Me considero obligado a avisar al desprevenido lector de que, en cualquier esquina de esta narración, puede esperar agazapado el peligro, o incluso saltarle al cuello la traición.
Guillermo y Jesus, Jesus y Guillermo -tanto monta, monta tanto- somos dos viejos amigos, separados por la vida y los kilómetros, que ayer iniciaron juntos, a través de la red, una ruleta rusa... literaria.
El divertimento va a consistir en escribir en comandita este libro, "El fantasma de nadie", del que sólo conocen el título que ni siquiera entienden. No existen todavía unos protagonistas estables -el que apuntaba modos ya está muerto- ni un mal storyboard, ni unas coordenadas que identifiquen la acción en el tiempo y el espacio. Jesús y Guillermo, Guillermo y Jesús, iremos escribiendo, de forma alternativa, los sucesivos capítulos y será el libre fluir de estos lo que irá configurando el inesperado devenir de este trabajo imprevisible.
El lector no sabrá -ni creo que le importe demasiado- quien es el progenitor de cada capítulo. Lo sabremos nosotros pero nuestros labios están sellados.
Dicho esto, confieso en voz baja que mi socio -en este momento me cuesta mucho escribir "mi amigo"- se acaba de despachar a gusto. Con solo tres sencillos disparos de pistola ha puesto punto final a nuestro proyecto en el mismo momento de nacer. Introducción, nudo y desenlace, itinerario clásico de cualquier narración, le han cabido holgadamente en el Capitulo I... que me ha dejado con el culo al aire.
Y ahora ¿cómo sigo?
Pensareis que esto no se hace con un viejo amigo. Yo también lo pienso así.
* * * * * * * * * *
6.173 kilómetros al Este de los tres famosos disparos de Nueva York el
AVE, columpiándose estático en sus 302 kilómetros por hora, era un locutorio
telefónico descontrolado. Conversaciones diversas, en idiomas distintos,
componían un concierto ensordecedor trufado de monólogos susurrantes y
exclamaciones estridentes.
A Márgara le hubiera costado muy poco dormir porque había tenido un día duro. Se había levantado de noche y bajo un cielo estrellado había recorrido el Vallés Occidental, los túneles de Vallvidriera y media Barcelona consiguiendo llegar a Sants Estació a tiempo de tomar el tren de las 7.
Ya en Madrid la jornada había resultado particularmente intensa: una reunión tras otra, siempre pendiente de los demás, sonriendo, escuchando con atención y eludiendo con maestría la presión de compromisos inciertos con disfraz de eficiente inmediatez. Imposible concederse un sólo minuto de independencia.
Y ahora, nuevamente de noche y por fin sóla, rodeada de conversaciones ajenas que no le interesaban pero que no podía dejar de oir, trataba de poner en orden sus papeles, hacer algunas anotaciones puntuales y remodelar su agenda de la semana.
Lo iba consiguiendo con esfuerzo cuando sonó el Blackberry.
En la pantalla apareció una identidad oculta.
-¿Si? -preguntó en voz baja
-¿Conoce Vd. la tienda "Coronel Tapioca"?. La voz era de hombre, escueta y con un acento intimidante que no era capaz de identificar.
-Perdone, ahora no puedo atenderle - contestó, disponiéndose
a cortar.
-¡Joan Cockoyster!, casi escupió el desconocido.
-¿Qué dice? salto Marga en un chillido ahogado. Joan
Cockoyster era el nombre de guerra de su hijo mayor.
- ¡En Barcelona la volveré a llamar! tronó el hombre.
Y colgó.
Márgara quedo aturdida y temblorosa.