente protegidos por miembros de la banda, armados hasta los dientes con un auténtico arsenal. Desde este siniestro cubil, una potente e inexpugnable fortaleza, defendida por un ejército de pistoleros y una tupida red de informadores, Rossano movía los hilos del crimen organizado en la mayor parte de la gran ciudad y ejercía su canallesca labor en otras muchas, situadas a lo largo de la Costa Este de los Estados Unidos. Al mismo tiempo, el fruto de sus fechorías afluía hasta aquel maligno lugar, de manera imparable, en forma de caudalosos ríos de dinero.

De repente, el tableteo ensordecedor de una ráfaga de metralleta barrió la acristalada barra del bar y acabó con la mayoría de las botellas que allí había, haciéndolas saltar en mil pedazos. El caos se apoderó del Red Lion y, en un instante, aquel bullicioso y despreocupado ambiente festivo se convirtió en un terrorífico tumulto de caídas, gritos y carreras.

Nuevas ráfagas de proyectiles, disparadas desde lugares desconocidos para los aterrorizados clientes, sobrevolaron sus cabezas, provocando que el desconcierto inicial se convirtiera en un auténtico maremágnum de agitación y pánico. Mientras tanto, los pistoleros del local intentaban desesperadamente imponerse a la confusión general, arma en mano, tratando de averiguar el origen del asalto para repelerlo.

Varios disparos fueron a impactar sobre la mesa que ocupaban cinco malencarados sujetos, que se apresuraron a buscar refugio entre las mesas y sofás más cercanos, mientras empuñaban sus armas y las apuntaban en todas direcciones, aprestándose a la defensa.

Pero en aquel tremendo desbarajuste, tampoco ellos conseguían apreciar de donde venían los disparos.

-¡Maldita sea! -grito uno de ellos- ¡Esto es una trampa de Rossano! ¡Tenemos que abrirnos paso a tiros hasta la salida!

Desde ese momento, se estableció un vivo intercambio de disparos entre los hombres del Red Lion y los pistoleros de la mesa atacada, produciéndose una nueva y formidable ensalada de tiros.

De pronto, cuando la situación comenzaba a tomar tintes de tragedia, todas las luces se apagaron. A pesar de que las detonaciones fueron espaciándose hasta llegar a cesar por completo, los gritos de la gente que, aterrada, buscaba desesperadamente la salida o era atropellada y pisoteada durante su alocada estampida, aumentó en intensidad y frecuencia hasta formar un ambiente infernal.

Cuando por fin, los hombres de Rossano lograron normalizar la situación del Red Lion, pleno de animado resplandor poco antes del ataque, un escenario desolador se presentó ante ellos. Mesas, sillas, platos, botellas y copas, junto a las más variadas prendas de los clientes, llenaban los suelos, esparcidos en completo desorden. Todavía algunos heridos yacían semiinconscientes sobre los damasquinados divanes o trataban de incorporarse del enmoquetado piso, aturdidos aun por los golpes y pateos recibidos en el tumulto.

-¡Cómo que habéis tenido un asalto! -gritó Rossano, a través del teléfono, al escuchar la noticia de lo sucedido en su club más querido por boca de uno de sus sicarios- ¡No, no! ¡No me digáis nada ahora! Marko va para allá con refuerzos. Explicadle lo que ha sucedido y limpiad bien todo aquello antes de que llegue la policía y encuentre lo que no debe.

Marko, uno de los lugartenientes de Rossano y el más siniestro y sanguinario de todos, entro en el Red Lion como una tromba, seguido por cuatro secuaces más.

-¡Qué demonios ha pasado aquí! -masculló el enviado de Rossano, encarándose a los hombres del Red Lion,

-Aun nos lo estamos preguntando -respondieron los matones del club, todavía desorientados-, pero algo ha tenido que ver en esto el capo Danny Grosseto. Cinco de sus hombres se hallaban en el local y, tan pronto sonaron las primeras detonaciones, se liaron a tiros con nosotros.

-Ese hijo de perra lleva tiempo tratando de meter su hocico en alguno de nuestros negocios. Estoy harto de decirle al jefe que debe cuidarse de este buey... Aunque esta vez se la ha buscado y lo pagará con creces.

-¿Pero, qué está haciendo Oscar? ¿Por dónde anda? -preguntó Marko, extrañado de que el encargado del club no se hubiera presentado ante él para darle a conocer los detalles del ataque.

-Lo siento Marko, pero Oscar ha desaparecido -respondió el sicario que parecía llevar la voz cantante- Poco antes de que comenzaran los tiros, subió al despacho y ya no lo volvimos a ver.

-¡Diablos! ¿Habéis mirado bien? No estará entre los heridos ¿eh?

Ante la negativa del hombre, subieron al despacho de Oscar. No había nadie. Una silla caída en el suelo, junto a varios papeles y carpetas, además de cierto desorden sobre la mesa, indicaban que allí había tenido lugar algún tipo de altercado.

Marko ordenó registrar el club de arriba abajo, hasta el último rincón del edificio. En un pequeño cuarto, destinado a archivo, apareció por fin el encargado, amordazado y atado de pies y manos como el arco de una morcilla calabresa. En su frente lucía un enorme chichón azulado del que manaba un hilillo de fluido sanguinolento que recorría su cara resbalando por su enrojecida nariz.

-¡Por todos los demonios! ¿Quién te ha hecho esto? -Exclamó Marko.

-Nadie -contestó abatido Oscar.

-¡Cómo que nadie! ¡Qué joder está pasando aquí! ¿Se te ha ido la bola o qué? -gritó Marko exasperado- ¡Explícate de una jodida vez!

-Te digo que nadie. Estaba preparando el envío de fondos de la semana cuando empezaron a ocurrir cosas muy raras. No había nadie en el despacho y, de pronto, esa pared de allí enfrente se movió. Me levanté asustado y, al mismo tiempo que esta silla caía al suelo, recibí un golpe en la frente que me dejó semiinconsciente. Casi sin conocimiento, noté que me ataban, pero allí seguía sin haber nadie.

-¡Me cago en tu alma, Oscar! ¿Qué historia me estás contando?

-Te juro por Nuestra Señora de la Falconara, que todo sucedió tal como te lo estoy diciendo. Y te digo más: lo que ha pasado me lo estaba temiendo desde que mandasteis al otro mundo a aquel soplón, en este mismo lugar, por meter la mano donde no debía. No se puede vivir en sitios donde has matado. Te arriesgas a sufrir la venganza de su espíritu errante. ¡Mirad, la caja está vacía y falta todo el dinero! ¡Esa es su venganza!

-¡Joder, joder, joder! ¿Te imaginas qué va a decir Rossano cuando le cuentes esta historia? ¡La madre que te parió! No va a quedar títere con cabeza. ¿Has oído hablar de algún fantasma que ate a la gente y se lleve la pasta?