Con el feliz final de la
presente historia, se ha resuelto el disparatado reto que se lanzaron estos dos
amigos firmantes, al proponer un relato "a medias" sin un guión, tema
o acuerdo previos y solo un título sin sentido como única referencia.
Y no dejo de asombrarme, de
que haya sido posible tal hazaña, dada la enorme diferencia de personalidad de
ambos. Uno, planificador de oficio y usuario vocacional de la ciencia exacta
del metro, el segundo, el vatio y el ergio, mientras que el otro se regodea con
lo inesperado, el desorden, la aventura, la letra ácrata y el colorido danzarín.
En efecto, podría decirse
que solo nos une el amor al arte, en casi todas sus manifestaciones -en la
música no, que mi socio tiene oreja, pero no oído-, y el mutuo afecto acopiado
y establecido como fértil sedimento en los juegos infantiles de la placeta San
Lorenzo o la anexa de los Urriés; en nuestra subida diaria a la empinada
Correría, camino del Colegio; o durante el entrañable intercambio de confidencias
en el ángulo recto anterior a la Travesía del Lirio, formado por la
chocolatería de Solana, la peluquería Saso y la carnicería Sipán, allá por los
primeros años de la década de los 50.
Me pregunto cómo hemos sido
capaces de tejer una historia, con un mínimo de coherencia, usando unas hebras
de tan dispar naturaleza. La respuesta me llega tras pensar muy poco: No hemos
sido nosotros quienes han conducido el relato, sino ellos, los personajes,
quienes nos han manejado como han querido y nos han arrastrado a pulsar las
teclas que les convenían. No hay otra explicación.
Nosotros, los autores, hemos
decidido poner fin a esta historia sin contar con ellos. Mucho me temo que
estamos intentando hacer algo que no está en nuestras manos. En efecto, las historias,
como la misma vida, no acaban: se vienen encadenando unas a otras desde el
origen del Universo. Al menos hasta la desaparición de la especie humana...
aunque quizás nuestras historias continúen aun más allá, convertidos todos en
fantasmas con un empleo algo más noble que el de asustar a la gente.
Así, Margaret y Pieterf
vivirán felices durante un tiempo en ese bucólico rincón del Pirineo oscense.
Pero, ¿podemos estar seguros de que no añorarán sus anteriores vidas de acción
y riesgo, y volverán a ellas? Y puestos a lucubrar, ¿es tan disparatado pensar
que la jurada venganza hacia Pieterf del siniestro Homer, pueda llegar a
ensombrecer un día, la dichosa existencia de los dos amantes?
¿Y qué será de Rodríguez y
Helen, atrapados en la vorágine existencial de una ciudad tan dinámica y
enervante como Nueva York? Les veo muy capaces de establecerse allí y
protagonizar un sin fin de apasionantes aventuras.
No me olvido de Bob Bryan,
poseedor de un artilugio -ese fantasma sin nombre, porque no es de nadie- capaz
de ser usado como azote del crimen organizado y reparador de injusticias. Estoy
convencido que sus hazañas sembrarán el País Americano de hechos honorables y
benéficos.
Sueño con que, el día más
inesperado, recibiré el relato de alguna de sus historias. Servirá para enjugar
la tristeza que me ocasiona, y me deja, la separación de todos ellos, en esta
forzada despedida.
Siento el intenso pálpito de
que ese sueño se cumplirá. ¿Por qué no?